Antártida: Estación Polar (25 page)

Read Antártida: Estación Polar Online

Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

BOOK: Antártida: Estación Polar
7.52Mb size Format: txt, pdf, ePub

Y vio a Sarah Hensleigh, vestida con un ceñido traje de buceo negro y azul. Schofield se quedó momentáneamente desconcertado. Por primera vez en el día se percató de lo en forma que estaba Sarah Hensleigh. Aquella mujer tenía muy buen cuerpo.

Schofield arqueó las cejas.

—Esto era lo que quería preguntarle antes —dijo Sarah—. Cuando estábamos fuera. Pero no tuve la oportunidad. Quiero bajar con ellos.

—Ya veo —dijo Schofield.

—Esta estación ha perdido a nueve de los suyos en esa caverna. Me gustaría saber por qué.

Schofield miró a Hensleigh y a continuación a los tres marines que tenía a su izquierda. Frunció el ceño, dubitativo.

—Puedo ayudar —dijo rápidamente Sarah—. Con la cueva, por ejemplo.

—¿Cómo?

—Ben Austin, uno de los buzos que bajó al comienzo de todo esto, dijo que se trataba de una especie de cueva subterránea —dijo Sarah—. Dijo que tenía paredes de hielo verticales que se extendían durante varios metros. —Sarah miró a Schofield—. Creo que si las paredes de esa cueva son verticales, podríamos apostarnos a que la cueva se formó por algún acontecimiento sísmico en el pasado, por algún terremoto o erupción volcánica bajo el mar. Las paredes tan verticales se crean por empujes ascendentes de rocas, no por movimientos lentos, graduales.

—Estoy seguro de que mis hombres sabrán protegerse de esos empujes ascendentes, doctora Hensleigh.

—De acuerdo, pero puedo decirles lo que hay ahí abajo —dijo Sarah.

Eso atrajo la atención de Schofield. Se volvió a los tres buzos que permanecían en el borde del tanque.

—Montana, Gant, Cruz. Esperen un minuto, ¿de acuerdo? —Schofield se volvió y miró con seriedad a Sarah Hensleigh—. De acuerdo, doctora Hensleigh, dígame qué es lo que hay ahí abajo.

—De acuerdo —dijo Sarah mientras recopilaba sus pensamientos. Resultaba obvio que lo había estado meditando durante mucho tiempo, pero Schofield la había puesto en un brete.

—Primera teoría —dijo—. Es extraterrestre. Se trata de una nave espacial de otro planeta, de otra civilización. Ese no es realmente mi campo (no es el campo de nadie). Pero, si esa cosa es extraterrestre, daría mi brazo derecho por verla.

—Madre ya dio su pierna izquierda. ¿Qué más?

—Segunda teoría —dijo—. No es extraterrestre.

—¿No es extraterrestre? —Schofield arqueó las cejas.

—Eso es —dijo Sarah—. No es extraterrestre. Entonces esta teoría… esta teoría sí pertenece a mi campo. Es paleontología pura y dura. No se trata de una teoría nueva ni nada por el estilo, pero, hasta la fecha, nadie ha sido capaz de obtener pruebas para demostrarlo.

—¿Demostrar el qué?

Sarah respiró profundamente.

—La teoría de que, mucho tiempo atrás, existió vida civilizada en la tierra.

Hizo una pausa, pero no para suscitar más interés, sino para esperar la reacción de Schofield.

Al principio, Schofield no dijo nada, tan solo se quedó pensativo durante unos instantes. A continuación miró a Sarah.

—Prosiga.

—Estoy hablando de hace mucho tiempo —dijo Sarah—. Estoy hablando de antes de los dinosaurios. De hace cuatrocientos millones de años. Si lo pensamos… si lo pensamos desde el punto de vista de la evolución humana, es realmente posible, muy posible.

»La vida humana, tal como la conocemos, lleva en la tierra desde hace menos de un millón de años, ¿verdad? Desde un punto de vista histórico, eso no es mucho tiempo. Si la historia de la tierra fueran las veinticuatro horas de un día, entonces el período de la presencia humana moderna equivaldría a unos tres segundos. Lo que llamaríamos vida humana civilizada (vida humana en su forma
homo sapiens
) lleva aquí un período de tiempo más corto incluso, ni siquiera veinte mil años. Eso es menos de un segundo en el reloj del tiempo del mundo.

Schofield observó con detenimiento a Sarah Hensleigh mientras hablaba. Estaba entusiasmada, hablaba con gran rapidez. Se encontraba en su elemento.

—Lo que los paleontólogos suelen decir —continuó— es que toda una matriz de factores contribuyeron a que surgieran los mamíferos, y de ahí la vida humana en la tierra. La distancia adecuada del sol, la temperatura adecuada, la atmósfera adecuada, los niveles de oxígeno adecuados en la atmósfera y, por supuesto, la extinción de los dinosaurios. Todos hemos oído hablar de la hipótesis Álvarez, de cómo un asteroide impactó en la tierra y mató a todos los dinosaurios y cómo los mamíferos salieron de la oscuridad y ocuparon su lugar como gobernantes del mundo. ¿Y si les dijera que existen pruebas de que al menos otros cuatro impactos similares de asteroides han tenido lugar en este planeta durante los últimos setecientos millones de años?

—Impactos de asteroides —dijo Schofield.

—Sí. Sir Edmund Halley sugirió una vez que todo el mar Caspio había sido creado por la colisión de un asteroide cientos de millones de años atrás. Alexander Bickerton, el famoso físico neozelandés que enseñó a Rutherford, formuló la hipótesis de que el relieve oceánico de todo el sur del océano Atlántico (entre Sudáfrica y Sudamérica) era un gran cráter ovalado causado por el impacto de un enorme asteroide más de trescientos millones de años atrás.

»Ahora bien, si damos por supuesto (como tan fácilmente hacemos con los dinosaurios) que una civilización muere cada vez que uno de esos asteroides cataclísmicos impacta en la tierra, solo nos cabe preguntarnos qué otros tipos de civilizaciones, como la de los dinosaurios, han sido también destruidas. Lo que algunos estudiosos han sugerido en los últimos años (Joseph Sorenson de Stanford es el más conocido) es que esas civilizaciones pudieron ser humanas.

Schofield miró a los otros marines situados en la cubierta del nivel, a su alrededor. Todos escuchaban con atención a Sarah, absortos con su discurso.

Sarah prosiguió:

—Verán, de media, la Tierra inclina su eje vertical medio grado cada veintidós mil años. Lo que Sorenson postulaba era que cerca de cuatrocientos millones de años atrás, la tierra estaba inclinada en un ángulo no muy diferente al actual. Tampoco estaba mucho más alejada del sol de lo que está ahora, por lo que también tenía temperaturas medias similares. Las muestras de núcleos de hielo, como las que obtenemos en esta estación, demuestran que el aire era una mezcla de oxígeno, nitrógeno e hidrógeno en cantidades muy similares a las de nuestra atmósfera actual. ¿No lo ve? La matriz era igual entonces que ahora.

Schofield comenzaba poco a poco a creer lo que Sarah estaba diciendo.

Sarah dijo:

—La caverna que hay allí abajo está a cuatrocientos cincuenta metros por debajo del nivel del mar, eso son más de setecientos sesenta metros por debajo del nivel medio terrestre de la Antártida. El hielo que se encuentra allí puede tener fácilmente cuatrocientos millones de años. Si se tratase de hielo que ha sido empujado hacia arriba, por un terremoto o algo similar, podría tener mucha, mucha más antigüedad.

»Creo que lo que quiera que esté allí abajo se congeló hace tiempo. Hace mucho tiempo. Podría ser extraterrestre, o podría ser humano, de una vida humana que existió en este planeta hace millones de años. De cualquier modo, teniente, será el mayor descubrimiento de la paleontología que haya visto este mundo y quiero verlo.

Sarah se detuvo y tomó aire.

Schofield permaneció en silencio.

Ella le habló en voz baja.

—Teniente, esto es mi vida. Es toda mi vida. Lo que quiera que esté allí abajo es quizá el mayor descubrimiento en la historia de la humanidad. Llevo toda la vida estudiando para este…

Schofield la miró con curiosidad y ella paró de hablar al percibir que él estaba a punto de decirle algo.

—¿Qué hay de su hija? —dijo.

Sarah ladeó la cabeza. No se había esperado que le fuera a preguntar eso.

Schofield dijo:

—¿Está dispuesta a dejarla aquí arriba sola?

—Estará a salvo —dijo sin alterarse. A continuación sonrió—. Estará con usted.

Schofield no había visto a Sarah sonreír hasta entonces. Su sonrisa le iluminó el rostro, iluminó toda la sala.

Sarah dijo:

—También podré identificar a los buzos que bajaron antes a la cueva, que podrían estar…

Schofield alzó la mano.

—De acuerdo, me ha convencido. Puede ir. Pero usará nuestro equipo de buceo. No sé qué le ocurrió a su gente allí abajo, pero sospecho que lo que quiera que esté allí escuchó el sonido de sus aparatos de respiración y no quiero que nos ocurra lo mismo a nosotros.

—Gracias, teniente —dijo Sarah, seria—. Gracias.

A continuación se quitó el relicario de plata que llevaba alrededor del cuello y se lo dio a Schofield.

—Será mejor que no bucee con esto puesto. ¿Puede guardármelo hasta que vuelva?

Schofield lo cogió y lo guardó en su bolsillo.

—Por supuesto.

Justo entonces se produjo un rugido en el tanque, a la izquierda de Schofield.

Schofield se volvió y vio una enorme sombra negra elevarse hacia la superficie del tanque entre una bruma de espuma y burbujas.

Al principio, Schofield pensó que la sombra negra era una de las orcas, que regresaba al tanque por más comida. Pero, fuera lo que fuera aquello, no estaba nadando. Tan solo flotaba mientras subía gradualmente hacia la superficie.

Y entonces el enorme objeto negro rompió la superficie. Ondas y burbujas salieron disparadas en todas direcciones. Había espuma blanca a su alrededor. Estrechos riachuelos de sangre se abrieron paso hasta la espuma. El inmenso objeto negro apareció en la superficie. Todos los que se encontraban en la cubierta del nivel E dieron un paso atrás.

Schofield observó aquel objeto negro con asombro.

Era una orca.

Pero estaba muerta. Bien muerta. El cuerpo blanco y negro del animal flotaba inerte en el agua, junto a la plataforma. Era una de las más grandes, probablemente incluso el macho del grupo. Debía de medir casi diez metros. Siete toneladas de peso.

Al principio, Schofield pensó que debía de ser la orca a la que Madre había disparado en la cabeza durante la batalla, puesto que era la única orca de cuya muerte estaba seguro. Pero cambió de opinión rápidamente.

Esa orca muerta no tenía ninguna herida visible en la cabeza. La que Madre había disparado tendría que tener un agujero del tamaño de un balón de baloncesto en el cráneo. Esa orca no tenía ni una marca.

Y había algo más.

Esa orca había flotado a la superficie.

Un animal que muere en el agua flota inicialmente, hasta que su cuerpo se llena de agua. Solo entonces comienza a hundirse. La orca que Madre había matado hacía ya tiempo que se habría hundido. Pero esta orca, sin embargo, había muerto hacía poco.

El cuerpo inerte del animal rodó lentamente en el agua. Schofield y los demás marines lo observaron embelesados.

Y entonces, lentamente, la orca giró hasta colocarse boca arriba, de modo que Schofield vio el inmenso vientre de la orca y casi se le desencaja la mandíbula.

Dos cortes profundos y largos recorrían el vientre de la orca.

Eran dos cortes paralelos. Dos tajos irregulares que iban desde la mitad del cuerpo de la orca hasta la garganta. Por entre los cortes le salían parte de los intestinos (unos rollos largos y repugnantes de color crema tan gruesos como el brazo de un hombre).

Schofield pudo observar que tampoco eran cortes limpios. Cada tajo era una desgarradura, un rasgón. Algo había perforado el vientre de la orca y después había rasgado todo el largo de su cuerpo, desgarrándole la piel.

Todos los que se encontraban en la cubierta observaron el cuerpo ensangrentado del animal. Sus rostros lo decían todo.

Había algo bajo el agua.

Algo que había matado a una orca.

Schofield respiró profundamente y se volvió hacia Sarah.

—¿Quiere reconsiderarlo? —dijo.

Sarah observó la orca muerta durante unos segundos. A continuación volvió a mirar a Schofield.

—No —dijo—. De ningún modo.

Schofield daba vueltas alrededor de la cubierta. Solo, nervioso.

Observó cómo, en el punto medio del tanque, el cable del cabrestante se sumergía en el agua. Al final de ese cable se encontraba la campana de inmersión y, en el interior, se hallaban tres de sus marines y Sarah Hensleigh. El cable se sumergía en el agua a una velocidad constante, todo lo rápido que podía.

El cabrestante llevaba casi una hora bajando la campana de inmersión. Novecientos metros era mucha distancia, casi un kilómetro, y Schofield sabía que llevaría tiempo alcanzar esa profundidad.

Schofield se hallaba en la plataforma desierta del nivel E. Veinte minutos antes había enviado a Libro, Serpiente y Quitapenas a la parte superior para que intentaran contactar de nuevo con la radio portátil con la estación McMurdo. Tenía que saber cuándo iban a llegar los refuerzos a Wilkes.

En ese momento se encontraba solo en el nivel E. La estación permanecía en silencio, salvo por el ruido rítmico que hacía el mecanismo del cabrestante en el nivel C. El repetitivo ruido mecánico del cabrestante tenía casi un efecto relajante en él.

Schofield se sacó el relicario de plata de Sarah Hensleigh del bolsillo. Brillaba bajo la luz fluorescente de la estación. Le dio la vuelta. Había algo grabado en la parte de atrás…

Y entonces se produjo un ruido y Schofield volvió la cabeza. Solo duró un instante, pero Schofield lo había oído.

Era una voz. La voz de un hombre. Pero era una voz que hablaba…

… En francés.

Los ojos de Schofield se posaron al momento en el transmisor
VLF
que se encontraba en la cubierta a pocos centímetros de él.

De repente, el transmisor emitió un silbido estridente y se volvió a escuchar la voz de nuevo.

—La hyène, c'est moi, le requin
—dijo la voz&mdash
;. La hyène, c'est moi, le requin. Présentez votre rapport. Je répète. Présentez votre rapport.

Quitapenas
, pensó Schofield.
Mierda, necesito a Quitapenas
. Pero estaba fuera con los otros y Schofield necesitaba a alguien que supiera francés inmediatamente.

—Quitapenas —dijo Schofield por el micro de su casco.

La respuesta se produjo inmediatamente.

—¿Sí, señor?

Schofield podía escuchar el viento de fondo.

—No diga una palabra, Quitapenas. Tan solo escuche —dijo Schofield pulsando un botón de su cinturón que mantenía abierto el micro de su casco. Se agachó de modo que el micro de su casco estuviera cerca del transmisor.

Other books

The Troll by Darr, Brian
La Guerra de los Enanos by Margaret Weis & Tracy Hickman
DeVante's Coven by Johnson, SM
Deep Amber by C.J BUSBY
The Great Fog by H. F. Heard
One Special Night by Caridad Pineiro
Under Seige by Catherine Mann