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Authors: James Luceno

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Agentes del caos II: Eclipse Jedi (35 page)

BOOK: Agentes del caos II: Eclipse Jedi
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Ebrihim abrió la boca para decir algo, pero se lo pensó mejor y calló durante el resto del viaje a través de los dos mil niveles de la estación.

Concebida originalmente como una batería de energía, Ciudad Hueca era una esfera abierta de sesenta kilómetros de diámetro. Sus paredes curvas habían contenido casas, parques, lagos, huertos y tierras de labranza, calentadas por el radiante Punto de Calor, una especie de luz piloto para toda la estación. Pero se habían desmantelado todas las casas, excepto las que utilizaban unos cuantos científicos, y el equipo arqueológico antes que ellos. La única concesión a lo que una vez existió eran los escudos-sombra ajustables, instalados para simular las horas nocturnas.

A ambos lados de Ciudad Hueca, a lo largo del eje de giro, se erguían enormes conos rodeados por seis conos más pequeños, a los que habían llamado Montañas Cónicas Norte y Sur. La disposición de los conos era la geometría necesaria para un particular tipo de repulsor al viejo estilo.

Sonsen señaló las vistas mientras los llevaba hasta una pequeña sala de control bien escudada, oculta durante la ocupación de la estación y descubierta por accidente cuando un grupo de mrlssi buscaba un lugar adecuado para instalar un monitor de soporte vital.

Los diminutos mrlssi de ojos límpidos eran coherentes con las plumosas aves de las que descendían y poseían un talento especial para hacer habitables espacios sumamente grandes, como le habían demostrado al doctor Ohran Keldor, que utilizó un centenar de ellos para instalar el Cepo Imperial cerca de Kessel. Los mrlssi abundaban en Ciudad Hueca más que cualquier otra especie, pero no había ninguno en la sala de control cuando entraron Sonsen y sus invitados.

En la sala atiborrada de instrumentos podía verse a varios humanos, un seloniano, dos verpines y un duro. Pese a tanta diversidad, la curiosa mezcla de Jedi, drall y un androide con cabeza de bala logró que se detuviera toda actividad y que todas las cabezas se girasen en su dirección. Desde su llegada a la estación, Anakin se había acostumbrado a ser el centro de la curiosidad y de un intenso escrutinio, pero el hombre de pelo gris que se abrió camino a través de la multitud congregada en la sala de control hizo que se le pusieran los pelos de punta. Teniendo en cuenta que la última vez que vio a su padre, éste se había dejado la barba, el hombre se parecía a Han más que el propio Han…, aunque era unos centímetros más alto y tenía una constitución más gruesa.

—Tú eres Jacen…, y tú, Anakin —dijo, señalando a cada uno por turno. Centrándose en Anakin, agregó—: No te acuerdas de mí, ¿verdad? Eso me duele. Seguro que hasta tu androide me recuerda.

—Usted fue el responsable del confinamiento del amo Ebrihim y de los amos Anakin y Jacen dentro de un campo de fuerza en Drall —recitó Q-nueve—. Y yo fui el responsable de su liberación.

El hombre plantó las manos en sus caderas y soltó una carcajada.

—Me había olvidado de todo eso.

—Usted es Thrackan Sal-Solo —reconoció Anakin por fin—, un primo de papá.

—Y también vuestro, chicos —agregó Thrackan con toda seriedad.

—No sólo nos tomó como rehenes —siguió Jacen—, sino que obligó a nuestro padre a luchar contra una hembra seloniana… sólo para su diversión. Thrackan extendió las manos en gesto de apaciguamiento.

—Han y yo tenemos una larga historia en común. Probablemente nunca os ha hablado de los tiempos en que me zurraba de lo lindo cuando éramos niños. Podría decirse que sólo le devolvía el «favor». Pero tenéis razón, lo que hice estuvo mal. A veces, cuando recuerdas una injusticia durante muchos años, la venganza termina formando parte de ti.

Los ojos de Thrackan se entrecerraron.

—Pasé ocho años en la prisión de Dorthus Tal, en Sacorria, y tardé casi todo ese tiempo en comprender eso, pero lo conseguí. Y ahora soy un hombre nuevo —hizo un gesto amplio—. Ese es el único motivo por el que estoy aquí, en
Centralia.
Las altas instancias creyeron que podría demostrar mi reciente arrepentimiento poniendo mis conocimientos técnicos al servicio de la causa como parte de mi rehabilitación y luchando codo con codo junto a la Nueva República contra los yuuzhan vong.

Dejó escapar una risa irónica.

—Por supuesto, vosotros no podéis saber lo mucho que el pasado puede llegar a atormentar a alguien. Sois Jedi. No estáis dominados por las emociones triviales que afectan a la gente normal. Rabia, odio, culpa, venganza… Tales cosas no significan nada para vosotros. Hasta los yuuzhan vong se dejan dominar por las emociones y probablemente pueden ser atraídos a este lado de la Fuerza, ¿verdad? Claro que vosotros estáis a nuestro lado en las trincheras, preparados para luchar…, dispuestos a derramar esa parte de sangre corelliana que corre por vuestras venas.

—Hemos venido a ayudar —dijo Anakin con firmeza.

—¿De verdad? —Thrackan agitó su cabeza divertido—. Es una ironía maravillosa que haya hecho falta una guerra galáctica para reunir a la vieja pandilla —hizo señas a uno de los humanos y al seloniano— y hacerlos volver a la estación que ayudasteis a desconectar. —Volvió a centrar su atención en Anakin—. Debo agradecerte personalmente que destruyeras nuestras ilusiones de conseguir una Corellia libre e independiente, pero, dime, ¿sigues pensando que nos equivocamos intentando ser libres?

—Sus métodos eran los equivocados —rectificó Jacen, antes de que Anakin pudiera responder.

Thrackan hizo un gesto vago con la mano.

—¡Ah, mis métodos! Por supuesto sabréis que, desde que comenzó la crisis, la Nueva República ha abandonado prácticamente Corellia. Y conociendo a Ebrihim —miró al drall con obvio desagrado—, seguro que os ha informado del plan de Coruscant para usar Corellia como campo de batalla.

—Hemos oído los rumores —aceptó Jacen.

Thrackan sonrió con desprecio.

—Ésa es una respuesta digna de tu madre. ¿Y tú, Anakin? ¿Estás aquí de visita o harás todo lo necesario para proteger a Corellia de un ataque? Anakin pensó su respuesta detenidamente.

—Eso depende de lo que haya planeado para
Centralia.

—Lo que hemos planeado es crear un campo de contención —respondió Thrackan con una mirada de perplejidad—. ¿Qué más podemos hacer?

—¿Qué tal vaporizar toda nave que entre en el sistema, sea yuuzhan vong o no? —respondió Jacen—. El
Guardián
fue destruido por un disparo del repulsor de Selonia, y
Centralia
tiene mil veces la potencia de fuego de los cinco repulsores planetarios combinados. Puede crear una onda de compresión lo bastante potente como para hacer explotar un sol.

Thrackan miró a un técnico pálido y de rostro delgado.

—Éste es Antone —lo presentó—. También estuvo aquí durante la crisis. De hecho, tenía familia en Bovo Yagen, la estrella que hubiera resultado destruida si Anakin no hubiera intervenido a tiempo.


Centralia
puede hacer que una estrella se convierta en nova —reconoció Antone—. La Tríada provocó las explosiones de EM-1271 y de Thanta Zilbra, pero ese resultado no puede reproducirse.

—¿Está diciendo que
Centralia
no puede usarse como arma? —preguntó Jacen.

—Francamente, no estamos seguros —Antone se encogió de hombros—. Para lanzar una descarga de energía del repulsor del polo sur, la estación tiene que reorientar su eje de giro y pasar por una serie de concentraciones de energía, pulsos y descargas de radiación antes de realizar el disparo en sí. Cuando
Centralia
destruyó EM-1271, los picos de energía mataron a miles de colonos.

—Nadie quiere arriesgarse a repetir esa catástrofe —añadió Thrackan. Jacen clavó la mirada en su pariente.

—Si de verdad sólo buscan crear un campo de contención, deberían poder hacerlo ustedes solos. Durante la crisis, usted controlaba el puesto de mando de
Centralia y
su capacidad para crear campos de contención.

—Sí —reconoció Thrackan—, pero la crisis ya estaba resuelta cuando intenté operar la estación. Es más, las cosas han cambiado desde que vuestro tío Luke y los demás desconectaron
Centralia.
Ninguno de esos sistemas responde ahora como lo hacía antes.

Antone se aclaró la garganta reclamando atención.

—Un problema es que el bariocentro de la estación ya no es estable.
Centralia
siempre se movió de forma autónoma para mantenerse posicionada y orientada, pero sus maniobras de recalibrado se han vuelto erráticas.

—En otras palabras —aclaró Thrackan—, no hemos podido crear un campo de contención cuando lo necesitábamos.

—Sólo Anakin puede hacerlo —añadió Antone nerviosamente—. Cuando activó el repulsor drall, todo el sistema recibió su impronta —miró hacia Anakin—. A través de sus huellas digitales, de su ADN, quizás incluso de sus ondas cerebrales. Hace ocho años que vengo avisándolo, pero hasta ahora nadie se preocupó por hacerte volver.

—Sólo hay una forma de averiguar si la teoría de Antone es digna de un examen más a fondo —dijo Thrackan. Gesticuló hacia lo que obviamente era una consola especial—. Toma los mandos, Anakin, y veamos qué ocurre.

Jacen y Ebrihim lanzaron una mirada preocupada a Anakin, a la que éste respondió con una inclinación de cabeza que pretendía tranquilizarlos. Pero en cuanto se acercó a la consola —con todos los técnicos atentos—, notó que el sistema empezaba a responder a él.

Vagos recuerdos de su experiencia dentro del repulsor de Drall acudieron a su mente mientras se sentaba y llevaba las manos a la consola. Un instante después, tal como le ocurrió entonces en Drall, vislumbró todo un conjunto virtual de interruptores, mandos y controles que no tenían nada que ver con las palancas y los diales que cubrían el panel de control.

Vacilante, colocó las manos sobre la consola.

Un tono musical resonó y una tecla plana del tablero empezó a retorcerse y brillar, a crecer hasta asumir la forma de la empuñadura de la palanca de mandos de una nave espacial.

Cuando Anakin intentó asirla, la palanca volvió a cambiar su perfil para encajar en su mano izquierda, y todos los presentes en la sala, incluido Jacen, contuvieron una exclamación.

De repente, y tan claramente como si fuera en una pantalla, Anakin pudo ver en su mente lecturas de energía, capacidad de almacenamiento, control de calibrado, subsistemas de localización de blancos, niveles de seguridad, potencia de escudos, compensación de impulsores, niveles de transferencia de energía gravitatoria…

Inesperadamente, un esquema gráfico apareció sobre la palanca, en el aire: un cubo esquemático compuesto por cubos transparentes más pequeños, cinco de altura por cinco de profundidad. Cuando Anakin manipuló la palanca, la rejilla formada por los cubos pequeños empezó a colorearse, unos de verde y otros de púrpura, acompañando a los tonos de activación.

Todos excepto Thrackan permanecieron mudos.

—Lo has conseguido, chico, lo has conseguido —gritaba entusiasmado.

Anakin movió la palanca hacia delante y apareció un llameante cubo naranja. Experimentó con pequeños ajustes que hicieron que el cubo parpadeara o brillará aún más. Entonces, tiró de la palanca todo lo que pudo.

Los indicadores registraron un increíble estallido de energía y la sala de control empezó a temblar. En Ciudad Hueca, Punto de Calor cobró vida y un despliegue cegador de rayos brotó de las Montañas Cónicas Sur.

—¡La estación se está orientando! —informó un técnico.

—¡Está armada! —gritó Antone, asombrado—. ¡Es capaz de disparar!

Una docena de conversaciones distintas estallaron en la sala de control, únicamente silenciadas por la llegada del oficial de la Nueva República a cargo del proyecto.

—Mensaje urgente de Commenor —anunció el coronel a Sal-solo y Antone—. Naves yuuzhan vong han dejado el Espacio Hutt. El Servicio de Inteligencia calcula que en treinta y seis horas estándar los tendremos ante nuestras puertas.

Las naves de guerra de la flota hapana revirtieron al espacio real sobre el planeta Commenor, en el borde del Núcleo, en grupos de tres y cuatro a veces escoltados por cañoneras y escuadrones de caza miy’til o viejos Ala-X. Los cruceros de combate clase Nova y los Dragones de Combate Olanjii/Charubah de doble plato formaron un amplio arco que era un contrapunto de vibrante color ante los destructores estelares de la Nueva República, las pesadas naves mon calamari y los poco atractivos buques de guerra bothanos.

Contemplando la armada desde el transbordador que la llevaba, junto a Isolder, desde la nave coreliana
Canción de Guerra
a la nave insignia del comodoro Brand, Leia sintió como si todos sus seres queridos estuvieran atrapados en la corriente de un río tumultuoso que los arrastraba hacia regiones desconocidas, dejando a algunos abandonados en sus orillas y llevándose a otros a las cataratas del olvido… Esa sensación la acompañaba desde Hapes, asediándola durante las largas horas de conversación con Isolder, que parecía tan absorbido por la perspectiva de combatir contra los yuuzhan vong como lo estuvo en el intercambio de puñetazos y patadas durante su duelo con Beed Thane.

—Fieles a nuestras raíces piratas, los hapanos preferimos los ataques veloces y despiadados —había dicho más de una vez a Leia durante el viaje—. Hiere a un enemigo al principio de tu enfrentamiento y es tuyo. Porque, a medida que progrese la lucha, su temor hacia ti se intensificará y se convertirá en tu aliado.

—Los yuuzhan vong han transformado el planeta, con permiso de los hutt, para que sea una especie de huerto de armas, similar a los que hay en Belkadan y Sernpidal, donde estos cazas son recolectados y equipados con los dispositivos orgánicos que los propulsan y los escudan al mismo tiempo.

Una nueva imagen tomó forma en el cono de luz proyectada: un primer plano de los coralitas arracimados como percebes en los brazos de un enorme transporte yuuzhan vong. Los buques de guerra maniobraban por todas partes formando escuadrillas de combate, envueltos por enjambres de coralitas.

—El enemigo está preparando un ataque —señaló Brand, aunque era evidente—. Y, a juzgar por el número de naves involucradas, tienen el punto de mira puesto en un objetivo de mayor importancia que Ithor, Obroa-skai o Gyndine. Hemos deducido que el objetivo será Corellia, sistema que se ha dejado deliberadamente desprotegido con la esperanza de que eso les incite a atacarlo.

Los ojos de Leia se abrieron alarmados, mientras una imagen holográfica de una esfera del tamaño de una luna aparecía sobre el proyector.

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