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Authors: Milena Agus

Tags: #Romántico

Alice (6 page)

BOOK: Alice
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Se la ha metido en el bolsillo desde el primer día en que ella lo invitó a tomar chocolate hecho con la máquina exprés de bar y él le dijo que en ningún país del mundo había tomado un chocolate tan rico. También la felicitó mucho por la habitación buena, la de los objetos que parecen arrastrados por las olas durante la tempestad y devueltos a la playa tras haber permanecido atrapados en algún pecio submarino desde tiempos inmemoriales. Le dijo que tenía la sensación de haber sido invitado a Buckingham Palace y desde entonces todos, incluida Natascia, al
s’aposentu bonu
lo llaman Buckingham Palace.

Desde que son amigos, Anna ha encontrado el valor de reconocer que entre ella y Johnson júnior hay algo y, si cabe, se ha vuelto aún más optimista y alegre. Dice: «¡Qué suerte! ¡Ah, qué suerte!».

Natascia no está en absoluto convencida de que sea una suerte y no le hace ninguna gracia la amistad de su madre con Johnson júnior, porque, según ella, sólo sabe hablar, como todos los hijos de papá que jamás en la vida han tenido verdaderos problemas, pero que para compensar están cargados de teorías. Yo, como Anna, también siento como una especie de imán hacia Johnson júnior.

Por debajo de la puerta me pasa unas notitas simpáticas en inglés, muy difíciles de traducir, para que practique. Me llama por la terraza cuando desde la ele que da al mar se ven llegar los barcos de crucero, o al atardecer, cuando todo se tiñe de un azul mezclado con naranja y el cielo se llena de nubes alargadas o con forma de pequeños ovillos.

Me llama Calamidad, porque no sé hacer nada bien, sobre todo en la cocina. Mis tortillas son babosas, mi asado con patatas más bien parece un sancocho blanduzco y sudoroso, en mis sopas las verduras y los fideos flotan como pecios enormes, el té que preparo está sembrado de semillas de limón. Pero a Johnson júnior todo esto le parece interesante, tal vez porque está enamorado de mí y el amor es ciego. Dice que a mí en la cocina lo que me lleva a la ruina es la imaginación, la fantasía, mi espíritu rebelde, porque nunca hago nada según las reglas.

Aquí, en la Marina, todos se sienten muy atraídos por Johnson júnior, lo aprecian, y he comprendido que se trata de un aprecio distinto del que yo les inspiro. No lo protegen, pero se sienten protegidos por él y se dirigen a él como hacen los náufragos con un indígena hospitalario.

En los bolsillos de los mandiles de Anna mete poemas de sus poetas preferidos y ya no la llama Anna, sino Annina, y desde entonces todos los demás también la llaman así.

Le he preguntado a Johnson júnior por qué es tan amable con nosotras y él me ha contestado que Annina y yo tenemos una cara, una forma de llevar la ropa y de andar, de abrir el portón y de mirar dentro del buzón, que dan ganas de preguntarnos si necesitamos algo, exactamente como a los náufragos del barrio.

Su respuesta me ha dado mucha tristeza, porque quiere decir que para él no hay ninguna diferencia entre los sentimientos que yo le inspiro y los que le inspiran los demás.

El abuelo y Giovannino también se entienden muy bien. El abuelo le enseña al nieto a tocar el violín y todos pensábamos que Giovannino le prestaba atención para no causarle un disgusto, pero después, en cierta ocasión, cuando el abuelo le pidió que nos tocara algo, una pieza de
La viuda alegre
, nos quedamos de piedra de lo bonita que era la pieza y de lo bien que la interpretó.

—¡El ADN! —exclamó Johnson júnior abrazando a su padre—. Nunca he creído en el ADN, pero influye, vaya si influye.

—Ya, ya, el ADN… —sonrió su padre, aplastado por el abrazo.

Pero las sorpresas no acabaron ahí. Entró en escena Annina, que acompañada por los violines del abuelo y el nieto se puso a cantar: «Calle el labio que los ojos dicen más, porque en ellos asomada el alma está, cual destellos de oro de un naciente sol se refleja en tu mirada inmenso amor».

Nosotros no parábamos de aplaudir y Natascia se echó a llorar.

—¡Eres buenísima, mamá, buenísima! —decía cubriendo de besos y abrazos a Annina y repitiendo a los demás—: ¡Es buenísima, buenísima!

Capítulo 9

Desde la llegada de Johnson júnior Anna recibe su sueldo con puntualidad. Y doble. Él le explicó que su padre le había propuesto una cantidad ridícula porque no tiene más dinero que el que gana en los cruceros, y todo lo demás es de Mrs. Johnson. Pero ahora es distinto, Johnson júnior es profesor de la universidad y, además, el apartamento de Anna está a nombre de él, de manera que ella y Natascia ya no tienen que pagar alquiler.

Anna se vistió con elegancia y fue a ver a sus antiguos patronos para anunciarles que ya no volvería a trabajar de criada; ahora, cuando habla de su nueva situación, también en las tiendas de la Marina, da a entender que su vida ha cambiado, que vive en el piso de arriba y, con medias frases, alude a la posibilidad de trasladarse definitivamente allí.

Cuando en el piso de arriba no están ni Annina ni los Johnson, con la excusa de que nadie cuida las plantas mejor que yo, aprovecho para echar un vistazo a las revistas pornográficas. Siempre hay historias nuevas, siempre de mujeres de tetas grandes, como Natascia, pero mucho, mucho más feas de cara. La verdad es que las caras de estas mujeres no son nada del otro mundo, quizá por las expresiones que ponen, los labios muy fruncidos, los ojos entrecerrados y la cabeza echada hacia atrás como para quitarse el pelo de la frente. Hay que reconocer que eróticas sí que son. Y mucho. Las historias que más me gustan son las de esas señoras frígidas que se vuelven ninfómanas. Una de estas señoras de repente quiere acostarse con todos los hombres que entran en su casa. Su marido se desespera y quiere castigarla, pero toda esa abundancia que desde hace años a él también le racionan hace que cambie de idea.

Yo también quiero convertirme en ninfómana. Me miro al espejo, pero en el espejo no me veo yo, pálida y esmirriada, veo la máquina de guerra del sexo en la que me quiero convertir, supertetona y provocativa, sin diadema, con un ojo cubierto por un mechón de pelo y un traje de cuero con lacitos que se pueden desatar para dejar al aire las partes eróticas.

¿Y Annina? ¿También está aprendiendo de esas señoras? ¿O ya lo sabía todo? La veo, nítida y ligera, como las notas del violín de Mr. Johnson que resuenan en las habitaciones, se cuelan por las ventanas, salen al patio, llegan a la calle y se van lejos, hacia el mar.

Johnson júnior sabe que quiero convertirme en ninfómana, pero también sabe que sueño con desquitarme de la gente del pueblo y que no hago nada, salvo escribir versos. Por eso me aconseja que me convierta en escritora, el sueño de quien no tiene dónde volver la cabeza.

¿Qué puedo decir de Johnson júnior? Que es simpático: tú sueltas una ocurrencia, cuentas alguna tontería y él se ríe y hace que tengas la impresión de que la simpática eres tú.

De manera que me he acostumbrado a que en cuanto llego a casa subo corriendo a contarle todo. Él dice: «Cuéntame los detalles significativos. Si lo incluyes todo, nunca serás escritora. En los detalles está nuestra felicidad y nuestra infelicidad».

Escucha con atención cuando le leo mis poemas.

Mi corazón cansado

se desnuda y se abre

en el eterno gesto

de pedir amor.

Con esta limosna

se despoja mi corazón

y se marchita despacio.

O bien:

Ahora que he vivido

me puedo morir

en paz; acariciadme

la cabeza, que es

como la de una vieja,

porque he vivido

y me puedo morir

en paz.

—¿Desde cuándo escribes? —me pregunta Johnson júnior.

—Desde que ocurrió la desgracia escribo poemas.

—¿Siempre son tan tristes? ¿También cuando eras niña?

—Cuando era niña eran todavía más tristes, verjas de cementerios que chirriaban, cenizas que salían de las tumbas y eran esparcidas por el viento, niños que se alejaban de su casa, se desencadenaba una tormenta y no encontraban el camino de regreso. Y cosas por el estilo.

—¿Por qué escribes?

—Porque todo pasa y se pierde y los textos escritos permanecen.

—¡Ojalá todo permaneciera y pasaran tus poemas!

En su opinión debería dejar de escribir poemas y dedicarme a la prosa, y eso estoy haciendo. Lo intento, incluso con los detalles, lo anoto todo, palabras, gestos. Johnson júnior dice que parezco una intérprete simultánea en un congreso de Naciones Unidas.

Si por mí fuera, me siento tan bien que detendría el tiempo: Anna que se desata su túnica sexy para Johnson sénior, yo que voy a la playa con Giovannino y Giovannino que, en un momento dado, hace unas reflexiones como éstas: «Hoy el mar es gris perla como el cielo», o bien: «Hoy tiene tres franjas, celeste, verde esmeralda y azul cobalto», y se nota que piensa en los lápices de colores de la escuela.

A veces Johnson júnior desaparece. Le pido a Giovannino noticias de él. Se limita a decirme que a lo mejor su padre está con Omar. «¿Y quién es ese Omar?», le pregunto, y él me contesta que es un amigo de ellos de París, pero que no es francés sino árabe, y que de vez en cuando viene a verlos a Cagliari pero que, aunque lo inviten a quedarse en la casa, prefiere irse a un hotel.

Si la ausencia es prolongada, Giovannino también se preocupa, lo noto por la forma en que presta atención a los ruidos para distinguir los pasos de su padre. Yo también miro de reojo desde la ventana que da al patio y desde la que da a la calle. ¿Será por los veinte años de diferencia que Johnson júnior no me hace caso? ¿A pesar de que todo grita: «¡Abrazaos!», «¡Besaos en la boca!», «¡Haced el amor!»?

¿O será porque me encuentra físicamente insignificante? Para ser sincera, tampoco encuentra llamativa a Natascia, y eso que ella parece una de esas máquinas de guerra del sexo que salen en las revistas de Mr. Johnson, pero Johnson júnior tiene un gran sentido moral y ella tiene novio.

Natascia dice que el motivo del desinterés de Johnson júnior no puede ser mi físico porque soy guapísima. Pero ella me ve así porque la ciegan los celos y no quiere que su novio me conozca por miedo a que se enamore de mí al instante. Y teme a todas las chicas, incluso a las feas. Dice que si por ella fuera, llevaría una cápsula de cianuro en un pastillero colgado de una cadenita y se la tragaría al primer indicio de que su novio se sintiera atraído por otra.

Cuando le confesé a Anna que me había enamorado de Johnson júnior, me miró con cara de espanto, ni que le hubiera dicho que quiero a un criminal. No la soporto cuando pone esa cara. Anna es la menos indicada para dar consejos a nadie.

Pero esperaré. Johnson júnior me ayuda muchísimo. Tengo la impresión de que todo el mundo está siempre a punto de descubrir que soy estúpida e ignorante, por eso me mantengo al margen para que no lo descubran y, si me invitan a alguna parte, no voy. Se puede decir que no tengo amigos. Y cuando lo intento tengo mala suerte, como aquella vez en que apuré el paso para alcanzar a una chica de mi curso que me caía la mar de bien e intervenía con inteligencia durante las clases. Cuando estuve a su lado le dije:

—Hacemos el mismo trayecto.

—No. Yo doblo aquí. Hasta mañana. ¡Perdona las prisas!

¿Cómo sabía que yo no tenía que doblar allí igual que ella? Quería evitarme. Por lo demás, nunca intervengo en las clases. Soy una doña nadie. Y sería peor si interviniera. Me descubrirían.

Johnson júnior ha entendido a la perfección quién soy y que no sé hacer nada pero me quiere de todos modos. A lo mejor me ama. De lo contrario, ¿a qué viene tanto interés por una calamidad?

Y no me ofendo cuando me dice que mi futuro pasa por ser escritora porque el que no sabe hacer nada, escribe. No debo tomármelo como un insulto, porque me doy perfecta cuenta de que él aprecia muchísimo a los escritores y no hace más que leer y estudiar y precisamente es licenciado en Literatura por la Universidad de Harvard, Cambridge, Massachusetts.

Claro que también me quieren Anna, Natascia y Giovannino, y puede que incluso Johnson sénior me quiera, pero ellos, sin ánimo de ofender, no saben realmente quién soy y hasta qué punto mis sueños son presuntuosos. Mis padres tampoco lo sabían, ni mi padre antes de morirse, ni mi madre antes de volverse loca. No tenían la más remota idea de quién era realmente su niña.

Johnson júnior nunca habla de la madre de su hijo, ni de la suya propia.

De su madre una vez se limitó a decir:

—Sólo conoce su espacio y en él se pasea de aquí para allá, de derecha a izquierda. Está en una cárcel y no se da cuenta. Pero no es mala y tampoco tonta. Terminará regresando. Ya lo verás.

—Espero que no —dije al borde de la desesperación—, tengo mucho miedo de que en esta historia alguien acabe suicidándose. Si no es tu madre, entonces será Anna.

—¡Qué va! ¿Por papá? ¿Por alguien que debería estar ingresado?

—¿Dónde?

—En el primer pabellón que encuentre abierto en cualquier hospital.

—¿Crees que está loco?

—No. Pero debería hacerse ingresar.

—¿Lo dices porque no te cae bien?

—Me cae estupendamente. Es mi tipo de padre preferido. Un verdadero artista. No contaminado. No pide otra cosa que poder tocar su violín y eso de hacerse rico y famoso le importa bien poco. A él lo único que le importa es tocar. Mi padre es el mejor ejemplo de hombre, aunque se anude la servilleta al cuello mientras espera que le sirvan y se la quite en cuanto se pone a comer. Una vez vio un BMW con el maletero abierto cargado de fruta exquisita como en exposición, se acercó y le preguntó al elegante señor que se encontraba al lado del automóvil a cuánto estaba el kilo, porque quería llevarle un poco a su familia.

—¿Y el señor qué le contestó?

—Que le echara un vistazo al coche y a él y después le dijera si tenía pinta de verdulero con su furgón. Y te cuento otra más. Una vez, cuando vivíamos en París, estaba buscando un carpintero y se ve que cogió la dirección equivocada, porque siempre lleva los bolsillos repletos de notitas arrugadas. Llamó al timbre de la Embajada de Estados Unidos, una mansión con escalinata de mármol y guardias apostados en la entrada, y preguntó si allí vivía el carpintero no sé cuántos.

—¿Y los guardias qué hicieron?

—Le preguntaron si a él le parecía que el edificio tenía pinta de carpintería, porque era la Embajada de Estados Unidos. Te lo digo yo, mi padre no es de este mundo, tal vez por eso es un buen ejemplo de hombre. El mejor que conozco.

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