¡Aquello no era una antesala, era un ascensor! Si, subía, estaba seguro de ello. Arriba y arriba, aunque de una forma más bien pausada. Transcurrió media eternidad antes de que la antesala-ascensor se detuviera y la puerta se abriera de nuevo.
Una figura ataviada de negro le aguardaba.
—¿Quiere venir por aquí, por favor?
Un estrecho pasillo conducía una corta distancia hasta una especie de sala de espera, donde un gran retrato de Mondior 71 ocupaba la mayor parte de una pared. Cuando Theremon entró, el retrato pareció iluminarse y cobró extrañamente brillo y resplandor, de tal modo que los oscuros e intensos ojos de Mondior le miraron directamente y el severo rostro del Sumo Apóstol adquirió una luminosa radiación interior que le hizo parecer casi hermoso, de un modo un tanto fiero.
Theremon se enfrentó fríamente a la mirada del retrato. Pero incluso el realista hombre de Prensa se sintió ligeramente inquieto ante el pensamiento de que dentro de muy poco estaría entrevistando a aquella persona. Mondior, a través de la radio o la televisión, era una cosa, sólo otro loco predicador con un absurdo mensaje que vender. Pero Mondior en carne y hueso: abrumador, hipnótico, misterioso, si su retrato daba alguna indicación..., eso podía ser algo completamente distinto. Theremon se advirtió a sí mismo que debía permanecer en guardia.
El monje ataviado de negro dijo:
—Si quiere pasar dentro, por favor...
La pared a la izquierda del retrato se abrió. Al otro lado se hizo visible una oficina, tan espartanamente decorada como una celda, sin nada más que un desnudo escritorio hecho de una simple losa de piedra pulida y una silla baja sin respaldo, tallada de un trozo de alguna madera poco habitual gris estriada en rojo, dispuesta ante él. Detrás del escritorio se sentaba un hombre de evidente fuerza y autoridad, que llevaba el negro hábito de los Apóstoles con la capucha ribeteada de rojo.
Era muy impresionante. Pero no era Mondior 71.
Mondior, a juzgar por las fotografías y el aspecto que exhibía en la televisión, tenía que ser un hombre de sesenta y cinco o setenta años, con una especie de intensa fuerza masculina en él. Su pelo era denso y ondulado, negro con amplias estrías blancas, y tenía un rostro lleno y carnoso, una boca amplia, una nariz recia, gruesas cejas muy negras y oscuros y penetrantes ojos. Pero éste era joven, seguro que aún no había cumplido los cuarenta, y aunque también parecía poderoso y altamente masculino, lo era de una forma enteramente distinta: era muy delgado, con un rostro estrecho y afilado y finos labios fruncidos. Su pelo, que se rizaba sobre su frente debajo de su capucha, era de un extraño color rojo ladrillo, y sus ojos tenían una fría e inflexible tonalidad azul.
Sin duda este hombre era un alto funcionario de la organización. Pero la cita de Theremon era con Mondior.
Aquella misma mañana había decidido, después de escribir su artículo sobre la última fulminación de los Apóstoles, que necesitaba saber más acerca de su misterioso culto. Todo lo que habían dicho hasta entonces le sonaba como a estupidez, por supuesto, pero sus palabras empezaban a adquirir la apariencia de estupideces interesantes, de las que valía la pena escribir con cierto detalle. ¿Qué mejor forma de averiguar cosas sobre ellos que ir directamente al hombre en la cima? Suponiendo que fuera posible, por supuesto. Pero, para su sorpresa, cuando llamó le dijeron que podía celebrar una audiencia con Mondior 71 aquel mismo día. Había parecido demasiado fácil.
Ahora empezaba a darse cuenta de que había sido demasiado fácil.
—Soy Folimun 66 —dijo el hombre de rostro anguloso, con una voz ligera y flexible sin nada del retumbante trueno de Mondior. Sin embargo, sospechó Theremon, era la voz de alguien que estaba acostumbrado a ser obedecido—. Soy el relaciones públicas ayudante para el distrito central de nuestra organización. Será un placer para mí responder cualquier pregunta que desee formular.
—Mi cita era con Mondior en persona —dijo Theremon.
Los helados ojos de Folimun 66 no traicionaron el menor signo de sorpresa.
—Puede considerarme como la voz de Mondior.
—Entendí que sería una audiencia personal.
—Lo es. Cualquier cosa dicha por mí es compartida por Mondior; cualquier palabra que brote de mí es la palabra de Mondior. Tiene que comprender bien esto.
—Pese a todo, se me aseguró que se me permitiría hablar con Mondior. No tengo la menor duda de que lo que usted me diga estará revestido de toda la autoridad necesaria, pero no es sólo información lo que busco. Me gustaría formarme alguna opinión del tipo de hombre que es Mondior, cuáles son sus puntos de vista sobre otras cosas aparte la profetizada destrucción del mundo, qué piensa acerca de...
—Sólo puedo repetirle lo que ya le he dicho —declaró Folimun, cortándole suavemente—. Puede considerarme como la voz de Mondior. Su Serenidad no podrá verle en persona hoy.
—Entonces prefiero regresar otro día, cuando Su Serenidad esté...
—Permítame informarle que Mondior no se halla disponible para entrevistas personales, nunca. Nunca. El trabajo de Su Serenidad es mucho más urgente, ahora que sólo nos separan unos meses del Tiempo de la Llama. —Folimun sonrió de pronto, una sonrisa inesperadamente cálida y humana, quizá con la intención de quitar algo de mordiente a la negativa y de melodramatismo a la frase "el Tiempo de la Llama". Casi gentilmente, dijo—: Supongo que se habrá producido algún malentendido, que usted no se dio cuenta de que su cita sería con un portavoz de Mondior en vez de con el Sumo Apóstol en persona. Pero así es como tiene que ser. Si no desea usted hablar conmigo, bueno, lamento que haya hecho su viaje en balde. Pero soy la fuente de información más útil que va a encontrar usted aquí, ahora o en cualquier otro momento.
De nuevo la sonrisa. Era la sonrisa de un hombre que cerraba de una forma fría y sin disculpa alguna una puerta en el rostro de Theremon.
—Muy bien —dijo Theremon, tras un momento o dos de consideración—. Veo que no tengo mucha elección. Hablo con usted o no hablo con nadie. De acuerdo: hablemos. ¿Cuánto tiempo tengo?
—Tanto como necesite, aunque esta primera reunión tendrá que ser más bien breve. Y también —una sonrisa, sorprendente, casi maliciosa— deberá tener en cuenta que sólo nos quedan catorce meses. Y que tenemos algunas otras cosas que hacer durante ese tiempo.
—Eso imagino. ¿Catorce meses, dice? ¿Y luego qué?
—Por lo que dice, supongo que no ha leído usted el Libro de las Revelaciones.
—No recientemente, es cierto.
—Entonces permítame. —Folimun extrajo un delgado volumen encuadernado en rojo de algún hueco en su aparentemente vacío escritorio y lo deslizó hacia Theremon—. Éste es para usted. Hallará mucho alimento espiritual en él, espero. Mientras tanto, puedo resumirle el tema que parece ser del mayor interés para usted. Dentro de muy poco, exactamente dentro de 418 días desde hoy, el 19 del próximo theptar para ser extremadamente precisos, caerá una gran transformación sobre nuestro confortable y familiar mundo. Los seis soles entrarán en la Caverna de la Oscuridad y desaparecerán, las Estrellas se manifestarán a nosotros, y todo Kalgash será pasto de las llamas.
Hizo un sonido muy casual. Como si estuviera hablando de la llegada de la lluvia mañana por la tarde, o la esperada floración de alguna rara planta la semana próxima en el Jardín Botánico Municipal. Todo Kalgash pasto de las llamas. Los seis soles entrando en la Caverna de la Oscuridad. Las Estrellas.
—Las Estrellas —dijo Theremon en voz alta—. ¿Qué son de hecho?
—Son los instrumentos de los dioses.
—¿No cree que podría ser un poco más específico?
—La naturaleza de las Estrellas se hará más que clara para todos nosotros —dijo Folimun 66—, dentro de 418 días.
—Entonces el actual Año de Gracia llega a su término —dijo Theremon—. Concretamente el 19 de theptar del año próximo.
Folimun pareció agradablemente sorprendido.
—Así que ha estado estudiando nuestras enseñanzas.
—Hasta cierto punto. He escuchado las últimas intervenciones de Mondior, al menos. Sé lo del ciclo de 2.049 años. ¿Y el acontecimiento que ustedes llaman el Tiempo de la Llama? Supongo que tampoco puede proporcionarme alguna especie de descripción anticipada de eso.
—Hallará usted algo al respecto en el capítulo quinto del Libro de las Revelaciones. No, no necesita buscarlo ahora: puedo citárselo. "De las Estrellas brotaron entonces las Llamas Celestes, que eran las portadoras de la voluntad de los dioses; y allá donde tocaban las llamas, las ciudades de Kalgash eran consumidas hasta la total destrucción, de tal modo que del hombre y de las obras del hombre no quedaba nada en absoluto."
Theremon asintió.
—Un repentino y terrible cataclismo. ¿Por qué?
—La voluntad de los dioses. Nos han advertido contra nuestra perversidad, y nos han proporcionado un número de años para redimirnos. Ese número de años es lo que llamamos el Año de Gracia, un "año" de 2.049 años humanos, sobre el que parece saber usted ya algo. El actual Año de Gracia se halla ya casi a su final.
—¿Y entonces cree usted que todos seremos barridos de la superficie del planeta?
—No todos. Pero la mayoría sí; y nuestra civilización será destruida. Los pocos que sobrevivan se enfrentarán a la inmensa tarea de la reconstrucción. Éste es, como parece darse cuenta, un ciclo melancólicamente repetitivo de los acontecimientos humanos. Lo que pronto ocurrirá no señalará la primera vez que la Humanidad fracasa en la prueba de los dioses. Hemos sido golpeados más de una vez antes; y ahora nos hallamos a punto de ser golpeados de nuevo.
Lo más curioso, pensó Theremon, era que Folimun no parecía en absoluto loco.
Excepto por su extraño hábito, hubiera podido ser cualquier tipo de joven hombre de negocios sentado en su atractiva oficina..., un agente de préstamos, por ejemplo, o un especialista en inversiones. Era a todas luces inteligente. Hablaba con claridad y bien, con un tono seguro y directo. Nunca desvariaba o desbarraba. Pero las cosas que decía, de aquella manera segura y directa, eran los más alocados balbuceos carentes de sentido.
El contraste entre lo que Folimun decía y la forma en que lo decía resultaba difícil de aceptar.
Ahora se arrellanó satisfecho, con expresión relajada, a la espera de que el periodista formulara la siguiente pregunta.
—Seré franco —dijo Theremon al cabo de un momento—. Como mucha gente, tengo dificultades en aceptar que algo tan grande me sea tendido simplemente como una revelación. Necesito pruebas sólidas. Pero usted no nos muestra ninguna. Acéptalo por la fe, dice. No hay ninguna prueba tangible que demuestre, por supuesto, lo que usted nos dice, pero será mejor que creamos lo que nos ofrece, porque lo ha oído todo de los dioses, y usted sabe que los dioses no le mienten. ¿Puede mostrarme por qué debería creerle? La fe sola no es suficiente para las personas como yo.
—¿Por qué piensa que no hay ninguna prueba? —preguntó Folimun.
—¿La hay? ¿Aparte el propio Libro de las Revelaciones? Las pruebas circulares no son ninguna prueba para mí.
—Somos una organización muy antigua, ¿sabe?
—Diez mil años, o al menos eso dice la historia.
Una breve sonrisa aleteante cruzó los delgados labios de Folimun.
—Una cifra arbitraria, quizás un poco exagerada para conseguir un efecto popular. Todo lo que afirmamos entre nosotros es que nos remontamos a los tiempos prehistóricos.
—Así que su grupo tiene al menos dos mil años de antigüedad, entonces.
—Un poco más que eso, como mínimo. Podemos rastrear nuestra existencia hasta una época anterior al último cataclismo..., así que con toda seguridad tenemos más de 2.049 años de antigüedad. Probablemente muchos más, pero no tenemos ninguna prueba de ello, al menos no ninguna prueba del tipo que usted estaría dispuesto a aceptar. Creemos que los Apóstoles pueden remontarse a varios ciclos de destrucción, lo cual es tanto como decir probablemente seis mil años. Todo lo que realmente importa es que nuestro origen es precataclísmico. Hemos permanecido silenciosamente activos como organización durante más de un Año de Gracia. Y, así, ahora nos hallamos en posesión de una información que ofrece detalles altamente específicos de la catástrofe que nos aguarda. Sabemos lo que ocurrirá porque somos conscientes de lo que ha ocurrido muchas veces antes.
—Pero no le muestran a nadie la información que afirman tener. La evidencia, las pruebas.
—El Libro de las Revelaciones es lo que ofrecemos al mundo.
Vueltas y vueltas y vueltas. Aquello no conducía a ninguna parte. Theremon empezó a sentirse inquieto. Evidentemente, todo aquello no era más que un gran bluff. Todo una cínica farsa, probablemente pensada para sorber rollizas contribuciones de los crédulos como Bottiker y Vivin y otros tipos ricos desesperados por comprar el billete que le permitiera escapar de la amenaza de condenación. Pese a la evidente apariencia de sinceridad e inteligencia de Folimun, tenía que ser o bien un cómplice voluntario en esta gigantesca empresa de fraudulenta fantasía o simplemente uno de los muchos incautos de Mondior.
—De acuerdo —dijo el periodista—. Supongamos por ahora que habrá alguna especie de catástrofe mundial el año próximo, de la que su grupo posee un conocimiento detallado por anticipado. ¿Qué es exactamente lo que quieren que hagamos el resto de nosotros? ¿Acudir en masa a sus capillas y suplicar a los dioses que tengan piedad de nosotros?
—Ya es demasiado tarde para eso.
—Entonces, ¿no hay ninguna esperanza? En ese caso, ¿por qué se molestan en advertirnos?
Folimun sonrió de nuevo, sin ironía esta vez.
—Por dos razones. Una, sí, queremos que la gente acuda a nuestras capillas, no tanto para que puedan intentar influenciar a los dioses como para que puedan escuchar nuestras enseñanzas en lo que se refiere a asuntos de moralidad y decencia cotidiana. Creemos que tenemos un mensaje de valor para el mundo en estos aspectos. Pero segundo, y más urgente: deseamos convencer a la gente de la realidad de lo que se aproxima, a fin de que puedan tomar medidas para protegerse contra ello. Lo peor de la catástrofe puede ser evitado. Se pueden dar pasos para impedir la completa destrucción de nuestra civilización. Las Llamas son inevitables, sí, puesto que la naturaleza humana es como es: los dioses han hablado, el tiempo de su venganza está ya en camino, pero dentro de la locura y el horror generales habrá algunos que sobrevivan. Le aseguro que nosotros los Apóstoles sobreviviremos, definitivamente. Estaremos aquí, como hemos estado antes, para conducir a la Humanidad al nuevo ciclo de renacimiento. Y ofreceremos nuestra mano, con amor, con caridad, a todo aquel que quiera aceptarla. A quien se una a nosotros en protegerse del caos que se avecina. ¿Le suena esto a locura, Theremon? ¿Le suena como si fuéramos unos chiflados peligrosos?