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Authors: Gemma Lienas

Anoche soñé contigo (15 page)

BOOK: Anoche soñé contigo
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—Por imbécil —fue lo único que dijo Manolo.

Mari Loli se acercó al chaval y le dio un beso.

—¡Qué susto me has dado! —y luego le dio un empujón, antes de añadir—: ¿Vas a hacer el favor de mirar por dónde vas? ¿Quieres acabar en el hospital? ¿Eh, eh? Ni que tuvieras tres años, caray.

Manu se había arrodillado, había dejado a la perra en el suelo, se había sacado un cordel del bolsillo y había empezado a anudarlo al cuello del animal. Mientras, éste aprovechaba para lamer los restos del helado de María, que, con el espanto, lo había dejado caer.

El perro no era muy grande, de pelo duro y áspero de color canela y ojos color mostaza. Parecía simpático. Si lo llega a saber... Si hubiera adivinado que estaba como un cencerro, no se lo lleva a casa por nada.

—¿Dónde te crees que vas con el chucho? —preguntó Manolo.

—Se viene a casa con nosotros.

¡Oye!, el animal, como si supiera qué tenía que hacer para camelar a Manolo, se arrastró hasta sus pies y empezó a lamerle los zapatos, hasta que el otro se ablandó y dijo:

—Bueno, pero sólo el fin de semana. El lunes lo largamos a la calle.

Pero el lunes hubo prórroga. Ya no recordaba a santo de qué. El martes llegó Manu con el nombre de la perra: Escáner. Un nombre aprendido en la clase de informática, dijo. El miércoles, reunión con la tutora, que se empeñó en que una responsabilidad como ésa iba a ser ideal para el crío; lo que le estaba haciendo falta.

Acabó por convencerla. Además, era verdad que Manu, desde el aterrizaje de Escáner en la casa, estaba más tranquilo, como más persona. Bueno, a ver qué duraba... Duró poquísimo; en cambio, la perra parecía ya para toda la vida.

Mari Loli llegó a la hora en punto a la reunión con la tutora. Esta vez, Manu la había armado gorda. Él solo, no. Ayudado por unos cuantos gamberros de su curso. Mari Loli no estaba segura de que fuera un gran consuelo saberlo acompañado. Bueno, pues, habían entrado en el instituto cuando no había nadie. ¿Cómo? Habían forzado la puerta principal y la puerta de administración. Una vez dentro, habían buscado sus fichas en los archivos, las habían sacado y las habían quemado. Luego, habían dejado unos dardos clavados en la pared sobre las fotos de algunos profesores.

Ya de vuelta, andando por la acera al final de la cual estaba su bloque de pisos, Mari Loli todavía se sentía aturdida. Caray, con el cabrón de su hijo. Esta vez sí se había metido en un buen lío.

Cuando casi estaba llegando a su bloque, vio a sus dos hijas en la calle. La mayor, comiendo pipas y charlando con sus amigas. La pequeña, sentada en un parterre en el que nunca se plantó otra cosa que zurullos de perros. Dejó de preocuparse por Manu para abalanzarse sobre Anabelén, que comía tierra con fruición.

 

 

El suelo estaba sembrado de servilletas de papel arrugadas y de palillos planos de los usados en las tapas de aceitunas. De vez en cuando, la máquina tragaperras soltaba una musiquilla pegadiza. En la cocina, tras el mostrador, freían pescaditos en aceite demasiado caliente. Mari Loli se resignó a llevar consigo al salir del bar ese tufo. Se sentó en una de las sillas de formica marrón y apoyó los codos en la mesa, también de formica marrón.

—¿Qué va a ser?

—Una cerveza y unas patatas bravas, y limpia la mesa, ¿quieres?

El otro cogió una bayeta de color alademosca y distribuyó el pringue más uniformemente.

Angelines apareció despendolada.

—¡Uf! —se quejó suavemente mientras retiraba una silla—. Para un día que tú y yo quedamos, me piden que haga una suplencia. Y no sabes lo que he tenido que correr... Mari Carmen ha llegado tarde. Me la juega muchas veces esa tía. Claro que, a mí, me da pena, porque como tiene dos críos tan pequeños, pues, ya se sabe, debe de ir de cráneo. Entonces va y llega muchas veces a las quinientas. Hoy tenía excusa, la pobre, porque uno de los niños está malo; por esa razón he tenido que quedarme yo unas horas más. Así que ¡a fastidiarse! Porque no voy a dejar sola la centralita ¿verdad? Lo que yo digo, que tendría delito que un hotel como El Arte se quedara, aunque fuera media hora, sin nadie que contestara las llamadas. Encima, Micky se ha esfumado. Ése también... Cuando más lo necesitas menos lo encuentras. Que si he ido a comprar un paquete de tabaco para un cliente, que si he subido un ramo de flores a la cuatrocientos veinticinco, que si... Vaya gaitas. Lo que yo digo, el botones tiene que estar para un barrido y para un fregado. Pues, no. Él está para lo que él quiere. Total, que no le he podido pedir que se pusiera un rato en la centralita, para que yo pudiera irme a tiempo. En cuanto Mari Carmen ha asomado, yo me he apurado en salir y he venido zumbando...

Mari Loli aprovechó el respiro para preguntarle qué iba a beber.

—Una tila, hija, que, con tantas prisas, estoy de los nervios.

Pues, apañada estaba una si era la amiga quien venía de los nervios... ¿Cómo le contaba que ella estaba al borde del ataque? Se zampó dos patatas bravas de una tacada. Casi no le cabían en la boca.

Todo muy despacito, como ella siempre hacía las cosas, Angelines se quitó la chaqueta y la dobló hacia dentro, de modo que el forro era lo único visible cuando la dejó sobre el respaldo de una de las sillas. El forro era de una tela brillante de color azulón. La chaqueta, a juego con la falda, azul marino y sin solapa, se abrochaba con tres grandes botones dorados. Llevaba una blusa fina y muy brillante de color coral y, muy pegada al inicio del cuello, una cadenita de la que colgaba una letra A dorada. Bajo la blusa, se adivinaban sus pechos de pera, con los pezones todavía mirando al cielo.

Angelines se pasó las manos por el trasero para colocar bien la falda, y se sentó. Echó atrás su melena lacia para despejarse los lados de la cara, y la A dorada osciló sobre el hueco entre las dos clavículas.

—Bueno, ¿qué te pasa, niña? ¿Es Manu?

¡Manu...! Ojalá todos sus problemas fuesen el chaval... y eso que era más malo que un dolor. Mari Loli suspiró con fuerza, pero la cuerda del pecho le impidió notar el efecto del aire entrando en sus pulmones. ¿Cómo sería la mejor forma de empezar, de contarle que Manolo se había buscado novia y que ella andaba hecha polvo, destrozada? Notó que unas lágrimas amargas le bajaban por la nariz, se le asomaban a los ojos. ¡Caramba! ¿Iba a dar el espectáculo? Se mordió el labio, cerró con fuerza los párpados, retuvo el llanto y, al abrir los ojos de nuevo, vio la sonrisa tierna de Angelines animándola. Suspiró profundamente y, al expulsar el aire, dijo:

—Manolo está enamorado de otra.

Angelines soltó la cucharilla de golpe, y ésta, con su carga de azúcar, se hundió, ¡glups!, en el vaso de tila. La infusión desbordó. Angelines, que contemplaba a Mari Loli con los ojos exasperadamente engrandecidos y azules, bajó la mirada para ver el alcance de la crecida.

Mari Loli se metió otra patata brava en la boca mientras observaba el efecto del notición en su amiga. La había dejado completamente descolocada.

Angelines se concentró en la operación de recuperar la tila caída: decantó el plato sobre el vaso. Luego miró a Mari Loli:

—Mujer, ¿estás segura?

Mari Loli movió la cabeza, afirmando, mientras se comía otra patata brava. Entonces el calorcillo de la salsa picante y el del alcohol de la cerveza empezó a hacer su efecto. Se sintió mejor, capaz de contárselo todo.

Atacó por el principio: las mentiras, las ausencias, las llamadas, las dos entradas a La Paloma... Esperó a ver si Angelines decía que no, que lo de La Paloma había sido una fiesta de Espidi, pero inútilmente. Su amiga no lo negó.

Siguió: la ducha, la ropa nueva, el paquetito de la joyería.

—Ahora, para postres, la cajita de condones.

Tenía un paquetito de condones en el cajón de la ropa interior y, cuando salía para un rato, se llevaba uno sin preocuparse ni poco ni mucho de disimular.

Angelines la escuchaba con atención. ¡Ésa era su Angelines! Siempre dispuesta a ayudar, a hacer un favor, a estar por una, a consolar. Entonces, la gratitud empujó las lágrimas que Mari Loli había mantenido a raya hasta aquel momento.

—No llores, mujer —le pidió Angelines poniéndole una mano sobre las suyas.

Ese gesto y las palabras provocaron una crisis de llanto mayor. Mari Loli hipó.

—Venga, nena. Seguro que no es para tanto, ya verás.

Mari Loli sonrió entre las lágrimas, se sacó un pañuelo arrugado del bolsillo y se enjugó las mejillas.

Angelines le volvió a acariciar la mano.

—Además, tampoco es la primera vez, ¿no?

Mari Loli la miró sorprendida. ¿Que no era la primera vez? Pues claro que sí. Si lo sabría ella.

—Es la primera vez.

Angelines esperó con la cara ladeada y, como la otra no añadía nada, la reconvino:

—Pero ¿qué dices, Lolín? Pues no hemos hablado tú y yo pocas veces de lo bien que se lo montan tu Manolo y mi Pepe.

Mari Loli chascó la lengua. Ya estaba la pava de Angelines no entendiendo ni jota de lo que le contaba. ¿Qué tendrían que ver las churras con las merinas? ¡Que una cosa era un casquete y la otra, enamorarse, joder! Y esta vez Manolo se había colado por una tía. A ver si se enteraba, que no era tan difícil.

Se lo repitió.

—Entonces, ¿ahora te molesta y las otras veces, no?

No. Tampoco era eso exactamente. Pues claro que antes le sentaba bastante mal. No era gracioso imaginarse al propio marido con otra. Especialmente, cuando a una lo que le apetecía era cepillárselo.

—¿Me sigues?

Que sí.

Bueno, pues, lo que pasaba ahora era distinto, muchísimo peor, porque Manolo andaba con cara de estar completamente enamorado, con una pinta de colgado que pasmaba. ¿Cómo se iba a entender, si no, esa sonrisa de gilipollas que se le ponía en cuanto le daba por pensar con los ojos en blanco, como si estuviera en otro sitio?

—Mujer, a lo mejor son figuraciones tuyas...

—¡Qué van a ser figuraciones mías!

Y lo de las duchas, y las camisas nuevas, y la joya, y las entradas para ir a bailar, ¿qué? ¿Todo eso también eran figuraciones de una?

—Bueno, vale, a lo mejor llevas razón.

Claro que la llevaba, eso era lo malo. Eso era lo que la tenía tan amargada. Porque la ponía a morir la idea de que estuviera chaveta perdido por otra. Imaginar que pudiese dejarla para largarse con otra mujer, eso... Vamos, que no quería ni pensar en ello porque se mareaba, le daba un pasmo, le...

—Yo me mato si Manolo me deja.

Angelines boqueó del susto.

—Mujer, no digas esas cosas, que me das miedo.

—Bueno, pues lo mato. Sí, eso sería mejor: si me deja, lo mato.

—Pero qué te va a dejar, mujer...

Tal vez. Tal vez Manolo no iba a dejarla por otra. Pero dolerle, le seguía doliendo. En fin... A lo mejor no era como para desesperarse de aquella manera. Respiró ampliamente y notó que la cuerda del pecho se había desanudado. El aire entró sin dificultad en sus pulmones. ¡Ya era hora!

Mari Loli sonrió.

—Mujer, así me gusta —la jaleó Angelines—. Verás cómo estás haciendo una montaña de un granito de arena. Además, que ellos son así, qué se le va a hacer.

Mari Loli se sonó y la miró como diciendo: ¿son cómo?, aunque en realidad conocía al dedillo las ideas de Angelines. Los hombres son unos salidos, las mujeres, menos. Así que había que tragar. ¡Manda narices!

Mari Loli resopló. ¡Ay! Su amiga seguía con las mismas bobadas que de joven.

—Pero, bueno, Angelines, ¿alguna vez has tenido tú ganas de un revolcón? ¿Sigues convencida de que sólo a ellos les va la marcha? De verdad, no me lo puedo creer.

—Pues sí. Yo sí he tenido ganas, sólo que con Pepe... —Angelines hizo un gesto con la cabeza como indicando la falta de interés resultante del sexo en su matrimonio.

—Perdona que te lo pregunte, ¿tú te lo has pasado bien alguna vez durante los revolcones?

Angelines bajó la vista y sonrió tímidamente a su vaso vacío.

Mari Loli se comió otra patata brava. Se habían enfriado.

—Te voy a contar una cosa —dijo Angelines en tono de confesión.

Mari Loli bebió un trago de cerveza y se recostó en el respaldo de su silla, dispuesta a olvidarse de sus miserias por un rato.

—¿Te acuerdas cuando hace ocho años fui al ginecólogo porque no me quedaba embarazada?

¡Vaya, si se acordaba! Aquello fue la bomba. Lo fue no por ella sino porque su Pepe se puso salido de madre cuando se enteró de lo que había dicho el médico. Además, fue ella, Mari Loli, quien la acompañó aquella primera vez. Muerta de miedo iba la pobre, pero, con todo, había tomado la determinación porque quería un crío y no quedaba preñada. El médico dijo que deberían esperar unos días para el resultado de las pruebas. En fin, como ya las siguientes veces se vio capaz de ir sola, Mari Loli no la volvió a acompañar, pero sí se enteró del final de la historia. Angelines no tenía ningún defecto de fabricación, que eso era lo que su Pepe le largaba entre risotadas, de vez en cuando. El defecto de fabricación, si acaso, era de él. ¡¿Mío?!, parece ser que gritó su Pepe cuando se enteró de aquella sandez. Porque, ¿qué otra cosa podía ser sino una sandez, teniendo en cuenta que él era muy macho? Angelines procuró tranquilizarlo para arrastrarlo hasta la consulta del médico, a que viera si la cosa era grave o tenía arreglo. Pero su Pepe estaba como una fiera y no se callaba. ¡Qué se habrá creído ese mamón! ¡Valiente enteradillo, el medicucho! ¡Llamarme, a mí, mariquita!, se despepitaba el tío.

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