Lion se acercó a ella silenciosamente. Nada podía destrozarlo más que ver llorar a Cleo; ya lo había aprendido.
Su valiente y desconsiderada chica se sentía superada por la situación y él era el culpable directo de eso.
No le había puesto las cosas fáciles.
Y lo peor era que no sabía cómo hacerlo mejor, porque iban a estar en tensión casi todo el día, y él la empujaría una y otra vez para que continuara a su lado, para que siguiera su ritmo. Quería cuidar de ella y, a la vez, que ella diera lo mejor de sí.
Pero estaba tan asustado de tenerla ahí con él...
¿Cómo se suponía que debía actuar un hombre cuando la mujer que amaba iba a estar tan expuesta y vulnerable con él?
¿Qué debía hacer? Si fuera un amo distinto al que no le importaba jugar en equipo... Pero era un amo muy enamorado.
—Lo siento.
—Pero, ¡¿por qué te disculpas?! —La joven se dio la vuelta y lo encaró furiosa—. ¡Si ni siquiera lo sientes!
Lion se acercó a ella y la arrinconó contra la barandilla, caminando y obligándola a que ella retrocediera, escuchando todo lo que tuviera que decir. Cleo había querido estar con él, y lo sabía desde la noche del
Hurricane
, cuando se dijeron todas esas cosas... Bueno, ninguna fue una declaración de amor, pero «siempre fuiste tú» bien podía parecerse a una.
¿Cómo se sentiría ahora ella?
¿Todavía querría estar con él? ¿O todo lo que él le había hecho esos días, por fin, le hicieron ver la realidad? Ojalá que sí. Porque si Cleo no lo alejaba rápido, entonces ya no lo haría nunca. Él no la dejaría.
—¡Me han hecho un tatuaje delante de todo el mundo! —expuso terriblemente ultrajada—. Cuando me hice el camaleón iba de Tranquimazín hasta las cejas. ¡No llevo bien el dolor, Lion, y lo sabes! ¡Nos han marcado! ¡¿Es que no lo entiendes?! —Se secó las lágrimas vehementemente. —Aguantas bien el dolor, Cleo. No has soltado ni una lágrima...
—¡Porque están todas aquí y ahora! —Se señaló los ojos—. ¡No tiene sentido que llevemos este tatuaje! ¡Tú... Tú me odias! ¡Yo te veo y me entran ganas de vomitar! ¡¿Qué vamos a hacer?! Y... ¿por qué te pegas tanto a mí? Déjame... —repuso incómoda—. ¡No! ¡Déjame!
Lion inclinó la cabeza hacia abajo para que ella se diera cuenta de la diferencia de estatura. No pretendía intimidarla; Cleo no se dejaba intimidar nunca, pero le gustaba notar lo bien que ambos encajaban. Se envolvió la correa del collar de Cleo en la mano y la estiró hacia él, para que ella se acercara.
—¿Te entran ganas de vomitar cuando me ves? ¿En serio?
—¡Sí! ¡Te odio! —Le cogió de la muñeca que tiraba de su cadena. Debía mantener las distancias o perdería incluso su respeto; y ya le quedaba muy poco—. ¡Suéltame!
—¿De verdad me odias?
—¡Sí! —le gritó a un centímetro de su cara—. ¡Como tú a mí!
—Yo no te odio —susurró imponente bajo la luz de la luna. Sus ojos azules resplandecían y su rasgos viriles se delineaban a la perfección—. ¿Cómo puedes pensar eso? No podré odiarte nunca, leona. Me harás enfadar, me pondrás de muy mal humor... Pero, ¿odiarte? —Negó con la cabeza—. Imposible. Cuando me enfado digo cosas espantosas, pero no las pienso.
Los labios de Cleo hacían cautivadores pucheros. Sus ojos verdes estaban llenos de lágrimas. Su pelo, rojo y medio recogido, bailaba mecido por el viento nocturno.
—Mentira. Piensas que estropearé el caso, y eso me lo has dicho ya varias veces. —Sorbió por la nariz—. Pones en duda mi profesionalidad y no te puedes hacer una idea de lo que me molesta y de lo que me asusta eso. Porque es Leslie quien se supone que está ahí. Y si por mi culpa el caso falla... —la voz se le quebró—. ¡No! ¡Ni se te ocurra abrazarme ahora!
—¿Por qué?
—¡Porque no! ¡No tienes derecho a hacerme esto!
—Ven aquí. —La atrajo hacia él con un último tirón de su cadena y aguantó sus embestidas rabiosas y fieras hasta que, víctima del cansancio, se derrumbó contra él—. Chist... —Lion la abrazó, sepultando la nariz en su pelo de fresa—. Por Dios, para... No me hagas esto tú a mí. No llores más.
—¡Te odio! —repitió sacando todo el dolor que sentía.
—Lo sé y lo siento...
—Ti-tienes que dejar de ser tan duro y dañino conmigo —murmuró sobre su pecho—. Ya sé que no soy tu amiga, que tu amiga era Leslie. Ya sé que no soy ella, y que no estoy tan preparada; y sé que no sé mu-mucho de BDSM, ni soy buena sumisa, ni tampoco buena ama... Sé que no soy tu tipo y que no mantengo tu interés. —Los hipidos le impedían decirlo todo de carrerilla—. Pero..., ¡lo estoy intentando! ¡Intento ayudaros, no vengo a estorbar, ni-ni a molestar! ¿Es que mi esfuerzo no cuenta pa-para ti?
Lion cerró los ojos, dolorido por escuchar aquellos reproches infundados por él. ¡Era un puto mezquino! ¡Pero Cleo lo había desobedecido! ¡Había entrado en el torneo cuando él la había excluido para mantenerla a salvo!
Tomó aire inspirando profundamente y decidió que ese sería un buen momento para arrancarse media máscara para que Cleo viera y comprendiera que él no estaba así por su orgullo herido como jefe. Él estaba así porque temía por ella.
—No. No cuenta ni tu esfuerzo ni nada... No me empujes, espera y escúchame, maldita sea. —La apretó más fuertemente y le dijo al oído—: Para mí, lo único que cuenta —le acarició el pelo, abrazándola y acunándola con cuidado— es que tú estés a salvo, leona. Me muero cuando te veo entre jaulas,
dragones y mazmorras
. Tú tienes que correr libre... ¿Me entiendes? —preguntó desesperado—. No deberías estar aquí. No soporto verte aquí. Por eso te saqué del caso.
Cleo se quedó muy quieta. Levantó la cabeza para mirarlo a los ojos y comprobar que esas palabras llenas de preocupación no eran fingidas. Que eran de verdad.
—Pero fue Montgomery quien me eligió...
—Y fui yo quien te formó. Y la idea de que yo te haya metido en un lugar como este —miró a su alrededor—, en algo que podría asustarte, en un mundo en el que puedan hacerte daño y destruirte... No lo sé sobrellevar. No lo aguanto.
Oh-Dios-Mío. Lion estaba sacando su arma mortífera rayos X. Parecía tan arrepentido...
—Pero lo hiciste porque eres un profesional —aseguró Cleo—. Y, después de eso, de enseñarme e instruirme, vas y me dejas de lado. Y cuando regreso para reclamar mi lugar en el caso, me... me rechazas y... me has dicho cosas tan feas que seguro que las piensas...
—Lo que yo te haya dicho no tiene ningún valor —murmuró sobre su cabeza—. Las digo para eso. Porque estoy tan reventado que necesito hacerte daño como tú me lo haces a mí. Pero... Es lo que siento lo que importa.
—¿Lo que sientes? —A ver, un momento. «¿A qué se refiere con sentir?»—. ¿De qué estás hablando? ¿Qué te pasa? ¿Qué sientes?
Lion sonrió con tristeza y se mordió el labio inferior con frustración.
—¿De qué estoy hablando? Me... Me pongo nervioso a tu lado, Cleo. No puedo mantener la cabeza fría. ¿No te das cuenta?
—No me llames Cleo —le sugirió en voz baja señalándose el oído y haciendo referencia a las posibles cámaras o micros que pudieran haber por ahí.
—¿Ves? Haces que pierda los papeles.
—Pero si yo no hago nada —susurró absorta en el tormento de su rostro. ¿Qué estaba pasando ahí? Sentía ese momento más íntimo que cualquier otro que hubieran compartido.
—Sí que lo haces. Me lo haces y ni siquiera sé decirte qué es... Es una sensación...
Cleo parpadeó y vio a Lion de un modo más humano y vulnerable. Lo vio como agente y hombre, también como amo; pero, sobre todo, como hombre. No sabía si se había vuelto loca o si lo estaba entendiendo mal, pero... ¿Lion le estaba diciendo que se preocupaba por ella más de lo que lo hacía por el resto de compañeros? ¿A eso se refería?
—¿Esta es tu... tu surrealista manera de decirme que... que te hago sentir cosas? ¿Así me las dices?
—Puede ser.
—¿Estás jugando conmigo?
—¡No! —exclamó ofendido.
—No lo hagas, por favor —rogó—. No lo llevaré nada bien.
—Nena... —susurró—. No juego, no te engaño. Siempre fue así contigo.
—¿En serio? ¿Por qué? —preguntó asombrada, bañándose de una nueva luz, más limpia y vivificante—. ¿Por qué te hago sentir esas cosas?
—Porque sí. —Se encogió de hombros. No le iba a decir más. Ni hablar. Con eso ya tendría suficiente para que por fin comprendiera que no le era indiferente—. Porque es así. No puedo cambiar cómo me siento teniéndote aquí. Siempre te he sentido diferente. Leslie es mi amiga, pero tú... tú eres distinta. No me comporto igual contigo que con ella. Con Leslie me sentía relajado; contigo, solo estoy en guardia y al acecho. Solo estoy pendiente de ti...Y necesito, no, te ordeno —tomó su rostro entre las manos y le acarició la barbilla insolente con los pulgares—, que no me des más sustos de los que ya me has dado. Que me obedezcas. Que no te pongas en peligro y que des el máximo de ti. Que lo demos juntos, ¿de acuerdo?
—Que quede claro: entonces... ¿Estás admitiendo que... —entrecerró los ojos hasta que se convirtieron en dos finas líneas verdes— te gusto un poco?
—Un poco, sí —asumió. Eso sí podría reconocerlo. Porque le decía que solo era una ínfima parte cuando en realidad era más, mucho más de lo que las palabras podían abarcar. Pero con Cleo no podía ceder; no ahora, en un momento tan delicado, o podría subírsele a la chepa—. Me siento muy atraído por ti.
«Atracción», pensó Cleo. ¿De verdad? La atracción era buena, ¿no?
Pero en las palabras de Lion había mucho más que atracción; y como mujer que podía leer entre líneas lo sabía. ¿Qué era? Debería descubrirlo. No obstante, el comportamiento de Lion, el recibir su calor en ese momento y sobre todo, que le hablara de ese modo, la ayudó a relajarse y a sacar toda la tensión de su cuerpo.
—¿Me perdonas por todo lo que te he dicho? —preguntó afligido—. Perdóname, por favor.
—¿Por todo? —repitió abrumada dejándose abrazar y abrazándole a su vez. «Caray, qué tierno»—. No sé... Hay mucho que perdonar. —Frotó su nariz contra la camiseta azul grisácea del agente—. Me dices que en la cama te doy sueño, me echas de un caso importante para mí; insinúas que soy una incompetente y que os llevaré a todos al fracaso; me ridiculizas esta noche metiéndole la lengua a una sumisa hasta la campanilla y, después, me tatúas sin mi permiso. No, señor. No te pienso perdonar.
Lion gruñó en desacuerdo y la cogió del collar de perro, tirándole la cabeza hacia atrás y mirándola directamente a los ojos.
Fascinante. En la mirada de Cleo no había ni rastro de miedo u ofensa. Solo curiosidad y sorpresa.
—Sigo siendo un amo, que te está pidiendo perdón, pero un amo, al fin y al cabo.
—¿Eso quiere decir que ni una ofensa iba en serio, señor? ¿Me estás ordenando que te perdone? Las cosas no van así. Si quieres que te perdone, gánatelo. —Sus ojos lo retaban abiertamente.
—Primero: estoy todo el día duro a tu lado, así que no, no me aburres. Y da gracias a que esa noche el alcohol me adormeció, sino, no hubieras podido caminar en una semana. —Disfrutó al ver el rostro desconcertado de la joven—. Segundo —le puso dos dedos en la boca y la hizo callar—: no te eché de un caso. Te alejé del maldito peligro, nena. Para mí es mucho más importante tenerte lejos y a salvo, que cerca y en riesgo. Pero ahora estás aquí, y tendrás que asumir las consecuencias. Tercero —se inclinó y le mordió la barbilla suavemente porque era incapaz de no hacerlo. Disfrutó del leve y ronco gemido de Cleo—: no eres una incompetente; tienes veintisiete años y eres teniente. No deberías haberme creído tan a la ligera. Pero sí que eres una inconsciente por no irte y no alejarte de mí. Y vas a tener que pagar por eso. Cuarto: puede que haya besado a la sumisa porque me gusta provocarte, pero no lo he hecho por eso. Quería averiguar si su boca contenía
popper
, si lo había inhalado.
—¿De verdad?
—Sí. ¿Y adivina qué?
—Tiene
popper
—murmuró impactada.
—Sí. Y no solo eso. Al meterle el dedo en la boca y después de juntarlo de su saliva, lo he secado en una servilleta. —Se llevó la mano al bolsillo trasero de su pantalón negro y le mostró la pequeña servilleta de papel doblada—. Aquí tengo el ADN de la sumisa y la sustancia del
popper
. Veremos si es el mismo tipo de droga o la han hibridado de otro modo.
—Eres muy competente, señor —admitió dolida, poniéndole la mano sobre la boca para que se callara—. Pero no lo vuelvas a hacer, no me sentó bien. Soy yo tu sumisa.
Lion le mordió los dedos y después se los besó.
—No me regañes. Y quinto —se inclinó sobre sus labios y susurró—: me encanta que tengas ese tatuaje y que te una a mí. Me vuelve loco.
—Lo has hecho a propósito, ¿verdad?
—Sí. —Su actitud no denotaba arrepentimiento ni aflicción. Solo hambre.
—¿Y qué piensas hacer ahora, campeón?
—Quiero darte la bienvenida a mi selva, Lady Nala.
Cleo no lo pudo resistir. «Hola, selva», pensó.
—Dios mío... —murmuró Cleo lanzándose a comerle la boca a Lion. ¿De verdad ese hombre le había dicho todas esas cosas? ¡No se lo podía creer! El rey león estaba irreconocible y ella se sentía como en una nube, llena de agua y tormenta. Ardía y le iban a salir rayos por todos lados. Le besó y profundizó en el beso, maravillándose de lo bien que se sentía su lengua, de las cosquillas y del placer que despertaba en su boca. Besarle era tan reconfortante...
—Alto, leona. —Tiró de la cadena de perro y le echó la cabeza hacia atrás. La besó suavemente, apartándose cuando ella quería abarcar más de lo que él le permitía—. ¿Ya no te dará miedo nada de lo que quiera hacerte? —Sus manos vagaban por su cintura y rodeaban sus nalgas por debajo de la falda, acariciándolas y dándole cachetadas para luego masajearlas con más parsimonia—. ¿No te asustarás?
—No... No, señor. Nunca he tenido miedo —contestó víctima de un profundo estremecimiento que nacía en el interior de su vientre—. Contigo no.
Lion asintió agradecido. Si pudiera, en ese momento le besaría los pies. Pero Cleo necesitaba practicar para las pruebas venideras; y aunque quería hacérselo duro, rápido y profundo, a su manera, necesitaba guiarla en lo que quedaba de su disciplina.