Acerté de plano. Los periodistas presentes abandonaron la cara de besugo profesional que llevaban puesta desde el principio del acto y se apresuraron a transcribir mis palabras. Nunca habían escuchado en público nada semejante sobre su gremio, aunque estaba cantado que mi acusación no sería reflejada en sus crónicas o, en el mejor de los casos, aparecería tergiversada.
Una vez disparada la munición, un placer indescriptible recorrió todo mi cuerpo. Esta actitud puede parecer suicida en alguien que necesita de los medios de comunicación para su difusión profesional, pero el gustazo que experimentaba podía más que la prudencia. ¿Cómo había llegado hasta este goce sibarítico?
Durante los últimos quince años la guerra con el ejército vernáculo había sufrido un notable incremento en proporción directa con la conquista mental que los mercaderes de la mojiganga iban consiguiendo sobre la tribu. La falta de anticuerpos frente a la epidemia era cada vez más alarmante. Nuestro batallón escénico se iba encontrando progresivamente aislado ante un enemigo que aumentaba día a día y que contaba además con todos los medios de difusión. El humor y el sarcasmo, que fueron una de las características más «diferenciales» del territorio, pasaron a mejor vida. El equilibrio de una Catalunya tolerante, de pequeñas y medianas empresas, de profesiones liberales y artesanos, había cambiado radicalmente. Legiones de funcionarios invadían todos los espacios del país y, como consecuencia inmediata, aparecían cientos de miles de estómagos agradecidos al sistema, que acabaron con el equitativo paisaje anterior de la Catalunya liberal. Al mismo tiempo y en la misma medida, el voto cautivo aumentaba en igual proporción a un abstencionismo que reflejaba el desencanto del artificio narcisista.
En el terreno profesional, al churrigueresco Flotats se le estaba construyendo con dinero público una gigantesca fortaleza que aquel caballero afrancesado pretendía monopolizar con el nombre de
Teatre Nacional de Catalunya
. Como hasta el momento parecía ser un fiel vasallo de sus jefes, había dejado claro que nosotros no conquistaríamos ni un palmo de su pretendido feudo. La ofensiva inmediata contra tal apropiación indebida fue registrar a nuestro nombre la marca
Teatre Nacional de Catalunya
, que estaba libre, y ofrecerla a todas las compañías catalanas para que la imprimieran en sus programas. El contraataque mostraba una intención muy clara: dejar sentado que
Teatre Nacional
eran todos los que hacían teatro en el país y no un simple decreto del gobierno Pujol con vistas a imponer su coto.
Ninguno de nuestros colegas secundó la iniciativa, ya que significaba exponerse a las iras de Flotats e incomodarse con el estado mayor de la Generalitat, que era quien tenía la repartidora. Aquí radicaba el problema principal de nuestra campaña bélica; unos pocos por mística étnica y la mayoría por la posibilidad de tener acceso a una porción del botín, nadie quería acercarse a nuestra trinchera. El gremio nos daba la espalda sistemáticamente y se protegía en la retaguardia del enemigo.
A pesar de todo, nada de lo ocurrido en Catalunya en las últimas décadas hubiera sucedido sin la estrecha complicidad de los medios. Desde principios de los ochenta los pregoneros del espejismo provinciano fueron copando todos los puestos de mando, mientras la infantería periodística colaboraba extendiendo la epidemia paranoica y publicitando por el territorio la imagen de los dirigentes de la mojiganga. Les parecía que este era el camino más seguro para sus intereses económicos, y, ciertamente, tenían razón: pintar la estricta realidad resulta siempre un camino bastante más arriesgado. En este sentido acertaron de pleno: había dinero a montones a disposición de cualquier «notable» que hiciera de su actividad un acto público de adhesión al sistema.
En los pulpitos de las emisoras las untuosas voces de los capellanes castrenses del ejército regional, Josep Cuní y Antoni Bassas, ganaban feligreses día a día. En el terreno deportivo las masas del Barça eran arengadas patrióticamente por Joaquim María Puyal bajo el lema «
més que un club
», y Luis del Olmo, que predicaba en el sector castellanohablante, se mostraba fiel devoto de Pujol por las concesiones radiofónicas que este le había otorgado. Generalmente, esta clase de panegiristas bien cebados enseñaban el plumero a la primera frase y uno sabía a qué atenerse, pero había otros que por su camuflaje izquierdista resultaban bastante más temibles.
Desde los principios de la martingala los escuadrones de la comunicación contaban con muchos hijos naturales de Karl Marx que, debidamente reciclados, operaban como quinta columna al servicio del sistema a cambio de un buen cargo o un simple caché institucional. Pujol los había instalado en los frentes de la propaganda. Su táctica señuelo consistía en aparecer como independientes y solo entrar en combate cuando la ocasión se consideraba una emergencia o había que sumarse a la campaña contra algún enemigo general del negocio. El propio Vázquez Montalbán, que simulaba impartir también sus correctivos al Gobierno regional, se ponía firme, cuadrándose al servicio de la causa, cuando desde la cúpula tribal era lanzada la orden: ¡Prietas las filas! Podría citar varios ejemplos de dicha estrategia ladina en el insigne periodista, pero su adhesión pública al mariscal Pujol en el caso Banca Catalana, acusando a Madrid de atacar a Catalunya, figura como la más notoria. Como también fue ostensible el fichaje de los comunistas Alfons Quinta y Enríe Cañáis para ocupar, por este orden, la Dirección General del máximo aparato propagandístico de la Europa occidental: la televisión autonómica TV3.
La lista sería larga, pero añado solamente otros tres que, a tenor de los suculentos presupuestos que manejaban, vale la pena citar: el ex maoísta Baltasar Porcel en la dirección del
Institut Europeu de la Mediterránia
, y en mi terreno, dos ejemplares de la deconstrucción marxista, Jordi Coca, director del
Institut del Teatre
, y Xavier Bru de Sala, director general de Cultura de la Generalitat.
Nosotros éramos matraqueados sistemáticamente por unos y otros, aunque los izquierdistas reciclados en los escuadrones vernáculos de los
media
eran los encargados de lanzarnos la munición más mortífera en la línea de flotación. Era mortífera porque muchos de los sicarios que disparaban pertenecían a la peña de iconos progres que veneraba el público de Els Joglars. En ese aspecto la táctica resultaba especialmente delicada, pues si no conseguíamos neutralizar sus campañas sabíamos que la erosión de nuestro prestigio cívico y artístico acabaría por dejarnos fuera de combate en Catalunya.
Como consecuencia del goteo infamante, el tiempo destinado a defendernos de las embestidas recortaba muchas veces el de la construcción de nuestro armamento escénico, lo cual, en la distancia del tiempo, me hace ahora pensar en las ventajas artísticas de haber nacido en otra parte. No obstante, debo reconocer que en alguna ocasión también nos servía de acicate para determinados pasajes de nuestras obras.
—¿Y a este c... qué le pasa ahora con nosotros?
Hacía un par de horas que la reunión de estado mayor de la compañía deambulaba por derroteros económicos y de programación; pero al pasar al capítulo de información sobre ataques colaterales del exterior la modorra desaparecía como por ensalmo, e incluso algunos miembros de la milicia se alteraban visiblemente. A medida que se repasaba la lista de agravios de las últimas semanas brotaban toda clase de adjetivos exaltados entre los reunidos.
—Claro, era previsible que el palmero oficial del conseller tuviera que justificar el sueldo extra.
La cinta casete iba pasando fragmentos de la tertulia de sobremesa de Catalunya Radio en la que, por una u otra razón, se nos nombraba asiduamente. Una vez repasadas las emisoras, examinábamos los recortes de prensa, donde los salivazos ganaban sobre los cumplidos en proporción de uno a diez. Entonces el clima subía de tono y más de uno de nosotros sufrirá años de purgatorio por culpa de aquellos recortes.
—¿Alguien conoce al lumbreras que ha escrito esto?
—Dice que estamos acabados, el muy h...
—¿Por qué tenemos que pagar nosotros la mala uva causada por el trozo de pata que le falta al tipo ese de
La Vanguardia
?
—¡El «plasta» Ordóñez ataca de nuevo! Será 1...
—También el picapleitos Loperena en
El Periódico
.
—¿Ese no había sido facha?
—Camisa azul. Le dieron la dirección del Teatro Nacional de Barcelona en época de Franco. Cuando acabó la dictadura todos se lo quitaban de encima: los abogados decían de él que era buen teatrero y los teatreros que era buen abogado. Menudo p...
—Compadezco a los independentistas que defiende, porque, si acudes a su bufete por una multa de tráfico, te puede caer cadena perpetua.
—Por enésima vez la revista
El Temps
, de Valencia, nos pone a parir. La madre que...
—La quinta columna del catalanismo valenciano tiene que justificar las subvenciones de Pujol. ¿Quién es el mercenario firmante?
—El de siempre. Este s... de Julio Máñez, que ejerce de Doctor Jekyll en
El País
y de Mister Hyde en
El Temps
.
—Señores, el Ayuntamiento de Calafell nos mantiene el título de personas
non gratas
.
—¡Bravo! ¡Bieeen! ¡Hurraaa!
Al poco tiempo, la indignación inicial se tornaba en juerga generalizada y entonces, animados por la euforia vengativa, empezaban los planes de contraataque. La estrategia se estudiaba y se llevaba a cabo con la misma precisión con que ensayábamos los montajes.
Una frase de Hamlet dirigida al servil cortesano Polonius para que diera buen trato a los comediantes se erigía en justificación histórico-gremial de nuestra campaña: «... Trátalos bien, porque después de vuestra muerte más os valdría un mal epitafio en la tumba que una maliciosa reputación de comediante en vida».
Seguíamos estudiando posibilidades de ofensiva.
—Este nos funcionaría de perlas para el personaje del débil mental que dirige la nuclear...
Los nombres de los atacantes eran cuidadosamente seleccionados para colocarlos en los personajes más indignos de nuestras series de televisión. Nombres de políticos, escritores, críticos y notables de la cultura daban vida a cualquier espantajo, sinvergüenza o timador que apareciera en el argumento. En esta actividad seguíamos el buen ejemplo de Miguel Ángel Buonarotti, que mientras realizaba los frescos de la Sixtina pintó entre los condenados al infierno el rostro de un miembro de la Curia que le complicaba la vida con demasiada frecuencia. En nuestro caso solo se trataba de una eficaz estrategia de defensa, pues el temor al ridículo coartaba la afluencia de voluntarios en la cruzada.
Las distintas actividades defensivas obligaban a organizarnos en varios comandos que tenían encomendadas misiones muy variadas. Estaba el comando de pintura, especializado en el
graffiti
artístico en la vivienda o paredes circundantes del enemigo escogido. El comando telefónico, dedicado a la llamada en hora inoportuna con cánticos y poemas sobre el tema (este comando estaba a cargo de los más trasnochadores), y el comando de operaciones especiales, que consistía en organizar complejos montajes destinados a satirizar y desmoralizar al atacante. Nuestro plan de combate pasaba por no dejar un solo ataque sin réplica. Pero siempre con gran cuidado de mantener un nivel estético, porque en el fragor de la lucha uno puede contaminarse fácilmente de la bajeza del enemigo y acabar en su misma tesitura. Por eso, en todas las acciones existía un principio irrenunciable: el ingenio y la calidad artística de los ataques, ya fueran literarios, plásticos o dramatúrgicos.
Habíamos llevado a término operaciones de gran calado, como organizar conferencias ficticias en lejanas ciudades adonde el enemigo invitado acudía con
suite
reservada y una vez allí la supuesta organización no pasaba a recogerlo. El pardillo se encontraba entonces sin conferencia y con la factura del hotel, más viajes. Después, un fax firmado por nosotros le informaba de que se había anulado la conferencia, pero que en compensación yo había propuesto al
President
que le concediera la
Creu de Sant Jordi
.
Otro apartado bélico que entonces dominábamos con cierta eficacia era los fax destinados a periodistas perseguidores, pero expedidos a la redacción de su periódico o a la emisora para que pasaran antes por tantas manos como fuera posible. Con el fin de dotar de mayor veracidad al documento, modificábamos los datos que encabezan las hojas de fax e imprimíamos unos logotipos de la empresa o institución muy creíbles. El escarnio público en este caso no era sobre la escena, sino a través de un simple papel. Sabíamos que el sadismo de sus compañeros provocaría decenas de fotocopias antes de llegar al destinatario. Por ejemplo, del siguiente fax enviado a un periodista de
La Vanguardia
nos consta que circularon numerosas copias por toda la redacción del periódico.
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Sr. Oriol D...:
Después de intentar localizarlo infructuosamente a través de la dirección y teléfono que usted anotó en la ficha de cliente de nuestro establecimiento, y que resultó ser falsa, hemos podido averiguar a través de una agencia de información que usted trabaja en este periódico.
Antes de llevar el asunto a mayores deseamos realizar una última tentativa con el fin de que salde el débito que tiene pendiente en nuestro establecimiento. Su historial de cliente asiduo es el que nos ha hecho transigir las últimas veces cuando, después de utilizar los servicios de nuestras señoritas, dejó de abonar la tarifa por llevar una tarjeta ilegible electrónicamente. Este truco lo ha practicado reiteradamente, abusando de nuestra confianza y buena disposición con la clientela.
Señor Oriol... debería ser el primer interesado en liquidar la deuda con prontitud, ya que el tratamiento dado por usted a las señoritas Raquel y Bea podría ser también objeto de denuncia, porque una cosa es pagar por un «griego» convencional y otra muy distinta obligarlas a mantener la cabeza en el excusado mientras usted ejecuta la «lluvia dorada» sobre ellas. Pero lo más grave no es solo eso, sino que además lo practique cantando
Els segadors
para mayor humillación, pues las dos señoritas son de Castilla-La Mancha. Ni que decirle que poseemos pruebas documentadas de todo ello, ya que somos una empresa de gran profesionalidad y no podemos tolerar comportamientos vejatorios, con el agravante por su parte de morosidad reiterada.
Una vez más le conminamos a que liquide usted la deuda pendiente, ya que de no ser así tenga por seguro que vamos a tomar las medidas oportunas, judiciales por supuesto, que encargaremos al prestigioso gabinete Roca (sanitarios).
Atentamente,
Madame Mamalú