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Authors: Milena Agus

Tags: #Romántico

Alice (8 page)

BOOK: Alice
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—Después de más de treinta años, vuelve a tocar usted en público —le decía el periodista y le preguntaba—: ¿Lo ha convencido su mejor amigo, que para este concierto reunirá a los más grandes intérpretes de jazz del mundo? En el teatro Châtelet de París se han agotado las entradas. Mr. Johnson, ¿cree usted que los auténticos aficionados al jazz, aunque no hayan vuelto a verlo, nunca han dejado de escucharlo?

—Claro que han dejado de escucharme.

—¿Y lo lamenta?

—No era mi destino ser rico y famoso. No era mi destino porque no estaba en mi naturaleza y porque no era lo bastante bueno para un destino así. En los barcos de crucero gano bien y tengo éxito, el éxito justo para mí, limitado a una velada, a unas pocas horas, sin la pretensión de que sea para siempre. Además, me gusta viajar por mar. Son barcos de lujo, pero es un lujo que no tiene que ver con la tripulación, y yo formo parte de la tripulación. Lo único que lamento es que mi camarote nunca tenga, no digo una puerta que dé al puente, pero al menos un ojo de buey. El mar abierto, sobre todo de noche, es hermosísimo. Ya no sabes si antes de zarpar eras hombre, si sigues siéndolo, si te convertirás en hombre. No hay horizontes, no sabes qué vida estás viviendo. Lamento no tener un ojo de buey.

»He aprendido mucho del mar, porque en el mar sientes que el verdadero poder nunca será tuyo. A veces, en alta mar se forma una ligera bruma, una calma, un azul plateado y, de repente, las aguas se encrespan, se vuelven color plomo, se enfurecen y, si el mar quiere, puede tragárselo todo y hacerlo desaparecer.

—Aparte de no tener un ojo de buey, ¿qué otra cosa no le gusta de la vida en los barcos de crucero?

—No me gusta que el capitán pase revista a diario para comprobar si la ropa está en orden y que me llame a capítulo por tonterías como los calcetines desparejados o la camisa mal abrochada.

—En los viejos tiempos nadie se habría atrevido a llamarlo a capítulo por esos motivos.

—La diferencia entre cuando eres rico y famoso y cuando dejas de serlo es que, antes, todas las cosas raras que hacías se consideraban como la libre expresión del genio; después, se tienen por algo fastidioso e insoportable.

—¿Se considera usted un hombre feliz?

—Diría que sí.

—Creo entender que el problema radica en si los demás son felices con usted.

—Me gustaría que lo fueran.

—¿No lo son?

—No.

No me cabía ya ninguna duda, sólo podía ser él, el Mr. Johnson del piso de arriba, nuestro Johnson sénior, que al comienzo de la entrevista había hablado demasiado y al final había empezado a tomarse las preguntas al pie de la letra y a contestar con monosílabos. De hecho, en ese punto concluía la entrevista.

Después, el artículo se refería brevemente a él. Era hijo de un cowboy, un vaquero de Oklahoma, y de una judía francesa, Micol Levi, cuyos padres consiguieron sacarla de París después del armisticio con Alemania. Estudiaba violín en el conservatorio y, con su instrumento por todo equipaje, fue a reunirse con sus parientes americanos, huidos de Europa del Este treinta años antes, tras uno de los numerosos pogromos. En 1910 los demás parientes habían proseguido viaje a Estados Unidos, mientras que los abuelos y los padres de Micol se quedaron en París. En Oklahoma, Micol conoció a Johnson, se enamoró, se casaron y tuvieron un niño al que le puso como nombre su propio apellido, Levi. Mr. Johnson decía que el de sus padres había sido un matrimonio feliz y que él había conocido a su padre al terminar la guerra, porque había nacido en 1941, poco antes de Pearl Harbor.

Micol no volvió a ver nunca a su familia, que se había quedado en Europa, aunque ellos la dieron por muerta de todos modos tras contraer matrimonio con un
goi
, es decir, un gentil.

Subí corriendo a leerle el artículo a Anna. Mientras leía, vi que se ponía de morros.

—¿Por qué pones esa cara? —le pregunté.

—Nunca hubiera imaginado algo semejante. Con lo contenta que estaba.

—¿Y ahora ya no lo estás?

—Johnson júnior me ha traído invitaciones para el concierto, para todos, incluido el novio de Natascia. Los billetes de avión a París, la reserva para tres noches de hotel. ¡París! ¡Ah, París! Con lo contenta que estaba. No veía la hora de contártelo. Ahora ese artículo lo echa todo por tierra.

—¿Y por qué tiene que echarlo todo por tierra?

—Porque un hombre que ha sido famoso, un gran artista, no tiene nada que ver conmigo.

—Y su madre, entonces, judía, parisina, estudiante de violín en el conservatorio, ¿qué tenía ella que ver con el padre, un vaquero de Oklahoma? Y sin embargo, ya lo has oído, fue un matrimonio feliz.

—Pero entonces había guerra. En tiempos de guerra, mi madre ya me lo decía, todo está patas arriba pero parece normal. Además, le da igual que yo vaya a su concierto, ha dicho que con él nadie es feliz. Yo lo soy y no se ha dado cuenta.

—¿Tú sabías que su madre era judía?

—Claro que lo sabía.

—¿Y cómo no me lo dijiste?

—¿Qué tenía que decirte? Levi es Levi, judío o no.

—Yo creía que le habían puesto Levi de nombre como podían haberle puesto cualquier otro. Pero ¿él es judío de religión o es cristiano?

—Todavía no he conseguido entenderlo y no tengo ganas de preguntárselo. Ya sabes lo difícil que es hacerle preguntas a Johnson sénior, porque te contesta al pie de la letra y acabas entendiendo menos que antes.

—¿No come carne porque en Cagliari no hay carnicerías
kosher
?

—No lo creo, es vegetariano porque no soporta que los animales vayan al matadero. De niño se encariñaba con las vacas de la granja y después las veía marchar a la muerte en camiones.

—A lo mejor le hace daño pensar en sus abuelos maternos, que también acabaron en el matadero. ¿Y tú siempre le preparas tortillas?

—No le preparo únicamente tortillas.

—¿Y está circuncidado?

—Oye, que no soy tan tonta.
Ficchetta
, que no voy a caer en tus preguntas con trampa.

Natascia tampoco se lo ha tomado bien. Se ha alegrado por Johnson sénior y está contenta del afecto que siente por nosotros, sus únicos invitados. Pero no puede ir, porque su novio me conocería y seguramente se enamoraría de mí. Natascia dice que todos los amores terminan. La prueba está en que ni siquiera el de su padre por la otra mujer ha durado. Ni el del cocinero por la camarera joven y guapa, ni el del pintor por la mujer de los labios pintados. Sigue diciendo que ella no soportaría más adioses y que debe encontrar la manera de conseguir una cápsula de cianuro para llevarla en un pastillero colgado de una cadenita. Pero no sabe cómo. Natascia me ha hecho jurar que no le diría nada a Johnson júnior, porque la consideraría una estúpida, él nunca ha tenido problemas y no entiende. De todos modos, aunque se lo juré, como medida de seguridad enseguida fui a contárselo todo a Johnson júnior.

—Ah, claro, tenemos todos los elementos de una auténtica tragedia —dijo.

—Natascia ha pensado que antes del concierto se tomará todos los días nueve gotas de Lexotan, para soportar la idea de que su novio y yo nos conozcamos.

—¿Y por qué no se toma noventa gotas, se mete en cama y se queda en casa?

Pero no se puso hecho un basilisco y lo convencí de mi plan, yo me inventaré un empeoramiento de mi madre y también me inventaré que tengo que quedarme unos días en el pueblo, así Natascia podrá asistir tranquila al concierto con su novio.

—Estaremos todos menos tú, también irá Omar, que ahora se encuentra aquí en Cagliari, pero volveremos juntos a París. Estaba contento porque, para variar, iba a tener cerca a todos mis seres queridos.

—No puedo causarle más preocupaciones a Natascia.

—¿Y París?

—Otra vez será.

—París te gustaría. Es tu ciudad.

—¿Más que Cagliari?

—Más que todas.

—Me basta con que lo pienses tú. Porque cuando alguien está seguro de que a otra persona le gusta algo, significa que le ha prestado atención y la conoce. Pero hay otro problema.

—¿Otro más?

—Anna oculta su edad.

—¿Annina? ¡Pero si Annina no ha cumplido aún los dieciséis! Además, ¿eso qué tiene que ver con el concierto?

—Tiene que ver porque durante el viaje a lo mejor habrá que enseñar los documentos. ¿Y si tu padre ve el carné de identidad de Anna?

—¿Mi padre?

—Puede ocurrir. Anna no se ha atrevido a contarte que oculta su edad. Te lo confía todo, pero esto no, ha sido incapaz.

—Pero ¿cuántos años tiene?

—Sesenta y cinco.

—De todas maneras es más joven que papá. ¿Y cuántos años le dijo que tenía?

—Cincuenta y cinco. Incluso se quitó la cadenita de oro que llevaba porque tenía grabada la fecha de nacimiento.

—¿Y todo eso para qué?

—Para que tu padre crea que se ha juntado con alguien mucho más joven que él, una especie de muchacha, y no con alguien que es un poco más joven y nada más.

—¿Es que no podéis hacer algo normal?

—No hables en plural. Yo no pinto nada. Yo soy normal.

Para el concierto, Johnson sénior, que siempre da la impresión de afeitarse con un sílex, fue al barbero. Anna le arregló el
costume
, que es como Johnson sénior llama, a la manera francesa, a la chaqueta masculina que para nosotros es el esmoquin. Anna se lo dijo, que no lo llamara
costume
, pero él le contestó que cuando se exhibe se siente un payaso, y entonces, lo que hace falta es un traje apropiado.

Me inventé que debía marcharme con urgencia al pueblo y me despedí el día anterior. Excepto Johnson júnior, los demás no sabían nada. Los espié a través de la ventana entreabierta y lloré, porque era la única que se quedaba, como Cenicienta, con las cenizas de la chimenea. Del piso de arriba bajaron en primer lugar Giovannino, puntual a fuerza de mirar el reloj de cuco, después Johnson sénior y Johnson júnior, que echó un último vistazo al equipaje y le dio una última pasada de cepillo a su padre. De Buckingham Palace, en una apoteosis resplandeciente de flores, lunares, cuadros y colores, salieron Annina y Natascia. Abajo, en el patio, los esperaban dos jóvenes; ya sabía que uno era el novio de Natascia y el otro, Omar, el amigo de París. Los observé y sin llegar a considerar los detalles, saltaba a la vista que uno era más bien feo, moreno, con rasgos de púgil prehistórico, y el otro realmente guapísimo, una especie de ángel. Entendí por qué Natascia me había prohibido ver a su novio, incluso a escondidas; no era para menos, con un novio tan apuesto entendía sus celos. Ella no sabe que conmigo puede estar tranquila, porque yo amo y siempre amaré nada más que a Johnson júnior. El otro, el feo, era seguramente Omar.

Johnson júnior dejó que salieran todos y se quedó el último, intuyó que yo estaba detrás de las persianas, intuyó que estaba llorando, y cuando estuvo seguro de que los demás ya estaban en la calle, esperando los taxis, me gritó:

—Calamidad, sin ti para mí tampoco París será París!

Se besó la mano y con esa misma mano me dijo adiós. Ya no pude moverme a causa de la emoción y el deseo. Me humedecí toda, cosa que nunca me había ocurrido, ni siquiera con las revistas pornográficas. Entonces empecé a masturbarme hasta que encontré mi ritmo, un placer sobrecogedor. Grité, pero no me salió bien bien un grito, sino un sollozo de felicidad. Ahora me masturbo muchísimo. Veo otra vez la escena, Johnson júnior que se besa la mano y con la mano me dice adiós, y el deseo es tan fuerte que se convierte en dolor y me humedezco toda y necesito recobrar ese placer sobrecogedor.

El concierto de Johnson sénior y sus amigos fue extraordinario, para la pequeña cuadrilla de Cagliari, para el público entusiasta. Los aplausos fueron interminables. Aquí, en la Marina, se produjo el asalto de los periodistas, que recorrían las tiendas pidiendo información sobre el gran artista, porque no había manera de dar con él. Está claro que todos dijeron lo que piensan de él, que es una bellísima persona, y omitieron comentar nada sobre el hecho de que parece un mendigo desastrado. Las personas famosas pueden vestirse como les da la gana y pasearse en un coche que es pura chatarra. Todos nos hemos dado cuenta de la grandeza de Mr. Johnson, del fervor que despierta en su público y del pesar que produjo su repentina desaparición de los escenarios.

Annina no hace más que hablar de París, de los tejados inclinados, de las chimeneas que han absorbido el color del cielo gris, pero no un gris triste sino alegre, mezclado con el azul. ¿Y los barcos? Los barcos en el Sena, silenciosos y lentos. ¡Ah, París! ¡Ella se sentía como si hubiese nacido en París!

Vieron desde fuera la casa de los Johnson, la de los viejos tiempos, en las Tuileries, en la tercera planta de un edificio del siglo
XVIII
, con balcones en hierro forjado y cortinajes pesados tras las puertas ventana. En una
banlieue
, a la que llegaron en tren, vieron la casa de Johnson júnior y Giovannino, antes de que se mudaran a Milán, ésa también la vieron desde fuera, porque la tienen alquilada hasta que Giovannino y su padre regresen. Una casita modesta, pero muy francesa, en medio de árboles, mucha hierba y hojas.

El concierto salió de maravilla, lo único fue que Annina pasó mucho miedo por Levi, porque él se puso a tocar el violín muy cerca del borde del escenario, con los zapatos desatados, y el escenario estaba alto, y en un momento dado uno de sus zapatos asomaba toda la punta por el precipicio. Pero gracias a Dios que después Johnson sénior retrocedió hacia el centro del escenario, a un lugar seguro.

Capítulo 12

Después de que todos los diarios hablaran del fantástico regreso a los escenarios del gran Levi Johnson, Mrs. Johnson, la señora de arriba, decidió regresar a casa. Toda recauchutada y con esa cara de susto que se les pone a las señoras que se hacen arreglos. Eso sí, guapa es un montón. Sólo me pregunto, ¿qué sentido tiene hacerte tantos retoques si después no quieres a nadie a tu lado?

Nada más llegar, se encontró con lo que se encontró, no sólo con un marido viejo, sino con el hijo, el nieto y un ama de llaves con toda la pinta de sentirse como en su propia casa.

Mrs. Johnson me llamó al timbre. Se presentó muy elegante, con una expresión de infelicidad en la cara. Tenía la mano puesta sobre el corazón y jadeaba.

—Perdóneme, ¿la molesto? Soy la señora de arriba.

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