Aprendiz de Jedi ed. esp. 2 Los discipulos (3 page)

BOOK: Aprendiz de Jedi ed. esp. 2 Los discipulos
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Los holocrones piramidales flotaban en su mente. Era verdaderamente inquietante pensar que podía haber un buen número de esas potentes cápsulas por la galaxia, pero no era eso lo que le había despertado.

Los holocrones se desvanecieron y en su lugar apareció una figura. Obi-Wan dejó crecer su temor a medida que se perfilaba la figura. Luego se relajó, dejó de sentir miedo y se centró en la figura. Pero por mucho que lo intentara no podía verle el rostro. La cara permanecía oculta en sombras y se hizo patente una sensación: la de que alguien les había descubierto.

Cuando Obi-Wan salió de su meditación, vio que su Maestro estaba despierto y había sido testigo de su agitación.

—Es un aviso —le dijo cuando Obi-Wan le contó todo—. Tenemos que actuar con suma cautela y averiguar adonde vamos. Rápido.

Obi-Wan se rió cuando vio a Qui-Gon aparecer en el pasillo con un uniforme de mecánico. Los pantalones apenas le llegaban a la caña de la bota, y se había remangado para ocultar el hecho de que las mangas eran al menos diez centímetros demasiado cortas. Pero tuvo que admitir que nadie lo tomaría por un Maestro Jedi.

—Pues tú tampoco estás mucho mejor —dijo Qui-Gon a su aprendiz.

Obi-Wan era consciente de ello. Tras llevar el sucio uniforme que había sacado la noche anterior de la pila, hasta olía a mecánico.

—Imagino que Lundi habrá pedido un camarote privado. Vamos a separarnos y a inspeccionar la nave. Tenemos que encontrarlo a él y a sus aposentos —dijo Qui-Gon poniéndose manos a la obra—. No dejes que te vea el capitán.

Obi-Wan asintió y empezó a recorrer tranquilamente el pasillo, alejándose de Qui-Gon. Intentó abrir puertas y buscó con sus sentidos. Lundi era una presencia tan fuerte que no le costaría mucho encontrarlo.

Al cabo de unos minutos, Obi-Wan vio las puertas abiertas que daban al puente. Se puso contra la pared del pasillo, se detuvo y escuchó. El capitán estaba al mando, por supuesto, pero allí había alguien más.

Obi-Wan no tardó en darse cuenta de que era Lundi. Pero ¿qué hacía a los mandos de la nave?

Miró a su alrededor y descubrió una escalera de mantenimiento. Llevaba a una pasarela que pasaba sobre el puente de mando hasta los paneles de acceso a los motores de hipervelocidad. Si se colgaba boca abajo y el capitán y Lundi no alzaban la vista, podría acercarse lo suficiente para oír lo que decían. Obi-Wan empezó a subir.

—Creo que no me entiende, capitán —dijo Lundi en voz baja y tono amenazador—. No le pregunto si va a parar en Nolar. Le estoy diciendo que pare en Nolar.

—Y lo que usted no parece entender es que esta nave no va a Nolar. ¡Va a Lisal! —gritó el capitán. Luego golpeó con el fornido puño en los mandos, haciendo saltar una pieza.

—¡Pero es que yo no tengo que ir a Lisal! —dijo Lundi manteniéndose firme.

Obi-Wan se acercó más y más por la pasarela hasta casi estar sobre Lundi y el capitán.

Lundi movía lentamente la cabeza de adelante atrás, mientras manipulaba algo que tenía bajo la túnica. El capitán seguía con la mirada el movimiento de la pequeña cabeza del quermiano.

—Sólo lo diré una vez más —dijo Lundi sin dejar de balancear la cabeza—. El equipo que necesito está en Nolar. Usted se detendrá en Nolar. Haré que el desvío le merezca la pena.

Con gran esfuerzo, el capitán apartó la vista del rostro del quermiano y se fijó en los pliegues de la túnica del profesor.

Obi-Wan apenas pudo ver algo que brillaba en las manos de Lundi, quizá un objeto realmente valioso. Fuera lo que fuera, pareció conseguir que el capitán cambiara de opinión.

—Me detendré, pero no me quedaré esperando —finalmente, soltó al capitán.

—No se arrepentirá —le respondió Lundi.

5

L
a nave aterrizó en Nolar al cabo de una hora. Obi-Wan apenas tuvo tiempo de encontrar a su Maestro e informarle de lo escuchado en el puente.

Cuando Lundi desembarcó apresuradamente en Nolar, Obi-Wan y Qui-Gon se abrieron paso al exterior, dejando atónito al capitán. Los Jedi siguieron al profesor hasta un pequeño hangar adjunto. Sólo había una nave dentro, y Lundi habló un momento con el piloto antes de salir del hangar.

—Parece que acaba de hacer un trasbordo —dijo Obi-Wan pensativo, mientras los Jedi seguían a Lundi hacia la ciudad—. Pero a mí me dio la impresión de que Nolar era su destino final. ¿Adonde crees que irá ahora?

Qui-Gon exhaló lentamente.

—Pronto lo sabremos.

La capital, Nolari, era una ciudad multitudinaria con mucho tráfico, tanto aéreo como terrestre. Estaba repleta de seres procedentes de todos los confines de la galaxia.

Obi-Wan intentó no alejarse de su Maestro, que avanzaba decidido.

No era difícil seguir a Murk Lundi. El largo cuello, los numerosos brazos y la diminuta cabeza lo convertían en un llamativo objetivo visual, hasta en una metrópoli con la densidad de población de Nolari. Pero Obi-Wan no tardó en empezar a inquietarse. Se dio cuenta de que alguien o algo les seguía a ellos. ¿Pero qué o quién?

Sin bajar el ritmo, Qui-Gon se volvió hacia su aprendiz.

—No te separes de mí —le dijo con calma—. Creo que nos siguen.

—Yo también siento una presencia, Maestro —respondió Obi-Wan—, pero no sé de quién podría tratarse.

Qui-Gon empezó a moverse más deprisa entre la multitud. Obi-Wan estaba acostumbrado a las largas y poderosas zancadas de su Maestro, pero le costaba moverse discretamente. A pesar de lo variado del gentío, los malolientes uniformes de mecánico que llevaban parecían llamar la atención.

Echó un rápido vistazo por encima del hombro y, de repente, vio a su perseguidor: una figura humanoide que llevaba una larga capa y un casco.

—Lo he visto, Maestro —dijo Obi-Wan con serenidad—. A unos cuarenta pasos por detrás, a la derecha.

Qui-Gon asintió con rapidez.

—Vamos a tener que separarnos —dijo—. Yo seguiré a Murk. Tú intenta alejar de mí a nuestro nuevo amigo o amiga, y luego da un rodeo para saber quién es.

Obi-Wan asintió. Echó otro vistazo por encima del hombro y, cuando volvió a mirar al frente, Qui-Gon había desaparecido entre la multitud.

Obi-Wan giró repentinamente en redondo. Utilizando su visión periférica, vio que su perseguidor se detenía un momento, como si no supiera adonde ir. Un momento después, se decidió a seguir a Obi-Wan.

Aliviado, el padawan siguió avanzando. Zigzagueó por el abarrotado mercado, deteniéndose apenas un momento para contemplar las deliciosas frutas y verduras que vendían en los puestos. Varios vendedores le hablaron a gritos, en un agresivo intento por vender sus mercancías. A Obi-Wan le rugía el estómago, pero, por desgracia, no había tiempo para merendar.

En la parte de atrás del mercadillo, Obi-Wan se escondió detrás de una pila de cajas. Su perseguidor pasó rápidamente por delante, pero cuando Obi-Wan salió de su escondíte, ya había desaparecido de nuevo. Tras echar un rápido vistazo, Obi-Wan retomó su camino, pero no pudo encontrar a la figura solitaria recorriendo las calles.

Empezaba a preocuparse por haber fallado en su misión cuando de repente vio una tela gris moverse más adelante. Se apresuró y vio a la figura perdiéndose tras una esquina.

Parece definitivamente humanoide
, pensó Obi-Wan.
¿Pero masculino o femenino?

Obi-Wan dobló la esquina a toda prisa y estuvo a punto de chocar con un grupo de personajes de aspecto sospechoso. Molestos por la intrusión, dos de ellos miraron con odio al Jedi, mientras un tercero sacaba una pistola láser y la apuntaba al pecho de Obi-Wan.

—Te has equivocado de calle —le gruñó. Tenía el brazo vendado a la altura de la muñeca, pero el peso del láser no le hacía temblar.

Obi-Wan no dejó de mirar al hombre mientras sacaba el sable láser del cinto. ¿No le había visto en la clase del doctor Lundi en Coruscant? ¿O acaso fue en la nave? El joven Jedi estaba casi convencido de que Qui-Gon y él habían sido los únicos pasajeros que habían desembarcado junto al profesor.

—Me temo que no es tu día de suerte —soltó otro maleante.

Obi-Wan dio un pequeño paso adelante y encendió el sable láser. Esa acción solía bastar para intimidar a sus atacantes, pero los matones no se arredraron. De hecho, lo que consiguió fue que le apuntaran dos pistolas más.

—Vaya, un sable láser —dijo en tono burlón uno de los delincuentes armados—. Pero ¿lo usará sabiamente para obtener poder y venganza, o como un estúpido, para luchar por la paz?

El resto de los matones sonrieron, y a Obi-Wan le dio un vuelco el corazón. Había oído antes esas palabras y no hacía mucho: en la clase del doctor Lundi. Sin duda, aquellos seres conocían la obra de Lundi. ¿Le habían tendido una emboscada? Iba a preguntárselo, pero uno de ellos disparó antes de que pudiera articular palabra.

Obi-Wan se giró. Demasiado tarde. El proyectil le rozó el hombro y sintió un intenso dolor traspasándole la carne. Ignoró el agudo escozor y dio un salto adelante, girando al mismo tiempo. Esa vez sí alcanzó su objetivo, y cortó un dedo a uno de sus atacantes con el sable láser.

El matón aulló de dolor.

—No puedes ganar, Jedi —masculló. Se agarró la mano herida y se escabulló por el callejón. Sus boquiabiertos compañeros no tardaron en seguirle.

Tras volver a poner el sable láser en el cinto, Obi-Wan se miró el hombro. El dolor había remitido, la herida no era grave y pronto sanaría.

Cuando salió a la calle principal, ya había perdido el rastro a su perseguidor. Se quedó completamente inmóvil un momento, reconcentrando la energía para determinar qué camino debía seguir. La respuesta no le quedó clara del todo.

Obi-Wan se encaminó en una nueva dirección, alejándose del concurrido mercadillo. El centro de la ciudad fue cediendo paso a grandes edificios que parecían almacenes. Cuando percibió la presencia de Qui-Gon, Obi-Wan se alegró de que el perseguidor no estuviera cerca. El aprendiz se detuvo frente a uno de los almacenes, atravesó la entrada y se coló en el interior.

Supo inmediatamente que su Maestro no estaba solo. Murk Lundi también se encontraba allí. Obi-Wan avanzó sigilosamente por entre las enormes cajas y la maquinaria del lugar, acercándose hacia el centro de la enorme estancia. No tardó en escuchar a dos hombres en plena conversación.

—Necesito de inmediato un taladro Nolariano 6000 —dijo una de las voces. Obi-Wan reconoció al doctor Lundi.

Se asomó desde detrás de un vehículo y pudo ver a Lundi hablando con un técnico de maquinaria. El técnico cargaba con una enorme llave mecánica y tenía los antebrazos sucios de grasa.

—No tenemos —dijo sin más—. Hay recortes. Y tal y como nos han estado vigilando los del comité de seguridad minera, seguirá habiéndolos durante un tiempo.

—Necesito un 6000. Para hoy —repitió Lundi.

El técnico suspiró como si le pidieran taladros subacuáticos gigantes todos los días.

—¿Es que no me has oído? —le preguntó irritado—. Te he dicho que no tengo. Y que no sé cuándo tendré.

Lundi miró fijamente al hombre sin dejar de apretar los puños. Su rostro se contraía en una mueca retorcida.

Obi-Wan, oculto tras la maquinaria, empezó a marearse de repente. Tenía la vista borrosa y las voces parecían alejarse cada vez más. En su estado de confusión, se dio cuenta de que la ira del doctor Lundi repercutía en él. Yoda le había contado que la ira y el odio podían afectar a la mente de uno, pero jamás se había sentido aturdido por el enfado de otra persona. El Maestro Jedi Yarael Poof tenía unos impresionantes poderes de sugestión. Puede que todos los quermianos fueran algo telepáticos.

Se concentró y logró despejar su visión y su mente. Se centró en el trasfondo de la escena que estaba presenciando. Lundi hablaba a gritos con el técnico.

—Debilucho patético —exclamó—. Sólo un idiota permitiría que esos tecnicismos interrumpieran su trabajo.

El técnico permaneció inmóvil ante Lundi, como congelado.

Lundi se giró y se dirigió iracundo hacia la entrada principal.

—Tengo poder para encontrarlo sin tu estúpida maquinaria —se dijo a sí mismo, gesticulando violentamente con los numerosos brazos—. Sólo es cuestión de precisión. Sí. Sólo tengo que calcular bien el momento.

¿Y
eso
qué
significará?
, se preguntó Obi-Wan mientras seguía a Lundi al exterior. Su Maestro le seguía de cerca, y ambos Jedi salieron a la calle como si no se hubieran separado en ningún momento.

Pero Lundi había desaparecido.

6

Q
ui-Gon notó la herida del hombro de Obi-Wan, y su expresión dolorida, mientras éste se adelantaba para escudriñar la calle. No había rastro de nadie. Al igual que Obi-Wan, se preguntaba adonde habría ido Lundi tan rápidamente, pero tampoco era la desaparición más extraña que había presenciado.

Obi-Wan regresó con su Maestro. Abrió la boca como para decir algo, cuando un tercer personaje apareció corriendo en dirección opuesta. Tras un leve gesto de asentimiento, los Jedi fueron tras él.

La figura se escabulló por un callejón y desapareció en la estrecha distancia que había entre dos edificios. Los Jedi le siguieron de cerca y estuvieron a punto de chocar con un muro de durocemento. No había salida.

Qui-Gon pasó los dedos por la superficie de la pared para ver si era una especie de barrera temporal. La pared parecía fija y sólida, pero la escurridiza figura no estaba por ninguna parte.

—¡Esta misión me está volviendo loco! —dijo Obi-Wan exasperado—. No vamos a ninguna parte.

Qui-Gon miró fijamente a su padawan. Luego se agachó para ver más de cerca la herida del hombro de Obi-Wan.

—Me rodearon unos matones de barrio —dijo Obi-Wan con más calma, pero no pudo contener su frustración—. Estaban buscando problemas, y cuando se enteraron de que yo era Jedi, se ensañaron todavía más —su voz subió de volumen y se apartó de su Maestro—. No sé cómo puede haber tanta gente yendo a por nosotros, si no sabemos ni a por lo que vamos.

La respuesta del joven Jedi no era apropiada, por supuesto. Un Caballero Jedi no podía tener rabietas coléricas. Pero esa misión estaba resultando de lo más frustrante. Qui-Gon se dio cuenta de que su padawan sentía una ira alimentada por el contacto cercano del Lado Oscuro, y no sólo por la humillación de haber sido herido por una banda de rufianes. Era vital que se mostrara paciente y lo guiara en la dirección adecuada. Si no lo hacía, el chico podía dar un paso fatal y perderse para siempre.

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