—Este era el plan, señor —dijo Libro II.
—Buen plan —dijo Calvin y se apresuró al interior. Libro II fue directamente al panel de control y pulsó «Cerrar puertas».
Las puertas comenzaron a cerrarse. Una bala consiguió colarse entre las puertas e impactó en la pared posterior del ascensor.
—Venga… —dijo Elvis.
Las puertas siguieron cerrándose.
Oyeron pisadas de botas en el techo de la cucaracha y cómo los soldados amartillaban las ametralladoras…
Las puertas se cerraron del todo…
… un segundo antes de que las balas impactaran en la parte exterior de las puertas y dejaran su impronta en ellas.
* * *
Les había llevado un buen rato pero, moviendo una mano cada vez y agarrados con las yemas de los dedos a la canaleta de cableado que recorría las paredes que rodeaban el hueco del ascensor, habían logrado llegar finalmente a la puerta del hangar situada al otro lado.
Colgado de una sola mano, Schofield pulsó un botón del panel del control situado junto a la puerta del hangar. La enorme puerta de acero comenzó a ascender al instante.
Schofield trepó primero, se aseguró de que no había tropas enemigas alrededor y comenzó a ayudar a los demás a subir.
Una vez estuvieron todos, se dispusieron a contemplar el área que los rodeaba.
—Uau, madre mía —musitó Madre.
Un hangar grande y tenebroso, completamente subterráneo, se extendía ante ellos.
En la sala de control desde la que se dominaba el hangar principal, la pared de monitores de televisión en blanco y negro mostraba una serie de imágenes del complejo subterráneo:
Juliet Janson y el presidente subiendo las escaleras a toda prisa.
Libro II, Calvin Reeves, Elvis y Sex Machine en el interior del ascensor del personal, intentando abrir la escotilla del techo de la cabina del ascensor y trepar por ella.
Schofield y el resto accediendo a la puerta del hangar subterráneo.
—De acuerdo, unidad Charlie, los tengo. Los que estaban en el conducto de ventilación. Nivel 1. Hangar. Cuatro marines: dos hombres y dos mujeres. Todos suyos…
—Unidad Bravo, sus objetivos acaban de salir del ascensor de personal por la escotilla de la cabina. Estoy a punto de perder el contacto visual, pero están en el hueco del ascensor de personal. Sellando todas las puertas del hueco del ascensor salvo la suya. De acuerdo, puertas cerradas. Sáquenlos de allí.
—Señor, la unidad Eco ha efectuado un barrido del resto del hangar principal. A la espera de nuevas órdenes…
—Envíelos a ayudar a la unidad Charlie —dijo César Russell mientras contemplaba el monitor con la imagen de Shane Schofield.
—Eco, aquí control, diríjanse al hangar del nivel 1 para pasar un buen rato con la unidad Charlie…
—Unidad Alfa, el séquito presidencial está subiendo las escaleras. Van directos hacia sus hombres. Unidad Delta, la puerta de incendios del nivel 6 no está vigilada. Pueden acceder al hueco de la escalera y…
Era enorme, gigantesco.
Un enorme hangar subterráneo, prácticamente del mismo tamaño que el del nivel del suelo, quizá más grande incluso.
Tenía también varios aviones.
Un AWACS, un Boeing 707 de control y vigilancia aérea transformado, con su característico domo sobre la parte trasera. Dos bombarderos furtivos B-2 de aspecto siniestro, con su pintura absorbente de radar, sus alas de diseño futurista y sus ventanas de la cabina de pilotaje con gesto de ceño fruncido. Justo delante de los bombarderos había estacionado un Lockheed SR-71,
Blackbirdel
avión en funcionamiento más rápido del mundo, con su fuselaje extraalargado y sus propulsores gemelos en la parte trasera.
Aquellos aviones descomunales se cernían sobre Schofield y su equipo, dominando tan tenebroso espacio.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Madre.
Schofield permaneció unos instantes en silencio.
Estaba mirando con detenimiento el AWACS, que apuntaba al hueco del elevador de aviones.
A continuación dijo:
—Averigüemos si lo que dicen del corazón del presidente es cierto.
El aire de las escaleras de incendios se llenó de balas voladoras.
El séquito del presidente, reducido a tres personas en esos momentos, subía por las escaleras con sus armas en ristre (armas que comprendían revólveres, Uzi y SIG- Sauer).
Un joven agente llamado Julio Ramondo encabezaba la marcha, rociando las escaleras de balas con su Uzi a pesar de la herida de bala de su hombro.
La agente especial Juliet Janson iba detrás, tras haber asumido el mando del séquito más por una cuestión de necesidad que de protocolo. El presidente iba tras ella.
El tercer y último superviviente era el agente Curtís, que cubría las escaleras tras ellos conforme seguían ascendiendo.
Juliet Janson, de veintiocho años, era el miembro más joven del séquito presidencial, pero aquello no parecía importar demasiado en esos momentos.
Licenciada en Criminología y Psicología, podía correr los cien metros lisos en 13,8 segundos y era una excelente tiradora. Hija de un empresario estadounidense y de una profesora de universidad taiwanesa, tenía una inmaculada tez eurasiática (piel suave y aceitunada, rostro anguloso y definido, hermosos ojos color avellana y cabello negro y liso a la altura de los hombros).
—¡Ramondo! ¿Ve algo? —gritó por encima de los disparos.
Tras el fallido intento de llegar al nivel 6 y la horrorosa y sangrienta muerte de Frank Cutler, el presidente y su séquito se hallaban en medio de dos unidades del séptimo escuadrón.
La unidad del nivel 6 estaba subiendo por ellos, mientras que la unidad que había irrumpido en la sala común del nivel 3 estaba cercándolos desde arriba.
Así que lo único que podían hacer era lograr llegar a una de las plantas entre el nivel 6 y el nivel 3 antes de tener que hacer frente a un fuego cruzado desde arriba y desde abajo.
—¡Sí! ¡Lo veo! —gritó Ramondo—. ¡Vamos!
Juliet Janson llegó al rellano y se colocó junto a Ramondo. El presidente estaba a su lado. El ruido de las pisadas resonaba en el hueco de la escalera y las balas golpeaban y rebotaban en las paredes a su alrededor.
Janson vio la puerta más cercana y el letrero:
NIVEL 5: ÁREA DE CONFINAMIENTO DE ANIMALES
PROHIBIDO EL ACCESO
USAR ESTA PUERTA SOLO EN CASO DE EMERGENCIA
ACCEDER POR EL ASCENSOR EN EL OTRO EXTREMO
—Creo que esto puede considerarse una emergencia —dijo antes de reventar los cerrojos de la puerta con tres disparos de su pistola semiautomática SIG- Sauer.
A continuación la abrió de una patada y metió al presidente en el nivel 5.
Libro II alzó la vista en la oscuridad del hueco del ascensor y vio las puertas exteriores que daban al hangar principal, a unos quince metros por encima de ellos.
Estaba encima del ascensor de personal (parado) con Calvin, Elvis y Sex Machine. La luz de unos cuantos fluorescentes colocados a cierta distancia entre sí iluminaba las paredes de hormigón del hueco del ascensor.
—¿Por qué hemos salido del ascensor? —preguntó Elvis.
—Cámaras —dijo Libro II—. No podíamos quedarnos allí…
—Nos habrían abatido como a patitos de feria si nos hubiésemos quedado dentro —dijo Calvin Reeves, interrumpiéndolo—. Caballeros, como oficial de mayor rango, tomo el mando.
—¿Cuál es el plan entonces, capitán América? —preguntó Sex Machine.
—Tenemos que seguir moviéndonos… —comenzó Calvin, pero fue todo lo que pudo decir, porque en ese momento las puertas exteriores situadas sobre ellos se abrieron y al instante los cañones de tres P-90 arrojaron fuertes llamaradas de un brillante color amarillo sobre ellos.
Una ráfaga de balas impactó alrededor del ascensor.
Libro II se agachó y se giró… y vio una serie de cables de contrapeso a lo largo de la pared del hueco del ascensor que desaparecían por un lateral del ascensor detenido.
—¡Los cables! —gritó mientras corría hacia la pared, eludiendo la cadena de mando—. ¡Todo el mundo abajo! ¡Ahora!
Shane Schofield entró en la cabina delantera del avión de control y vigilancia aérea o AWACS del hangar del nivel 1.
—Lumbreras.
—Ya estoy en ello —dijo Lumbreras mientras desaparecía en el interior de la cabina principal del avión.
—La puerta —dijo Schofield a Madre, que había sido la última en subir.
Schofield se dirigió a la parte delantera del avión. El interior era muy similar al de un avión comercial, si bien un avión comercial al que le habían quitado todos los asientos y los habían reemplazado por consolas de vigilancia de pantalla plana.
Lumbreras ya estaba delante de una de las consolas. La consola cobró vida mientras Schofield tomaba asiento junto a él. Madre y Gant fueron directas a las dos salidas de emergencia del avión para vigilar.
Lumbreras comenzó a teclear.
—Madre ha dicho que se trataba de una señal de microondas —dijo Schofield—. El satélite la transmite y el chip colocado en el corazón del presidente rebota la señal de regreso al satélite.
Lumbreras siguió tecleando.
—Tiene sentido. Solo una señal de microondas puede penetrar la radiosfera de esta base y solamente en caso de conocer la frecuencia de entrada.
—¿Frecuencia de entrada?
Lumbreras continuó tecleando.
—La radiosfera de esta base es como un paraguas, una gigantesca cúpula semiesférica de energía electromagnética embrollada. Básicamente, este paraguas de energía embrollada frena todas las señales no autorizadas e impide que entren o salgan de esta base, pero, como en todos los buenos sistemas de interferencias, disponen de una frecuencia para que pueda ser empleada en transmisiones autorizadas. Esa es la frecuencia de entrada, una amplitud de la banda de microondas que se abre camino a través de la radiosfera, como una especie de camino secreto por entre un campo de minas.
—Entonces, ¿la señal de ese satélite está entrando por la frecuencia de entrada? —dijo Schofield.
—Eso es lo que creo —dijo Lumbreras—. Lo que estoy haciendo ahora es usar el radar del domo rotativo del avión para buscar todas las frecuencias de microondas en el interior de esta base. Estos aviones tienen los mejores sistemas de detección de ancho de banda del mundo, por lo que no debería costar… ¡Bingo! La tengo.
Golpeó el dedo en la tecla «Enter» y apareció una nueva pantalla.
—Vale, ¿ve esto? —Lumbreras imprimió la pantalla—. Es una señal de rebote estándar. El satélite envía una señal de búsqueda: los picos elevados del lado positivo, de unos diez gigahercios. Entonces, poco después, el receptor en tierra, el presidente, rebota esa señal de regreso al satélite. Son los picos pronunciados del lado negativo.
Lumbreras rodeó con un círculo los picos de la hoja impresa.
—Búsqueda y retorno —dijo—. Interferencias aparte, la señal de rebote parece repetirse cada veinticinco segundos. Capitán, ese general de la Fuerza Aérea no miente. Aquí abajo hay algo que está rebotando una señal de microondas de un satélite seguro.
—¿Cómo sabemos que no es solo una señal sin más? —dijo Schofield.
—Por su irregularidad —dijo Lumbreras—. ¿Ve? No es una secuencia de réplica perfecta. De tanto en tanto hay un pico de tamaño medio entre las señales de búsqueda y retorno. —Lumbreras señaló dichos picos en el interior de dos de los círculos.
—¿Qué significa eso?
—Es una señal de interferencia. Significa que la fuente de la señal de retorno se está moviendo.
—Dios santo —dijo Schofield—. Entonces es cierto.
—Y esto no hace más que ponerse peor —dijo Gant desde la ventanilla de la salida de emergencia del lado izquierdo de la cabina—. Mira.
Schofield se acercó a la ventanilla y miró por ella.
Y se le heló la sangre.
Debían de ser unos veinte.
Veinte soldados del séptimo escuadrón, corriendo por el hangar (con sus subfusiles automáticos P-90 en las manos y las máscaras ERG-6 cubriéndoles el rostro) y formando un círculo alrededor del AWACS. Rodeándolo.
* * *
Lo primero que percibieron fue el olor.
Olía como en el zoo, a esa peculiar mezcla de excrementos de animales y serrín en un espacio reducido y cerrado.
Juliet Janson fue la primera en acceder al nivel 5, tirando del presidente tras de sí. Los otros dos agentes del servicio secreto entraron corriendo después y cerraron la puerta del hueco de la escalera tras ellos.