Read Barrayar Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia-ficción

Barrayar (31 page)

BOOK: Barrayar
10.59Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Y por lo tanto, también el Hospital Militar, sí —dijo Cordelia.

—Está publicando los nombres de los rehenes relacionados con nuestra estructura de mando, pero su hijo todavía no ha aparecido en las listas. El almirante piensa que Vordarian nunca imaginó lo de la réplica como una posibilidad viable. No sabe lo que tiene.

—Aún —replicó Cordelia.

—Aún —le concedió Koudelka de mala gana.

—Muy bien. Continúe.

—La situación general no es tan grave como temíamos al principio. Vordarian mantiene el control de Vorbarr Sultana, de su propio Distrito y sus bases militares, y ha puesto tropas en el Distrito Vorkosigan, pero sólo cuenta con cinco condes que se han proclamado sus aliados. De los demás condes, aproximadamente treinta han quedado atrapados en la capital, y no podemos saber a quién apoyan mientras Vordarian les apunte a la cabeza con un arma. Casi todos los veintitrés Distritos restantes han reiterado sus juramentos de lealtad al regente. Aunque un par de ellos, con familiares en la capital o en posición estratégica como potenciales campos de batalla, están vacilando.

—¿Y las fuerzas espaciales?

—Estaba a punto de hablarle de ellas, señora. Gran parte de los suministros son enviados desde las bases en el Distrito Vordarian. Por el momento, están a la espera de que se aclare el panorama en lugar de moverse para aclararlo ellos mismos. Pero se han negado a apoyar abiertamente a Vordarian. Es un equilibrio, y el primero que logre inclinarlo hacia su bando iniciará una avalancha. El almirante Vorkosigan parece muy optimista. —A juzgar por el tono del teniente, Cordelia no estuvo muy segura de que él compartiese ese optimismo—. Pero por supuesto, tiene que estarlo, para mantener alto el espíritu. Dice que Vordarian perdió la guerra en el momento en que Negri escapó con Gregor, y que el resto son sólo maniobras para minimizar las pérdidas. Sin embargo, Vordarian tiene a la princesa Kareen.

—Sin duda una de las pérdidas que Aral está ansioso por reducir. ¿Ella se encuentra bien? ¿Los terroristas de Vordarian no le han hecho daño?

—Por lo que sabemos, no. Al parecer, está bajo arresto domiciliario en sus propias habitaciones de la Residencia Imperial. Varios de los rehenes más importantes también se encuentran allí.

—Ya veo.

Cordelia se volvió en la penumbra para mirar a Bothari, quien permaneció impasible. Supuso que entonces preguntaría por Elena, pero no dijo nada. Ante la mención de Kareen, Droushnakovi permaneció mirando fijamente la noche con expresión abatida.

¿Kou y Drou habrían arreglado sus diferencias? Parecían muy distantes, civilizados y profesionales. Pero aunque hubiesen intercambiado unas disculpas superficiales, Cordelia percibió que la herida no había cicatrizado. La adoración secreta había desaparecido de los ojos azules que, de vez en cuando, abandonaban el panel de control para observar al hombre sentado a su lado. Las miradas de Drou eran sólo cautelosas.

Abajo se divisaron las luces de la ciudad no muy grande, y más allá, las configuraciones geométricas de una base de lanzamiento militar. Drou transmitió varias claves de identificación a medida que se acercaban. Descendieron en espiral sobre una plataforma iluminada para ellos, custodiada por guardias armados. Las naves que los sobrevolaban siguieron hacia sus propias plataformas de aterrizaje.

En cuanto abandonaron la aeronave, los guardias les rodearon para escoltarlos hasta un tubo elevador. Descendieron, caminaron por una plataforma inclinada, y volvieron a descender en un elevador hermético. Sin duda, la base Tanery era un puesto de mando subterráneo muy bien custodiado. Bienvenidos al búnquer. Sin embargo, de pronto Cordelia se sintió invadida por una nostalgia que le cerró la garganta. Esos corredores áridos no podían competir con la forma en que se decoraban los interiores de Colonia Beta, pero en ese momento podría haberse encontrado en alguna ciudad subterránea betanesa, tranquila y a salvo…

Quiero volver a casa
.

Había tres oficiales con uniforme verde, hablando en un corredor. Uno de ellos era Aral. Él la vio.

—Gracias, caballeros, pueden retirarse —dijo interrumpiendo a alguien en la mitad de una frase, y entonces añadió—: Continuaremos esta conversación más tarde. —Pero ellos permanecieron allí, mirándolo confusos.

Él sólo parecía cansado. El corazón de Cordelia ansiaba mirarlo, sin embargo…

Por ti he llegado hasta, aquí. No al Barrayar de mis esperanzas, sino al Barrayar de mis miedos
.

Con una pequeña exclamación de alegría, Aral la estrechó con fuerza contra su cuerpo. Ella también lo abrazó.

¡Qué alivio! Desaparece, mundo
. Pero cuando alzó la vista, el mundo todavía la aguardaba, bajo la forma de siete testigos con agendas en la mano.

Aral la apartó un poco y la miró ansiosamente de arriba abajo.

—Tienes mal aspecto, querida capitana.

Al menos había sido lo bastante amable como para no decir «hueles fatal».

—No tengo nada que no se solucione con un baño.

—No me refería a eso. Antes que nada irás a la enfermería. —Se volvió para mirar al sargento Bothari.

—Señor, debo presentarme ante el conde —dijo el sargento.

—Papá no se encuentra aquí. Ha salido en una misión diplomática con algunos de sus viejos camaradas. Kou… ocúpese de que le asignen una habitación a Bothari; proporciónele comida, pases y ropas. Querré su informe personal en cuanto me haya ocupado de Cordelia, sargento.

—Sí, señor. —Koudelka se llevó a Bothari.

—Bothari estuvo sorprendente —le confió Cordelia a Aral—. No… eso es injusto. Bothari estuvo como siempre y yo no tendría que haberme sorprendido en absoluto. No lo hubiésemos logrado sin él.

Aral asintió con un gesto y esbozó una sonrisa.

—Supuse que sabría cuidarte.

—Lo hizo, desde luego.

Droushnakovi, ocupando su puesto junto a Cordelia en cuanto el sargento lo hubo abandonado, sacudió la cabeza con desconfianza y los siguió por el pasillo. Después de unos momentos de vacilación, el resto del cortejo también los siguió.

—¿Has sabido algo de Illyan? —le preguntó Cordelia.

—Aún no. ¿Kou te puso al corriente?

—Me hizo un resumen, lo cual es suficiente por ahora. Supongo que entonces tampoco sabrás nada de Padma y Alys Vorpatril, ¿verdad? Él sacudió la cabeza con pesar.

—Pero ninguno de ellos se encuentra en la lista de las personas capturadas por Vordarian. Creo que se esconden en la ciudad. El bando de Vordarian no oculta la información. De haberse realizado más arrestos importantes lo sabríamos. Ése es el problema con estas malditas refriegas civiles: todo el mundo tiene un hermano… Alguien lo llamó desde el otro extremo del pasillo.

—¡Señor! ¡Oh, señor!

—Sólo Cordelia sintió cómo Aral se tensaba, ya que el brazo por donde lo sujetaba se contrajo.

Un empleado de la jefatura acompañaba a un hombre alto, con traje de faena negro e insignias de coronel en el cuello.

—Allí está, señor. El coronel Gerould ha llegado de Marigrad.

—Oh. Bien. Debo ver a este hombre ahora… —Aral miró a su alrededor con prisa, y sus ojos se posaron sobre Droushnakovi—. Drou, por favor, acompaña tú a Cordelia a la enfermería. Que la examinen, que la… que le hagan todo lo necesario.

El coronel no era ningún oficial de despacho. En realidad, parecía recién llegado del frente, dondequiera que estuviese «el frente» en esa guerra de lealtades. Su uniforme estaba sucio y ajado, como si hubiese dormido con él, y el olor a humo que desprendía eclipsaba el vaho montañés de Cordelia. Tenía el rostro avejentado por la fatiga. Sin embargo, parecía sólo sombrío, no derrotado.

—En Marigrad ha estallado una guerra civil, almirante —informó sin más preámbulos.

Vorkosigan esbozó una mueca de disgusto.

—Entonces, quiero pasarla por alto. Venga conmigo al salón táctico… ¿qué tiene en el brazo, coronel?

Una franja de tela blanca y una más angosta en color pardo rodeaban la manga negra del oficial.

—Es mi identificación, señor. Nos resultaba imposible distinguir a quién disparábamos. Los hombres de Vordarian visten de rojo y amarillo, lo más parecido al rojo oscuro y dorado que pudieron conseguir, supongo. La franja simboliza el pardo y plateado de Vorkosigan, por supuesto.

—Hum… Eso me temí. —Vorkosigan estaba extremadamente serio—. Quítesela. Quémela. Y transmita el mensaje al frente. Usted ya tiene un uniforme, coronel, un uniforme que le ha entregado el emperador. Si están combatiendo, es por él. Deje que los traidores cambien sus uniformes.

El coronel pareció sorprendido por la vehemencia de Vorkosigan, pero después de un momento comprendió; se arrancó la franja del brazo y se la guardó en el bolsillo.

—Sí, señor.

Aral soltó la mano de Cordelia con un esfuerzo evidente.

—Nos veremos en nuestras habitaciones, cariño. Más tarde.

A ese ritmo, sería varios días más tarde. Cordelia sacudió la cabeza con impotencia, echó una última mirada a su cuerpo robusto como si de algún modo pudiese guardarlo en su mente, y siguió a Droushnakovi por el laberinto subterráneo de la base Tanery. Al menos, con Drou, Cordelia pudo alterar el itinerario de Vorkosigan y tornar un baño primero. Luego descubrió que en las habitaciones de Aral le aguardaban varios trajes de su talla, que delataban el buen gusto que Drou había adquirido en el palacio.

Por supuesto, todos los informes médicos de Cordelia habían quedado en Vorbarr Sultana, tras las líneas enemigas. El médico de la base sacudió la cabeza y pidió un formulario nuevo en su panel de informes.

—Lo siento, señora Vorkosigan. Tendremos que comenzar por el principio. Le ruego que colabore conmigo. Tengo entendido que ha experimentado cierta clase de problemas femeninos.

No, la mayor parte de mis problemas han sido por culpa de los hombres
. Cordelia se mordió la lengua.

—Se me efectuó una transferencia placentaria, déjeme ver… tres más… —Tuvo que contar con los dedos—. Hace unas cinco semanas.

—Discúlpeme, ¿una qué?

—Di a luz mediante una operación quirúrgica. No funcionó bien.

—Ya veo. Cinco semanas desde el parto. —El hombre tomó nota—. ¿Y cuál es su queja actual?

No me gusta Barrayar, quiero volver a casa, mi suegro trata de matar a mi hijo, la mitad de mis amigos han escapado para salvar la vida, no consigo diez minutos a solas con mi marido porque ustedes lo están consumiendo frente a mí, me duelen los pies, me duele la cabeza, me duele el alma
… Era demasiado complicado. El pobre hombre sólo quería algo para anotar en el formulario, no un ensayo.

—Cansancio —logró decir Cordelia al fin.

—Ah. —Se le iluminó el rostro y registró este dato en su informe—. Fatiga posparto. Eso es normal. —Alzó la vista y la observó con atención—. ¿Ha considerado la posibilidad de iniciar un programa de ejercicios físicos, señora Vorkosigan?

14

—¿Quiénes son los hombres de Vordarian? —preguntó Cordelia a Aral con frustración—. Hace semanas que estoy escapando de ellos, pero es como si sólo los hubiese vislumbrado unos momentos por un espejo retrovisor. Se supone que uno debe conocer al enemigo. ¿De dónde proviene su interminable provisión de hombres?

—Oh, no es interminable. —Aral esbozó una sonrisa y comió otro bocado del guisado.

Milagrosamente, al fin se encontraban a solas en el sencillo apartamento subterráneo para oficiales superiores. Un ordenanza les había traído la cena en una bandeja, colocándola sobre una mesa baja frente a ellos. Para alivio de Cordelia, entonces Aral había despedido al vacilante subordinado.

Aral tragó el bocado y continuó.

—¿Quiénes son? En su mayoría, cualquiera que, en la cadena de mando, depende de algún oficial que ha escogido el bando de Vordarian y no ha tenido el valor de desertar de su unidad para presentarse en alguna otra. La obediencia y la cohesión han sido profundamente inculcadas en estos hombres. Han aprendido que cuando las cosas se ponen difíciles, deben mantenerse unidos. Por lo tanto, el desgraciado hecho de que su superior los induzca a la traición hace que se refugien aún más en la unión con sus compañeros. Además —añadió con una sonrisa triste—, sólo será traición si Vordarian pierde.

—¿Y Vordarian está perdiendo?

—Mientras Gregor y yo sigamos con vida, no podrá vencer. —Asintió con un gesto—. Vordarian me está acusando de todos los crímenes que se le ocurren. El más grave es el rumor que ha difundido sobre que he secuestrado a Gregor tratando de conseguir el imperio para mí. Supongo que con esto pretende descubrir el escondite de Gregor. Él sabe que el emperador no está conmigo. De lo contrario se habría sentido tentado de atacar la base con una bomba nuclear. Cordelia frunció los labios.

—¿Pues qué quiere? ¿Capturar a Gregor o matarlo?

—Matarlo sólo si no logra capturarlo. Cuando llegue el momento adecuado, yo mismo presentaré a Gregor en público.

—¿Por qué no ahora?

Aral se reclinó con un suspiro de fatiga, y apartó la bandeja sin terminar la comida.

—Porque quiero ver cuántos hombres de Vordarian logro atraer a mi bando antes del desenlace. Deserción no es el término correcto… regreso tal vez. No quiero inaugurar mi segundo año en funciones con cuatro mil ejecuciones militares. Por debajo de cierto grado, puede concederse un perdón basado en el juramento de lealtad presentado a sus superiores. Pero quiero salvar a todos los oficiales superiores que pueda. Además de Vordarian, ya hay cinco condes que no tendrán salvación.
Maldito sea
por haber iniciado esto.

—¿Qué están haciendo las tropas de Vordarian? ¿Esto es una guerra estática?

—No del todo. Él desperdicia su tiempo y el mío, tratando de ganar algunas plazas fuertes como el depósito de suministros en Marigrad. Eso nos conviene, ya que mantiene ocupados a los comandantes de Vordarian y no les permite pensar en lo que a nosotros nos preocupa verdaderamente: las fuerzas espaciales. ¡Si encontrara a Kanzian!

—¿Tus servicios de información todavía no lo han localizado? —El almirante Kanzian era uno de los dos hombres del alto mando barrayarés a quienes Vorkosigan consideraba como sus superiores en estrategia. Kanzian era un especialista en operaciones espaciales; las fuerzas con base en el espacio tenían gran fe en él. «Nunca verá estiércol pegado a
sus
botas» lo había definido Kou, para diversión de Cordelia.

BOOK: Barrayar
10.59Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Bridegroom Bodyguard by Lisa Childs
The Last Kind Words by Tom Piccirilli
Good Men Still Exist by Lewis, Marques, Gomez, Jamila
Love Inspired November 2013 #2 by Emma Miller, Renee Andrews, Virginia Carmichael
The Wild Sight by Loucinda McGary