El doctor Cheng y su esposa eran el ideal de pareja para todos, dos cítaras en perfecta armonía. Uno tocaba el acordeón mientras el otro cantaba; verlos juntos era una de las cosas más reconfortantes que se podían contemplar en la isla. A ojos de Jingqiu, solo un hombre cuyo pensamiento y obra estuvieran en concordancia, que fuera constante, como el doctor Cheng, era digno de su amor.
El cariño que sentía por su esposa y sus hijos inspiraron a Jingqiu a componer mentalmente fragmentos de poesía con los que captar cada escena, cada sentimiento. Esos fragmentos no la abandonaban, como si reclamaran ser escritos. Jingqiu los anotaba cuando llegaba a su habitación, a veces sin título, y nunca con el nombre del doctor Cheng, sino solo utilizando el pronombre «él».
Jingqiu ahora se había trasladado a una pequeña habitación de unos diez metros cuadrados que pertenecía a la escuela y compartía con otra profesora, la señorita Liu. En el cuarto había un escritorio con dos cajones, uno para cada una. Aquel era un pequeño rincón del mundo en el que podía encerrar sus secretos.
La familia de la señorita Liu vivía junto al río, y los fines de semana se iba de visita, con lo que Jingqiu se quedaba como dueña y señora de la habitación. Cerraba la puerta con llave, sacaba las cartas y fotografías de Mayor Tercero e imaginaba que se las había regalado el doctor Cheng. Se sentía feliz absorta en esos pensamientos, casi embriagada, pues aquellas palabras solo podían tener sentido si procedían de alguien como el doctor Cheng. Si no, no valían nada. Embelesada, copiaba algunos poemas para poder enseñárselos al doctor Cheng. No sabía exactamente por qué, solo le apetecía hacerlo.
Un día deslizó uno de sus poemas en el bolsillo de la chaqueta del doctor Cheng mientras él le cogía a su hijo de sus brazos. Los días siguientes no se atrevió a volver a casa del doctor Cheng, no porque pensara que había hecho algo malo, pues en ningún momento había intentado apartar al doctor Cheng de su esposa. Lo veneraba, eso era todo, lo amaba. Había escrito sus poemas para él, y quería que los leyera. La razón por la que evitaba ir a su casa era que temía que el doctor Cheng se riera de sus poemas, de sus sentimientos.
Aquel fin de semana, una noche el doctor Cheng fue a verla. Le devolvió los poemas y le dijo con una sonrisa:
—Chica, qué bien escribes, te convertirás en una gran poeta y conocerás a ese «él» de tus poemas. Guárdalos, guárdalos para dárselos cuando lo conozcas.
Jingqiu se sentía aturdida y confusa, e intentó explicarse.
—Lo siento, no sé muy bien por qué los escribí ni por qué los puse en su chaqueta. Debo de haberme vuelto loca.
—Si algo te preocupa, habla con la señora Jiang. Ella tiene experiencia y te comprenderá. Y sabe guardar un secreto.
—Por favor, no le hable a la señora Jiang de mis poemas —le imploró Jingqiu—. Se enfadaría mucho conmigo. Por favor, no se lo cuente a nadie.
—No se lo contaré a nadie. No te preocupes, no has hecho nada malo, solo escribir unos poemas y pedirle a alguien que no tiene ni idea de poesía que te los comente. Me temo que de poesía no tengo gran cosa que decir, pero, si tienes algún problema de verdad, puedo ayudarte.
Le habló en voz baja y sincera. Jingqiu no sabía si era porque confiaba en él o porque quería demostrarle que no sentía más que admiración por su persona, pero comenzó a contarle al doctor Cheng más cosas de su relación con Mayor Tercero, omitiendo solo la noche en el hospital.
—A lo mejor tenía leucemia de verdad, a pesar de lo que yo vi en su historial —dijo el doctor Cheng cuando ella acabó su relato—, pues de lo contrario no hay razón para que no quiera verte. Es posible que fuera al hospital del condado para que le trataran un resfriado. La leucemia debilita el sistema inmunológico, y acabas contrayendo todas estas enfermedades. En este momento no existe cura para la leucemia. Lo único que se puede hacer es tratar los síntomas e intentar que quienes la padecen vivan lo más posible. Es probable que en el hospital del condado no se enteraran de que la padecía, y quizá se la diagnosticaron en el hospital militar.
—Pero ¿no me dijo que en el hospital militar le diagnosticaron falta de plaquetas?
—Es posible que pidiera al hospital militar que lo mantuvieran en secreto. Todo son suposiciones, a lo mejor me equivoco. Si fuera yo, me temo que haría lo mismo, pues dijiste que querías morir con él. ¿Qué otra opción tenía? No podía dejarte ir con él, ¿o sí? ¿Y cómo iba a permitir que lo vieras cada día más delgado, más demacrado, dirigiéndose lentamente hacia la muerte? Si fueras tú, ¿le permitirías ver cómo te consumes?
—Así, ¿me está diciendo que está solo en Anhui, esperando a la muerte?
—No te lo puedo decir —dijo el doctor Cheng, tras pensarlo un rato—. A lo mejor está en la ciudad. Si fuera yo, habría vuelto a Yichang, para poder estar… un poco más cerca.
—¿Podría ayudarme preguntando en los hospitales de la ciudad?
—Puedo preguntar, siempre y cuando me prometas no hacer ninguna estupidez.
—No, no… no volveré a decir eso nunca más.
—Ni lo dirás ni tampoco lo harás. Él está preocupado por ti, y ya tiene bastantes preocupaciones. A lo mejor… ya está preparado para su destino, ya está resignado a morir, pero, si cree que te irás con él, estará furioso consigo mismo. En el hospital veo de manera regular el dolor inconsolable de las familias que han perdido a sus seres amados. Lo que más me sorprende es que nuestras vidas no nos pertenecen, no podemos hacer lo que queremos con ellas. Si le sigues a la muerte, ¿cómo afectará eso a tu madre? ¿No sería terrible para tu hermano y tu hermana? Todos quedarían muy afectados, y no beneficiaría a nadie. Mientras esté con vida, para él solo serás otra preocupación, y, cuando ya no esté… has de saber que no hay un más allá, no hay otro mundo, y si dos personas mueren juntas no se reúnen en ninguna parte. Él tenía razón, mientras tú permanezcas con vida, él no morirá.
—Tengo miedo… de que ya… ¿Podría preguntar, lo antes posible?
El doctor Cheng preguntó por todas partes, pero ninguno de los hospitales de la ciudad tenía a Sun Jianxin como paciente, ni siquiera el hospital militar.
—He agotado todas las vías. Quizá me equivoqué y no está en Yichang.
Jingqiu también había agotado sus vías; lo único que la consolaba era pensar que el doctor Cheng se había equivocado. «Si fuera yo…», había dicho, pero Mayor Tercero no era él, y en lo básico eran como la noche y el día. Eso no se lo había dicho al doctor Cheng, por lo que quizá sus predicciones no eran exactas.
Un día de abril de 1976, Wei Ling, una amiga de Jingqiu que estudiaba en la Escuela de Magisterio del Distrito, apareció buscando a Jingqiu. Visitaba a sus padres los fines de semana, y ella y Jingqiu siempre se veían un rato.
Aquel día, en cuanto Wei Ling vio a Jingqiu, le soltó:
—Estoy metida en un buen lío. Eres la única persona que puede salvarme.
Sobresaltada, Jingqiu le preguntó qué le había pasado.
Wei Ling titubeó y consiguió tartamudear:
—Es… es posible que esté… embarazada. Pero mi novio nunca me ha puesto esa cosa dentro, así que ¿cómo puedo estar embarazada?
—¿De qué cosa me hablas?
—De eso que fabrica los bebés, claro, el esperma.
Jingqiu no quería conocer los detalles. Deseaba ayudarla, pero no quería entrar en el meollo del asunto. Sin embargo, los detalles eran importantes, así que tuvo que preguntar:
—Te puso eso que fabrica los bebés, ¿dónde?
—Ya veo que no has tenido nunca novio, nunca lo has hecho y no lo entiendes. Hay que poner eso que fabrica los bebés allí de donde sale tu vieja amiga. —Wei Ling estaba enfadada—. De hecho no me lo puso allí, pero se derramó por encima de mí, por lo que debió de entrar algo, pues, de lo contrario, ¿cómo voy a estar preñada? ¿Acaso ha caído del cielo? Estoy segura de que no he compartido cama con ningún otro hombre.
Jingqiu estaba escandalizada. ¿Poner esa cosa pegajosa «allí»? ¡Qué asco! Se acordó de la aterradora historia de una chica que había puesto sus pantalones cortos al revés sobre una pared para que se secaran al sol, y se le colaron unas arañas dentro. Se los puso y se quedó embarazada, y dio a luz una camada de arañas. Desde que la oyó, Jingqiu jamás dejó sus pantalones cortos al revés ni los puso a secar sobre una pared, ni en ningún lugar donde se pudieran colar arañas. Nunca había entendido cómo te podías quedar embarazada si unas arañas se colaban en tus pantalones, pero ahora sí lo entendía. Debían dejar su cosa para fabricar bebés en los pantalones y, cuando la chica se los ponía, se le metían «allí» y la dejaban preñada.
De repente se dio cuenta de que Mayor Tercero no la había engañado. No le había «hecho» nada, no había introducido su cosa dentro de ella. Y si no había «triunfado» con ella, entonces todas las explicaciones de su comportamiento eran erróneas. Debía de padecer leucemia. Seguramente me mintió temiendo que me fuera con él, y por eso huyó a Anhui. Al hacerlo, sabía que ella lo odiaría, pero también que estaba salvando su vida.
Jingqiu tenía el corazón roto. No tenía ni idea de dónde encontrarlo ni de si estaba vivo.
Jingqiu jamás había imaginado que fuera tan ignorante, que no supiera lo que implicaba realmente compartir cama. Si Wei Ling no hubiera acudido a ella, habría seguido culpando a Mayor Tercero injustamente. Ella pensaba que «acostarse juntos» consistía simplemente en compartir habitación con un hombre.
Mayor Tercero había dicho que no se atrevía a tocarla, pues le daba miedo no poder contenerse y hacerle lo que los maridos hacen a sus esposas. Ella le había dicho que no se preocupara, que se lo hiciera, que si no lo hacía los dos morirían sin haberlo experimentado. Entonces Mayor Tercero se había puesto encima de ella, y ella había creído que lo que ocurrió entonces era lo que los maridos hacían a sus esposas.
Aquella noche ella se había mostrado ignorante, pero llena de curiosidad, y como resultado había dicho algunas cosas inapropiadas, que quizá habían disgustado a Mayor Tercero. ¡Ojalá se hubiera cortado la lengua! Aquella noche, después de que los dos hubieran estado «volando», ella se limpió la sustancia cremosa de la barriga con una toalla.
—¿Cómo sabes que no es orina? —le había preguntado.
—No lo es —dijo él incómodo.
—¿Pero el pipí no sale también de ahí? —Él asintió, y ella añadió—: Entonces, ¿cómo sabes que esto no es pipí? ¿Cuándo no lo es? ¿No podrías haberte equivocado?
Él había titubeado y apenas había sido capaz de contestarle:
—Te das cuenta. No te preocupes, desde luego no es… pipí. —Mayor Tercero había salido de la habitación y vertido un poco de agua en una palangana, escurriendo la toalla y limpiándole cuidadosamente a Jingqiu la cara y la barriga—. ¿Ya no estás tan preocupada?
—No te estaba llamando guarro —explicó Jingqiu—. Es solo que esta cosa cremosa me asusta un poco. —Se quedó pensando unos momentos y añadió—: Qué raro. ¿Por qué los chicos utilizáis una sola cosa con dos fines?
Él no contestó, pero la abrazó y se rio en silencio.
—¿Estás diciendo que los chicos deberían tener dos pitos, uno para cada función? Tu pregunta es demasiado complicada y yo no la sé contestar. Yo no pedí que me hicieran así, por lo que es mejor que le preguntes al creador.
A continuación Mayor Tercero le contó cómo fue su primera vez. En aquella época estaba en sexto de primaria, haciendo un examen. La pregunta era muy difícil y no estaba seguro de poder contestar, y a medida que se ponía nervioso se sentía como si meara, aunque era extrañamente placentero. Solo posteriormente descubrió que eso era lo que la gente llamaba «eyaculación».
—¿Eras tan… sinvergüenza cuando estabas en sexto de primaria?
—No tiene nada que ver con ser bueno o malo. Es normal, un proceso físico. Cuando un chico alcanza la pubertad, comienza a desarrollarse, y ocurren este tipo de cosas. A veces suceden mientras sueñas. Igual que vosotras, las chicas, cuando llegáis a cierta edad, os viene vuestra… «vieja amiga».
Todo iba quedando claro: los chicos también tenían sus propias «viejas amigas». Pero ¿por qué las chicas se ponían enfermas cuando sus viejas amigas iban a visitarlas, mientras que para los chicos la experiencia era «extrañamente placentera»? No parecía justo.
Entonces ella le relató su primera vez. Ocurrió mientras su madre estaba en el hospital, a unos cinco kilómetros de casa. Su hermana aún era pequeña y no podía recorrer grandes distancias, de manera que pasó la noche con su madre en el hospital, durmiendo en la misma cama. Jingqiu, por otro lado, pasaba el día cuidando de su madre, y por la noche regresaba y se quedaba en casa de su amiga Zuo Hong.
Un día, en mitad de la noche, las dos se levantaron para utilizar el retrete, y Zuo Hong dijo:
—Debe de haber llegado tu vieja amiga, porque la cama está toda roja. La mía aún no ha llegado.
Zuo Hong la ayudó a encontrar un poco de papel de váter y utilizó una venda para sujetarlo. Jingqiu estaba asustada y avergonzada, y no sabía qué hacer.
—A toda chica le llega su «vieja amiga» —le dijo Zuo Hong—. Algunas chicas de tu clase ya la tienen. Cuando vayas a ver a tu madre al hospital, dile que te lo explique.
Cuando al día siguiente Jingqiu fue al hospital, no encontraba palabras para expresarlo, y le costó arrancar hasta que por fin se lo contó a su madre.
—¡Vaya momento! —exclamó su madre—. A mí acaban de hacerme una histerectomía y a ti te viene el periodo. Desde luego, la vida es una carrera de relevos, en la que una generación le pasa el testigo a la siguiente.
Cuando Mayor Tercero oyó sus palabras, dijo:
—Espero que te cases y tengas hijos, y tengas una hija, y otra y otra, y que todas sean como tú. Así Jingqiu irá pasando de generación en generación.
Era como si le dijera que debía casarse con otro y tener hijos con él, y Jingqiu no quería oírlo, así que le tapó la boca con la mano.
—No me casaré con nadie más. Solo me casaré contigo, y mis hijos serán tuyos.
Él la acercó hacia sí.
—¿Por qué eres tan buena conmigo? —murmuró—. Quiero casarme contigo, pero…
Mayor Tercero parecía tan apenado que ella cambió de tema:
—El lado derecho de mi cuerpo es más grande que el izquierdo. —Jingqiu juntó los pulgares para demostrárselo, y luego los brazos, y era cierto, el derecho era un poco más grande que el izquierdo.