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Authors: Dan Brown

Ángeles y Demonios (25 page)

BOOK: Ángeles y Demonios
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Glick se pasó las manos por el pelo rojizo de la barbilla.

—Creo que me hace parecer más listo.

Sonó el móvil de la camioneta, lo cual interrumpió por suerte otra descripción de los fracasos de Glick.

—Puede que sea la redacción —dijo, esperanzado de repente—. ¿Crees que quieren las últimas noticias en directo?

—¿Sobre esta historia? —Macri rió—. Sigues soñando.

Glick contestó al teléfono con su mejor voz de presentador.

—Gunther Glick, BBC, en directo desde Ciudad del Vaticano.

El hombre que habló tenía acento árabe.

—Escuche con atención —dijo—. Estoy a punto de cambiar su vida.

49

Langdon y Vittoria se hallaban solos ante las puertas dobles que conducían al sanctasanctórum de los Archivos Secretos. La ornamentación de la columnata consistía en una mezcla incongruente de alfombras de pared a pared sobre suelos de mármol y cámaras de seguridad inalámbricas, situadas junto a los querubines tallados en el techo. Langdon lo bautizó
Renacimiento Estéril.
Al lado de la puerta en forma de arco había una pequeña placa de bronce.

ARCHIVIO VATICANO
Curatote Padre Jaquí Tomaso

Padre Jaqui Tomaso.
Langdon reconoció el nombre del conservador por las cartas de rechazo que habían aterrizado sobre su escritorio.
Apreciado señor Langdon, lamento comunicarle que escribo para
denegar...

Lamento.
Tonterías.
Desde que había empezado el reinado de Jaqui Tomaso, Langdon no había conocido ni un solo estudioso norteamericano no católico que hubiera obtenido permiso para acceder a los Archivos Secretos del Vaticano.
Il guardiano,
le llamaban los historiadores. Jaqui Tomaso era el bibliotecario más irreductible del mundo.

Cuando Langdon empujó las puertas y entró en el santuario, casi esperaba ver al padre Jaqui con uniforme militar y casco montando guardia con un lanzagranadas. No obstante, la estancia estaba desierta.

Silencio. Iluminación suave.

Archivio Vaticano.
Uno de los sueños de su vida.

Mientras Langdon paseaba su mirada por la cámara, su primera reacción fue de vergüenza. Se dio cuenta de lo romántico que era. Las imágenes que durante años había atesorado de esta sala no podían ser más equivocadas. Había fantaseado con estanterías polvorientas llenas de volúmenes manoseados, sacerdotes catalogando a la luz de velas y vidrieras, monjes inclinados sobre pergaminos...

Ni por asomo.

A primera vista, la sala parecía un hangar en penumbras en el que alguien había construido una docena de pistas de tenis. Langdon sabía lo que eran los recintos acristalados. No le sorprendió verlos. La humedad y el calor deterioraban los volúmenes y pergaminos antiguos, y era necesario conservarlos en cámaras herméticas como éstas, cubículos que aislaban de la humedad y los ácidos naturales del aire. Langdon había estado en cámaras herméticas muchas veces, pero siempre era una experiencia inquietante, algo parecido a entrar en un contenedor hermético donde un bibliotecario regulaba a su antojo el oxígeno.

Las cámaras eran tenebrosas, incluso tétricas, apenas perfiladas por luces diminutas colocadas al final de cada estantería. En la negrura de cada celda, Langdon intuyó la presencia de gigantes fantasmales, hilera tras hilera de estanterías altísimas, cargadas de historia. Era una colección impresionante.

Vittoria también parecía aturdida. Contemplaba en silencio los gigantescos cubos transparentes.

El tiempo apremiaba, y Langdon no lo perdió en explorar la estancia apenas iluminada en busca de un catálogo, una enciclopedia que documentara la colección de libros. El resplandor de un puñado de terminales de ordenador distribuidas por la sala llamó su atención.

—Parece que tienen un Biblion. El índice está informatizado.

Una expresión esperanzada apareció en el rostro de Vittoria.

—Eso debería facilitar nuestra búsqueda.

Langdon deseó poder compartir su entusiasmo, pero intuyó que en realidad se trataba de una mala noticia. Se acercó a una terminal y empezó a teclear. Sus temores se confirmaron al instante.

—El método antiguo habría, sido mejor.

—¿Por qué?

Langdon se alejó del monitor.

—Porque los libros
auténticos
no están protegidos por contraseñas. Supongo que las físicas no son piratas informáticas natas, ¿verdad?

Vittoria negó con la cabeza.

—Puedo abrir ostras, y gracias.

Langdon respiró hondo y luego se volvió para contemplar la tétrica colección de cámaras transparentes. Caminó hasta la más próxima y escudriñó el interior. Entre las paredes de cristal había formas amorfas que Langdon reconoció como estantes normales, cilindros para guardar pergaminos, y mesas de examen. Leyó las etiquetas indicadoras que brillaban al final de cada estantería. Como en cualquier biblioteca, las etiquetas indicaban el contenido de esa hilera. Leyó los encabezados mientras se desplazaba a lo largo de la barrera transparente.

PIETRO L'EREMITA... LE CROCIATE... URBANO II... LEVANT...

—Están etiquetadas —dijo sin dejar de andar—, pero no por orden alfabético de autor.

No le sorprendió. Los antiguos archivos casi nunca se catalogaban por orden alfabético, porque se desconocía la identidad de muchos autores. Los títulos tampoco servían, porque muchos documentos históricos eran cartas sin título o fragmentos de pergamino. Gran parte de la catalogación se hacía por orden cronológico. Sin embargo, lo desconcertante de este orden era que no parecía cronológico.

Langdon era consciente de que el tiempo se le escapaba de las manos.

—Parece que el Vaticano utiliza un sistema propio.

—Menuda sorpresa.

Volvió a examinar las etiquetas. Estos documentos abarcaban siglos, pero las palabras que describían el contenido de los documentos estaban interrelacionadas.

—Creo que se trata de una clasificación temática.

—¿Temática? —preguntó Vittoria en tono de desaprobación científica—. Suena muy ineficaz.

Pues la verdad,
pensó Langdon, ahondando en la cuestión,
puede que sea el catálogo más astuto que haya visto en mi vida.
Siempre había animado a sus estudiantes a comprender las tendencias y motivos globales de un período artístico, antes que perderse en la maraña de datos y obras específicas. Por lo visto, los Archivos del Vaticano se catalogaban con una filosofía similar.
Pinceladas esenciales...

—Todo lo que hay en esta cámara —dijo Langdon, cada vez más confiado—, siglos de material, está relacionado con las Cruzadas. Es el tema de esta cámara.

Todo estaba aquí, pensó.
Informes históricos, cartas, obras de arte, datos sociopolíticos, análisis modernos. Todo en un solo sitio, con el fin de alentar una comprensión más profunda del tema. Brillante.

Vittoria frunció el ceño.

—Pero los datos pueden estar relacionados con
múltiples
temas al mismo tiempo.

—De ahí las referencias cruzadas con rótulos. —Langdon señaló las etiquetas de plástico de colores insertadas entre los documentos—. Indican los documentos secundarios situados en otro sitio con sus temas principales.

—Claro —dijo la joven, como aceptando su palabra. Puso los brazos en jarras e inspeccionó el enorme espacio. Después, miró a Langdon—. Bien, profesor, ¿cómo se llama esa cosa de Galileo que andamos buscando?

Langdon no pudo reprimir una sonrisa. Aún no acababa de creer que se hallaba en esta sala.
Está aquí,
pensó.
Está esperando en
la oscuridad.

—Sígueme —dijo Langdon. Avanzó por el primer pasillo, al tiempo que examinaba las etiquetas de cada cámara—. ¿Recuerdas lo que te conté sobre el Sendero de la Iluminación, que los Illuminati reclutaban nuevos miembros gracias una prueba complicada?

—La búsqueda del tesoro —dijo Vittoria, pisándole los talones.

—El reto de los Illuminati consistía en que, después de colocar los indicadores, necesitaban comunicar de alguna manera a los científicos que el camino existía.

—Lógico —dijo Vittoria—. De lo contrario, nadie lo buscaría.

—Sí, y aunque
supieran
que el sendero existía, los científicos no tendrían forma de saber dónde empezaba. Roma es enorme.

—De acuerdo.

Langdon avanzó por el siguiente pasillo, examinando las etiquetas mientras andaba.

—Hará unos quince años, un grupo de historiadores de la Sorbona y yo descubrimos una serie de cartas de los Illuminati llenas de referencias al
segno.

—La señal. El anuncio del sendero y dónde empezaba.

—Sí, y desde entonces, muchos estudiosos de los Illuminati, incluido yo mismo, han descubierto otras referencias al
segno.
Actualmente, se acepta la teoría de que la pista existe, y de que Galileo la hizo circular ampliamente entre la comunidad científica sin conocimiento del Vaticano.

—¿Cómo?

—No estamos seguros, pero lo más probable es que sean publicaciones impresas. Publicó muchos libros y boletines informativos a lo largo de los años.

—Que el Vaticano vio, sin la menor duda. Parece peligroso.

—Es verdad. No obstante, el
segno
se esparció.

—Pero nadie lo ha encontrado aún, ¿verdad?

—No. Aunque parezca extraño, siempre que aparecen alusiones al
segno
(diarios masónicos, revistas científicas antiguas, cartas de los Illuminati), la referencia se concreta en un número.

—¿Seiscientos sesenta y seis?

Langdon sonrió.

—El quinientos tres, de hecho.

—¿Qué significa?

—No lo hemos podido descifrar. El quinientos tres me fascinó, y lo probé todo con tal de descubrir el significado del número: numerología, referencias a mapas, latitudes. —Langdon llegó al final del pasillo, dobló la esquina y se apresuró a examinar la siguiente hilera de etiquetas—. Durante muchos años, la única pista parecía ser que el quinientos tres empezaba con el número cinco, una de las cifras sagradas de los Illuminati.

Hizo una pausa.

—Algo me dice que lo has descubierto hace poco, y por eso estamos aquí.

—Correcto —dijo Langdon, y se permitió uno de sus raros momentos de orgullo por su trabajo—. ¿Te suena el libro que Galileo tituló
Dialogo?

—Por supuesto. Famoso entre los científicos como la máxima traición científica.

«Traición» no era la palabra que Langdon habría utilizado, pero sabía a qué se refería Vittoria. A principios de la década de 1630, Galileo había querido publicar un libro que apoyara el modelo heliocéntrico copernicano del sistema solar, pero el Vaticano prohibió la publicación del libro hasta que Galileo incluyera una prueba igualmente persuasiva del modelo geocéntrico de la Iglesia, un modelo que Galileo sabía equivocado. Galileo no tuvo otra alternativa que plegarse a las exigencias de la Iglesia y publicar un libro que concedía idéntica extensión al modelo correcto y al equivocado.

—Como supongo que sabrás —dijo Langdon—, pese al compromiso de Galileo,
Dialogo
fue considerado herético, y el Vaticano le puso bajo arresto domiciliario.

—Ninguna buena obra deja de ser castigada.

Langdon sonrió.

—Muy cierto. No obstante, Galileo era tozudo. Mientras estaba bajo arresto domiciliario, escribió en secreto un manuscrito menos conocido, que los estudiosos suelen confundir con el
Dialogo.
El libro se titula
Discorsi.

Vittoria asintió.

—He oído hablar de él.
Discursos sobre las mareas.

Langdon se quedó asombrado de que Vittoria conociera la oscura publicación sobre el movimiento de los planetas y su efecto sobre las mareas.

—Estás hablando con una física marina italiana cuyo padre reverenciaba a Galileo.

Langdon rió. Sin embargo, no estaban buscando los
Discorsi.
Langdon explicó que
Discorsi
no había sido la única obra publicada por Galileo bajo arresto domiciliario. Los historiadores creían que también había escrito un misterioso folleto titulado
Diagramma.


Diagramma della Verità
—dijo Langdon.

—No he oído hablar de él.

—No me sorprende.
Diagramma
fue la obra más secreta de Galileo, una especie de tratado sobre hechos científicos que consideraba auténticos, pero que no podía pregonar. Como algunos manuscritos anteriores de Galileo,
Diagramma
salió bajo mano de Roma gracias a un amigo, y fue publicado con discreción en Holanda. El folleto se hizo muy popular en los medios científicos europeos clandestinos. Después, el Vaticano se enteró y se dedicó a quemar los ejemplares que caían en sus manos.

Vittoria parecía intrigada.

—¿Crees que el
Diagramma
contenía la clave? El
segno.
La información sobre el Sendero de la Iluminación.

—Creo que Galileo corrió la voz mediante el
Diagramma.
—Langdon entró en la tercera hilera de cámaras y continuó examinando las etiquetas—. Hace años que los archivistas andan buscando un ejemplar del
Diagramma,
pero entre la quema de ejemplares del Vaticano y la tasa de permanencia del folleto, éste ha desaparecido de la faz de la tierra.

—¿Tasa de permanencia?

—Durabilidad. Los archivistas califican los documentos de uno a diez según su integridad estructural. El
Diagramma
fue impreso en papiro. Es como papel de seda. No dura más de un siglo.

—¿Por qué no en algo más resistente?

—Ordenes de Galileo. Para proteger a sus seguidores. Así, cualquier científico que consiguiera un ejemplar podía disolverlo en agua. Era fantástico para destruir pruebas, pero terrible para los archivistas. Se cree que sólo un ejemplar del
Diagramma
sobrevivió más allá del siglo dieciocho.

—¿Uno? —Vittoria paseó la vista por la sala, con expresión de estupor—. ¿Y está aquí?

—Confiscado en Holanda por el Vaticano, poco después de la muerte de Galileo. Hace años que solicito que me permitan verlo. Desde que caí en la cuenta de lo que contenía.

Como si leyera la mente de Langdon, Vittoria avanzó por el pasillo y empezó a examinar la hilera de cámaras adyacente.

—Gracias —dijo Langdon—. Busca etiquetas de referencia que tengan algo que ver con Galileo, ciencia, científicos. Lo sabrás cuando la encuentres.

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