Así habló Zaratustra (41 page)

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Authors: Friedrich Nietzsche

BOOK: Así habló Zaratustra
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-antes de que la noche llegue aprenderá de nuevo a amar­me y a alabarme, pues no puede vivir mucho tiempo sin co­meter tales tonterías.

Él ama a sus enemigos;
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de ese arte entiende mejor que ninguno de los que yo he visto. Pero de ello se venga ¡en sus amigos!»

Así habló el viejo mago, y los hombres superiores le aplau­dieron: de modo que Zaratustra dio una vuelta y fue estre­chando, con maldad y amor, la mano a sus amigos, como uno que tiene que reparar algo y excusarse con todos. Y cuan­do, haciendo esto, llegó a la puerta de su caverna, he aquí que tuvo deseos de salir de nuevo al aire puro de fuera y a sus ani­males, y se escabulló fuera.

* * *

Entre hijas del desierto
1

«¡No te vayas!, dijo entonces el caminante que se llamaba a sí mismo la sombra de Zaratustra, quédate con nosotros,
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de lo contrario podría volver a acometernos la vieja y sorda tribu­lación.

Ya el viejo mago nos ha prodigado sus peores cosas, y mira, el buen papa piadoso tiene lágrimas en los ojos y ha vuelto a embarcarse totalmente en el mar de la melancolía.

Estos reyes, sin duda, siguen poniendo ante nosotros bue­na cara: ¡esto es lo que ellos, en efecto, mejor han aprendido hoy de todos nosotros! Mas si no tuvieran testigos, apuesto a que también en ellos recomenzaría el juego malvado

¡el juego malvado de las nubes errantes, de la húmeda melancolía, de los cielos cubiertos, de los soles robados, de los rugientes vientos de otoño!

el juego malvado de nuestro rugir y gritar pidiendo soco­rro: ¡quédate con nosotros, oh Zaratustra! ¡Aquí hay mucha miseria oculta que quiere hablar, mucho atardecer, mucha nube, mucho aire enrarecido!

Tú nos has alimentado con fuertes alimentos para hom­bres
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y con sentencias vigorosas: ¡no permitas que, para pos­tre, nos acometan de nuevo los espíritus blandos y femeninos!

¡Tú eres el único que vuelves fuerte y claro el aire a tu alre­dedor! ¿He encontrado yo nunca en la tierra un aire tan puro como junto a ti, en tu caverna?

Muchos países he visto, mi nariz ha aprendido a examinar y enjuiciar aires de muchas clases: ¡mas en tu casa es donde mis narices saborean su máximo placer!

A no ser que, a no ser que, ¡oh, perdóname un viejo re­cuerdo! Perdóname una vieja canción de sobremesa que compuse una vez hallándome entre hijas del desierto:

junto a las cuales, en efecto, había un aire igualmente puro, luminoso, oriental; ¡allí fue donde más alejado estuve yo de la nubosa, húmeda, melancólica Europa vieja!

Entonces amaba yo a tales muchachas de Oriente y otros azules reinos celestiales, sobre los que no penden nubes ni pensamientos.

No podréis creer de qué modo tan gracioso se estaban sen­tadas, cuando no bailaban, profundas, pero sin pensamientos, como pequeños misterios, como enigmas engalanados con cintas, como nueces de sobremesa

multicolores y extrañas, ¡en verdad!, pero sin nubes: enig­mas que se dejan adivinar: por amor a tales muchachas com­puse yo entonces un salmo de sobremesa.»

Así habló el viajero y sombra; y antes de que alguien le res­pondiese había tomado ya el arpa del viejo mago y cruzado las piernas; entonces miró, tranquilo y sabio, a su alrededor: y con las narices aspiró lenta e inquisitivamente el aire, como al­guien que en países nuevos gusta un aire nuevo y extraño. Lue­go comenzó a cantar con una especie de rugidos.
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2

El desierto crece: ¡ay de aquel que dentro de sí cobija desier­tos!

¡Ah! ¡Qué solemne!

¡Qué efectivamente solemne!

¡Qué digno comienzo!

¡Qué áfricamente solemne!

Digno de un león

O de un moral mono aullador

Pero nada para vosotras,

Encantadoras amigas,

A cuyos pies por vez primera

A mí, a un europeo,

Entre palmeras

Se le concede sentarse. Sela.
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¡Maravilloso, en verdad!

Ahora estoy aquí sentado,

Cerca del desierto y ya

Tan lejos otra vez de él,

Y tampoco en absoluto convertido en desierto todavía:

Sino engullido

Por este pequeñísimo oasis -:

Hace un instante abrió con un bostezo

Su amable hocico,

El más perfumado de todos los hociquitos:

¡Yyo caí dentro de él,

Hacia abajo, a través entre vosotras,

Encantadoras amigas! Sela.

¡Gloria, gloria a aquella ballena si a su huésped

Tan bien trató! ¿entendéis

Mi docta alusión?
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Gloria a su vientre

Si fue así

Un vientre-oasis tan agradable

Como éste: cosa que, sin embargo, dudo,

Pues yo vengo de Europa,

La cual es más incrédula que todas

Las esposas algo viejas.

¡Quiera Dios mejorarla!

¡Amén!

Ahora estoy aquí sentado,

En este pequeñísimo oasis,

Semejante a un dátil,

Moreno, lleno de dulzura, chorreando oro, ávido

De una redonda boca de muchacha,

Y, aún más, de helados

Níveos cortantes incisivos dientes

De muchacha: por los que languidece

El corazón de todos los ardientes dátiles. Sela.

Semejante, demasiado semejante

A dichos frutos meridionales,

Estoy aquí tendido, mientras pequeños

Insectos alados

Me rodean danzando y jugando,

Y asimismo deseos y ocurrencias

Aún más pequeños,

Más locos, más malignos,

Rodeado por vosotras,

Mudas, llenas de presentimientos

Muchachas-gatos,

Dudú y Suleica,
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-Circumesfingeado,
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para en una palabra

Amontonar muchos sentimientos:

(¡Dios me perdone

Este pecado de lengua!)

Aquí estoy yo sentado, olfateando el mejor aire de todos,

Aire de paraíso en verdad,

Ligero aire luminoso, estriado de oro,

Todo el aire puro que alguna vez

Cayó de la luna

¿Se debió esto al azar

U ocurrió por petulancia?

Como cuentan los viejos poetas.

Pero yo, escéptico, en duda

Lo pongo, pues vengo

De Europa,

La cual es más incrédula que todas

Las esposas algo viejas.

¡Quiera Dios mejorarla!

¡Amén!

Sorbiendo este aire bellísimo,

Hinchadas las narices como cálices,

Sin futuro, sin recuerdos,

Así estoy aquí sentado,

Encantadoras amigas,

Y contemplo cómo la palmera,

Igual que una bailarina,

Se arquea y pliega y las caderas mece,

¡Uno la imita si la contempla largo tiempo!

¿Igual que una bailarina, que, a mi parecer,

Durante largo tiempo ya, durante peligrosamente largo tiempo,

Siempre, siempre se sostuvo únicamente sobre una sola pierna?

¿Y que por ello olvidó, a mi parecer,

La otra pierna?

En vano, al menos, he buscado la alhaja gemela

Echada de menos

Es decir, la otra pierna

En la santa cercanía

De su encantadora, graciosa

Faldita de encajes, ondulante como un abanico.,

Sí, hermosas amigas,

Si del todo queréis creerme:

¡La ha perdido!

¡Ha desaparecido!

¡Desaparecido para siempre!

¡La otra pierna!

¡Oh, lástima de esa otra amable pierna!

¿Dónde estará y se lamentará abandonada?

¿La pierna solitaria?

¿Llena de miedo acaso a un

Feroz monstruo-león amarillo

De rubios rizos? O incluso ya

Roída, devorada

Lamentable, ¡ay', ¡ay! ¡Devorada! Sela.

¡Oh, no lloréis

Tiernos corazones!

¡No lloréis,

Corazones de dátil! ¡Senos de leche!

¡Corazones-saquitos

De regaliz!

¡No llores más,

Pálida Dudú!

¡Sé hombre,
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Suleica! ¡Ánimo! ¡Ánimo!

-¿O acaso vendría bien

Un tónico,

Un tónico para el corazón?

¿Una sentencia ungida?

¿Una exhortación solemne?

¡Ah! ¡Levántate, dignidad!

¡Dignidad de la virtud! ¡Dignidad del europeo!

¡Sopla, vuelve a soplar,

Fuelle de la virtud!

¡Ah!

¡Rugir una vez más aún,

Rugir moralmente!

¡Como león moral

Rugir ante las hijas del desierto!

¡Pues el aullido de la virtud,

Encantadoras muchachas,

Es, más que ninguna otra cosa,

El ardiente deseo, el hambre voraz del europeo!

De nuevo estoy en pie,

Como europeo,

¡No puede hacer otra cosa, Dios me ayude!
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¡Amén!

El desierto crece: ¡ay de aquel que dentro de sí cobija desier­tos!

* * *

El despertar
1

Tras la canción del viajero y sombra la caverna se llenó de repen­te de ruidos y risas; y como los huéspedes reunidos hablaban to­dos a la vez, y tampoco el asno, animado por ello, continuó ca­llado, se apoderó de Zaratustra una pequeña aversión y una pe­queña burla contra sus visitantes: aunque al mismo tiempo se alegrase de su regocijo. Pues le parecía un signo de curación. Así, se escabulló afuera, al aire libre, y habló a sus animales.

«¿Dónde ha ido ahora su aflicción?, dijo, y ya se había reco­brado de su pequeño hastío, ¡junto a mí han olvidado, según me parece, el gritar pidiendo socorro!

si bien, por desgracia, todavía no el gritar.» Y Zaratustra se tapó los oídos, pues en aquel momento el I-A del asno se mezclaba extrañamente con los ruidos jubilosos de aquellos hombres superiores.

«Están alegres, comenzó de nuevo a hablar, y, ¿quién sabe?, tal vez lo estén a costa de quien los hospeda; y si han aprendido de mí a reír, no es, sin embargo, mi risa la que han aprendido.
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¡Mas qué importa ello! Son gente vieja: se curan a su mane­ra, ríen a su manera; mis oídos han soportado ya cosas peores y no se enojaron.

Este día es una victoria: ¡ya cede, ya huye el espíritu de la pe­sadez, mi viejo archienemigo! ¡Qué bien quiere acabar este día que de modo tan malo y difícil comenzó!

Y quiere acabar. Ya llega el atardecer: ¡sobre el mar cabalga él, el buen jinete! ¡Cómo se mece, el bienaventurado, el que torna a casa, sobre la purpúrea silla de su caballo!

El cielo mira luminoso, el mundo yace profundo: ¡oh, todos vosotros, gente extraña que habéis venido a mí, merece la pena ciertamente vivir a mi lado!»

Así habló Zaratustra. Y de nuevo llegaron desde la caverna los gritos y risas
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de los hombres superiores: entonces él comen­zó de nuevo.

«Pican, mi cebo actúa, también de ellos se aleja su enemi­go, el espíritu de la pesadez. Ya aprenden a reírse de sí mismos: ¿oigo bien?

Mi alimento para hombres
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causa efecto, mi sentencia sa­brosa y fuerte: y, en verdad, ¡no los he alimentado con legum­bres flatulentas! Sino con alimento para guerreros, con ali­mento para conquistadores: nuevos apetitos he despertado.

Nuevas esperanzas hay en sus brazos y en sus piernas, su corazón se estira. Encuentran nuevas palabras, pronto su es­píritu respirará petulancia.

Tal alimento no es desde luego para niños, ni tampoco para viejecillas y jovencillas anhelantes. A éstas se les convencen las entrañas de otra manera; no soy yo su médico y maestro.

La náusea se retira de esos hombres superiores: ¡bien!, ésta es mi victoria. En mi reino se vuelven seguros, toda estúpida vergüenza huye, ellos se desahogan.

Desahogan su corazón, retornan a ellos las horas buenas, de nuevo se huelgan y rumian, se vuelven agradecidos.

Esto lo considero como el mejor de los signos: el que se vuelvan agradecidos. Dentro de poco inventarán fiestas y le­vantarán monumentos en recuerdo de sus viejas alegrías.

¡Son convalecientes!» Así habló Zaratustra alegremente a su corazón, y miraba a lo lejos; mas sus animales se arrimaron a él y honraron su felicidad y su silencios.
{557}

2

Mas de repente el oído de Zaratustra se asustó:
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en efecto, la caverna, que hasta entonces estuvo llena de ruidos y de risas, quedó súbitamente envuelta en un silencio de muerte; y su nariz olió un humo perfumado y un efluvio de incienso, como de piñas al arder.

«¿Qué ocurre? ¿Qué hacen?», se preguntó, y deslizóse a es­condidas hasta la entrada para poder observar, sin ser visto, a sus huéspedes. Pero, ¡maravilla sobre maravilla!, ¡qué cosas tuvo que ver entonces con sus propios ojos!

«¡Todos ellos se han vuelto otra vez piadosos, rezan, están locos!» dijo, en el colmo del asombro. Y, ¡en verdad!, todos aquellos hombres superiores, los dos reyes, el papa jubilado, el mago perverso, el mendigo voluntario, el caminante y som­bra, el viejo adivino, el concienzudo del espíritu y el más feo de los hombres: todos ellos estaban arrodillados, como niños y como viejecillas crédulas, y adoraban al asno. Y justo en aquel momento el más feo de los hombres comenzaba a gor­gotear y a resoplar, como si de él quisiera salir algo inexpresa­ble; y cuando realmente consiguió hablar, he aquí que se trataba de una piadosa y extraña letanía en loor del asno ado­rado e incensado. Y esta letanía sonaba así:

¡Amén! ¡Y alabanza y honor y sabiduría y gratitud y gloria y fortaleza a nuestro Dios ponlos siglos de los siglos!
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Y el asno rebuznó I-A
{560}

Él lleva nuestra carga, él tomó figura de siervo, él es pa­ciente de corazón y no dice nunca no; y quien ama a su Dios, lo castiga.
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Y el asno rebuznó I-A.

Él no habla: excepto para decir siempre sí al mundo que él creó: así alaba a su mundo.
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Su astucia es la que no habla: de este modo rara vez se equivoca.

Y el asno rebuznó I-A.

Camina por el mundo sin ser notado. Gris es el color de su cuerpo,
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en ese color oculta su virtud. Si tiene espíritu, lo es­conde; pero todos creen en sus largas orejas.

Y el asno rebuznó I-A.

¡Qué oculta sabiduría es ésta, tener orejas largas y decir únicamente sí y nunca no! ¿No ha creado el mundo a su ima­gen,
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es decir, lo más estúpido posible?

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