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Authors: Chuck Palahniuk

Tags: #Humor, Relato

Al desnudo (17 page)

BOOK: Al desnudo
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Cuando
Photoplay
publicó el reportaje fotográfico de seis páginas que mostraba el interior de la casa de la señorita Kathie, fueron mis manos las que les hicieron el pulcro dobladillo de hospital a las sábanas de todas las camas. Cierto, las fotografías mostraban a la señorita Kathie con un delantal atado a la cintura y arrodillada para fregar el suelo de la cocina, pero antes yo ya había limpiado y encerado todos los azulejos. Son mis manos las que crean sus ojos y sus pómulos. Yo depilo y delineo sus famosas cejas. Lo que ven ustedes es una colaboración. Solo cuando nos combinamos la una con la otra, la señorita Kathie y yo componemos una única persona extraordinaria. El cuerpo de ella y mi visión.

—Como profesora —dice el maestro de ceremonias—,
Katherine Kenton
ha llevado a innumerables alumnos sus lecciones de paciencia y trabajo duro...

Mientras transcurre este tedioso monólogo, pasamos por fundido a un flashback: un día de sol reciente en el parque. Igual que en la anterior fantasía borrosa de asesinato, la señorita Kathie y
Webster Carlton Westward III
pasean cogidos de la mano hacia el zoo. En un plano medio, vemos que la señorita Kathie y Webb se acercan a la barandilla que rodea un foso lleno de osos pardos de caminar pausado. La señorita Kathie agarra la barandilla de metal tan fuerte que se le ponen los nudillos todos blancos, y la cara se le queda tan paralizada por la proximidad de los osos que lo único que revela su terror es una vena que le late y le tiembla, asomando bajo la piel de su cuello. Oímos el ruido ambiental de las canciones de los niños. Oímos los rugidos de los tigres y los leones. Las risas de las hienas. Algún pájaro selvático o mono aullador declara su existencia chillando un galimatías enloquecido. Nuestro mundo entero, siempre batallando contra el silencio y el anonimato de la muerte.

Trino, graznido, rebuzno
...
George Gobel
.

Mugido, maullido, rezongo
...
Harold Lloyd
.

En lugar de verse difuminado, este flashback está filmado en un estilo cinema verité lleno de ecos y de grano en la imagen. La única fuente de luz, el sol vespertino, arranca destellos de la lente de la cámara, inundando la escena de centelleos fugaces. Los osos pardos caminan torpemente y braman entre las rocas escarpadas de más abajo. Fuera de plano oímos a un pavo real gritar y gritar con la misma voz histérica de una mujer a la que están matando a puñaladas.

Por encima de todos estos ruidos ambientales, seguimos oyendo la voz lejana del maestro de ceremonias:

—Le otorgamos este doctorado honoris causa en humanidades no tanto a modo de reconocimiento de lo que ella ha aprendido, sino como gesto de agradecimiento, de nuestro agradecimiento más sincero, por lo que
Katherine Kenton
nos ha enseñado...

Emergiendo a la superficie de la banda sonora del zoo, oímos unos débiles latidos cardiacos. El
pom-pom
,
pom-pom
continuo suena acompasado con el latido frenético de la vena del cuello de la señorita Kathie, justo debajo de su mandíbula. A medida que se van apagando los ruidos de los animales y el parloteo de la gente, el latido aumenta de volumen. El corazón late más deprisa y más alto; los tendones asoman bajo la piel del cuello de la señorita Kathie, revelando su terror interior. Cada vez son más las venas y tendones que le tiemblan y le laten en el dorso de las manos aferradas a la barandilla del foso de los osos.

De pie ante la barandilla, al lado de la señorita Kathie, el espécimen Webster levanta el brazo para pasárselo a ella por detrás de los hombros. A ella el corazón le va a mil. El pavo real chilla. En cuanto el brazo de Webb se apoya en sus hombros, la señorita Kathie suelta la barandilla. Usa las dos manos para agarrar la mano que Webb le ha dejado colgando junto a la cara, tira bruscamente de la muñeca hacia abajo y, haciendo una llave de judo, lanza a Webster por encima de la espalda de ella. Por encima de la barandilla. Al interior del foso.

La imagen vuelve a fundir con los bastidores del escenario, con el momento presente, mientras oímos el rugido de un oso pardo y el grito débil de un hombre. La señorita Kathie está de pie bajo la débil luz que llega reflejada del maestro de ceremonias. Con la piel del cuello en reposo, sin latidos, sin mover nada más que los labios pintados, me dice:

—¿Has encontrado alguna versión nueva del manuscrito?

En la pared del fondo del escenario, ella aparece como la
mujer de Leonardo da Vinci
, como la
mujer de Stephen Foster
y como la
mujer de Robert Fulton
.

Cualquier entrevista, y de hecho cualquier campaña de promoción, equivale a eso que se llama «cita a ciegas» con un desconocido, durante la cual una flirtea y bate las pestañas y trata por todos los medios de que no se la follen.

En realidad, el grado de éxito de una persona depende de con qué frecuencia sea capaz de decir la palabra «sí» y oír la palabra «no». De todas esas veces en que ves tus esfuerzos frustrados y aun así perseveras.

Por medio del hecho de filmar esta escena con el mismo público y escenario que la anterior, estamos sugiriendo que todas las ceremonias de entrega de premios no son más que trampas encantadoras cuyo cebo es un reluciente elogio en forma de placa de plata. Trampas mortales cuyo cebo son los aplausos.

Yo me agacho para desenroscar el tapón de un termo, no el que está lleno de café solo, ni tampoco el que está lleno de vodka helado, ni tampoco el frasco hermético lleno de píldoras de
valium
, que traquetea como si fuera una maraca de
Carmen Miranda
. Abro otro termo y saco con las puntas de los dedos el delgado fajo de páginas que hay enrollado y embutido en el interior. En la cabecera de cada página hay impreso el título
Esclavos del amor
. El tercer borrador. Le doy las páginas a ella.

Mi señorita Kathie se queda mirando las palabras mecanografiadas con los ojos fruncidos.

—No veo tres en un burro. Necesito mis gafas. —Y me devuelve los papeles, diciendo—: Léemelas tú. Quiero que me digas cómo voy a morir...

Y de repente oímos una salva de aplausos procedente del público.

ACTO 2, ESCENA 6

—«El día en que se frió hasta morir entre dolores horribles —leo yo en off—, mi amada
Katherine Kenton
disfrutó de un exuberante baño de burbujas.»

Igual que en las anteriores secuencias en que hemos oído leer en voz alta el último capítulo de
Esclavos del amor
, vemos a las versiones más jóvenes e idealizadas de la señorita Kathie y de Webb, retozando en la cama, en una versión difuminada y neblinosa de su alcoba. Mi voz en off sigue leyendo mientras la pareja de la fantasía deja de hacer el amor y los dos caminan lentamente con sus largas piernas, como si estuvieran en trance, hasta el cuarto de baño anexo al dormitorio.

—«Tal como era su costumbre —lee mi voz—, después de cada extenuante contacto oral con mi romántico mástil de amor, Katherine se enjuagaba el delicado paladar con un trago de agua de colonia y se aplicaba esquirlas de hielo resplandeciente en la garganta esbelta y traumatizada.

»Después de abrir los grifos —continúa la voz en off—, para llenarle de agua humeante y espumeante la profunda bañera de mármol rosado, añadí las sales del baño y se empezaron a formar densas montañas de espuma. Mientras yo preparaba tan exuberantes abluciones, mi querida Katherine me dijo: “Webster, cariño, los litros de esencia de amor que chorreas en el clímax de la pasión oral tienen un sabor más embriagador que si me estuviera atracando con el más delicioso de los chocolates europeos”. Mi amada se tapó recatadamente la boca con el puño para eructar, a continuación tragó y dijo: “Todas las mujeres deberían probar tus deliciosas emisiones”.»

La versión borrosa e idealizada de la señorita Kathie cierra los ojos de color violeta y se relame.

—«Bajando con cuidado infinito sus sensuales piernas de seda —sigue leyendo mi voz en off—, Katherine sumergió los muslos salpicados y dejó que su aclamado pubis descendiera hasta hundirse en las nubes hirvientes de color blanco iridiscente. El líquido caliente le lamió las nalgas relucientes y le salpicó el busto de seda. Los vapores neblinosos se arremolinaban y el perfume llenaba la sensual atmósfera del cuarto de baño.»

Mi voz continúa leyendo:

—«Corría el año en que, de cada dos canciones que sonaban por la radio, una era
Mitzi Gaynor
cantando “
On the Atchinson, Topeka and the Santa Fe
”, y mi señorita Kathie tenía un transistor
RCA
de gran tamaño convenientemente situado cerca del borde de la bañera de mármol rosado, con el dial sintonizado para emitir baladas románticas y el recio cable eléctrico conectado a un enchufe de la pared».

Vemos un plano inserto del transistor en cuestión, apoyado en el borde de la bañera, tan cerca del agua que el vapor se condensa en forma de gotas de sudor sobre el estuche de madera de la radio.

—«Además —continúa mi voz—, un atractivo surtido de lámparas eléctricas, todas equipadas con sutiles bombillas tintadas de color rosa, y con su favorecedora luz filtrada por pantallas de cuentas, bordeaba también el exuberante baño de burbujas.»

Una lenta panorámica revela un bosque de lámparas, bajas y altas, apoyadas en el amplio reborde de la enorme bañera. Un enredo negro de cables eléctricos serpentea desde las lámparas hasta los enchufes de la pared. Muchos de estos gruesos cables, en los que casi se ve latir la corriente eléctrica, están deshilachados.

—«Sumergida hasta el esbelto cuello en las fragantes burbujas de la espuma —continúa la voz en off—, Katherine soltó un gemido de satisfacción. Y en ese momento de inestimable felicidad compartida, mientras emitía el encantador
Gran vals brillante
de
Frédéric Chopin
, el transistor se resbaló de su peligroso lugar de apoyo. Y por un simple accidente también se cayeron todas las lámparas, hundiéndose en las profundidades de las acogedoras aguas y escaldando en vida a mi amada entre chillidos, como si fuera un torturado y agonizante huevo...»

La cámara muestra cómo los borbotones de espuma perfumada se inflan y se elevan para enmascarar la centelleante y chisporroteante escena mortal. Y mi voz lee:

—«Fin».

ACTO 2, ESCENA 7

Regresamos por corte al auditorio del lujoso teatro de Broadway, donde una bomba japonesa acaba de explotar, rociando de metralla a un
Dwight D. Eisenhower
interpretado por
Yul Brynner
. El
USS Arizona
se escora hacia estribor y amenaza con volcar encima de
Vera-Ellen
, que es quien canta el papel de
Eleanor Roosevelt
. El
USS West Virginia
se desploma encima de
Neville Chamberlain
y la
Liga de Naciones
.

Mientras los cazas Zero bombardean a
Ivor Novello
, mi señorita Kathie trepa al trinquete del acorazado, amenazada por la artillería antiaérea y por
Lionel Atwill
y agarrando con los dientes la anilla de una granada de mano. Con una sacudida de la cabeza, la señorita Kathie arranca la anilla y traza un arco con el brazo para arrojar la granada, pero le sale el tiro demasiado largo. La piña de hierro forjado no acierta a alcanzar a
Hirohito
y en cambio le atiza en toda la cabeza a
Romani Romani
, que está en la sección de cuerdas del foso de la orquesta.

Desde un asiento del público, en el centro de la quinta fila, una voz grita:

—¡Oh, parad, me cago en la puta!
—Lillian Hellman
se pone de pie, blandiendo una copia enrollada de la partitura y hendiendo el aire con ella como si fuera una fusta. Lilly grita—: ¡Parad ya! ¡Estáis haciéndole un masaje al enemigo!

En el escenario, el Ejército Imperial Japonés tarda un momento en detenerse. Los marineros muertos que hay dispersos por la cubierta del
USS Tennessee
se ponen de pie y menean la cabeza a los lados para estirar los doloridos cuellos. El
alférez Joe Taussig
lleva al
USS Nevada
de vuelta al puerto mientras Lilly se encarama al proscenio. Con sus gotitas de saliva centelleando a la luz de las candilejas, grita:

—¡Tienes que hacer un
fouetté en tournant
cuando lances la granada, estúpida de mierda! —Para hacer una demostración, Hellman se planta sobre la punta temblorosa de un pie y se impulsa dando una patada para girar sobre sí misma. Y mientras da patadas al aire y gira, sigue gritando—:Y tienes que dar
una vuelta entera
, no solo media...

En contraplano, vemos a
Terrence Terry
y a mí misma sentados en las butacas del fondo, rodeados por un surtido de bolsas de tela, sombrereras y niños no deseados. En toda la sala no hay más asientos ocupados. Terry especula con la posibilidad de que la señorita Kathie esté errando todo el tiempo el tiro de la granada de forma intencionada. Su anterior granada de mano ha impactado en
Barbara Bel Geddes
. Y el lanzamiento anterior le ha rebotado en toda la cabezota a
Hume Cronyn
. Si Webster tiene planeado matarla en la cumbre de un nuevo éxito teatral, explica Terry, entonces no tiene demasiado sentido que la señorita Kathie derrote al malvado
emperador Showa
. Las reseñas entusiastas de la noche del estreno únicamente le supondrán más peligro.

En el escenario, Lilly Hellman ejecuta un
pas de bourée
perfecto al mismo tiempo que con su pistola le pega un tiro entre los ojos a
Buddy Ebsen
.

La Hellman le da la pistola a la señorita Kathie y le dice:

—Ahora inténtalo tú.

La pistola se dispara y mata accidentalmente a
Jack Elam
. Otra bala rebota en el
USS New Jersey
y deja herida a
Cyd Charisse
.

Yo me dedico a tomar notas en un cuaderno que tengo en el regazo. Con la cabeza gacha sobre mi trabajo. Debajo del cuaderno tengo escondida la última revisión de
Esclavos del amor
, la que incluye el cuarto borrador del último capítulo. Otra situación distinta al atropello del autobús, al oso pardo y a la electrocución en el baño de burbujas.

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