Al desnudo (14 page)

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Authors: Chuck Palahniuk

Tags: #Humor, Relato

BOOK: Al desnudo
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Mugido, maullido, zumbido...
Leyenda del cine anciana y solitaria seducida por asesino
.

Me dice que ha descubierto la pila de papeles al abrir una de las maletas de Webb. Que él ha escrito una biografía sobre los ratos románticos que han pasado juntos. La señorita Kathie empuja el legajo hacia mí y me dice:

—Lee las cosas que dice...

Inmediatamente me aparta las páginas de las manos, se encorva sobre ellas y, echando vistazos a un lado y otro, me dice en voz baja:

—Aunque las partes en las que yo le permito al señor Westward que tenga relaciones anales conmigo son un invento total y flagrante.

Una versión anciana de
Anthony Quinn
le da una palmada a un reloj, deteniendo uno de los cronómetros y poniendo el otro en marcha.

La señorita Kathie vuelve a empujar las páginas hacia mis manos y luego las aparta de golpe, susurrando:

—Y solo para que lo sepas, la escena en que le practico sexo oral al señor Westward en el lavabo del
Sardi’s
también es una mentira podrida...

Ella vuelve a mirar a su alrededor y murmura:

—Léelo tú misma. —Y empuja el fajo de páginas por encima del tablero de ajedrez, en dirección a mí. De repente las vuelve a apartar y dice—: Pero no te creas la parte en la que cuenta esa cosa atroz que yo hago con el paraguas por debajo de la mesa en
Twenty-one
...

Terrence Terry
ya predijo esto: que un joven atractivo entraría en la vida de la señorita Kathie y se quedaría el tiempo justo para reescribir la leyenda de ella en provecho propio. Que daba igual lo inocente que fuera su relación; él se limitaría a esperar a la muerte de ella para poder publicar su escabroso y sórdido relato. No hay duda de que algún editor ya le habrá dado a este tipo un contrato y le habrá pagado un considerable adelanto de dinero en concepto de royalties de ese futuro superventas que saque a relucir los trapos sucios. Lo más seguro es que la mayor parte de ese libro espantoso ya esté compuesto. Que la portada ya esté diseñada e impresa. En cuanto llegue el día en que se muera la señorita Kathie, las mentiras de mal gusto de ese parásito encantador reemplazarán a cualquier cosa que ella haya conseguido en la vida. Igual que
Chris tina Crawford
manchó para siempre la leyenda de
Joan Crawford
. Igual que
B. D. Merrill
se cargó la reputación de su madre,
Bette Davis
, y que
Gary Crosby
ensució la historia de la vida de su padre,
Bing Crosby
... Será la ruina de la señorita Kathie a los ojos de mil millones de fans.

El tipo de tomo que
Hedda Hopper
suele llamar «birriografía».

Alrededor del pabellón de ajedrez, una brisa corre entre los sauces, arrancando el aplauso de millones de hojas. Una versión marchita de
Will Rogers
estira su vieja mano de
Phil Silvers
para hacer que el rey blanco avance una casilla. Cerca de nosotros, un anciano
Jack Willis
toca un caballo negro y dice:


J’adoube
.

—Eso es francés —dice la señorita Kathie—. Quiere decir
tout de suite
.

Negando con la cabeza mientras mira el manuscrito, me dice:

—No te creas que yo andaba husmeando. Solo estaba buscando cigarrillos. —Mi señorita Kathie se encoge de hombros y dice—: ¿Qué podemos hacer?

No será libelo hasta que el libro salga publicado, y Webb no tiene intención de publicarlo hasta que ella esté muerta. Entonces será la palabra de él contra la de ella; el problema es que para entonces mi señorita Kathie ya habrá sido encajonada, incinerada y sepultada en compañía de
Amoroso
y del
señor don Oliver «Red» Drake
y de todas las botellas vacías de champán, lo que se llama «soldados muertos», dentro de su cripta.

La solución es simple, le digo yo. Lo único que la señorita Kathie debe hacer es tener una vida muy, muy larga. La respuesta es tan simple como... no morirse.

Y empujando las páginas del manuscrito por encima del tablero de ajedrez, pasándomelas a mí, la señorita Kathie dice:

—Oh, Hazie, ojalá fuera así de simple.

Centradas en la página del título, hay impresas las siguientes palabras:

Esclavos del amor: unas memorias muy íntimas

de mi vida con Kate Kenton

Autor y copyright:

Webster Carlton Westward III

No es ninguna historia inacabada, dice la señorita Kathie. Esta versión ya incluye el capítulo final. Devolviendo el legajo de papeles a su lado de la mesa, le da la vuelta y pone las últimas páginas boca arriba. Solo cuando llega cerca del final, con la voz reducida a un débil susurro, se pone a leer en voz alta:

—«En el último día de su vida, Katherine Kenton se vistió con un esmero especial...».

Los ancianos dan palmadas a sus relojes para detenerlos.

Y mi señorita Kathie me susurra los detalles de la muerte que va a sufrir muy pronto.

ACTO 2, ESCENA 1

Katherine Kenton
continúa leyendo en off. Al principio seguimos oyendo los ruidos del parque, con el traqueteo de la carrozas de caballos y la barahúnda del tiovivo, pero estos ruidos se van apagando hasta desaparecer. Al mismo tiempo el plano funde a una escena de la señorita Kathie y
Webster Carlton Westward III
descansando en la cama de ella. Seguimos oyendo la voz de la señorita Kathie leyendo, a modo de transición sonora con la escena anterior: «... En el último día de su vida, Katherine Kenton se vistió con un esmero especial...».

La voz en off continúa leyendo la «birriografía» escrita por Webb: «Hicimos el amor de forma más conmovedora de lo normal. Sin que pareciera haber ninguna razón especial, los músculos de su hermosa y experimentada vagina se aferraban a mi carnoso mástil del amor, exprimiendo los últimos jugos de mi pasión. Un vacío, como una inquietante metáfora, ya se había formado entre nuestras superficies mojadas y exhaustas, entre nuestras bocas, nuestra piel y nuestras partes íntimas, requiriendo un esfuerzo extra para separarnos el uno del otro».

Sin dejar de leer del último capítulo de
Esclavos del amor
, la voz en off de la señorita Kathie dice: «Hasta nuestros brazos y piernas se mostraban reticentes a desligarse, a desenredarse de la maraña de sábanas húmedas. Yacíamos pegados el uno al otro por las cualidades adhesivas de los fluidos que habíamos emitido. Nuestro ser común fusionado hasta convertirse en un único organismo vivo. Las copiosas secreciones nos contenían como una segunda piel mientras nosotros yacíamos abrazados en la resaca persistente de nuestras sensuales cópulas».

A través de los gruesos filtros de estrella, la escena de la alcoba se ve difuminada. Casi como si una espesa niebla o neblina llenara el dormitorio. Los amantes se mueven a una somnolienta velocidad de cámara lenta. Al cabo de un momento vemos que el dormitorio es el de la señorita Kathie, pero que el hombre y la mujer son versiones más jóvenes e idealizadas de Webster y Katherine. Como si fueran bailarines, se levantan y se arreglan —la mujer se cepilla el pelo y se enfunda las piernas en las medias, el hombre se abrocha los puños, ensartando los gemelos, y se sacude la pelusa de los hombros— con esa gestualidad exagerada y estilizada de una
Agnes de Mille
o una
Martha Graham
.

La voz de la señorita Kathie sigue leyendo: «Solo la sugerente promesa de una reserva para cenar en el
Cub Room
, un ágape a base de
langosta Thermidor
y
filete Diana
en la compañía deslumbrante de
Omar Sharif
,
Alla Nazimova
,
Paul Robeson
,
Lillian Hellman
y
Noah Berry
nos obligó a levantarnos y vestirnos para la excitante velada que nos aguardaba».

Mientras la voz en off continúa, los amantes se visten. Parecen orbitar el uno en torno al otro, cayendo una y otra vez en los brazos del amante y separándose de nuevo.

«Mientras me ponía un esmoquin cruzado de
Brooks Brothers
—sigue leyendo la voz en off—, me imaginaba una sucesión infinita de veladas como aquella, extendiéndose hacia nuestro futuro de amor compartido. Katherine se acercó para anudarme la pajarita blanca y me dijo: “Tienes el pene más grande y hábil que existe sobre la Tierra”. Recuerdo aquel momento con nitidez.»

La voz en off continúa: «Mientras me insertaba una orquídea blanca en el ojal, Katherine me dijo: “Me moriría si no te tuviera a ti para sondar mis profundidades marinas”».

«Mirando hacia atrás, pienso —dice la voz en off de la señorita Kathie—, que ojalá aquello fuera verdad.»

Mientras las versiones idealizadas de Katherine y Webster siguen intercambiando caricias, la voz en off dice: «Le abroché la espalda de su tentador vestido de
Valentino
y le ofrecí mi brazo para llevarla fuera de la alcoba y acompañarla por la escalinata de su elegante residencia hasta la ajetreada calle, donde tal vez pudiera pararle un taxi de los que pasaban».

Los amantes idealizados salen de la alcoba como si flotaran y bajan por la escalinata de la casa, cogidos de la mano; cruzan flotando el vestíbulo y descienden los escalones de entrada hasta la acera. En contraste con sus lánguidos movimientos, el tráfico de la calle va y viene a toda velocidad, emitiendo un rugido ominoso, una barahúnda de camiones y taxis, tan deprisa que se ven borrosos.

«Mientras la marea de vehículos pasaba zumbando a nuestro alrededor —lee la voz en off—, casi invisible de tan deprisa que iba, yo planté una rodilla en la acera.»

La versión idealizada de Webb se arrodilla ante la versión idealizada de la señorita Kathie.

«Cogiendo su límpida mano, le pregunté si ella, la más gloriosa reina de la cultura dramática, querría desposarse conmigo, un mero mortal presuntuoso...»

A cámara lenta y un poco borrosa, la versión idealizada de Webb levanta la mano de la versión idealizada de Katherine hasta que los largos y finos dedos de ella tocan los labios fruncidos de él. Él la besa en los dedos, en el dorso de la mano y en la palma.

La voz en off continúa: «En aquel momento de felicidad tremenda, mi amada Katherine, el único gran ideal del siglo XX, tropezó con el traicionero bordillo de la acera...».

A tiempo real, vemos el destello de un parachoques metalizado y de la rejilla de un radiador. Oímos el crujido de unos frenos y el chirrido de unos neumáticos. Retumba un chillido.

«... Y se cayó —sigue leyendo la voz en off—, en plena trayectoria letal de un autobús que pasaba a toda velocidad.»

Sin dejar de leer
Esclavos del amor
, la voz en off de la señorita Kathie dice: «Fin».

Ladrido, mugido, maullido
...
Telón
.

Gruñido, rugido, rezongo
...
Fundido a negro
.

ACTO 2, ESCENA 2

Webb tiene planeado matarla esta misma noche. Esta noche tienen una reserva para cenar en el
Cub Room
con
Alla Nazimova
,
Omar Sharif
,
Paul Robeson
y...
Lillian Hellman
. Sus planes consisten en pasar la tarde juntos, vestirse tarde y coger un taxi hacia el restaurante. La señorita Kathie me entrega el manuscrito y me dice que lo vuelva a meter discretamente en la maleta de Webb, allí donde estaba escondido: por debajo de su camisa pero por encima de sus zapatos, remetido en un rincón.

Esta escena empieza con un plano muy largo del pabellón de ajedrez que corona las rocas del
Kinderberg
. Vistas a lo lejos, mi señorita Kathie y yo somos sendas figuras diminutas que bajan lentamente por un sendero que sale del pabellón, diminutas sobre el fondo de los rascacielos, perdidas en el paisaje gigantesco, y sin embargo nuestras voces se oyen claras y nítidas. A nuestro alrededor, el estruendo y las sirenas de la ciudad se han silenciado.

Caminando a lo lejos, lo único que se ve de nosotras es un par de figuras que se mantienen juntas. Siempre en el centro de este plano larguísimo. A nuestro alrededor las figuras solitarias y distantes hacen footing, patinan y pasean, pero la señorita Kathie y yo nos movemos por el campo visual al mismo ritmo constante: dos puntos que se desplazan en línea recta como si fueran una sola entidad, caminando con pasos lentos e idénticos. En tándem. Con pasos de la misma longitud.

Mientras nuestras figuritas minúsculas cruzan el amplio plano, la voz de la señorita Kathie dice:

—No podemos acudir a la policía.

Mi voz le contesta preguntándole por qué no.

—Y tampoco le tenemos que mencionar esto a nadie de la prensa —dice la señorita Kathie.

Su voz continúa:

—No pienso verme humillada por un escándalo.

No es ningún crimen escribir la historia del fallecimiento de alguien, dice ella, sobre todo si es una estrella del cine, una figura pública. Por supuesto, la señorita Kathie podría poner una orden de alejamiento alegando que Webb la ha maltratado o la ha amenazado, pero eso convertiría este sórdido episodio en un asunto de dominio público. Una dama avejentada del cine embaucada para teñirse el pelo, ponerse a dieta e ir de discotecas; parecería aquella vieja estúpida de la novela corta de
Thomas Mann
.

Aunque no la matara Webb, lo haría la prensa sensacionalista.

Casi invisibles a lo lejos, seguimos caminando a lo ancho de este plano larguísimo. Alrededor el parque se sume en el crepúsculo. Pese a todo, las manchas gemelas que somos nosotras se mueven a la misma velocidad constante, ni más de prisa ni más despacio. Mientras caminamos, la cámara nos sigue, manteniéndonos siempre en el centro mismo del plano.

Un reloj da las siete. Es el reloj de la torre del zoo del parque.

La reserva de la cena es para las ocho en punto.

—Webb ya ha terminado de escribir ese libro espantoso —dice la voz de la señorita Kathie—. Por mucho que yo se lo eche en cara, por mucho que yo evite su conspiración de esta noche, puede que sus planes no se terminen ahí.

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