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Authors: Chuck Palahniuk

Tags: #Humor, Relato

Al desnudo (20 page)

BOOK: Al desnudo
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De manera que la señorita Kathie baila. Ocupa hasta el último milímetro del decorado como si le fuera la vida en ello, eludiendo y esquivando constantemente cualquier punto fijo del escenario, trepando al castillo de proa de un acorazado y a continuación sumergiéndose de un salto en las cálidas olas del
océano Pacífico
, entonando una canción de
Arthur Freed
cuyas palabras borbotean a través del agua y emergiendo un momento más tarde a la superficie azul celeste, sosteniendo todavía la misma nota de un tema de
Harold Arlen
.

Es el terror lo que le confiere a su actuación tanta energía y tanto brío y saca a la luz lo mejor que la señorita Kathie le ha dado a su público en décadas. Creando una velada que la gen te recordará durante el resto de su vida. Imbuyendo a la señorita Kathie de una vitalidad que llevaba demasiado tiempo ausente. Dispersos entre el público vemos al
senador Phelps Russell Warner
sentado junto a su última mujer. Vemos a
Paco Esposito
en compañía del icono sexual del gremio,
Anita Page
. Yo estoy sentada con
Terrence Terry
. De hecho, el único asiento vacío de todo el teatro es el contiguo al del demacrado
Webster Carlton Westward III
, donde este ha colocado con cariño el gigantesco ramo de rosas rojas que sin duda tiene intención de presentar cuando los actores salgan a saludar al público. Un ramo lo bastante grande como para esconder una metralleta o un rifle. Posiblemente equipado con silenciador, aunque esa precaución sería completamente innecesaria mientras los ensordecedores Zeros japoneses descienden en picado para soltar sus bombas sobre las fuerzas americanas de
Pearl Harbor
.

La actuación de esta noche no es nada menos que una batalla que la señorita Kathie está librando por su identidad. Una creación constante de su yo. Todos sus gorgoritos y sus andares ufanos son una verdadera pugna para mantenerse en el mundo, para no ser reemplazada por una versión ajena, igual que la comida es digerida, igual que la carcasa de un árbol muerto se convierte en combustible o en un mueble. Con sus pasos altos de baile, lo que está haciendo la señorita Kathie es emitir continuas pruebas atronadoras de su existencia humana. Con sus pasos borrosos estilo
Bombershay
, lo que baila en el escenario es un frágil organismo que hace lo que puede para influir en el medio que la rodea y para posponer la descomposición mientras le sea posible.

Lo que vemos bajo los focos es un bebé pidiendo a gritos una teta que chupar. Es una cebra o un conejo que chilla mientras lo despedazan los lobos.

Esto no es un simple número de música y baile; es una atrevida y estridente declaración que se aúlla a sí misma a la cara vacía de la muerte.

Delante de nosotros se pasea algo más que los personajes pasados de la señorita Kathie: la
mujer de Gunga Din
o la
mujer del jorobado de Notre Dame
o la
mujer del último mohicano
.

Nadie más que yo misma y
Terrence Terry
se está fijando en el sudor que empapa a mi señorita Kathie. O en la forma temblorosa y nerviosa en que los ojos le van de un lado a otro, en un intento de vigilar hasta el último asiento de la orquesta y de los palcos. Por una vez en la vida, no son los críticos lo que ella más teme, no es
Frank S. Nugent
del
New York Times
ni
Howard Barnes
del
New York Herald Tribune
, ni
Robert Garland
del
New York American
.

Jack Grant
de
Screen Book
,
Gladys Hall
y
Katherine Albert
de la revista
Modern Screen
,
Harrison Carroll
del
Los Angeles Herald Express
... una verdadera legión de críticos se dedica a tomar notas embelesadas y a exprimirse el cerebro en busca de más superlativos. También los columnistas
Sheilah Graham
y
Earl Wilson
, una panda que cualquier otra noche y en cualquier otro local constituirían eso que
Dorothy Kilgallen
llama un «jurado de víboras», esta noche esos amargados de deshacen en elogios.

Yo también estoy tomando notas en mi asiento, plasmando este triunfo. Porque esta noche no es solo un éxito para la señorita Kathie y para Lilly Hellman, sino también una victoria personal para mí. La sensación se parece a ver caminar de nuevo a mi propia criatura lisiada.

A mi lado, Terry me dice en voz baja que ha llamado el productor
Dick Castle
, intentando pescar ya los derechos de adaptación al cine. Mirando fijamente cómo meneo los pies al compás de la música, me sonríe y me dice en voz baja:

—¿Desde cuándo te has convertido en
Eleanor Powell
?

Sus manos tensas no paran de sacar una constante sucesión de
peladillas
de una bolsita de papel y llevárselas a la boca.

En el escenario, mi señorita Kathie canta a grito pelado otro éxito seguro destinado a ser disco de oro, envolviéndose con la bandera chamuscada y ondeante del
USS Arizona
. Corriendo de la izquierda del escenario a la derecha, hace gala de los forcejeos aterrados y frenéticos de un animal que ha caído en una trampa. O de una mariposa atrapada en una telaraña. Entre los centelleos de las lentejuelas y de su luminosa sombra de ojos, con el pelo teñido y esculpido más allá de los sueños escabrosos de un pavo real, la sonrisa que tiene en la cara no es más que un rictus boquiabierto y rechinante que se contorsiona de ira contra la proximidad de la muerte. Abriendo los ojos como platos en una mueca de entusiasmo forzado, la señorita Kathie ejecuta dando tumbos los números sucesivos de baile, llevando a cabo una denegación frenética, salvaje y enloquecida de la muerte inminente.

Todos sus gestos van destinados a mantener a raya a un atacante invisible, a repeler eso que no se ve. Cada uno de sus parones, agachamientos, estiramientos y deslizamientos constituye una lucha, una elusión y una evasión de su destino fatídico. Aporreando los tablones, mi señorita Kathie gira como un derviche frenético, vocinglero y convulso que suplica que lo dejen vivir una hora más. Y si tan animada, vivificada y alegre está en estos momentos, es precisamente por lo cerca que acecha la muerte.

Entre bastidores, ansiando unos bises que sabe que el público va a exigir,
Dore Schary
ya está planeando tirar la bomba atómica sobre
Nagasaki
. Para el segundo y el tercer bis, ha elegido
Tokio
y
Yokohama
.

Según
Walter Winchell
, la misma
Segunda Guerra Mundial
no fue más que un bis de la primera.

En el escenario, la señorita Kathie ejecuta un violento y furioso paso
Búfalo
y lo enlaza con un
Suzy Q
mientras cae
Manchuria
.
Hong Kong
y
Malasia
son derrocados. Caracterizado de
Ho Chi Minh
,
Mickey Rooney
guía al
Viet Minh
a la batalla. La
operación Doolittle
provoca una lluvia de fuego sobre
Nora Bayes
.

Y en el asiento contiguo al mío,
Terrence Terry
se agarra la garganta con las dos manos y cae muerto al suelo.

ACTO 3, ESCENA 1

Abrimos la escena siguiente con el acorde estridente y retumbante de un órgano de iglesia. El acorde se prolonga y se funde con la melodía de la marcha nupcial de
Felix Mendelssohn
. A medida que la escena toma forma, vemos a mi señorita Kathie con vestido de novia, de pie en una salita dominada por una enorme y colorida vidriera. Al otro lado de una puerta abierta, distinguimos el interior arqueado y cavernoso de una catedral, con las hileras interminables de bancos abarrotadas de gente.

Una pequeña constelación de estilistas orbita alrededor de la señorita Kathie.
Sydney Guilaroff
y
M. La Barbe
le quitan pelos de la ropa y le atusan los costados del prístino moño.
Max Factor
le da los últimos retoques a su maquillaje. Mi cargo no es dama de honor ni niña que lleva las flores. Oficialmente no formo parte de la boda, pero aun así le sacudo la cola del vestido a la señorita Kathie y se la extiendo del todo. En el fondo de la iglesia, le digo que sonría y le pongo el dedo entre los labios para quitarle la mancha de pintalabios que tiene en uno de los incisivos superiores. Le paso el velo por encima de la cabeza y le pregunto si está segura de que quiere hacer esto.

Con los ojos de color violeta refulgiendo bajo la maraña de encaje belga, tan luminosos como si fueran flores bajo una capa de escarcha, la señorita Kathie dice:


C’est la vie
—dice—. Que quiere decir «Pues sí» en ruso.

Con gesto impulsivo, le levanto el velo y me inclino hacia delante para plantarle un beso en la mejilla maquillada. Mi boca encuentra un sabor a perfume
Mitsouko
y a polvos de talco. Apartando la cabeza y girando la cara, suelto un estornudo.

Mi querida señorita Kathie dice:


Ich liebe dich
. —Y añade—: Que quiere decir
«Gesundheit
» en francés.

De pie cerca de nosotros, ataviada con un vestido de día de color gris paloma,
Lillian Hellman
chasquea los dedos —una vez, dos y tres— y señala con la cabeza los bancos llenos de invitados. Lilly ofrece su brazo y lo entrelaza con el de la señorita Katherine para llevarla al frente del pasillo central de la iglesia. Con los brazos enfundados en unos guantes blancos y largos hasta el codo, la señorita Kathie sostiene en las manos enguantadas un ramo de flores blancas, rosas, fresias y campanillas de invierno. Los
Niños Cantores de Viena
cantan
«Some Enchanted Evening
».
Marian Anderson
canta
«I’m Just a Girl Who Can’t Say No
». La
Orquesta de Sammy Kaye
toca
«Greensleeves
» mientras la señorita Kathie, enfundada en satén reluciente y encaje blanco, da un paso lento, otro paso lento y a continuación otro, alejándose de mí, dejándome. Cogida del brazo de Lilly, se aproxima con pasos cautelosos al altar, donde la espera
Fanny Brice
en calidad de dama de honor casada.
Louis B. Mayer
aguarda para oficiar la ceremonia. Una enramada se arquea por encima de sus cabezas, llena de incontables rosas rosadas
Nancy Reagan
y lirios amarillos entrelazados. Entre las flores acecha una espesura de cámaras de informativos y micrófonos jirafa.

La señorita Kathie recorre eso que
Walter Winchell
llama «la milla de la novia» vestida de lo que
Sheilah Graham
llama «blanco muy roto» y transmitiendo lo que
Hedda Hopper
llama «una amenaza velada».

«Algo viejo, algo nuevo, algo prestado», escribiría
Louella Parsons
en su columna, «y algo que huele a gato encerrado.»

La señorita Kathie parece ansiosa por ponerse a sí misma eso que
Elsa Maxwell
llama «los grilletes nupciales».

En el altar aguarda con impaciencia el padrino,
Lon McCallister
, de pie junto a un par de ojos castaños. El novio del año: el atribulado, demacrado y lleno de cicatrices
Webster Carlton Westward III
.

Entre los invitados que abarrotan el lado de la iglesia reservado a la novia se encuentran
Kay Francis
y
Donald O’Connor
,
Deanna Durbin
y
Mildred Coles
,
George Bancroft
y
Bonita Granville
, además de
Alfred Hitchcock
,
Franchot Tone
y
Greta Garbo
, toda la gente que no asistió al funeral del pequeño
Amoroso
.

Tal como diría la
Metro-Goldwyn-Mayer
, «más estrellas que en el cielo».

De camino al altar, mi señorita Kathie echa miradas y lanza besos a
Cary Grant
y a
Theda Bara
. Saluda con una mano enguantada a
Arthur Miller
y a
Deborah Kerr
y a
Danny Kaye
. A través de su velo, sonríe a
Johnny Walker
, a
Laurence Olivier
, a
Randolph Scott
y a
Freddie Bartholomew
, a
Buddy Pepper, Billy Halop, Jackie Cooper
y a una diminuta
Sandra Dee
.

Posando su mirada en un bigote familiar, la señorita Kathie suspira:

—¡
Groucho
!

Es a través de un velo que mi querida señorita Kathie se parece más a ella misma. Igual que alguien que te echa una mirada desde la ventanilla de un tren, o desde la otra acera de una calle ajetreada, con la cara desdibujada al otro lado de los coches que pasan a toda velocidad, una cara con la que en ese instante te casarías y con la que te imaginas viviendo feliz para siempre. Una cara equilibrada y serena, tan llena de potencial y de posibilidades que parece la respuesta a todos tus males. El mero hecho de mirarla a los ojos de color violeta parece una bendición.

En el sótano de este mismo edificio, en el interior de la cripta que alberga a su antiguo «des-marido», el
señor don Oliver «Red» Drake
, junto a las cenizas de
Lotario
y
Romeo
y
Amoroso
, en medio de los cascos de las botellas vacías de champán, ahí abajo aguarda el espejo que contiene todos los secretos de ella. El espejo desfigurado de
Dorian Gray
, erigiéndose en máscara funeraria mientras el mundo se dedica a matarla un poco más todos los años. Esa red de cicatrices que yo misma he grabado usando el mismo diamante
Harry Winston
que ahora el espécimen Webster le está poniendo en el dedo a ella.

BOOK: Al desnudo
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