Read Anoche soñé contigo Online
Authors: Gemma Lienas
Sólo veÃa la curva de sus brazos, fuerte y bien dibujada, y esa espalda tan ancha de hombro a hombro, que luego se iba estrechando hasta llegar a la cintura. ¡Lo que eran las cosas! El cuerpo de Manolo no le daba ni frÃo ni calor. No lo podÃa creer. Era la primera vez en tantos años que podÃa mirarlo sin estremecerse ni un poquito, como si, de pronto, no sólo él se hubiese apartado de su lado, sino también ella hubiese empezado a alejarse.
Entonces una idea, como si fuera el tapón de una botella de champán que saliese disparado, le pasó por la cabeza. AsÃ: ¡pam! No lo pensó dos veces, se lo dijo a Manolo tal cual, porque lo mejor era no pararse a darle muchas vueltas. Si no, igual, luego, no tenÃa valor para preguntar.
âOye, ¿tú te entiendes con otra?
Tal vez se le habÃa ocurrido por tener una excusa para echarse atrás con el Delirio. ¡Que estaba muertecita de miedo...! Sólo que Manolo hubiera hecho un gesto, Mari Loli habrÃa encontrado la forma de zafarse del representante de pastas.
Manolo, sin ponerse en pie, volvió el torso, el cuello y la cabeza. La miró brevemente, con los ojos cargados de sueño.
â¿Asà estás a las cuatro de la mañana? âSu voz sonaba con un aburrimiento que le helaba el corazón a una, si no fuera porque, sintiéndose alejada de Manolo, también se sentÃa a salvo de su frialdad. Como si le hubieran envuelto el alma en papel de aluminio, y el tono glacial de él no pudiera traspasar la protección.
Lo habÃa soltado sin mirarla porque habÃa recuperado la posición del principio y andaba contemplando de nuevo la pared.
âVale... sÃ, a las cuatro de la mañana. Cuando se me ha ocurrido decÃrtelo.
Manolo se levantó. Sólo llevaba puestos los calzoncillos nuevos que, tan sólo tres meses antes, tanto le habÃan gustado a ella. Ahora ya no le parecÃan nada del otro mundo. De espaldas a Mari Loli, Manolo bostezó sonoramente y se desperezó.
¿Qué pasaba? Porque una cosa era su voz de pesadasonlastÃas, y otra era quedarse mudo. ¿Ni siquiera iba a contestar?
Mari Loli decidió volver a la carga. Por lo menos que no la tratase como a un mueble, que le dijera algo, ¿o no?
âBueno, ¿qué? ¿Tienes una novia?
Manolo se dio la vuelta. Llevaba los rizos de la frente aún enmarañados de aplastarse sobre la almohada. Se pegó un manotazo para echarlos atrás. Entonces ella vio con claridad sus ojos, estrechos, finos, prietos, como si fueran sólo una rayita, señal de una rabia tremenda.
â¡Vale, ya, vale, ya! Que no me toques los huevos tan temprano. ¡Cómo podéis ser tan pejigueras las tÃas...! Esto no hay quien lo aguante. ¿Te das cuenta del dÃa que me espera? ¿Te das cuenta de los kilómetros que voy a hacer al volante de un camión de gran tonelaje? Te habrás creÃdo que mi trabajo es tan cómodo como el tuyo, ¿no? Sentadita en la caja, sin cansarte, tan ricamente... Pues entérate, ¡joder!, el mÃo es muy duro. Sólo me faltas tú y tus monsergas... Ya te dije que eran imaginaciones tuyas. Y no lo quiero tener que repetir. ¿Estamos?
HabÃa ido subiendo el tono de voz. Al final casi gritaba, y el «estamos» fue un berrido que atrajo a Escáner
de inmediato.
La perra metió la cabeza por el hueco de la puerta a medio cerrar. De sopetón, Manolo la abrió por completo para salir hacia el baño y casi se lleva al chucho por delante.
Mari Loli suspiró. Aclarar no habÃa aclarado nada y, en cambio, se habÃa ganado un rapapolvo a horas tan tempranas. Pues, nada, saldrÃa con el Delirio aquella noche... FaltarÃa más. Si una tenÃa un marido borde, ¿por qué no iba a buscarse una compensación por ahÃ? Eso harÃa.
âLárgate âle dijo a la perra, que pretendÃa subirse a la cama y meterse en el hueco caliente dejado por el cuerpo de Manolo.
Escáner salió de la habitación lanzando gruñidos poco convencidos.
Manolo regresó con una toalla anudada a la cintura.
â¿Sabes?
âMmmm. âManolo andaba sacando unas cuantas mudas del cajón.
âHace mucho que no te limpio el camión. Cuando vuelvas, lo haré.
Manolo la miró con aire ausente.
âBueno, si quieres...
Claro que querÃa. Se le habÃa ocurrido sobre la marcha. Estaba visto que a aquellas horas de la mañana su cerebro funcionaba a todo gas. ¡Venga a que le pasaran ideas por la cabeza!
â... pero tendrás que esperar unos dÃas. Hasta que esté de vuelta.
EsperarÃa. No importaba. A ver si en la cabina del camión iba a encontrar algo que le diera una pista.
Pasó el dÃa como una zombi. Se sentÃa tan extraña... Como habitada por dos marilolis distintas, cada una echando a correr en sentido contrario. Asà se sentÃa ella. Excitada y helada, todo a un tiempo. Por un lado, contenta y burbujeante de pensar que iba a salir por la noche agarrada al brazo del Delirio, y bien empleado iba a estarle al broncas de su marido. Por otro lado, algo triste y muy ansiosa de saber que por primera vez irÃa por ahà con alguien distinto a Manolo.
Además, alguna de las veces que Florita la observó con cara de desconcierto, se sintió incómoda también por lo que su compañera pudiera pensar si llegaba enterarse. Fijo que la ponÃa a escurrir. Con la manÃa que Florita le profesaba al Delirio... Luego, cuando ya se iba para casa, al pasar por delante de la carnicerÃa, se sintió avergonzada. Tampoco Luis aprobarÃa aquella cita con un tipo tan grosero, lleno de aspavientos y con unas manos de pulpo. Bueno, ¿y a ella qué le importaba la opinión de Manolo o la de Florita o la de Luis?
Mari Loli apretó el paso, como huyendo de la congoja, para quedarse en las risas y el olor del Delirio, pero no llegó muy lejos. Antes de entrar en la estación del metro, la inquietud la habÃa alcanzado de nuevo.
Por la noche, después de meter a Anabelén en la cama, el malestar habÃa crecido por encima de sus ganas de divertirse, como esas olas gigantescas, capaces de barrer una playa entera. Lo notaba desde el vientre, en forma de retortijones, hasta la garganta, donde la atenazaba con fuerza.
â¿Te encuentras mal, mama? âpreguntó MarÃa con ojos sorprendidos viéndola sujetarse el vientre.
âNo, hija, no. No es nada. Voy a arreglarme âle dijo a MarÃa, y la dejó sola cenando de pie en la cocina.
Manu ni siquiera habÃa aparecido. Como sabÃa que su padre no iba a estar, hacÃa lo que le daba la realÃsima gana, aún más de lo habitual.
Después de ducharse y de lavarse el pelo, fue a su habitación y abrió la puerta del armario. ¿Qué se ponÃa? Llevaba todo el dÃa dándole vueltas y no se habÃa decidido. ¿Falda o pantalón? Mujer, la falda era más fina y le sentaba mejor a una. Aunque el pantalón era más moderno, ¿o no? Todo dependÃa del lugar al que la llevara el Delirio. ¿A cenar? ¿A bailar? ¿A un espectáculo? ¿SerÃa un sitio empingorotado? Bueno, fuera lo que fuera, esperaba que les dieran algo de comer porque, pese a los retortijones, ella empezaba a notar el hambre.
De las dos faldas que tenÃa, la negra le pareció que no estaba mal: le sentaba bien, era bastante nueva y el color era fino. Se la puso. Encima, una blusa rosa, finita y muy muy brillante. Unos pantis negros que habÃa comprado en el súper esa misma tarde. Zapatos no tenÃa más que dos pares: los mocasines pelados que usaba casi cada dÃa cuando no se calzaba las zapatillas deportivas y los de tacón de aguja para cuando querÃa arreglarse. Cogió los de tacón.
Entró en el baño, de nuevo, para secarse el pelo, a ver si conseguÃa dejarlo un poco airoso, como cuando se lo peinaba Estrella, aunque, desde luego, ella no se daba la misma maña. Mientras estaba con el ruido del secador, apareció MarÃa.
âAl teléfono, mama.
â¿Quién es?
âAngelines.
¡Asà se muriera, joder!
âDile que no me puedo poner, que la llamaré mañana.
MarÃa cerró la puerta tras ella.
Iba a maquillarse un poco, tal como la enseñó la dependienta de La PerfumerÃa del centro comercial. Luego, para rematar el recauchutado, se roció con un poco de Broduai. ¡Oh! Aquel olor a nardos resucitaba a una muerta. Se sentÃa pimpante y dispuesta, capaz de hacerle frente a la vida y al Delirio. Suerte de Luis. ¡Qué majo y atento era!
Fue a contemplarse en la luna de su armario. Por delante. Por detrás, torciendo el cuello para alcanzar a verse. Se acercó algo más a la luna, se atusó el flequillo, se sonrió y se guiñó un ojo.
Al salir de la habitación, MarÃa la interceptó en el pasillo:
âDice Angelines que no se te olvide llamarla. Que todavÃa está esperando que le devuelvas la llamada de la semana pasada, la del dÃa de tu cumpleaños.
âVale, reina.
¡Pues, que fuera esperando...!
Cogió la chaqueta de angorina del recibidor, se colgó el bolso al hombro, le dio un beso a MarÃa y fue recitándole recomendaciones:
â... y, ya sabes, si llama el papa, le dices que no me puedo poner, que me dolÃa muchÃsimo la cabeza y que me he ido a dormir. Aunque, no creo que llame.
âNo te preocupes, mama. Que lo pases bien.
Pobre crÃa, qué majÃsima era. Y cuánto sentÃa involucrarla en aquella mentira. Vaya, esperaba que Manolo no tuviera la ocurrencia de llamar.
Anduvo unos cinco minutos hasta llegar a la avenida principal. Le habÃa dicho a Toni que la recogiera allà porque no querÃa que lo hiciera en su portal, donde todos los vecinos podÃan verla. O Manu, si estaba dando vueltas por el barrio. A ver si luego le irÃa con la historia a su padre...
Buscó la furgoneta de pastas El Conejo y no la vio. ¡Ay! ¿Y si todo habÃa sido una broma del Delirio? Tal vez no tenÃa la menor intención de llevarla a cenar, y ella, que se habÃa arreglado con tantas ganas, acabarÃa bailando a solas con una farola. Iba a esperar, ¿no? Pasaban sólo cinco minutos de la hora. Tampoco eran tantos... Cualquiera podÃa tener un retraso. No la iba a dejar tirada como una colilla... ¿O sÃ? ¿Quién le decÃa a ella que el Delirio era un tipo fiable, un hombre que cumplÃa sus promesas? Desde luego, Florita no lo hubiera dicho nunca jamás. Al revés. A ver la hora... Siete minutos. Pasaban siete minutos. Aún podÃa esperar un poquitÃn más, ¿verdad? ¡Oh! Se sentÃa absurda. ¿Por qué habrÃa aceptado una cita con él? ¿Y si habÃa hecho la propuesta sólo por bromear? No. Ella estaba casi segura de que fue dicho con toda seriedad. Y diez. Iba a esperar un minuto más. Y basta.
Esperó todavÃa cinco más y, entonces, un coche blanco frenó delante de ella. Mari Loli, asustada, retrocedió. El conductor del coche blanco se apoyó en el asiento del acompañante y abrió la portezuela:
âMari Loli, soy yo.
¡Huy!, nunca lo hubiera reconocido sin la furgoneta de todos los dÃas. PodÃa haberla avisado...
Mari Loli se subió al coche con el corazón latiéndole desesperadamente. Ahora que él habÃa aparecido, ella ya no estaba tan segura de que fuera lo mejor.
âHola, nena âdijo el Delirio, acercándose para darle un beso.
Mari Loli olió el aftercheif de resina. ¡Qué bien!
âEn marcha âdijo el Delirio.
â¿Adónde me llevas?
âYa lo verás, nena. Tú déjame a mÃ, que no te arrepentirás.
Pues claro que se ponÃa en sus manos. A esas alturas... Sólo pedÃa, a quien se entretuviera en escuchar los ruegos de las personas, que fueran a comer algo antes de ir a bailar, porque, ahora sÃ, Mari Loli se caÃa de hambre.
Pronto salieron de la ciudad y enfilaron la autopista.
â¿Vamos a algún restaurante fuera de Barcelona?
â¿A un restaurante? âdijo el Delirio con voz perplejaâ. ¿Y qué harÃamos en un restaurante?
Las tripas de Mari Loli se quejaron suavemente. ¡Jesús!, y por lo visto aún les quedaba un buen trecho para saciarse. ¿Adónde se dirigÃan, pues? ¿Adónde la llevaba? Sintió que la mano de él, ¡chas!, como una ventosa se pegaba a su rodilla. Se movió, inquieta, en su asiento. Trató de ignorar la ventosa de su rodilla, trató de ignorar la rodilla, trató de ignorar al Delirio...
âNo, nena, te llevo a un sitio que yo me sé, muy chachi.
¿Qué significaba muy chachi para el Delirio? ¿Y la mano del Delirio subiendo por su muslo? Bueno, estaba claro que el sitio chachi y la mano subiendo por su muslo querÃan decir lo mismo. Desde luego, una era tonta y tonta rematada. TodavÃa le alcanzó la voz para protestar débilmente:
âYo no he cenado.
â¡Mecachis! ¿Cómo se te ha ocurrido salir de casa sin cenar? âEl Delirio se detuvo; pareció entenderâ. ¡Ah, ya! HabÃas pensado que primero tomarÃamos algo, ¿no?
¿Primero? Antes del revolcón. Era eso, ¿verdad?
El Delirio abrió la guantera y metió en ella la mano.
âToma âle dijo.
Le dio un paquete de chocolatinas. Menos era nada. Mari Loli fue desenvolviendo y tragando, una tras otra, las piezas de chocolate, mientras se preguntaba qué era lo que sentÃa y si querÃa o no querÃa echar un polvo con el Delirio. ¿Y por qué no? Estrella y Florita siempre insistiendo en que se lo montase con alguien, que un kiki lo arregla todo, que dejase de empeñarse en Manolo puesto que el mundo estaba podrido de tÃos... Y ella, tantÃsimo tiempo sin un revolcón... Además, el Delirio era amable y olÃa a aftercheif de resina. Se metió una chocolatina en la boca. ¿Cómo serÃa con él? ¿Qué le dirÃa? ¿De qué forma la acariciarÃa? Porque mirarla, la miraba con ganas, eso seguro... Aunque ella no estaba segura de ser capaz de hacerlo. Con lo mucho que siempre le habÃa gustado Manolo... ¡Y desnudarse ante un extraño...! ¡Uf!, con el cuerpo que a una se le habÃa puesto. Porque, claro, no era lo mismo ahora que a los veinte años. Bueno, bien mirado, tampoco el Delirio era un chaval. ¿Y dónde serÃa? ¿En un hotel, en una casa de citas, en casa de un amigo...? Tal vez era propietario de una de esas caravanas para ir de camping con la familia. Ãse podrÃa ser un buen sitio, ¿o no?