Read Amadís de Gaula Online

Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (140 page)

BOOK: Amadís de Gaula
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Capítulo 113

Cómo, sabido por el santo ermitaño Nasciano, que a Esplandián, el hermoso doncel, crió, esta gran rotura de estos reyes, se dispuso a los poner en paz y de lo que en ello hizo.

Cuenta la historia que aquel santo hombre Nasciano que a Esplandián criara, como la tercera parte de esta historia lo cuenta, estando en su ermita en aquella gran floresta que ya oísteis, más había de cuarenta años que según era el lugar muy esquivo y apartado pocas veces iba allí ninguno, que él siempre tenía sus provisiones para gran tiempo, y no se sabe si por gracia de Dios o por las nuevas que de ello pudo oír, supo cómo estos reyes y grandes señores estaban en tanto peligro y afrenta así de sus personas como de todos aquéllos que en su servicio iban, de lo cual mucho dolor y gran pesar en su corazón hubo, y porque a la sazón estaba doliente que andar ni levantarse podía, siempre rogaba a Dios que le diese salud y esfuerzo para que él pudiese ser reparo de estos que eran en su Santa Ley, porque como él hubiese confesado a Oriana y de ella supiese todo el secreto de Amadís y ser Esplandián su hijo, bien conoció el gran peligro que se aventurara en haberla de casar con otro, y por aquí pensó que pues Oriana estaba en tal parte donde la ira de su padre no podía temer, que sería bien, aunque él muy viejo y cansado fuese, de se poner en camino y llegar a la Ínsula Firme, porque con su licencia de ella, que de otra manera no podía ser, pudiese desengañar al rey Lisuarte de lo que no sabía y tuviese tal manera que poniendo la paz y concordia allegase el casamiento de Amadís y de ella. Con este pensamiento y deseo, cuando algún poco aliviado se sintió, tomó consigo dos hombres de aquel lugar do su hermana vivía, que era la madre de Sargil, el que andaba con Esplandián, y encima de su asno se metió al camino, aunque con mucha flaqueza y con pequeñas jornadas y mucho trabajo anduvo tanto que llegó a la Ínsula Firme al tiempo que el rey Perión y toda la gente era ya partida para la batalla, de lo cual mucho pesar hubo. Pues allí llegado hizo saber a Oriana su venida y como ella lo supo fue muy alegre por dos cosas: la primera, porque este santo ermitaño había criado y dado, después de Dios, la vida a su hijo Esplandían, y la otra por tomar consejo con él de lo que a su alma y buena conciencia se requería, y luego mandó a la doncella de Dinamarca que saliese a él y lo trajese donde ella estaba, y así lo hizo.

Cuando Oriana le vio entrar por la puerta, fue para él e hincó los hinojos delante y comenzó de llorar muy reciamente y díjole:

—¡Oh, santo hombre, dad vuestra bendición a esta mujer malaventurada y muy pecadora, que por su malaventura y de otros muchos fue nacida en este mundo.

Al ermitaño le vinieron las lágrimas a los ojos de la piedad que de ella hubo, y lanzó la mano y bendijola y díjole:

—Aquel Señor que es emperador y poderoso en todas las cosas, os bendiga y sea en la guarda y reparo de todas vuestras cosas.

Entonces la tomó por las manos y alzóla suso y díjole:

—Mi buena señora y amada hija, con mucha fatiga y gran trabajo soy venido a os hablar, y cuando os pluguiere mandadme oír, porque yo no me puedo detener ni el estilo de mi vida y hábito me da licencia para ello.

Oriana, así llorando como estaba le tomó por la mano sin ninguna cosa le responder, que los grandes sollozos no le daban lugar, y se metió en su cámara con él y mandó que así solos los dejasen, y así fue hecho. Cuando el ermitaño vio que sin recelo podía decir lo que quisiese, dijo:

—Mi buena señora, yo estando en aquella ermita donde ha tanto tiempo que he demanado a Dios Nuestro Señor que haya piedad de mi ánima, poniendo en olvido todo lo mundanal, por no recibir algún entrevalo en mi propósito, fui sabedor cómo el rey vuestro padre y el emperador de Roma, con muchas gentes son venidos contra Amadís de Gaula y asimismo él con su padre y otros príncipes y caballeros de gran estado, va a les dar batalla. Lo que de aquí se puede seguir quienquiera lo conocerá, que por cierto, según la muchedumbre de las gentes y el gran rigor con que se demandan y buscan, no puede aquí redundar sino en mucha perdición de ellos y en gran ofensa de Dios, Nuestro Señor, y porque la causa, según me dicen, es el casamiento que vuestro padre quiere juntar de vos y del emperador de Roma, yo, señora, me dispuse a hacer este camino que veis, como persona que sabe el secreto de cómo vuestra conciencia en este caso está y el gran peligro de vuestra persona y fama, si lo que el rey vuestro padre quiere tuviese efecto, y porque de vos, mi buena hija, en confesión lo supe, no he tenido licencia de poner en ello aquel remedio que a tan gran daño como aparejado está convenía. Ahora que veo el estado en que las cosas están, será más pecado callarlo que decirlo. Vengo a que vos, amada hija, hayáis por mejor que vuestro padre sepa lo pasado y que no os puede dar otro marido sino el que tenéis, que no lo sabiendo pensando lo que él quiere justamente se puede cumplir, su porfía será tal que con gran destrucción de los unos y de los otros siguiese su propósito y al cabo sea publicado, así como el Evangelio lo dice, que ninguna cosa puede ocultarse que sabido no sea.

Oriana, que algún tanto más el espíritu reposo tenía, lo tomó por las manos y se las besó muchas veces contra su voluntad de él, y díjole:

—¡Oh, muy santo hombre y siervo de Dios! En vuestro querer y voluntad pongo y dejo todos mis trabajos y angustias para que hagáis aquello que más al bien de mi ánima cumple y a aquel Señor a quien vos servís y yo tengo tanto ofendido le plega por su santa piedad de lo guiar, no como yo muy pecadora lo merezco, más como Él por su infinita bondad lo suele hacer con aquéllos que mucho le han errado, si de todo corazón, como yo ahora lo hago, merced le piden.

El hombre bueno, con mucho placer, en este Señor que decís que a ninguno faltó en las grandes necesidades sin con verdadero corazón y contricción le llaman, tened mucha fucia y a mí conviene como aquél que con más honestidad lo puede y debe hacer poner aquel remedio que su servicio sea, y vuestra honra sea guardada con aquella seguridad que a la conciencia de vuestra ánima se requiere y porque le da dilación mucho daño y mal se puede seguir, conviene que luego por vos, mi buena señora, me sea dada licencia porque el trabajo de mi persona, si ser pudiere, alcance algo del fruto que yo deseo.

Oriana le dijo:

—Mi señor Nasciano, aquel doncel que después de Dios disteis la vida os encomiendo que le roguéis por él y si acá tornaseis, haced mucho por le traer con vos y a Dios vais encomendado que os guíe de manera que vuestro buen deseo se cumpla al su santo servicio.

Así el santo ermitaño se despidió y con mucha fatiga de su espíritu y grande esperanza de cumplir su buena voluntad entró en el campo por donde supo que la gente iba, pero como él fuese tan viejo como la historia lo cuenta y no pudiese andar sino en su asno, su caminar fue tan vagaroso que no pudo llegar hasta que las dos batallas ya dadas serán, como dicho es; así que, estando las huestes en treguas enterrando los muertos y cuidando de los heridos, llegó este muy santo hombre al real del rey Lisuarte y como vio tantas gentes muertas y otros muchos heridos de diversas heridas, por los cuales muy grandes cantos a todas partes hacían, fue mucho espantado y alzó las manos al cielo llorando con mucha piedad y dijo:

—¡Oh, Señor del mundo, a Ti plega por la tu santa Piedad y Pasión que por nosotros pecadores pasaste que no mirando a nuestros grandes yerros y pecados me des gracia como yo pueda quitar tan grande mal y daño que entre estos tus siervos aparejado está.

Pues entrando en el real preguntó por las tiendas del rey Lisuarte, a las cuales sin en otra parte reposar se fue. Y como allí llegó descabalgó de su asno y entró dentro donde el rey estaba. Cuando el rey lo vio, conociólo luego y fue mucho maravillado de su venida, porque según su edad grande, bien tenía creído que aún de la ermita no pudiera salir y luego sospechó que tal hombre como aquel tan pesado y de vida sin alguna causa grande, y fue a él a lo recibir y como a él llegó hincó las rodillas y díjole:

—Padre Nasciano, amigo y siervo de Dios, dadme vuestra bendición.

El ermitaño alzó la mano y dijo:

—Aquel Señor a quien yo sirvo y todo el mundo es obligado a servir os guarde y dé tal conocimiento que no teniendo en mucho las cosas perecederas de él, antes las despreciando, hagáis tales obras por donde vuestra ánima halle y alcance aquella gloria y reposo para que fue criada si por vuestra culpa no la pierde.

Entonces le dio la bendición y lo alzó por las manos y él hincó los hinojos para se las besar, mas el rey lo abrazó y no quiso, y tomándolo por la mano lo hizo sentar cabe sí y mandó que luego le trajesen de comer y así fue hecho, y desde que hubo comido apartóse con él en un retraimiento de la tienda y preguntóle la causa de su venida, diciéndole que se maravillaba mucho según su edad y gran retraimiento poder ser venido en aquellas partes a tan lejos de su morada. El ermitaño le respondió y dijo:

—Señor, con mucha razón se debe creer todo lo que decís, que por cierto, según mi vejez, así de cuerpo como de la voluntad y condición, no estoy ya más sino para salir de mi celda al altar, pero conviene a los que quieren servir a Nuestro Señor Jesucristo y desear seguir sus santas doctrinas y carreras que en ninguna sazón de su edad, por trabajos ni fatigas que les vengan, hayan de aflojar sólo un momento de ello, que acordándose de cómo siendo Dios verdadero criador de todas las cosas, sin a ello ninguna cosa le constreñir, sino solamente su santa piedad y misericordia, quiso venir por nos dar el Paraíso que cerrado teníamos en este mundo, donde con tantas injurias y deshonras de tan deshonrada gente, recibió muerte y tan cruda Pasión. ¿Qué podemos hacer nosotros, por mucho que le sirvamos, que pueda llegar a la correa de su zapato, como aquél su grande amigo y servidor lo dijo? Y esto considerando, pospuesto el temor y peligro de mi poca vida, pensando que más aquí en la parte donde estaba podía seguir su servicio, me dispuse con mucho trabajo de mi persona y grande voluntad de mi deseo de hacer este camino, en el cual a Él plega de me guiar y a vos, mi señor, de recibir mi embajada, quitada aparte toda saña y pasión y, sobre todo, la malvada soberbia, enemiga de toda virtud y conciencia para que, siguiendo su servicio, se olvide de aquellas cosas que en este mundo, al parecer, de muchos vale algo y en el otro, que es más verdadero, son aborrecidas. Y viniendo, mi señor, al caso, digo que estando en aquella ermita donde la ventura os guió, metida en aquella espesa y áspera montaña donde conmigo hablasteis todas las cosas que tocaban a aquel muy hermoso y bien criado doncel Esplandián, supe de esta muy grande afrenta y cruda guerra donde os hallo, y también la razón y causa porque se mueve, y porque yo sé muy cierto que lo que vos, mi buen señor, queríais que es casar a vuestra hija con el emperador de Roma, por quien tanto mal y daño es venido, no se podía hacer solamente por lo que muchos grandes y otros menores de vuestro reino muchas veces os dijeron diciendo ser esta infanta vuestra legítima heredera y sucesora después de la fin de vuestros días, que era y es muy legítima causa para que con mucha razón y buena conciencia se debiera desviar, más por otra que a vos y a otros es oculta y a mi manifiesta, que con más fuerza seguir la ley divina y humana lo desvía, por donde en ninguna manera se puede hacer y esto es porque vuestra hija es junta al matrimonio con el marido que Nuestro Señor Jesucristo tuvo por bien y es su servicio que sea casada.

El rey, cuando esto oyó, pensó que como este hombre bueno era ya de muy gran edad que el seso y la discreción se le turbaba o que alguno le había informado muy bien de aquello que había dicho, y respondióle y dijo:

—Nasciano, mi buen amigo, mi hija Oriana nunca tuvo marido ni ahora tiene, salvo aquel emperador que le yo daba porque con él, aunque de mis reinos apartada fuese, en mucha más honra y mayor estado la ponía, y Dios es testigo que mi voluntad nunca fue de la desheredar por heredar a la otra mi hija, como algunos lo dicen, sino porque hacía cuenta de que este reino junto en tanto amor con el imperio de Roma, la santa fe católica podía ser mucho ensalzada que si yo supiera y pensara en las grandes cosas que de esto han redundado, con muy poca premia volviera mi querer y voluntad en tomar otro consejo; pero pues que mi intención fue justa y buena, entiendo que lo pasado ni porvenir no se puede ni debe imputar a mi cargo.

El buen hombre le dijo:

—Mi señor, y aún por eso os dije que lo que a vos era oculto a mí es manifiesto. Y dejando aparte lo que decís de vuestra sana y noble voluntad, que según vuestra gran discreción y la honra tan alta en que Dios os ha puesto, así se debe y puede creer, quiero que sepáis de mí lo que muy duro de otro saber podríais. Y digo que el día que por vuestro mandado llegué a las tiendas en la floresta donde la reina y su hija Oriana con muchas dueñas y doncellas y con vos muchos caballeros estabais; cuando llevé conmigo aquel bienaventurado doncel Esplandián que la leona por la traílla llevaba a quien el Señor tiene tanto bien prometido, como vos, mi buen señor lo habéis oído decir, la reina Oriana hablaron conmigo todo el secreto de sus conciencias para que en nombre de Aquél que las crió y las ha de salvar les diese la penitencia que la salud de sus ánimas convenía; supe de vuestra hija Oriana cómo, desde el día que Amadís de Gaula la tiró a Arcalaus el Encantador y a los cuatro caballeros que con ella llevaban presa, al tiempo que vos fuisteis encantado por la doncella que de Londres os sacó por el don que le prometisteis y fuisteis preso y en gran peligro de perder vuestro cuerpo y todo vuestro señorío, de lo cual don Galaor, su hermano, os libró, con gran peligro de su vida, que así por aquel gran servicio que le hizo, como aún más por el que su hermano os hizo a vos, que en galardón de ello ella prometió casamiento a aquel noble caballero reparador de muchos cuitados, flor y espejo de todos los caballeros del mundo, así en linaje como en esfuerzo y en todas las otras buenas maneras que caballero debe tener, donde se siguió que por gracia y voluntad de Dios fuese engendrado aquel Esplandián que tan extremado y tan señalado le quiso hacer sobre cuantos viven, que con verdad podemos decir muchos y grandes tiempos pasados y en los por venir pasarán, que por hombres no se supo, que persona mortal fuese con tan maravilloso milagro criado. Pues lo que de sus hechos públicamente demuestra aquella gran sabedora Urganda la Desconocida, vos señor, mejor que yo lo sabéis, así que podemos decir que aunque aquello por accidente fue hecho según en lo que parece, no fue sino misterio de Nuestro Señor que le plugo así pasase, y pues que a Él tanto agrada a vos, mi buen señor, no debe pesar, antes considerando ser esta su voluntad y la nobleza y gran valor de este caballero, habed por bien de lo tomar con todo su gran linaje por su servidor e hijo, dando orden, como darse puede, que vuestra honra guardada se aparte el presente peligro, y en lo por venir se tenga tal forma, que personas de buena conciencia determinen lo que sea servicio de aquel Señor, para servicio del cual en este mundo nacimos y vuestro, que después de Él sois su ministro en lo temporal, y ahora, gran rey Lisuarte, quiero ver si es en vos bien empleado aquella gran discreción de que Dios os ha querido guarnecer y el crecido y gran estado en que más por su infinita bondad que por vuestros merecimientos os ha puesto, y pues Él ha hecho con vos más de lo que le merecéis, no tengáis en mucho servir algo de lo que las santas doctrinas os enseñan.

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