Read Amadís de Gaula Online

Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (38 page)

BOOK: Amadís de Gaula
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Dijo la doncella de Dinamarca contra Oriana:

—Señora, acorrida sois, pues aquí es el caballero bienaventurado y mirad las maravillas que hace.

.Oriana dijo entonces:

—¡Ay, amigo!, Dios os ayude y guarde, que no hay otro en el mundo que nos acorra, ni más valga.

El escudero que la tenía en el rocín dijo:

—Cierto, yo no atenderé en mi cabeza los golpes que los yelmos y las lorigas no pueden detener ni resistir, y poniéndola en tierra se fue huyendo cuanto más pudo. Amadís, que entre ellos andaba trayéndolos a su voluntad, dio al uno un tal golpe en el brazo que se lo derribó en tierra. Éste comenzó de huir dando voces con la rabia de la muerte, y fue para otro que ya el yelmo de la cabeza le derribara y hendiéndole hasta el pescuezo. Cuando el otro caballero vio tal destrucción en sus compañeros, comenzó de huir cuanto más podía. Amadís, que movía en pos de él, oyó dar voces a su señora y tornando presto vio a Arcalaus que ya cabalgara y que tomando a Oriana por el brazo la pusiera ante sí y se iba con ella cuanto más podía. Amadís fue en pos de él, sin detenencia ninguna, alcanzólo por aquel gran campo y alzando la espada por lo herir sufrióse de le dar gran golpe, que la espada era tal que cuidó que mataría a él y a su señora y diole por cima de las espaldas, que no fue de toda su fuerza, pero derribóle un pedazo de la loriga y una pieza del cuero de las espaldas. Entonces, dejó Arcalaus caer en tierra a Oriana por se ir más aína, que se temía de muerte, y Amadís le dijo:

—¡Ay, Arcalaus!, torna y verás si soy muerto como dijiste, mas él no le quiso creer, antes echó el escudo del cuello y Amadís lo alcanzó antes y diole un golpe de lueñe por la cinta de la espada y cortó la loriga y en los lomos y la punta de la espada alcanzó al caballo en la ijada y cortóle ya cuanto, así que el caballo con el temor comenzó de correr de tal forma que en poca de hora se alongó gran pieza. Amadís, comoquiera que lo mucho desamase y desease matar, no fue más adelante por no perder a su señora y tornóse donde ella estaba y descendiendo de su caballo, se le fue hincar de hinojos delante y le besó las manos diciendo:

—Ahora, haga Dios de mí lo que quisiere, que nunca señor os cuidé ver.

Ella estaba tan espantada que no le podía hablar y abrazóse con él, que gran miedo había de los caballeros muertos que cabe ella estaban. La doncella de Dinamarca fue a tomar el caballo de Amadís y vio la espada de Arcalaus en el suelo y tomándola la trajo a Amadís y dijo:

—Ved, señor, qué hermosa espada.

Él la cató y vio ser aquélla con que le echaran en la mar y se la tomó Arcalaus cuando lo encantó, y así estando como oís, sentado Amadís cabe su señora, que no tenía esfuerzo para se levantar, llegó Gandalín, que toda la noche anduviera y había dejado el caballero muerto en una ermita, con que gran placer hubieron. Mas tan grande le hubo él en ver así parado el pleito. Entonces mandó Amadís que pusiese a la doncella de Dinamarca en un caballo de los que estaban sueltos, y él puso a Oriana en el palafrén de la doncella y movieron de allí tan alegres que más ser no podía.

Amadís llevaba a su señora por la rienda y ella le iba diciendo cuán espantada iba de aquellos caballeros muertos que no podía en sí tornar, mas él le dijo:

—Muy más espantosa y cruel es aquella muerte que yo por vos padezco, y señora, doleos de mí y acordaos de lo que me tenéis prometido, que si hasta aquí me sostuve no es por al, sino creyendo' que no era más en vuestra mano, ni poder de me dar más de lo que me daba, mas si de aquí adelante viéndoos, señora, en tanta libertad no me acorrieseis, ya no me bastaría ninguna cosa que la vida sostener me pudiese, antes sería fenecida con la más rabiosa desesperanza que nunca persona murió.

Oriana le dijo:

—Por buena fe, amigo, nunca si yo puedo, por mi causa vos seréis en ese peligro, yo haré lo que queréis y vos haced como, aunque aquí yerro y pecado parezca, no lo sea ante Dios.

Así anduvieron tres leguas hasta entrar en un bosque muy espeso de árboles, que cabe una villa cuanto una legua estaba. A Oriana prendió gran sueño, como quien no había dormido ninguna cosa la noche pasada y dijo:

—Amigo, tan gran sueño me viene, que me no puedo sufrir.

—Señora —dijo él—, vamos a aquel valle y dormiréis, y desviando de la carrera se fueron al valle, donde hallaron un pequeño arroyo de agua y hierba verde muy fresca. Allí descendió Amadís a su señora y dijo:

—Señora, la siesta entra muy caliente, aquí dormiréis hasta que venga la fría. Y, en tanto, enviaré a Gandalín a aquella villa y traernos ha con que refresquemos.

—Vaya —dijo Oriana—, ¿mas quién se lo dará?.

Dijo Amadís:

—Dárselo han sobre aquel caballo y venirse ha a pie.

—No será así —dijo Oriana—, mas lleve este mi anillo, que ya nunca nos tanto como ahora valdrá, y sacándole del dedo lo dio a Gandalín. Y cuando él se iba dijo paso contra Amadís:

—Señor, quien en buen tiempo tiene y lo pierde, tarde lo cobra, y esto dicho, luego se fue y Amadís entendió bien porque lo él decía.

Oriana se acostó en el manto de la doncella en tanto que Amadís se desarmaba, que bien menester lo había y como desarmado fue la doncella se entró a dormir en unas matas espesas, y Amadís tornó a su señora y cuando así la vio tan hermosa y en su poder, habiéndole ella otorgado su voluntad, fue tan turbado de placer y de empacho, que sólo mirar no la osaba, así que se puede bien decir que en aquella verde hierba, encima de aquel manto, mas por la gracia y comedimiento de Oriana, que por la desenvoltura ni osadía de Amadís, fue hecha dueña la más hermosa doncella del mundo. Y creyendo con ello las sus encendidas llamas resfriar, aumentándose en muy mayor cantidad más ardientes y con más fuerza quedaron, así como en los sanos y verdaderos amores acaecer suele. Así estuvieron de consuno con aquellos autos amorosos cuales pesar y sentir puede aquél y aquélla que de semejante saeta sus corazones heridos son, hasta que el empacho de la venida de Gandalín hizo a Amadís levantar y llamando la doncella dieron buena orden de aderezar cómo comiesen, que bien les hacía menester, donde aunque los muchos servidores y las grandes vajillas de oro y de plata allí faltaron, no quitaron aquel dulce y gran placer que en la comida sobre la hierba hubieron. Pues así como oís estaban estos dos amantes en aquella floresta con tal vida cual nunca a placer del uno y del otro dejaba fuera si la pudieran sin empacho y gran vergüenza sostener. Donde los dejaremos holgar y descansar y contaremos qué le avino a don Galaor en la demanda del rey.

Capítulo 36

Cómo don Galaor libertó al rey Lisuarte de la prisión en que traidoramente lo llevaban.

Partido don Galaor de Amadís, su hermano, como ya oísteis, entró en el camino por donde llevaban al rey. Y cuidóse de andar cuanto más pudo, como aquél que había grande cuita de los alcanzar y no tenía mientes en cosa que viese sino en su rastro, y así anduvo hasta hora de vísperas que entró en un valle y halló en él la huella de los caballos donde habían parado. Entonces, siguió aquel rastro cuanto el caballo lo podía llevar, que le pareció que no podían ir lueñe, mas no tardó mucho que vio ante sí un caballero todo bien armado en un buen caballo, que a él salió y le dijo:

—Estad, señor caballero, y decidme qué cuita os hace así correr.

—¡Por Dios! —dijo Galaor—, dejadme de vuestra pregunta que me detengo con vos, en que mucho mal puede venir.

—¡Por Santa María! —dijo el caballero—, no pasaréis de aquí hasta que me lo digáis, u os combatáis conmigo.

Y Galaor no hacia en esto sino irse y el caballero del valle le dijo:

—Cierto, caballero, vos huís habiendo hecho algún mal y ahora os guardad, que saberlo quiero.

Entonces fue a él con su lanza bajada y el caballo al más correr. Galaor tornó, mas echado el escudo a las espaldas, cuando lo sintió cerca de sí sacó aína el caballo de la carrera y apartóse, y el caballero no lo pudo encontrar, antes pasó tan recio por él como quien traía el caballo valiente y holgado, y así fue una pieza ante Galaor y tomó a él y tomando la lanza sobre mano y díjole:

—¡Ay, caballero malo y cobarde!, no te me puedes amparar por ninguna guisa que me no digas lo que te demando o morirás.

Entonces, se fue para él muy recio y Galaor, que el caballo más diestro traía, guardóse del encuentro y no hacía sino ir adelante cuanto podía andar. El caballero, que su caballo tan presto tener no pudo, cuando tornó vio que Galaor se había alongado gran pieza y dijo:

—Si me Dios ayude, no me vos iréis así, y él que sabía bien la tierra tomó por un hatajo y fuese le poner en un paso. Galaor, que lo vio, mucho le pesó y el caballero le dijo:

—Cobarde, malo y sin corazón, ahora escoged de tres cosas cuál quisiereis: o que os combatáis u os tornad o me decid lo que os pregunto.

—De cualquier me pesa —dijo Galaor—, mas no hacéis como cortés, que yo no me tornaré y si me combatiere no será a mi placer, mas si queréis saber la prisa que llevo seguidme y verlo habéis, porque me detendría mucho en os lo contar y a la cima no me creeríais, tanto es de mala ventura.

—En el nombre de Dios —dijo el caballero—, ahora pasad y dígoos que no iréis este tercero día sin mí.

Galaor pasó adelante y el caballero en pos de él, y cuando a media legua de aquel lugar fueron, vieron andar un caballero a pie todo armado tras un caballo del que cayera, y otro caballero que de él se partía que se iba a más andar. Y el caballero que iba con don Galaor conoció al caballero derribado, que era su primo cohermano y fue aína a le tomar el caballo y dióselo diciendo:

—¿Qué fue esto, señor cohermano?.

Él dijo:

—Yo iba cuidando en la que vos sabéis, así que sólo en mí no paraba mientes y no caté sino cuando me dio aquel caballero que allá va una lanzada en el escudo tal, que el caballo hinojó conmigó y yo caí en tierra y el caballo huyó. Mas luego puse mano a la espada y llamélo a la batalla, pero no quiso venir, antes dijo que otra vez fuese más acordado en responder cuando me llamasen, y por la fe que debéis a Dios —dijo él—, vamos tras él si lo haber pudiéramos y veréis cómo me vengo.

—Eso no puedo yo hacer —dijo el cohermano—, que este tercero día he de guardar aquel caballero tras quien voy, y contóle cuanto con él le aviniera.

—Cierto —dijo el caballero—, o él es el más cobarde del mundo o va acometer algún gran hecho porque se a sí guarda y quiero dejar la venganza de mi injuria, por ver lo que avendrá de este pleito.

En esto vieron a Galaor lueñe, que él no hacía sino andar, y los dos cohermanos se fueron en pos de él y a esta hora era ya cerca de la noche. Galaor entró en una floresta y con la noche perdió el rastro y no sabía a cuál parte ir. Entonces comenzó a pedir merced a Dios que lo guiase en tal manera que fuese el primero que aquel socorro hiciese y cuidando que los caballeros se desviarían con el rey a alguna parte a dormir, anduvo escuchando de un cabo y de otro por unos valles, mas no oía nada. Los dos cohermanos, que lo seguían, cuidaban que por el camino iba, mas cuando anduvieron hasta una legua salieron de la floresta y no le vieron y creyendo que se les escondiera fueron albergar a casa de una dueña que ahí cerca moraba.

Galaor anduvo por la floresta a todas partes y pensó de pasar la floresta, pues que en ella nada hallaba y subir otro día en algún otero para mirar la tierra y tornando al camino que antes llevaba anduvo tanto, que salió a lo raso y entonces vio suso por un valle un fuego pequeño y yendo allá halló que posaban allí arrieros, y cuando así armado lo vieron con miedo tomaron lanzas y hachas y fueron contra él, y les dijo que se no temiesen de ningún mal, mas que les rogaba que le diesen un poco de cebada para el caballo. Ellos se la dieron y allí dio de cenar a su caballo. Ellos le dijeron si comería, él dijo que no, mas que dormiría un poco, que lo despertasen antes que amaneciese. Entonces eran ya pasadas las dos partes de la noche. Galaor se echó a dormir cabe el fuego, así armado y cuando el alba comenzó a romper, levantóse, que no dormía mucho sosegado, como aquél que había gran cuita en no hallar los que buscaba, y cabalgando en su caballo, tomando sus armas los encomendó a Dios y ellos a él, que su escudero no pudo tener con él, y desde allí prometió, si Dios le guardase, de dar a su escudero el mejor caballo y fuese derecho a un otero alto, y desde allí comenzó de mirar la tierra a todas partes. Entonces salieron los dos cohermanos que en casa de la dueña albergaron, y esto era ya de día, y vieron a Galaor y conociéronlo en el escudo y fueron contra él, mas ellos en moviendo viéronlo descender del otero, cuanto su caballo lo podía llevar y el caballero derribado dijo:

—Ya nos vio y huye, cierto, yo cuido que por alguna mala ventura anda así huyendo y encubriéndose y, Dios no me ayude, si lo alcanzar puedo, si de él no lo sé a su daño, si lo mereciese y vamos tras él.

Mas don Galaor, que muy lejos de su cuidar estaba, viera ya pasar los diez caballeros un paso que a la salida de la floresta había y los cinco pasaban delante y los cinco después y en medio de ellos iban hombres desarmados y él cuidó que aquéllos eran los que al rey llevaban, y fue contra ellos, tal como aquél que ya su muerte por salvar la vida ajena tenía ofrecida, siendo cerca de ellos vio al rey metido en la cadena y hubo de él tal pesar que no dudando la muerte, se dejó correr a los cinco que delante venían y dijo:

—¡Ay, traidores!, por vuestro mal pusisteis mano en el mejor hombre del mundo, y los cinco vinieron contra él, mas él hirió al primero por los pechos en guisa que el hierro con un pedazo del asta se salió a las espaldas y dio con él muerto en tierra y los otros le hirieron tan fuerte que el caballo hicieron con él hinojar y el uno le metió la lanza por entre el pecho y el escudo y perdiéndola la tomó Galaor y fue herir al otro con ella en la cuja de la pierna, y falsóle el arnés y la pierna, y entró la lanza por el caballo, así que el caballero fue tullido y allí quebró la lanza, y poniendo mano a la espada vio venir todos los otros contra sí, y él se metió entre ellos tan bravo que no hay hombre que de verlo no se espantase cómo podía sufrir tanto y tales golpes como le daban.

Y estando en esta gran prisa y peligro por ser los caballeros muchos, quísole Dios acorrer con los dos cohermanos que lo seguían, que cuando así lo vieron mucho fueron maravillados de tan gran bondad de caballero, y dijo el que en pos de él iba:

—Cierto, a sin razón culpábamos aquél de cobarde y vámosle socorrer en tan gran prisa.

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