Aprendiz de Jedi ed. esp. 2 Los discipulos (8 page)

BOOK: Aprendiz de Jedi ed. esp. 2 Los discipulos
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—Los Jedi no estamos interesados en emplear el holocrón para hacer el mal —dijo, mirando a Lundi directamente—. Queremos recuperarlo y guardarlo para siempre en un lugar seguro.

El ojo de Lundi relució, y entonces se echó a reír.

—No eres nada más que una criaturilla patética, un niño cobarde —cacareó—. No has cambiado en absoluto, y los Jedi tampoco. Debí imaginar que los Jedi no querían dominar el holocrón. No tienen la fuerza necesaria para intentarlo.

Por el rabillo del ojo, Obi-Wan vio a Anakin poniéndose en pie.

—¡No insultes a mi Maestro! —gritó—. Él sabe mucho más de valor que tú.

—No pasa nada, Anakin —dijo Obi-Wan con calma, apoyando una tranquilizadora mano en el hombro del padawan—. Los insultos no me afectan.

Obi-Wan contempló a Anakin alejándose y sentándose en el sitio del copiloto. A su lado, el piloto manejaba nervioso los mandos de la nave. Era obvio que le perturbaba la actitud violenta del profesor. Pero Lundi guardaba un silencio poco propio de él, contemplando los Jedi desde el otro lado de los barrotes de duracero, sin decir palabra.

***

Obi-Wan dio otra furiosa vuelta en la cama. Llevaban más de un día a bordo de la nave y Lundi apenas había pronunciado palabra en ese tiempo. Obi-Wan estaba casi seguro de que Lundi sabía quién buscaba el holocrón, y cómo conseguirlo antes que ellos. Pero los intentos de sacarle información habían sido inútiles. Estaba inmerso en una batalla de voluntades con un lunático trastornado, que, además, llevaba la ventaja.

Obi-Wan cerró los ojos y se obligó a tranquilizarse. Al otro lado de la sala, Anakin dormía plácidamente, y el ritmo de su respiración se oía de fondo en el pequeño espacio. Obi-Wan despejó su mente. Si no conseguía descansar, estaría en desventaja cuando llegaran a Kodai.

Cuando ya empezaba a quedarse dormido, una voz conocida resonó en su mente.

Hubo otros, padawan
, le dijo. Obi-Wan soltó aire lentamente. Era la voz de Qui-Gon. Su difunto Maestro siempre estuvo presente para ayudarlo, y seguía estándolo, incluso después de muerto.

Hubo más gente involucrada en la búsqueda del holocrón por parte de Lundi. Búscalos. Quizá Lundi les contó algo que ahora podría serte de ayuda.

Obi-Wan abrió los ojos.
Gracias,
Maestro
, pensó mientras se incorporaba. Se puso en pie y salió sin hacer ruido. Quería llamar a Jocasta Nu lo antes posible. Aún faltaban unos días para que bajara la marea en Kodai. No había tiempo que perder.

Jocasta no tardó en ubicar a dos de los tres alumnos favoritos de Lundi. Tanto Omal como Dedra vivían en el mismo planeta. Obi-Wan indicó al piloto el cambio de ruta. Llegaron al piso de Omal al día siguiente.

—Omal era uno de los mejores alumnos del doctor Lundi —explicó Obi-Wan a Anakin cuando se aseguraron de que el profesor estaba a buen recaudo y se encaminaron por las calles y callejones de la ciudad—. Uno de sus seguidores más fervorosos. Espero que pueda darnos información que nos sea útil para avanzar.

Los dos Jedi recorrieron un tramo de escalones desiguales hasta llegar a una puerta cochambrosa. Antes de llamar, Obi-Wan miró a su alrededor y se fijó en la salida más cercana. La fama de Lundi había decaído, pero eso no garantizaba que sus antiguos alumnos simpatizaran con los Jedi.

Cuando Omal abrió la puerta, Obi-Wan supo al momento que aquel hombre no suponía amenaza alguna, pero que tampoco iba a poder ayudarles. Llevaba la ropa sucia e iba desaliñado, tenía los hombros caídos y la mirada huidiza, como si le supusiera un dolor increíble quedarse mirando a algo demasiado tiempo. Pero, por encima de todo, parecía que Omal estaba casi tan tocado mentalmente como Lundi. Obi-Wan casi podía sentir los pensamientos de aquel hombre bullendo en su cabeza, chocando unos con otros y enredándose entre sí.

—¿Qué queréis? —preguntó Omal. Se fijó en las túnicas Jedi y empezaron a temblarle las manos.

La tristeza y el miedo inundaron a Obi-Wan. ¿Qué había sido del chico de ojos brillantes que conoció diez años atrás, en la clase de Lundi? ¿Qué le habían hecho Lundi y, posiblemente, el holocrón? ¿Y en qué medida afectaba eso a la misión?

—Sólo queremos hablar contigo, Omal —dijo Obi-Wan en voz baja—. ¿Te importa que entremos?

Omal no respondió, pero se apartó de la puerta. Se adentró en un pequeño salón y los Jedi le siguieron. Había basura por el suelo y los muebles parecían a punto de venirse abajo en cualquier momento. Olía a rancio y a cerrado. Por un momento, Anakin se llevó la mano a la nariz para tapársela, pero Obi-Wan le miró amenazador y el chico dejó caer ambas manos a los lados.

Obi-Wan observó rápidamente su entorno y se giró hacia Omal, que estaba de pie, incómodo, en mitad del apestoso cuarto. Tendría que tratarlo con cuidado.

—Somos Jedi, nos encontramos en una misión importante —comenzó a decir—. Queremos recuperar un holocrón Sith para ponerlo a salvo. ¿Alguna vez te mencionó este objeto el profesor Lundi?

Ante la sola mención del holocrón, Omal comenzó a gemir como lamentándose, mientras se mecía de atrás adelante sobre los talones. Obi-Wan estaba a punto de formular otra pregunta cuando se abrió la puerta principal y apareció Dedra, la otra estudiante de Lundi, con una bolsa de la compra.

Obi-Wan se sintió aliviado al comprobar que, en gran medida, Dedra no había cambiado. Estaba más mayor y tenía la mirada cansada, pero había conservado la cordura. Se apoyó la bolsa de la compra en la cadera y le indicó que fueran a la cocina.

—Ahora volvemos —dijo Obi-Wan, disculpándose al salir junto a Anakin. Ambos siguieron a Dedra hacia la cocina.

—Soy Obi-Wan Kenobi —dijo Obi-Wan—. Y éste es mi padawan, Anakin Skywalker.

A pesar de que había visto a Dedra en la clase de Lundi, nunca les habían presentado.

—Tu nombre da igual —respondió ella—. Sé que eres un Jedi y sospecho que buscas el holocrón.

Obi-Wan asintió.

—Tenemos que ponerlo a salvo... en nombre del bien —explicó.

En el rostro de Dedra se dibujó la tristeza.

—Eso sería maravilloso —dijo ella—. Ya ha hecho mucho daño a muchos —miró hacia el salón. Obi-Wan sabía que no se refería a la vieja tiranía de los Sith.

—La salud mental de Omal no es muy buena —explicó—. Es preferible no mencionar a Lundi o al holocrón en su presencia.

—Ya me he dado cuenta —dijo Obi-Wan, sintió una punzada de culpabilidad—. ¿Sabes lo que le pasó?

Dedra se apartó y empezó a sacar la comida de la bolsa. Parecía como si fuera a hacerle la comida a Omal.

—Lo único que sé es que no ha sido el mismo desde que el profesor Lundi se tomó aquel año sabático hace diez años —dijo ella.

Sacó algunas verduras de la bolsa y empezó a lavarlas. Obi-Wan se dio cuenta de que le temblaban un poco las manos, y ella no apartó la vista de lo que estaba haciendo.

—¿Eso es todo lo que sabes? —preguntó Obi-Wan mirándola fijamente.

Dedra suspiró y dejó caer las manos en el fregadero.

—No, no es todo —admitió ella.

Obi-Wan esperó pacientemente a que Dedra prosiguiera.

—Hace diez años, Omal siguió a Norval, otro de los alumnos estrella de Lundi, a Kodai. Norval tenía fijación con el holocrón y se había metido en secreto en una de las sectas que pretendía hacerse con él. Creyó que Lundi iba en su busca y decidió que el profesor necesitaba su ayuda. Omal quiso impedirle que interfiriera en la tarea de Lundi porque Norval nunca soportaría la magnitud del poder mencionado por el profesor.

Dedra cerró el grifo y se giró hacia Obi-Wan.

—No sé lo que ocurrió, pero es obvio que fue demasiado para Omal —dijo en un susurro—. Y si aquello bastó para que ingresaran a Lundi, no me extraña que él tampoco aguantara.

Obi-Wan se quedó callado un momento, pensando.

—¿Y qué fue de Norval? —preguntó al fin.

El rostro de Dedra se torció en un gesto de dolor.

—No lo sé —dijo en tono quejumbroso—. Pero espero por su bien que muriera.

16

A
nakin se quedó boquiabierto. Era una afirmación terrible. Ni siquiera en su infancia en Tatooine, cuando era esclavo, deseó que su vida terminara. La muerte le parecía tan permanente, tan definitiva.

—Por aquel entonces no sabíamos que Norval había estado estudiando compulsivamente los escritos del doctor Lundi —explicó Dedra rápidamente, al ver la reacción de los Jedi—. Ni que codiciaba ese poder y lo deseaba desesperadamente. Las enseñanzas de Lundi lo cambiaron.

Anakin no sabía si entendía bien lo que quería decir Dedra. Sabía lo que era desear algo con todas sus fuerzas. Él quiso ganar una carrera en Tatooine, quería liberar a su madre, quería ser Jedi; pero no creía que esos deseos pudieran cambiarlo. Simplemente formaban parte de su forma de ser.

Nadie dijo nada durante un rato. Anakin se dio cuenta de que su Maestro estaba asimilándolo todo, intentando ordenar toda la información en su mente.

De repente, la voz de Omal rompió el silencio de la cocina. Murmuraba algo en la otra habitación. Sus palabras no estaban claras, pero el tono era desesperado. Una mirada de preocupación atravesó el rostro de Dedra, que hizo amago de acercarse al salón.

—Voy yo —ofreció Anakin.

Dejó a Obi-Wan y a la mujer en la pequeña cocina y regresó al salón. Omal seguía sentado en el suelo, pero ahora la cabeza le colgaba a un lado. Las lágrimas le caían por las mejillas y le goteaba la nariz.

Anakin contempló a Omal un rato. Le dio pena y deseó poder hacer algo por él. Si lo que había dicho su Maestro era cierto, Omal había sufrido un cambio horrible y permanente.

—No pasa nada —le dijo Anakin suavemente, apartando sus propios pensamientos—. Vamos a lavarte la cara, ¿vale? —encontró un trozo de trapo relativamente limpio y lo empleó para limpiar la cara a Omal, que alzó la vista y le miró agradecido por un instante. Luego su mirada volvió a desviarse y continuó meciéndose de atrás adelante.

Anakin le observó durante lo que le pareció una eternidad. Cuando apartó la vista, sintió el deseo irrefrenable de seguir adelante con aquella misión. Tenía que saber lo que había provocado aquella degeneración en Omal, lo que preocupaba tanto al Consejo Jedi.

Y quería hacerlo ya, salir de aquel piso y ponerse de inmediato manos a la obra. Dedra les había contado todo lo que sabía, y era obvio que Omal no podría contarles nada. ¿Pero qué hacía Obi-Wan todavía en la cocina? ¿Por qué razón tardaba tanto?

Se sintió inquieto y empezó a mirar a su alrededor. Había montañas de ropa sucia, restos de comida y todo tipo de cosas tiradas por el suelo. Ninguna parecía tener especial interés o importancia.

Entonces, por el rabillo del ojo, Anakin vio algo brillante que sobresalía de una túnica. Lo cogió y vio que era un pequeño holoproyector. Anakin intentó encenderlo, pero se dio cuenta enseguida de que estaba roto.

Desde el suelo, Omal comenzó a gemir lentamente.

—No, Norval. No —repetía.

Anakin apenas le oía. Le encantaban los aparatos mecánicos y no pudo resistirse a trastear un poco con el holoproyector. Cogió una herramienta del cinturón y empezó a toquetear al artefacto, pero el proyector estaba atascado.

—¡Qué rollo! —exclamó Anakin. Le sorprendió su propia frustración. Normalmente le encantaban ese tipo de retos.

Estaba a punto de tirar al suelo el defectuoso proyector, cuando pulsó la secuencia correcta y, de repente, se encendió. Al principio la imagen estaba borrosa y Anakin tuvo que imaginarse lo que era. Pero cuando se dio cuenta de lo que estaba viendo, se quedó boquiabierto.

Era la imagen del brutal asesinato de un Jedi.

Anakin se quedó inmóvil observando aquello. A su espalda, el lamento de Omal empezó a aumentar de volumen. Por fin, Anakin se dio cuenta e intentó apagar el proyector, pero se había atascado y no se apagaba.

El asesinato se reprodujo una y otra vez. El Jedi ithoriano alzaba el sable láser, pero recibía un disparo láser por la espalda y caía muerto al suelo.

Empezó a latirle el corazón a toda prisa. Intentó no mirar las imágenes, pero algo le obligaba a observarlas fijamente. Y algo en lo que estaba viendo comenzó a resultarle familiar, era como si, de alguna manera, ya lo hubiera visto y lo conociera. Empezó a encontrarse mal.

Metió la herramienta a la fuerza en la parte inferior del proyector y la imagen desapareció. Tiró el aparato al suelo y se alejó. Las manos le temblaban un poco y las rodillas le flojeaban. Los quejidos de Omal eran la representación sonora de lo que Anakin sentía por dentro.

El padawan respiró hondo e intentó despejar su mente. Sabía que este tipo de mensajes había circulado por toda la galaxia. Había asistido a la reunión del Consejo Jedi y le habían informado sobre el tema. Pero lo que no se esperaba era ver uno. No estaba preparado para ello.

Y ahora, aquella imagen horrible se había quedado grabada en su mente. Anakin miró a Omal. Ya no se quejaba, pero sus ojos iban rápidamente del chico al holoproyector roto que yacía en el suelo.

Anakin estaba a punto de acercarse a él, cuando Obi-Wan entró súbitamente en la sala con Dedra pisándole los talones.

—Me acaban de llamar de la nave —dijo—. Parece ser que el doctor Lundi ha decidido volver a hablar. Y el piloto cree que hay malhechores merodeando por el hangar. Amenaza con abandonar a Lundi y marcharse.

Anakin se sintió aliviado y se dio cuenta de lo nervioso que le había puesto el apartamento de Omal y el mensaje del proyector. Quería salir de allí y aquel instante era el momento adecuado.

—¿Le has dicho que nos espere? —preguntó agradecido, mientras seguía a Obi-Wan hacia la puerta.

Obi-Wan asintió.

—Pero no sé cuánto aguantará. Ha estado un poco inquieto desde que salimos de Coruscant.

—No hace falta que lo jures —dijo Anakin—. Es un manojo de nervios.

Los Jedi se despidieron de Omal y Dedra, y se apresuraron a regresar a la nave. Anakin sabía que tenía que contarle a su Maestro lo del proyector y el mensaje, pero por alguna razón no quería hacerlo. Era extraño, pero de alguna manera se sentía culpable: era como si, en cierto sentido, fuera responsable de lo que ocurría en las imágenes.

Pero eso no tiene sentido ninguno
, pensó.
Ni siquiera sé quiénes son esas personas. O mejor dicho, quiénes eran.

Mientras corría tras su Maestro, decidió no decirle nada. Obi-Wan parecía distraído, y en el fondo ya conocía la existencia de esos mensajes. Ya se lo contaría más tarde, cuando llegara el momento.

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