Read Amadís de Gaula Online

Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (34 page)

BOOK: Amadís de Gaula
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—Rey, yo oí decir que hacíais estas grandes Cortes y vengo ahí por os hacer honra, que yo no tengo tierra de vos, sino de Dios que a mis antecesores y a mí libremente la dio.

—Amigo —dijo el rey—, yo lo agradezco mucho y lo galardonaré en lo que a vos tocare que a mi mano venga, que cierto, mucho soy alegre en ver tan buen hombre como vos sois y comoquiera que yo tengo muchos altos hombres de gran guisa, antes vuestro voto que el suyo me placerá de tomar, creyendo que con aquella voluntad que de vuestra tierra partisteis para me visitad, con ella guiaréis vuestro consejo y mi provecho y honra.

—De eso podéis vos ser cierto —dijo Barnisán— que en lo que yo supiere seréis de mí aconsejado, según el propósito y deseo que aquí me hizo venir.

Él decía en esto verdad, mas el rey Lisuarte, que a otro fin lo echaba, se lo agradeció. Entonces mandó armar tiendas para sí y para la reina fuera de la villa en un gran campo, y dejó sus casas a Barsinán en que morase y habló con él muchas cosas de las que tenía pensado de hacer en aquellas Cortes, en especial sobre el arte de la caballería y loábale todos sus caballeros, diciéndole sus grandes bondades, más sobre todos le ponía delante lo de Amadís y don Galaor, su hermano, como los dos mejores caballeros que en todo el mundo en aquella sazón podían hallar, y dejándoles en los palacios se fue a las tiendas, donde la reina ya estaba, y mandó decir a sus hombres buenos que otro día fuesen allí con él todos, que le quería decir la razón por qué les había juntado. Barsinán y su compaña hubieron muy abastadamente todas las cosas que menester hubieron, mas dígoos que aquella noche no la durmió él sosegado, pensando en la gran locura que había hecho, creyendo que en tan buen hombre como lo era el rey y que tal poder tenía que la gran sabiduría de Arcalaus, ni el poder de todo el mundo le podría empecer. Otro día de mañana vistió el rey sus paños reales, cuales para tal día le convenían, y mandó que le trajesen la corona que el caballero le dejara y que dijesen a la reina se vistiese el manto. La reina abrió la arqueta en que todo estaba con la llave, que ella siempre en su poder tuvo, y no halló ninguna cosa de ello, de que muy maravillada fue y comenzóse de santiguar y enviólo decir al rey, y cuando lo supo mucho le pesó, pero no lo mostró así, ni lo dio a entender y fuese para la reina y sacándola aparte díjole:

—Dueña, ¿cómo guardasteis tan mal cosa que a tal tiempo nos convenía?.

—Señor —dijo ella—, no sé qué diga en ello, sino que el arqueta hallé cerrada y yo he tenido la llave sin que de persona la haya fiado, pero dígoos tanto que esta noche pareció que vino a mí una doncella y díjome que le mostrase el arqueta, y. yo en sueños se la mostraba y demandábame la llave y dábasela y ella abría el .arqueta y sacaba de ella el manto y la corona y tornado a cerrar ponía la llave en el lugar que antes estaba y cubríase el manto y ponía la corona en la cabeza, pareciéndole también que muy gran sabor sentía yo en la mirar y decíame: "aquél y aquélla cuyo será reinará antes de cinco días en la tierra del poderoso que se ahora trabaja de la defender y de ir conquistar las ajenas tierras"; y yo le preguntaba: "¿Quién es ése?", y ella me decía: "Al tiempo que digo lo sabrás" y desapareció ante mí llevando la corona y el manto. Pero dígoos que no puede entender, si esto me vino en sueños o en verdad. El rey lo tuvo por gran maravilla y dijo:

—Ahora, vos, dejad donde y no lo habléis con otro, y saliendo ambos de la tienda se fueron a la otra acompañados de tantos caballeros y dueñas y doncellas que por maravilla lo tuviera cualquiera que lo viese, y sentóse el rey en una muy rica silla y la reina Elisena en otra algo más baja que en un estrado de paños de oro estaban puestas y a la parte del rey se pusieron los caballeros y de la reina sus dueñas y doncellas y los que más cerca del rey estaban eran cuatro caballeros que él más preciaba: el uno Amadís, y el otro Galaor, y Agrajes y Galvanes Sin Tierra, y a sus espaldas estaba Arbán, rey de Norgales, todo armado con su espada en la mano y con él doscientos caballeros armados. Pues así estando todos callados, que ninguno hablaba, levantóse en pie una hermosa dueña ricamente guarnida y levantáronse con ella hasta doce dueñas y doncellas todas del su mismo atavío vestidas, que esta costumbre tenían las dueñas de gran guisa y los ricos hombres de llevar a los suyos en semejantes fiestas bien vestidos como sus propios cuerpos. Pues aquella hermosa dueña fue ante el rey y ante la reina con tal compaña y dijo:

—Señores, oídme, y deciros he un pleito que he contra aquel caballero que aquí está, y tendió la mano contra Amadís y comenzando su razón dijo:

—Yo fui gran, tiempo demandada por Angriote de Estravaus, que ahí presente es, y contó todo cuanto con él le aviniera y por cuál razón le hizo guardar el Valle de los Pinos y

—avino así que le hizo dejar el valle por fuerza de armas un caballero que se llama Amadís, y dicen que siendo ellos en amistad le prometió que a todo su poder haría que Angriote no hubiese y yo puse mi guarda en mi castillo cual me plugo y cual cuidé que ningún caballero extraño la podía pasar, y dijo allí cuál era la costumbre, así como el cuento lo ha devisado, otrosí, dijo:

—Señor, toda aquella guarda que os digo ha pasado ese caballero que ahí está a vuestros pies —esto decía por Amadís, no sabiendo ella quién fuese—, y desde ese caballero en mi castillo entró, prometióme de su placer de hacer quitar a Amadís de aquel don que Angriote prometiera a todo su leal poder. Ahora por fuerza de armas o por otra cualquier vía y luego después de esta promesa se combatió ese caballero en el castillo con un mi tío que aquí está, y contó allí por cuál razón la batalla fuera y lo que en ella les avino y muchos miraron entonces a Gasinán que de antes en él no paraban mientes, cuando oyeron decir que había osado combatirse con Amadís y cuando la dueña vino a contar cima de su batalla dijo cómo su tío fuera vencido y estaba en punto de perder la vida, y cómo ella había demandado en don al caballero que lo no matase y

—Señores —dijo ella—, por mi ruego lo dejo, a tal pleito que yo viniese a la primera corte que vos hicisteis y le diese un don cual él no demandase y yo por cumplir soy venida a esta corte que ha sido la primera, y digo ante vos que él se atenga en lo que me prometió y yo cumpliré lo que él demandara si por mi acabarse puede.

Amadís se levantó entonces y dijo:

—Señor, la dueña ha dicho verdad en nuestras promesas que así pasaron y yo lo otorgo ante vos que haré quitar a Amadís de lo que me prometió a Angriote, y déme ella el don como lo prometió.

La dueña fue de ello muy alegre y dijo:

—Ahora pedid lo que quisieres.

Amadís le dijo:

—Lo que yo quiero es que caséis con Angriote y lo améis, así como os él ama.

—¡Santa María! Váleme —dijo ella—, ¿qué es esto que me decís?.

—Buena señora —dijo Amadís—, dígoos que caséis con tal hombre cual debe casar dueña hermosa y de gran guisa como vos lo sois.

—¡Ay, caballero! —dijo ella—, ¿y cómo tenéis así vuestra promesa?.

—Yo os prometí cosa que no os tenga —dijo él—, que si prometí de hacer quitar a Amadís de la promesa que hizo a Angriote, en esto lo haga, que yo soy Amadís y doy le su don que le otorgué y así tengo cuanto dije a vos y a él.

La dueña se maravilló mucho y dijo contra el rey:

—Señor, ¿es verdad que este buen caballero es Amadís?.

—Sí, sin falla, dijo él.

—¡Ay, mezquina! —dijo ella—, cómo fui engañada, ahora veo que por seso ni por arte no puede hombre huir las cosas que a Dios place que yo me trabajé cuanto más pude por ser partida de Angriote, no por desagrado que de él tengo ni porque deje de conocer que su grande valor no merezca señorear mi persona, mas por ser mi propósito en tal guisa que viviendo en toda honestidad de libre sujeta no me hiciese, y cuando más de él apartada cuidé estar entonces me veo tan junta como veis.

El rey dijo:

—Si Dios me ayude, amiga, vos debíais ser alegre de esta avenencia, que vos sois hermosa de gran guisa y él es hermoso caballero y mancebo y si vos sois muy rica de haber, él lo es bondad y virtud, así en armas como en las otras buenas maneras que buen caballero debe haber y por esto me parece ser con gran razón conforme vuestro casamiento y el suyo, y así creo que les parecerá a cuantos en esta corte son.

La dueña dijo:

—A vos, señora reina, que de una de las más principales mujeres del mundo en seso y en bondad Dios hizo, ¿qué me decís?.

—Dígoos —dijo ella— que según el loado y apreciado Angriote entre los buenos merece ser señor de una gran tierra y amado de cualquier dueña que a él amase.

Amadís le dijo:

—Mi buena señora, no creáis que por accidente ni afición hice aquella promesa a Angriote, que si tal fuera más por locura y liviandad que por virtud me debiera ser reputado, mas conociendo su gran bondad en armas, que a mí muy caro me hubiera de costar, y la gran afición y amor que él os tiene, tuve por cosa justa que no solamente yo, más todos aquéllos que buen conocimiento tienen, deberíamos procurar como el que aquella pasión y vos del poco conocimiento que de él teníais fueseis remediados.

—Cierto, señor —dijo ella—, en vos hay tanta bondad que ño os dejaría decir sino verdad ante tantos hombres buenos, y pues vos por tan bueno lo tenéis y el rey y la reina mis señores, yo sería muy loca si de él no me pagase, aunque tal pleito sobre mí no tuviese, de que con derecho no me puedo partir y veisme aquí, haced de mí a vuestra guisa.

Amadís la tomó por la mano y llamando a Angriote le dijo delante de quince caballeros de su linaje que con él vinieron:

—Amigo, yo os prometí que os haría haber vuestra amiga a todo mi poder y decidme si es ésta.

—Esta es —dijo Angriote— mi señora y cuyo yo soy.

—Pues yo os la entrego —dijo Amadís— por pleito que os caséis ambos y la honréis y améis sobre todas las otras del mundo.

—Cierto, señor —dijo Angriote—, de eso os creeré yo muy bien.

El rey mandó al obispo de Salerno que los llevase a la capilla y les diese las bendiciones de la Santa Iglesia y así se fueron Angriote y la dueña y todos los de su linaje con el obispo a la villa, donde se hizo con mucha solemnidad el casamiento, que podemos decir que no los hombres, mas Dios, viendo la gran mesura de que Angriote con aquella dueña usó cuando la en su libre poder tuvo y no quiso contra su voluntad hacer aquello que en el mundo más deseaba; antes, con gran peligro de su persona, se puso por su mandado donde por Amadís fue puesto muy cerca de la muerte, que quiso que una tan gran resistencia hecha por la razón contra la voluntad tan desordenada, sin aquel mérito que merecía y tanto él deseaba no quedase.

Capítulo 32

Cómo el rey Lisuarte, estando ayuntadas las Cortes, quiso saber su consejo de los caballeros de lo que hacer convenía.

Con sus ricos hombres el rey Lisuarte quedó por les hablar y díjoles: Amigos, así como Dios me ha hecho más rico y más poderoso de tierra y gente que ninguno de mis vecinos, así es razón que guardando su servicio procure yo de hacer mejores y más loadas cosas que ninguno de ellos, y quiero que me digáis todo aquello que vuestros juicios alcanzaren por donde pueda a vos y a mí en mayor honra sostener y dígooslo que así haré.

Barsinán, señor de Sansueña, que en el consejo estaba, dijo:

—Bueno, señores, ya habéis oído lo que el rey os encarga. Yo tenía por bien, si a él le pluguiese, que, dejándoos aparte sin la su presencia, determinaseis lo que demanda, porque más sin empacho vuestros juicios fuesen en la razón guiados y después el suyo tomase aquello que más a su querer conforme fuese.

El rey dijo que decía bien y rogándole a él que con ellos quedase pasó a otra tienda y ellos quedaron en aquélla que estaban. Entonces dijo Serolois el Flamenco, que a la sazón conde de Clara era:

—Señores, en esto que el rey nos mandó que le aconsejemos, conocido y manifiesto está lo que más cumple para que su grandeza y honra guardada y ensalzada sea. En esta guisa los hombres en este mundo no pueden ser poderosos sino por haber grandes gentes o grandes tesoros, pero como los tesoros sean para buscar y pagar las gentes, que ésta es la más conveniente cosa de las temporales en que gastarse deben, bien se muestra referirse todo a la mucha compaña, como lo más principal con que los reyes y grandes no solamente son amparados y defendidos, mas sojuzgar y señorear lo ajeno como lo suyo propio y por esto, buenos señores, yo tendría por guisado que otro consejo, si éste no, el rey nuestro señor tomase, haciendo buscar a todas partes los buenos caballeros, dándoles abundosamente de lo suyo, amándolos y haciéndoles honra, y con esto los extraños de otras tierras se moverían a lo servir esperando que su trabajo alcanzaría el fruto que merece, que hallaréis, si en vuestra memoria os recogiereis, nunca hasta hoy haber sido ninguno grande ni poderoso, sino aquéllos que los famosos caballeros buscaron y tuvieron en su compañía y que con ellos gastando sus tesoros alcanzaron otros muy mayores de los ajenos.

No hubo ahí hombre en el consejo que por bueno no tuviese esto que el conde dijera, y en ello se otorgaron.

Cuando Barsinán, señor de Sansueña, vio cómo todos en aquello se otorgaban, pesólo de corazón, porque por aquella vía muy a duro podía en efecto venir lo que él pensaba, y dijo:

—Cierto, nunca vi tantos hombres buenos que tan locamente otorgasen a una palabra y deciros he por qué. Si este vuestro señor hace lo que el conde de Clara dijo, antes que dos años pasen serán en vuestra tierra tantos caballeros extraños que no solamente el rey les dará aquello que a vosotros de dar había, mas queriéndole agradar y contentar, como a las cosas nuevas naturalmente se hace, vosotros seréis olvidados y en mucho menos tenidos, así que mirad bien y con más acuerdo lo que debéis aconsejar que a mí no me atañe más de ser muy pagado y contento, pues que aquí me hallo que mi consejo os fuese muy provechoso.

Algunos hubo allí envidiosos y codiciosos que se atuvieron a este consejo, así que luego la discordia entre ellos fue, por donde acordaron que el rey viniese y con su gran discreción escogiese lo mejor.

Pues él venido, oyendo enteramente en lo que estaban y la diferencia que tenían claramente se le representó la razón ante sus ojos y dijo:

—Los reyes no son grandes solamente por lo mucho que tienen, mas por lo mucho que mantienen, que con su sola persona ¿qué harían? Por ventura no tanto como otro, ni con ella ¿qué bastaría para gobernar su estado? Ya vos lo podéis entender: ¿serían poderosas las muchas riquezas para le quitar de cuidado? Cierto no, si gastadas no fuesen allí donde se deben; luego bien podemos juzgar que el buen entendimiento y esfuerzo de los hombres es el verdadero tesoro, ¿queréis lo saber? Mirad lo que con ellos hizo aquel grande Alejandro, aquel fuerte Julio César, y aquel orgulloso Aníbal, y otros muchos que contarles podría, que siendo en su voluntad liberales, de dinero muy ricos, y muy ensalzados con sus caballeros, en este mundo fueron repartiéndolo por ellos, según que cada uno merecía y si algo en ellos de más o menos hubo, puédese creer que por la mayor parte lo hicieron, pues que tan lealmente de los más de ellos servidos y acatados fueron, así que, buenos amigos, no solamente he por bueno procurar y hacer buenos caballeros, más que vosotros, con todo cuidado me los traigáis y allegues, que siendo yo más honrado y más temido de los extraños, más honrados y guardados seréis, y si en mí alguna virtud hubiere, nunca olvidaré por los nuevos a los antiguos, y luego me nombrad aquí todos los que por mejores conocéis de estos que al presente en mi corte son venidos, porque antes que de ella partan en nuestra compañía pueden.

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