Anochecer (13 page)

Read Anochecer Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Anochecer
7.83Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Y tú? —preguntó—. No has dicho ni una palabra acerca de lo que has hecho mientras yo estaba fuera.

—¿Qué es lo que crees que hice, Sheerin? ¿Ir a practicar el vuelo con motor en las montañas? ¿Asistir a las reuniones de los Apóstoles de la Llama? ¿Seguir un curso de ciencias políticas? Leí libros. Di mis clases. Realicé mis experimentos. Aguardé a que volvieras a casa. Planeé la cena que cocinaría cuando tú volvieras. ¿Estás seguro de que no has empezado a seguir alguna dieta?

—Por supuesto que no. —Dejó que su mano descansara afectuosamente sobre la de ella por un momento—. Pensé en ti todo el tiempo, Liliath.

—Estoy segura de que lo hiciste.

—Y soy incapaz de esperar hasta la hora de la cena.

—Al menos eso suena plausible.

La lluvia se hizo repentinamente más densa. Una gran masa de agua golpeó el parabrisas, y todo lo que pudo hacer Liliath fue mantener el coche en la carretera, no sin cierta dificultad. El cielo se oscureció otro grado o dos a medida que empeoraba la tormenta. Sheerin se encogió ante la creciente oscuridad de fuera y clavó la vista en los brillantemente iluminados controles del tablero del coche para reconfortarse.

No deseaba permanecer más tiempo en el espacio cerrado del coche. Deseaba salir a los campos abiertos, con o sin tormenta. Pero eso era una locura. Se empaparía en un instante ahí fuera. Incluso podía ahogarse, los charcos eran tan profundos.

Piensa en cosas agradables, se dijo. Piensa en cosas cálidas y brillantes. Piensa en la luz del sol, la dorada luz de Onos, la cálida luz de Patru y Trey, incluso la helada luz de Sitha y Tano, la débil luz roja de Dovim. Piensa en la cena de esta noche. Liliath ha preparado un festín para darte la bienvenida en tu regreso. Y Liliath es tan buena cocinera.

Se dio cuenta de que seguía sin tener la menor hambre. No en un miserable día gris como éste, tan oscuro..., tan oscuro...

Pero Liliath era muy sensible acerca de su cocina. Sobre todo cuando cocinaba para él. Comería todo lo que le pusiera delante, decidió, aunque tuviera que hacerlo por la fuerza. Era una idea curiosa ésta, pensó: ¡Él, Sheerin, el gran glotón, pensando en comer por la fuerza!

Liliath le miró ante el sonido de su carcajada.

—¿Qué es tan divertido?

—Yo..., hum..., que Athor haya vuelto a la investigación —dijo apresuradamente—. Después de contentarse durante tanto tiempo en ser el Señor Sumo Emperador de la Astronomía y realizar un trabajo puramente administrativo. Tendré que llamar en seguida a Beenay. ¿Qué demonios puede estar ocurriendo en el observatorio?

12

Éste era el tercer día de Siferra 89 de vuelta en la Universidad de Saro, y todavía no había parado de llover. Qué refrescante contraste con el reseco entorno desértico de la península Sagikana. No había visto llover desde hacía tanto tiempo que se sintió maravillada ante la simple idea de que el agua pudiera caer del cielo.

En Sagikán, cada gota de agua era enormemente preciosa. Calculabas su uso con la mayor precisión y reciclabas toda la reciclable. Aquí, en cambio, caía del cielo como de algún gigantesco depósito que nunca llegaría a secarse. Sheerin sintió un poderoso impulso de despojarse de sus ropas y correr por el extenso y verde césped del campus, dejando que la lluvia resbalara por su cuerpo en un interminable y delicioso chorro que la lavara hasta despojarla de la última mota de polvo del desierto.

Eso era lo último que el campus necesitaba ver. ¡Aquella fría, solitaria y poco romántica profesora de arqueología, Siferra 89, corriendo desnuda bajo la lluvia! Valdría la pena hacerlo aunque sólo fuera para disfrutar del espectáculo de sus asombrados rostros mirando a través de cada ventana de la universidad mientras ella pasaba corriendo por delante.

Sin embargo, pensó Siferra, no es muy probable que lo haga.

No es en absoluto mi estilo.

Y, además, había mucho que hacer por otros lados. No había esperado ni un momento para ponerse a trabajar. La mayoría de los artefactos que había excavado en el yacimiento de Beklimot la seguían por vía marítima, y no llegarían a la universidad hasta dentro de unas semanas. Pero había mapas que trazar, bocetos que pulir, las fotografías estratigráficas de Balik que analizar, las muestras del suelo que preparar para el laboratorio de radiografía, más de un millón de cosas que hacer. Y luego, además, estaban las tablillas de Thombo que discutir con Mudrin 505 del Departamento de Paleografía.

¡Las tablillas de Thombo! ¡El hallazgo de hallazgos, el primer descubrimiento en todo aquel año y medio! O eso creía. Por supuesto, todo dependía de si alguien podía extraerles algún sentido. En cualquier caso, no sería una pérdida de tiempo poner a Mudrin a trabajar en ellas. Como mínimo, las tablillas eran algo fascinante. Pero podían ser mucho más que eso. Había la posibilidad de que revolucionaran todo el estudio del mundo prehistórico. Por eso no las había confiado a las rutas marítimas, sino que las había traído consigo personalmente desde Sagikán.

Llamaron a la puerta.

—¿Siferra? ¿Siferra, estás aquí?

—Pasa, Balik.

El estratígrafo de amplios hombros estaba empapado.

—Esta maldita lluvia abominable —murmuró mientras se sacudía—. ¡No creerás cómo me he empapado con sólo cruzar el patio desde la Biblioteca Uland hasta aquí!

—Me encanta la lluvia —dijo Siferra—. Espero que no cese nunca. Después de todos estos meses cociéndonos en el desierto, con arena en los ojos todo el tiempo, polvo en la garganta, el calor, la sequía... ¡No, dejemos que llueva, Balik!

—Pero veo que tú te quedas dentro de casa. Es mucho más fácil apreciar la lluvia cuando la contemplas desde una acogedora oficina seca. ¿Estás jugando de nuevo con tus tablillas?

Señaló las seis irregulares y maltratadas losetas de dura arcilla roja que Siferra había dispuesto encima de su escritorio en dos grupos de a tres, las cuadradas en una hilera y las oblongas en otra.

—¿No son hermosas? —exclamó Siferra, exultante—. No puedo dejarlas solas. No dejo de mirarlas como si de pronto pudieran volverse inteligibles con sólo mirarlas el tiempo suficiente.

Balik se inclinó hacia delante y agitó la cabeza.

—Marcas de patas de pollos. Eso es lo que a mí me parecen.

—¡Oh, vamos! Yo ya he identificado distintos esquemas de palabras —dijo Siferra—. Y no soy paleógrafa. Aquí, mira..., ¿ves este grupo de seis caracteres? Se repite aquí. Y esos tres, con las cuñas compensadas...

—¿Las ha visto ya Mudrin?

—Todavía no. Le he pedido que se pasara por aquí un poco más tarde.

—¿Sabes que ya se ha difundido la noticia de lo que hemos encontrado? ¿Los sucesivos emplazamientos de ciudades de Thombo?

Siferra le miró sorprendida.

—¿Qué? ¿Quién...?

—Uno de los estudiantes —dijo Balik—. No sé quién..., Veloran supongo, aunque Eilis piensa que ha sido Sten. Supongo que era inevitable, ¿no?

—Les advertí que no dijeran nada a...

—Sí, pero son chicos, Siferra, sólo chicos, ¡con diecinueve años y en su primera excavación importante! Y la expedición tropieza con algo absolutamente asombroso..., siete ciudades prehistóricas desconocidas hasta ahora una encima de la anterior, retrocediendo hasta sólo los dioses saben cuántos miles de años...

—Nueve ciudades, Balik.

—Siete, nueve, sigue siendo colosal de todos modos. Y yo creo que son siete. —Sonrió.

—Sé que lo crees. Pero estás equivocado. Pero, ¿quién ha estado hablando de ello? En el departamento, quiero decir.

—Hilliko. Y Brangin. Les he oído esta mañana, en el salón de la Facultad. Se muestran extremadamente escépticos, debo decirte. Apasionadamente escépticos. Ninguno de ellos cree que sea ni remotamente posible que haya un asentamiento más antiguo que Bekllimot en ese yacimiento, y no digamos nueve, o siete, o los que sean.

—No han visto las fotografías. No han visto los mapas. No han visto las tablillas. No han visto nada. Y ya dan su opinión. —Los ojos de Siferra llamearon furiosos—. ¿Qué es lo que saben? ¿Han puesto alguna vez los pies en la península Sagikana? ¿Han estado en Beklimot aunque sólo haya sido como turistas? ¡Y se atreven a dar una opinión sobre algo que ni siquiera se ha publicado, que ni siquiera ha sido discutido informalmente dentro del departamento...!

—Siferra...

—¡Me gustaría desollarlos a los dos! Y a Veloran y a Sten también. ¡Sabían que no tenían que abrir sus enormes bocazas! ¿De dónde vienen esos dos para atribuirse prioridad, aunque sea verbalmente? Les demostraré quién soy. Los traeré a los dos aquí y descubriré quién de ellos es el responsable de filtrar la historia a Hilliko y Brangin, y si el o la culpable cree que va a obtener algún día un doctorado en esta Universidad...

—Por favor, Siferra —dijo Balik en tono apaciguador—. Estás haciendo una montaña de nada.

—¡De nada! Mi prioridad por los suelos y...

—Nadie ha echado nada tuyo por los suelos. Todo sigue siendo solamente un rumor hasta que tú hagas tu propia declaración preliminar. En cuanto a Veloran y Sten, realmente no sabemos si alguno de los dos ha sido el que ha filtrado la historia, y si uno de ellos lo hizo, recuerda que tú también fuiste joven.

—Sí —dijo—. Hace tres eras geológicas.

—No seas tonta. Eres tan joven como yo, y yo no soy un anciano precisamente.

Siferra asintió indiferente. Miró hacia la ventana. De pronto la lluvia no pareció tan agradable. Todo era oscuro fuera, inquietantemente oscuro.

—De todos modos, oír que nuestros descubrimientos son ya controvertidos, cuando ni siquiera han sido publicados...

—Tienen que ser controvertidos, Siferra. Todo el mundo se va a sentir trastornado por lo que encontramos en esa colina..., no sólo en nuestro departamento, sino también en Historia, Filosofía, incluso Teología; todos se verán afectados. Y puedes apostar a que lucharán por defender sus nociones establecidas de la forma en que se desarrolló la civilización. ¿No lo harías tú, si apareciera alguien con una idea radicalmente nueva que amenazara todo lo que crees? Sé realista, Siferra. Desde un principio sabíamos que íbamos a desencadenar una tormenta.

—Lo supongo. Pero no estaba preparada para empezar tan pronto. Apenas he deshecho las maletas.

—Ése es el auténtico problema. Te has metido de cabeza en lo más denso de las cosas demasiado aprisa, sin darles tiempo de descomprimirse. Mira, tengo una idea. Nos queda algo de tiempo libre antes de que tengamos que volver por completo a nuestras tareas académicas. ¿Por qué no nos vamos tú y yo lejos de la lluvia y nos tomamos unas pequeñas vacaciones juntos? ¿A Jonglor, digamos, a ver la Exposición? Estuve hablando con Sheerin ayer..., acaba de estar allí, ¿sabes?, y dice...

Siferra miró a Balik con incredulidad.

—¿Qué?

—Unas vacaciones, he dicho. Tú y yo.

—¿Te me estás insinuando, Balik?

—Bueno, supongo que puedes llamarlo así. Pero, ¿es algo tan increíble? No somos exactamente unos desconocidos. Nos conocemos desde que éramos estudiantes graduados. Acabamos de regresar de un año y medio pasado juntos en el desierto.

—¿Juntos? Estábamos en la misma excavación, sí. Tú tenías tu tienda y yo la mía. Nunca ha habido nada entre nosotros. Y ahora, de pronto...

Los impasibles rasgos de Balik mostraron desánimo e incomodidad.

—No es como si te estuviera pidiendo que te casaras conmigo, Siferra. Simplemente sugerí un pequeño viaje rápido a la Exposición de Jonglor, cinco o seis días, un poco de sol, un decente hotel de turismo en vez de una tienda clavada en medio del desierto, unas cuantas cenas tranquilas, un poco de buen vino... —Volvió las palmas hacia arriba en un gesto de irritación—. Me estás haciendo sentir como un escolar estúpido, Siferra.

—Estás actuando como uno —dijo ella—. Nuestra relación ha sido siempre puramente profesional, Balik. Mantengámosla así, ¿quieres?

Él empezó a decir algo, evidentemente se lo pensó mejor, y apretó con fuerza los labios.

Se miraron incómodos durante un largo momento.

La cabeza de Siferra batía como un tambor. Todo aquello era inesperado y desagradable: la noticia de que los demás miembros del Departamento ya estaban tomando posiciones acerca de los hallazgos de Thombo, y el torpe intento de Balik de seducirla. ¿Seducirla? Bueno, de establecer alguna especie de relación romántica con ella, al menos. Qué absolutamente asombrado se mostraba de haber sido rechazado.

Se preguntó si alguna vez, accidentalmente, había parecido que le daba pie de alguna manera, si le habría dado sin querer un indicio de unos sentimientos que nunca habían existido.

No. No. No podía creer que lo hubiera hecho. No tenía ningún interés en ir a ningún hotel de turismo del norte del país y beber vino en restaurantes románticamente iluminados, ni con Balik ni con nadie. Tenía su trabajo. Eso era suficiente. Durante veintitantos años, desde su adolescencia, los hombres se le habían estado ofreciendo, diciéndole lo hermosa, lo maravillosa, lo fascinante que era. Resultaba halagador, suponía. Mejor que la consideraran hermosa y fascinante que fea y aburrida. Pero no estaba interesada. Nunca lo había estado. No deseaba estarlo. Qué enojoso que Balik hubiera creado esa tensión entre ellos ahora, cuando aún tenían por delante todo el trabajo de organizar el material de Beklimot: los dos, trabajando lado a lado...

Hubo otra llamada en la puerta. Se sintió inmensamente agradecida por la interrupción.

—¿Quién es? —preguntó.

—Mudrin 505 —respondió una voz aguda.

—Entre. Por favor.

—Me voy —dijo Balik.

—No. Ha venido a ver las tablillas. Son tus tablillas tanto como las mías, ¿no?

—Siferra, lamento si...

—Olvídalo. ¡Olvídalo!

Mudrin entró, bamboleándose como siempre. Era un hombre frágil y de aspecto como disecado a punto de cumplir los ochenta, muy pasada ya su edad de su jubilación, pero retenido aún como miembro de la facultad en un puesto no docente a fin de que pudiera proseguir sus estudios paleográficos. Sus apacibles ojos verde grisáceos, acuosos tras toda una vida de examinar viejos y desteñidos manuscritos, miraban desde detrás de unas gruesas gafas. Sin embargo, Siferra sabía que su acuosa apariencia era engañosa: aquellos eran los ojos más agudos que jamás hubiera conocido, al menos en lo que a antiguas inscripciones se refería.

—Así que éstas son las famosas tablillas —dijo Mudrin—. ¿Sabes que no he pensado en nada más desde que me lo dijiste? —Pero no hizo ningún movimiento inmediato para examinarlas—. ¿Puedes darme alguna información sobre el contexto, la matriz?

Other books

Rogue's Hollow by Jan Tilley
Prince of the Blood by Raymond Feist
Last Summer by Holly Chamberlin
Solomon's Throne by Jennings Wright
Tandem of Terror by Eric S. Brown
Puppies Are For Life by Linda Phillips
Declaration by Wade, Rachael
With Love by Shawnté Borris
Play Me Backwards by Adam Selzer