Así habló Zaratustra (2 page)

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Authors: Friedrich Nietzsche

BOOK: Así habló Zaratustra
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El tiempo que transcurre entre la revelación de Sils-Maria y la aparición de Rapallo está lleno de elementos convulsivos en la vida de Nietzsche. Acabada la temporada estival en Sils-Maria Nietzsche vuelve a Génova donde pasa todo el invierno; en abril de 1882 embarca para Mesina, y poco más tarde va a Roma, donde conoce a Lou von Salomé, la mujer cuya mano solicitará por dos veces inútilmente, pues ambas es rechazado. Con ella parte luego hacia el nort
e; Nietzsche pasa el mes de junio en Naumburgo, junto a su familia, y trabaja en
La gaya ciencia.
El mes de julio reside en Tautenburgo, esperando la llegada de Lou von Salomé, que le ha prometido vivir una temporada a su lado.
La gaya ciencia
está terminada y es enviada a la imprenta; en una de sus últimas páginas aparece ya la figura de Zaratustra, en un párrafo que luego pasará íntegramente a
Así habló Zaratustra.
A primeros de agosto Lou von Salomé llega a Tautenburgo. No
es
éste el momento de relatar aquella extraña aventura, que lleva a Nietzsche al borde de la tragicomedia.

Bastantes años más tarde Lou von Salomé publicará un libro titulado
F. Nietzsche en sus obras
(Viena, 1894). Hay en él una página que nos interesa transcribir, pues permite contemplar la figura exterior de Nietzsche, vista en aquel verano de 1882 por los ojos de tan extraordinaria mujer. Nietzsche está grávido de un pensamiento que casi le estrangula. Y aquel hombre, pocos meses antes de redactar la primera parte de su obra cumbre, ofrece este aspecto: «Al contemplador fugaz no se le ofrecía ningún detalle llamativo. Aquel varón de estatura media, vestido de manera muy sencilla, pero también muy cuidadosa, con sus rasgos sosegados y el castaño cabello peinado hacia atrás con sencillez, fácilmente podía pasar inadvertido. Las finas y extraordinariamente expresivas líneas de la boca quedaban recubiertas casi del todo por un gran bigote caído hacia delante; tenía una risa suave, un modo quedo de hablar y una cautelosa y pensativa forma de caminar, inclinando un poco los hombros hacia delante; era difícil imaginarse a aquella figura en medio de una multitud -tenía el sello del apartamiento, de la soledad. Incomparablemente bellas y noblemente formadas, de modo que atraían hacia sí la vista sin querer, eran en Nietzsche las manos, de las que él mismo creía que delataban su espíritu. - Similar importancia concedía a sus oídos, muy pequeños y modelados con finura, de los que decía que eran los verdaderos "oídos para cosas no oídas". - Un lenguaje auténticamente delator hablaban también sus ojos. Siendo medio ciegos, no tenían, sin embargo, nada de ese estar acechando, de ese parpadeo, de esa no querida impertinencia que aparecen en muchos miopes; antes bien, parecían ser guardianes y conservadores de tesoros propios, de mudos secretos, que por ninguna mirada no invitada debían ser rozados. La deficiente visión daba a sus rasgos un tipo muy especial de encanto, debido a que, en lugar de reflejar impresiones cambiantes, externas, reproducían sólo aquello que cruzaba por su interior. Cuando se mostraba como era, en el hechizo de una conversación entre dos que le excitase, entonces podía aparecer y desaparecer en sus ojos una conmovedora luminosidad: - mas cuando su estado de ánimo era sombrío, entonces la soledad hablaba en ellos de manera tétrica, casi amenazadora, como si viniera de profundidades inquietantes...»

Acabado aquel «idilio», que tanto dolor va a causar en lo sucesivo a Nietzsche, éste parte para Leipzig y, pasando por Basi- lea, llega otra vez a Génova, a mediados de noviembre. El día 23 del mismo mes se traslada a Rapallo. «El invierno siguiente lo viví en aquella graciosa y tranquila bahía de Rapallo, no lejos de Génova, enclavada entre Chiavariy el promontorio de Portofino. Mi salud no era óptima; el invierno, frío y sobremanera lluvioso; un pequeño
albergo
[fonda], situado directamente junto al mar, de modo que por la noche el oleaje imposibilitaba el sueño, ofrecía, casi en todo, lo contrario de lo deseable. A pesar de ello, y casi para demostrar mi tesis de que todo lo decisivo surge "a pesar de", mi
Zaratustra
nació en este invierno y en estas desfavorables circunstancias. - Por la mañana yo subía en dirección sur, hasta la cumbre, por la magnífica carretera que va hacia Zoagli, pasando junto a los pinos y dominando ampliamente con la vista el mar; por la tarde, siempre que la salud me lo permitía, rodeaba la bahía entera de Santa Margherita, hasta llegar detrás de Portofino. Este lugar y este paisaje se han vuelto más próximos aún a mi corazón por el gran amor que el inolvidable emperador alemán Federico III sentía por ellos; yo me hallaba de nuevo, casualmente, en esta costa en el otoño de 1886, cuando él visitó por última vez este pequeño olvidado mundo de felicidad. - En estos dos caminos se me ocurrió todo el primer
Zaratustra,
sobre todo Zaratustra mismo en cuanto tipo: más exactamente, éste
me asaltó...» (Ecce homo,
pp. 94-95).

Aquí en Rapallo, posiblemente a finales de enero de 1883, tiene lugar la que hemos llamado la «génesis figurativa» de este libro. Como dice Nietzsche: «Sobre todo Zaratustra mismo
en cuanto tipo...
me asaltó...». Aquella aparición de Zaratustra, la boca digna de expresar el pensamiento del eterno retorno de lo idéntico, la describe Nietzsche en una breve poesía cuyo título originario es

Portofino

Aquí estaba yo sentado, aguardando, aguardando - a nada, Más allá del bien y del mal, disfrutando

Ya de la luz, ya de la sombra, siendo totalmente solo juego, Totalmente mar, totalmente mediodía, totalmente tiempo sin meta.

Entonces, de repente, ¡amiga!, el que era uno se convirtió en dos -

Y Zaratustra pasó a mi lado.

Ya está todo completo. Y en diez días, del 1 al 10 de febrero de 1883, Nietzsche redacta el primer libro de
Así habló Zaratustra. L
a rapidez de esta redacción puede parecer extraña si se desconoce el modo de trabajar y de escribir libros de Nietzsche. Durante días y meses éste apuntaba en cuadernos de notas los esquemas conceptuales, los pensamientos, los esbozos narrativos y líricos que venían a su mente. Y «escribir» un libro tenía para él un significado litera
l: llegado el momento de darlo a luz, se trataba de extraer de aquel caos un conjunto organizado y «escribir» una copia en limpio. Inmediatamente después tenía que hacer una segunda copia manuscrita para enviarla a la imprenta. Acabada de escribir la obra el día 10 de febrero en Rapallo, Nietzsche va a Génova el día 14 para enviar el manuscrito al editor. Posiblemente durante la noche del 13 termina de transcribir los últimos párrafos de ese manuscrito, que iba a enviar al otro día a Leipzig. Al llegar a Génova compra, «en contra de mi costumbre», el número vespertino del periódico C
affaro
y lee en él la noticia de la muerte de Wagner. Éste habla fallecido la noche anterior en Venecia. Más tarde escribirá Nietzsche: «La parte final, esa misma de la que he citado algunas frases en el prólogo, fue concluida exactamente en la hora sagrada en que Richard Wagner moría en Venecia»
(Ecce homo,p.
94).

El estado de espíritu en que Nietzsche escribió su obra ha sido calificado por él mismo de
inspiración.
Oigamos sus palabras: «¿Tiene alguien, afínales del siglo XIX, un concepto claro de lo que los poetas de épocas poderosas denominaron
inspiración?
En caso contrario, voy a describirlo. - Si se conserva un mínimo residuo de superstición, resultaría difícil rechazar de hecho la idea de ser mera encarnación, mero instrumento sonoro, mero
médium
de fuerzas poderosísimas. El concepto de revelación, en el sentido de que de repente, con indecible seguridad y finura, se deja
ver,
se deja oír algo, algo que le conmueve y trastorna a uno en lo más hondo, describe sencillamente la realidad de los hechos. Se oye, no se busca; se toma, no se pregunta quién es el que da; como un rayo refulge un pensamiento, con necesidad, sin vacilación en la forma - yo no he tenido jamás que elegir. Un éxtasis cuya enorme tensión se desata a veces en un torrente de lágrimas, un éxtasis en el cual unas veces el paso se precipita involuntariamente y otras se torna lento; un completo estar-fuera-de-sí, con la clarísima conciencia de un sinnúmero de delicados temores y estremecimientos que llegan hasta los dedos de los pies; un abismo de felicidad, en que lo más doloroso y sombrío no actúa como antítesis, sino como algo condicionado, exigido, como un color
necesario
en medio de tal sobreabundancia de luz; un instinto de relaciones rítmicas, que abarca amplios espacios deformas - la longitud, la necesidad de un ritmo
amplio
son casi la medida de la violencia de la inspiración, una especie de contrapeso a su presión y a su tensión... Todo acontece de manera sumamente involuntaria, pero como en una tormenta de sentimiento de libertad, de incondi- cionalidad, de poder, de divinidad... La involuntariedad de la imagen, del símbolo, es lo más digno de atención; no se tiene ya concepto alguno; lo que es imagen, lo que es símbolo, todo se ofrece como la expresión más cercana, más exacta, más sencilla. Parece en realidad, para recordar una frase de
Zaratustra,
como si las cosas mismas se acercasen y
se ofreciesen para símbolo ("Aquí todas las cosas acuden acariciadoras a tu discurso y te halagan: pues quieren cabalgar sobre tu espalda. Sobre todos los símbolos cabalgas tú aquí hacia todas las verdades... Aquí se me abren de golpe todas las palabras y los armarios de palabras del ser; todo ser quiere hacerse aquí palabra, todo devenir quiere aquí aprender a hablar de mí") -. Ésta es
mi
expe- rienda de la inspiración; no tengo duda de que es preciso remontarse milenios atrás para encontrar a alguien que tenga derecho a decir 'es también la mía'»
(Ecce homo,
pp. 97-98).

Aquella primera parte fue impresa en Leipzig y salió al público en el mes de junio. Pero dentro de Nietzsche el
Zaratustra
seguía adelante. Tras pasar los meses de mayo y junio en Roma, vuelve en el verano a Sils-Maria, y en otros diez días, del 26 de junio al 6 de julio de 1883, «escribe» la segunda parte, que se publica en septiembre. Por fin, en Niza, del 8 al 20 de enero de 1884, «escribe» el libro tercero. «Muchos escondidos rincones y alturas del paisaje de Niza se hallan santificados para mí por instantes inolvidables; aquel pasaje decisivo que lleva el título "De las tablas viejas y nuevas» fue compuesto durante la fatigosísima subida desde la estación al maravilloso y morisco nido de águilas que es Eza»
(Ecce homo,
p. 99). Con aquella tercera parte Nietzsche da por concluido el
Zaratustra.
Hasta un año más tarde no escribe lo que hoy es la cuarta y última parte, pero que en realidad estaba destinada a ser la primera de una nueva obra, titulada
Mediodía y eternidad,
la cual debía haber tenido tres partes; las dos últimas no se escribieron nunca.

Las tres primeras partes de
Así habló Zaratustra,
publicadas por separado, no encontraron el más mínimo eco, ni entre amigos ni entre enemigos. La soledad de Nietzsche se volvió total. «Se paga caro el ser inmortal», dice. «Una segunda cosa es el espantoso silencio que se oye en torno a sí. La soledad tiene siete pieles; nada pasa ya a través de ellas. Se ve a los hombres, se saluda a los amigos: nuevo desierto, ninguna mirada saluda ya. En el mejor de los casos, una especie de rebelión. Tal rebelión la advertí yo en grados muy diversos, pero en casi todo el mundo que se hallaba cerca de mí; parece que nada ofende más hondo que el hacer notar de repente una distancia, - las naturalezas
nobles
que no saben vivir sin venerar son escasas»
(Ecce homo,
p. 100).

Por eso Nietzsche, que había roto con su editor, no tiene quien publique la cuarta parte de la obra. Como se encuentra en dificultades económicas, pide un préstamo a su amigo Gersdorff, pero éste no se encuentra en condiciones de facilitárselo. A costa suya pues, hizo Nietzsche imprimir 40 ejemplares. Certeramente se ha dicho que «sus amigos no eran tan numerosos». «Buscando mucho, encontró siete destinatarios, de los cuales ninguno era realmente digno. ¿Quiénes fueron estos siete? Presumámoslo, si es posible: su herm
ana (de la que no cesaba de quejarse); la señorita de Meysenburg (que no entendía nada de sus libros); Overbeck (amigo exacto y lector inteligente, pero reservado); Burckhardt, el historiador de Basilea (éste contestaba siempre a los envíos de Nietzsche, pero era tan cortés, que apenas si podía adivinarse lo que pensaba); Peter Gast (el discípulo fiel, al que sin duda encontraba Nietzsche demasiado obediente y fiel); Lanzky (buen camarada de aquel invierno); Rohde (que apenas disimulaba el tedio que estas lecturas forzosas le causaban).

»Tales fueron, presumimos, los que recibieron -aunque no todos se tomaron el trabajo de leerla- esta cuarta y última parte, este "intermedio", que termina, pero no acaba el
Así habló Zaratustra»
(D. Halévy).

En 1886 Nietzsche mandó encuadernar en un solo volumen los viejos ejemplares no vendidos de la primera edición de las tres partes sueltas, con el propósito de llamar de nuevo la atención del público sobre su obra. La cuarta parte permaneció inédita (excepto la citada edición privada de 40 ejemplares) durante la vida lúcida de Nietzsche. Esta cuarta parte salió al público en 1890. Y por fin, en 1892, se publicó la primera edición completa de
Así habló Zaratustra,
tal como hoy lo conocemos y como lo encontrará el lector en este volumen.

Estructura de la obra

La primera pregunta ante esta obra singular
(«Zaratustra
ocupa un lugar aparte», dice su autor) es la que se refiere a su protagonista. ¿Quién es Zaratustra? ¿De dónde procede? ¿Qué hace?

Zaratustra es una figura semilegendaria de la antigua Persia, fundador de una religión que fue la propia de esa zona hasta su conquista por los árabes. Se cree que vivió en el siglo VI antes de nuestra era, y que los elementos más auténticos de su doctrina están contenidos en los himnos del
Avesta.
Nietzsche mismo ha fijado en una hoja suelta los rasgos elementales de esa figura: «Zaratustra, nacido junto al lago de Urmi, en la provincia Aria, abandonó su patria a los treinta años, marchó a las montañas, y escribió durante los diez años de su soledad él Z
end Avesta».
En el mundo griego esta figura fue conocida sobre todo como filósofo y mago, y se le atribuían extraños milagros y visiones.

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