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Authors: Edmund Cooper & John Wyndham & John Christopher & Harry Harrison & Peter Phillips & Philip E. High & Richard Wilson & Judith Merril & Winston P. Sanders & J.T. McIntosh & Colin Kapp & John Benyon

Tags: #Ciencia Ficción, Relato

Antología de novelas de anticipación III (38 page)

BOOK: Antología de novelas de anticipación III
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Eden se sentó y dijo:

—Buenos días. ¿Hay algo en la pizarra acerca del próximo trabajo?

Los otros sacudieron la cabeza, y Pisca dijo:

—Ni una palabra. Siempre esperan al último momento para decírnoslo. Todo el mundo sabe lo que va a pasar menos nosotros. Lo único que sabemos son simples rumores.

—Bueno —dijo Eden—, no olvidéis que las comunicaciones con la Oficina no resultan fáciles. No podemos esperar enterarnos de todo en cuanto sucede. Pero, de todas formas, estoy de acuerdo con vosotros en que podrían tenernos mejor informados de las cosas que suceden en la Tierra.

Los otros asintieron, y luego se dedicaron al desayuno. Cuando estaban tomando el café, resonó un repiqueteo en toda la Base. Llamada general. Había llegado el momento del informe, y se encaminaron a la sala de mandos, situada en la parte alta de la Base. El Comandante Hechmer se encontraba ya allí cuando entraron y ocuparon sus asientos. Eden vigiló cuidadosamente mientras buscaba una silla y se sentaba. En el pasado se había preguntado algunas veces si Hechmer lo consideraba a él de un modo especial: una mirada más, una mayor atención cuando hacía una pregunta, hablar con él más que con los otros en el curso de un informe, pequeños detalles, aunque cargados de importancia.

El comandante John H. Hechmer se había convertido en un personaje legendario en la Oficina del Tiempo a la edad de cuarenta y cinco años. Había desarrollado y perfeccionado la técnica Corriente Punta de Alfiler, mediante la cual una finísima corriente de protones podía ser extraída de un nivel de 4.560 grados de una mancha solar y dirigida contra cualquier parte soleada de la Tierra. Durante la época en que Hechmer era el Jefe de Naves de la Oficina, se realizaron grandes avances en el control del tiempo. Había desarrollado unas pautas climatológicas que asombraron a los expertos. Hechmer había asesorado incluso a los Asesores, demostrándoles las inmensas posibilidades de la Oficina. Nadie había podido competir nunca con él en el manejo de una nave solar, y uno de los objetivos de la carrera de Eden —si decidía quedarse en la Oficina—, era que se hablara de él como el hombre que se había aproximado más a Hechmer.

Cuando Hechmer levantó la mirada de la mesa, Eden tuvo la impresión de que su ojos, al recorrer el grupo de hombres, se posaban en él con cierta insistencia, como si deseara asegurarse de que estaba allí. Eden no podía estar seguro de esto, pero la posibilidad de que fuera cierto le hizo mantenerse muy erguido en su silla.

Hechmer dijo:

—Aquí está la Fase Primera de la próxima operación, tal como ha sido recibida de los Asesores.

Proyectó la adecuada parte de la página en la pantalla situada a su espalda. A Eden le bastó una rápida mirada para darse cuenta de que representaba una desviación fundamental de los procedimientos acostumbrados. Inmediatamente empezó a hundirse en su asiento, mientras se perdía en el estudio del modo de manejarlo. No se dio cuenta de que Hechmer se había fijado en su inmediata comprensión del problema. Transcurrieron varios minutos antes que unos silbidos anunciaran que también los otros habían comprendido.

Hechmer permaneció sentado tranquilamente mientras los hombres estudiaban la página. Todos ellos pensaban en las modificaciones que tendría que sufrir el informe para que la Oficina pudiera utilizarlo. Los Asesores se enorgullecían siempre de formular sus soluciones en una terminología clara y explícita. Pero, en la práctica, sus soluciones eran completamente inaplicables tal como se recibían, ya que no mencionaban muchas de las condiciones del sol con las que tenía que enfrentarse la Oficina. Existen factores que no pueden ser explicados matemáticamente. Una de las bromas preferidas de la Oficina consistía en escuchar la charla de un Asesor acerca de lo completo de su solución y acerca de lo cómodo que resultaba el trabajo para la Oficina, que no se veía obligada a pensar, y luego preguntarle al Asesor lo que sabía acerca de la "granulación inversora". Nadie, a excepción de un miembro activo de la Oficina, podía experimentar aquella extraña fluctuación que a veces se encontraba en las zonas inferiores de la capa inversora.

El silencio se prolongó. La frente de Eden estaba arrugada a causa de la intensa concentración mientras trataba de encontrar la solución al problema. Finalmente, vio una posible salida, y cogió unas cuartillas que empezó a llenar de notas. Hechmer dedicó su atención a sus propias cifras, mientras el resto contemplaba la página proyectada en la pantalla, como si estuvieran hipnotizados. Transcurrieron diez minutos antes que otro de los hombres empezara a hacer anotaciones.

Eden se retrepó en su asiento y repasó lo que había escrito. Con creciente excitación, se dio cuenta de que su posible respuesta no había sido ensayada hasta entonces. Al estudiarla con más atención, comprendió que no era factible: se trataba de una aproximación radical, que exigía de las naves un esfuerzo no realizado hasta el momento, y probablemente irrealizable.

Hechmer dijo:

—Caballeros, vamos a empezar. En primer lugar, aquí está mi respuesta. Formulen las objeciones que estimen pertinentes.

Eden la examinó. Era distinta, también, pero difería en que exigía la utilización de todas las Naves individuales sobre el sol, una cosa que hasta entonces no había sido necesaria. La respuesta de Hechmer consistía en extraer de diversos niveles de la atmósfera solar la totalidad de las corrientes necesarias para provocar el clima deseado en la Tierra. Pero a medida que la examinaba, Eden empezó a encontrarle fallos. Las corrientes, al ser extraídas de distintas partes de la superficie solar, chocarían contra la Tierra y sus alrededores en ángulos ligeramente distintos de los exigidos. La respuesta de Hechmer podía dar resultado, pero no parecía tan buena como la respuesta de Eden.

Hechmer dijo:

—La principal característica errónea de este plan es la amplia dispersión de las corrientes incidentes. ¿Se les ocurre algún medio para superar esa dificultad?

A Eden no se le ocurría, pero su mente estaba más ocupada con su propio plan. Si pudiera estar seguro de que las Naves soportarían la inmersión en la superficie solar durante el tiempo necesario, habría pocos problemas. ¡Oh! Las comunicaciones serían más difíciles, pero con una sola Nave en acción la necesidad de las comunicaciones quedaría muy reducida; la Nave tendría éxito o no, y ninguna de las instrucciones llegadas de otra parte podrían servirle de ayuda.

Uno de los otros hombres estaba empezando a sugerir la imposibilidad de que todas las Naves trabajaran juntas, un grave error, ya que las Naves no podían controlar sus collarinos con la suficiente exactitud.

Eden le interrumpió bruscamente.

—Aquí hay una posible respuesta —dijo.

Y dejó caer su cuartilla sobre el pupitre.

Hechmer continuó mirando al hombre que había estado hablando, esperando cortésmente que terminara. El hombre evitó una situación embarazosa diciendo:

—Vamos a ver lo que nos ofrece Jim antes de continuar con esto.

Hechmer proyectó la cuartilla de Eden en la pantalla, y todos se dedicaron a estudiarla. Al menos tenía la ventaja de ser fácilmente comprensible, y todos empezaron a hablar a la vez, la mayoría diciendo que era irrealizable.

—Se perderá la Nave.

—Sí, y sus tripulantes; no lo olviden.

—No dará resultado, aunque la Nave resistiera.

—No puede llevarse una Nave a esa profundidad.

Eden contempló cuidadosamente el rostro de Hechmer mientras estudiaba el plan. Vio que los ojos de Hechmer se ensanchaban, y luego volvían a estrecharse, y Hechmer se dio cuenta de que Eden le miraba atentamente. Por un instante, la habitación se borró de la mente de Hechmer, reemplazada por otra habitación similar, hacía muchos años, cuando un Hechmer más joven y más temerario contemplaba ansiosamente a su superior mientras éste examinaba un nuevo tipo de plan. Sin apartar los ojos de la página proyectada en la pantalla, Hechmer dijo:

—Suponiendo que la Nave pueda llegar allí, ¿por qué es irrealizable este plan?

—Bueno —dijo el hombre que había afirmado que el plan era irrealizable, las corrientes no quedarían proyectadas necesariamente en la dirección...

Pero, mientras hablaba, se dio cuenta de que la energía del campo de la mancha solar era acanalada para servir de lente de concentración, y se calló.

Hechmer hizo un gesto aprobatorio.

—Me alegro de que lo haya visto. ¿Alguna otra objeción? ¿Algún fallo, una vez que la Nave llegue allí y permanezca el tiempo suficiente? —Los hombres no pudieron encontrar ningún fallo, y dieron la callada por respuesta. Hechmer continuó—: De acuerdo. Ahora, ¿por qué no ha de soportar una Nave ese tipo de inmersión?

Uno de los hombres respondió:

—El efecto sesil no es tan intenso en la parte superior. Se desintegraría a consecuencia del roce.

Eden se apresuró a replicar:

—No. Lo único que hay que hacer es aumentar el suministro de carbono a los collarinos de la parte superior.

Discutieron por espacio de media hora. Eden y otros dos hombres defendieron el plan, y al final no hubo más oposición. Todos se dedicaron a pulir los detalles a fin de reducir los riesgos al mínimo. Cuando terminaron, Hechmer no tenía que tomar en realidad ninguna decisión. El grupo de capitanes de Nave había aceptado el plan, y quedó tácitamente acordado que la Nave de Eden sería la que efectuara la inmersión. Disponían apenas de media hora para iniciar la operación, de modo que disolvieron la reunión para ir a prepararse.

Eden luchó con el traje de plomo, murmurando las mismas maldiciones que todos los tripulantes de naves solares habían murmurado desde que se efectuó el primer vuelo. Las Naves disponían de protección suficiente, y los trajes de plomo sólo estaban destinados a proporcionar protección en el caso de que se produjera una grieta en el casco de la nave. Pero, si se producía una grieta, el traje de plomo no serviría para nada, puesto que las radiaciones del sol eran tan intensas que los tripulantes ni siquiera se darían cuenta de lo que los había herido. Un trago de plomo sería como tratar de tapar un volcán con una pluma. Sin embargo, los trajes de plomo eran preceptivos.

Entrar en la Nave desde la Base era siempre una maniobra complicadísima. El collarino situado encima de la compuerta de cierre no era una parte permanente de la compuerta, y, sí se movía, el campo gravitatorio del sol podía aplastar al tripulante, metiendo todo su cuerpo en el interior de sus zapatos. Eden se deslizó en la Nave y efectuó la rutinaria ronda de inspección, antes de ocupar su asiento e iniciar la maniobra de despegue.

En primer lugar comprobó la reserva de carbono, el material que se vaporizaba y luego, en forma de una delgada película, protegía a la Nave del implacable calor de la superficie solar. Las Naves se deslizaban por la capa de carbono vaporizado, del mismo modo que una gota de agua se desliza sobre una plancha calentada al rojo: éste era el efecto sesil. A continuación revisó el collarino superior. Allí, en un camino circular, viajaban unas cuantas onzas de protones a una velocidad aproximada a la de la luz. A aquella velocidad, las escasas onzas de protones pesaban incalculables toneladas, y de este modo contrapesaban la enorme atracción gravitatoria del propio sol. La misma cinta magnética que suministraba el campo para mantener a los protones en su estado de masa— pesada, servía también para mantener una polaridad equivalente a la de la contigua superficie solar. En consecuencia, el collarino y la superficie solar se repelían mutuamente. Los objetos situados debajo del collarino estaban sujetos a dos campos gravitatorios, uno de los cuales, el del collarino, anulaba al de la superficie solar, aunque no del todo. Por lo tanto, los hombres trabajaran en las Naves y en la Base en un campo 1-G.

Eden revisó una por una las diversas partes operantes de la Nave. Su tripulación de cuatro hombres trabajaba con él. cada uno de ellos a cargo de una sección de la Nave. Cinco minutos antes de despegar, el tablero estaba verde. A la hora cero, la Nave emprendió el vuelo.

Poco después Eden preguntó por el teléfono interior:

—¿Cómo andamos, muchachos?

Le respondió un coro de "estupendamentes", de modo que Eden inclinó la Nave un poco más para aumentar su velocidad. Se encontraba ante un viaje difícil, y la distancia. a recorrer era muy grande... Como siempre, Eden se sintió eufórico a medida que la velocidad aumentaba, e hizo lo que siempre había hecho cuando experimentaba aquella sensación.

Cuidadosamente, apartó uno tras otro los paneles amortiguadores del sonido del mamparo contiguo a la cabina del piloto. Después de apartar el octavo panel pudo oírlo débilmente. Pero, durante el brevísimo espacio que podía resistir el décimo el rugido llenó la pequeña cabina del piloto. Eden se sintió bañado en un atronador rugido que sacudió con furia su cuerpo, borrando de su mente todas las impresiones, excepto la necesidad de luchar y de seguir adelante. Lo que descendía sobre él era el rugido directo del propio sol, la atronadora concatenación de un millón de bombas atómicas estallando cada fracción infinitesimal de segundo. Su sonido y su furia eran enloquecedores, y un hombre no podía soportarlos durante mucho tiempo sin volverse demente, de modo que apartó el noveno con lentitud, y al apartarlos, le hacían sentir con aterradora fuerza la magnitud de los poderes que controlaba, advirtiéndole al mismo tiempo de la necesidad de concentrar su atención en lo que estaba haciendo.

Esta era una cosa que Eden no le había dicho nunca a nadie, y nadie se la había dicho nunca a él. Era su secreto, y suponía que era el único de los pilotos que lo hacía, y puesto que en aquellas condiciones no podía pensar con claridad, nunca se le ocurrió preguntarse cómo era que el aterrador sonido quedaba localizado en el asiento del piloto.

Durante media hora, Eden guió a la Nave hacia su primer punto de acción, una tarea relativamente fácil, ya que consistía únicamente en comprobar que el sistema de pilotaje por inercia funcionaba adecuadamente, y que no se veía afectado de un modo fundamental por los nuevos procedimientos aplicados en esta operación. Cuando se acercaban al punto de acción, Eden cerró los paneles y estableció contacto con la tripulación.

—Faltan cuatro minutos para iniciar la maniobra —dijo—. ¿Qué color tienen ustedes?

Las respuestas llegaron de los cuatro extremos de la Nave:

—Todo verde, jefe.

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