Barrayar (14 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia-ficción

BOOK: Barrayar
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—Buenos días, señora Hysopi. Qué bonita se ve su casa hoy. —El lugar había sido cuidadosamente fregado y ordenado… como viuda de un militar, la señora Hysopi estaba acostumbrada a las inspecciones. Cordelia supuso que en la casa de la nodriza contratada, el clima cotidiano debía de ser un poco más relajado.

—Su niñita se ha comportado muy bien esta mañana —le aseguró la señora Hysopi al sargento—. Se ha tomado todo el biberón y ahora mismo acabo de bañarla. Por aquí, doctor. Espero que lo encuentre todo en orden…

La mujer los condujo por una estrecha escalera. Evidentemente, una de las alcobas era la de ella; la otra, con una gran ventana desde la cual se veían los tejados y el lago, albergaba una cuna con una bebé de cabellos oscuros y grandes ojos café.

—Qué niña tan mona. —La señora Hysopi sonrió y la cogió en sus brazos—. Di hola a tu papi, ¿eh Elena? Bonita, bonita.

Bothari permaneció en la puerta, observando a la criatura con cautela.

—La cabeza le ha crecido mucho —observó después de un momento.

—Es lo normal, entre los tres y los cuatro meses —observó la señora Hysopi.

El doctor Henri extrajo sus instrumentos, los depositó en la cuna, y la señora Hysopi comenzó a desnudar a la pequeña. Los dos iniciaron una discusión técnica acerca de alimentación y materia fecal, y Bothari recorrió la pequeña habitación, mirando sin tocar. Se veía terriblemente grande y fuera de lugar entre los pequeños muebles infantiles. Parecía siniestro y peligroso en su uniforme color café y plata. Su cabeza rozó el techo inclinado, y el sargento regresó a la puerta.

Asomada con curiosidad sobre los hombros de Henri e Hysopi, Cordelia observó cómo la niñita se movía y trataba de rodar. Bebés. Muy pronto tendría uno propio. Como respuesta a sus pensamientos, sintió, un temblor en el vientre. Afortunadamente, Piotr Miles no era aún lo bastante fuerte para salirse de una bolsa de papel, pero si su desarrollo continuaba a este ritmo, en los últimos meses le aguardarían largas noches de insomnio. Cordelia lamentó no haber tomado el curso de entrenamiento para padres allá en Colonia Beta, aunque aún no hubiese estado lista para solicitar una licencia. Sin embargo los padres en Barrayar parecían arreglárselas para improvisar. La señora Hysopi había aprendido sobre la marcha, y ya tenía tres hijos mayores.

—Es sorprendente —dijo el doctor Henri, sacudiendo la cabeza mientras tomaba notas—. De momento, su desarrollo es absolutamente normal. Nada parece indicar que proviene de una réplica uterina.

—Yo provengo de una réplica uterina —observó Cordelia, divertida. Henri la miró de arriba abajo, como si de pronto hubiese esperado descubrir una antena surgiendo de su cabeza—. Las experiencias betanesas sugieren que no importa tanto el modo en que uno llega aquí, sino qué se hace después de llegar.

—Claro. —El doctor frunció el ceño con expresión pensativa—. ¿Y se encuentra libre de defectos genéticos?

—Completamente —asintió Cordelia.

—Nosotros
necesitamos
esta tecnología. —El médico suspiró y comenzó a guardar el instrumental—. La niña se encuentra bien, puede vestirla —dijo a la señora Hysopi.

Al fin Bothari se asomó sobre la cuna y miró a la pequeña con el ceño fruncido. Sólo la tocó una vez, posando un dedo sobre su mejilla, y luego se frotó el índice con el pulgar como si probara sus funciones nerviosas. La señora Hysopi lo estudió de soslayo, pero no dijo nada.

Mientras Bothari arreglaba las cuentas del mes con la señora Hysopi, Cordelia y el doctor Henri fueron paseando hasta el lago, seguidos por Droushnakovi.

—Cuando esas diecisiete réplicas uterinas llegaron al hospital, enviadas desde la zona de guerra en Escobar, quedé francamente consternado —dijo Henri—. ¿Para qué salvar a esos fetos desconocidos, y a un precio semejante? ¿Por qué dejarlos en mi departamento? Desde entonces he cambiado totalmente de opinión. Incluso he pensado en una forma de aplicar la tecnología en pacientes con quemaduras graves. Ahora me encuentro trabajando en ello, ya que hace una semana el proyecto fue aprobado. —Con ojos ansiosos le explicó su teoría, la cual era muy interesante hasta donde Cordelia alcanzaba a comprender.

—Mi madre es ingeniero en equipos médicos y mantenimiento en el Hospital Silica —le explicó a Henri cuando él se detuvo para respirar—. Trabaja en esta clase de aplicaciones. —Henri redobló su exposición técnica.

Cordelia saludó a dos mujeres en la calle y las presentó amablemente al doctor Henri.

—Son esposas de dos Hombres de Armas del conde Piotr —le explicó cuando siguieron su camino.

—Me extraña que no hayan preferido vivir en la capital.

—Algunos lo hacen, y otros permanecen aquí. Resulta mucho más barato vivir en un pueblo, y la paga de estos sujetos no es tan alta como había imaginado. Además, algunos de ellos desconfían de la vida en la ciudad, y consideran que aquí las cosas son más puras. —Esbozó una sonrisa—. Hay uno de ellos que tiene una esposa en cada pueblo. Ninguno de sus compañeros lo ha delatado aún. Son muy leales entre ellos.

Henri alzó las cejas.

—Qué vida alegre debe llevar.

—No lo crea. Siempre anda escaso de dinero y parece preocupado. Pero no logra decidir a qué estilo de vida renunciar. Al parecer, le gustan los dos.

Cuando llegaron a los muelles y el doctor Henri se apartó para hablar con un anciano que alquilaba botes, Droushnakovi se acercó a Cordelia con expresión confusa.

—Señora. —dijo en voz baja— ¿cómo es posible que el sargento Bothari tenga una hija? Él no está casado, ¿verdad?

—¿Qué te parece? ¿Que se la trajo la cigüeña? —preguntó Cordelia con expresión risueña.

—No.

A juzgar por su expresión, no aprobaba esta falta de seriedad. Cordelia exhaló un suspiro. ¿Cómo podía explicárselo?

—Aunque es bastante parecido. Su réplica uterina fue enviada desde Escobar después de la guerra. El bebé terminó su gestación en un laboratorio del Hospital Militar, bajo la supervisión del doctor Henri.

—¿Realmente es de Bothari?

—Oh, sí. Está certificado genéticamente. Así fue como identificaron… —Cordelia se detuvo. Debía tener cuidado.

—¿Pero, qué es eso de las diecisiete réplicas uterinas? ¿Y cómo fue que la bebé entró en una de ellas? ¿Fue… fue un experimento?

—Transferencia placentaria. Se trata de una operación delicada, incluso para los niveles galácticos, pero no es experimental. Mira. —Cordelia se detuvo, pensando a toda velocidad—. Te diré la verdad. —
Aunque no
toda
la verdad
—. La pequeña Elena es hija de Bothari y una joven de Escobar llamada Elena Visconti. Bothari la quería mucho. Pero después de la guerra, ella no quiso acompañarlo a Barrayar. La niña fue concebida, eh… al estilo barrayarés. Cuando se separaron fue transferida a la réplica uterina. Existieron varios casos similares. Todas las réplicas fueron enviadas al Hospital Militar Imperial, donde estaban interesados en aprender más acerca de esta tecnología. Bothari permaneció en… terapia médica durante bastante tiempo después de la guerra. Cuando salió, se hizo cargo de la custodia de la niña.

—¿Los otros también se llevaron a sus bebés?

—La mayoría de los padres estaban muertos para ese entonces. Los niños acabaron en el orfanato del Servicio Imperial. —Listo. Ya le había dado la versión oficial.

—Oh. —Drou se miró los pies con el ceño fruncido—. Eso no… me resulta difícil imaginar a Bothari… A decir verdad —le confesó con candor—, creo que a Bothari ni siquiera le entregaría un gatito en custodia. ¿No le parece un poco raro?

—Aral y yo lo tenemos vigilado. Creo que, por el momento, Bothari se encuentra bastante bien. Encontró a la señora Hysopi por su cuenta, y se ocupa de que tenga todo lo que necesite. ¿Él… te ha molestado?

Droushnakovi la miró sorprendida.

—Es tan grande. Y feo. Y algunos días… anda murmurando solo. Además, se pasa días enteros en cama, enfermo, pero no tiene fiebre ni nada de eso. El jefe de guardia del conde Piotr dice que finge estar enfermo.

—No finge nada. Pero me alegro de que lo menciones. Haré que Aral hable con el comandante.

—¿Pero usted no le teme nunca? ¿Ni en los malos días?

—Podría llorar por Bothari —dijo Cordelia lentamente—, pero no le temo. Ni en los días malos ni en ningún otro momento. Tú tampoco deberías temerle. Es… es un profundo insulto.

—Lo siento. —Droushnakovi arrastró un zapato sobre la grava—. Es una historia muy triste. No me extraña que no hable sobre la guerra de Escobar.

—Sí… te agradecería que no se la mencionaras. Es muy doloroso para él.

Desde la aldea, cruzaron el lago en la aeronave y pocos momentos después llegaron a la residencia campestre de los Vorkosigan. Un siglo atrás, la casa había sido un puesto de guardia del fuerte en el promontorio. Las armas modernas habían hecho que las fortificaciones terrestres resultasen obsoletas, y las viejas construcciones de piedra habían sido reformadas para usos más pacíficos. Evidentemente, el doctor Henri había esperado más lujo, porque dijo:

—Es más pequeño de lo que había imaginado.

El ama de llaves de Piotr había preparado un almuerzo en una terraza llena de flores, en el extremo surde la casa, junto a la cocina. Mientras ella conducía al grupo hasta allí, Cordelia se acercó al conde Piotr para decirle:

—Gracias por permitirnos invadirle, señor.

—¡Invadirme! Ésta es tu casa, querida. Eres libre de invitar a cuantos amigos desees. ¿Has notado que es la primera vez que lo haces? —Se detuvo con ella en la puerta—. Sabes, cuando mi madre se casó con mi padre, cambió el decorado de toda la Residencia Vorkosigan. Mi esposa hizo lo mismo cuando nos casamos. Aral tardó tanto en casarse que me temo que ya es hora de ponerla al día. ¿No te gustaría ocuparte?

Pero es
su
casa
, pensó Cordelia,
Ni siquiera es de Aral

—Te has posado aquí con tanta suavidad que uno casi temería que volvieras a levantar vuelo. —Piotr emitió una risita, pero su mirada parecía preocupada.

Cordelia se palmeó el vientre.

—Oh, ya me he posado con todo mi peso, señor. —Vaciló unos instantes—. A decir verdad, he pensado que sería agradable tener un tubo elevador en la Residencia Vorkosigan. Contando los dos sótanos, el ático y la azotea, hay ocho pisos en la sección principal. Es todo un trayecto.

—¿Un tubo elevador? Nunca hemos… —Se mordió la lengua—. ¿Dónde?

—Podría instalarse en el pasillo trasero, junto a las tuberías, sin modificar la arquitectura interna.

—Eso has pensado. Muy bien. Busca un constructor. Hazlo.

—Me ocuparé de ello mañana, señor. Gracias. —Alzó las cejas cuando él le dio la espalda.

Era evidente que el conde Piotr estaba decidido a alentarla, ya que durante el almuerzo se mostró muy solícito y cordial con el doctor Henri. Siguiendo el consejo de Cordelia, éste supo responder a su anfitrión. Piotr le contó todo lo referente al nuevo potrillo nacido en sus caballerizas. La criatura era un pura sangre con certificado genético, y había sido importado de la Tierra a gran coste, como un embrión congelado, para ser implantado en una yegua de raza mixta. Piotr había supervisado con gran ansiedad toda la gestación. Henri expresó un gran interés técnico y, después de almorzar, el conde lo acompañó a las caballerizas para que pudiese inspeccionar a las grandes bestias.

—Quisiera descansar un rato —se disculpó Cordelia—. Ve con ellos, Drou. El sargento Bothari se quedará conmigo. —En realidad, Cordelia estaba preocupada por Bothari. No había comido un solo bocado durante el almuerzo, y hacía más de una hora que no pronunciaba palabra.

Indecisa pero profundamente interesada por los caballos, Drou permitió que la convencieran. Los tres se marcharon colina arriba. Cordelia los observó alejarse, y al volver la cabeza descubrió que Bothari la estaba observando. El sargento asintió con la cabeza. —Gracias señora.

—Eh… sí. Me preguntaba si se sentiría enfermo.

—No… sí. No lo sé. Quería… quería hablar con usted, señora. Desde hace semanas. Pero nunca parece presentarse un momento adecuado. En los últimos tiempos ha sido peor. Ya no puedo aguardar más. Esperaba que hoy…

—Se presentase el momento. —El ama de llaves trabajaba en la cocina—. ¿Quiere que demos un paseo? —Por favor, señora.

Juntos rodearon la antigua casa de piedra. El pabellón en la cima de la colina, desde donde se veía el lago, hubiese sido un lugar idóneo para sentarse a charlar, pero Cordelia se sentía demasiado llena y pesada como para subir hasta allí. En lugar de ello tomó a la izquierda, por el sendero que corría paralelo a la cuesta, hasta que llegaron a lo que parecía ser un pequeño jardín entre muros.

La parcela familiar de los Vorkosigan estaba llena de antiguas tumbas de la familia, de parientes lejanos y de sirvientes especialmente queridos. Al principio el cementerio había formado parte del fuerte, y las sepulturas más antiguas pertenecían a guardias y oficiales de siglos atrás. La intrusión de los Vorkosigan databa de la destrucción atómica del antiguo distrito capital, Vorkosigan Vashnoi, durante la invasión cetagandanesa. Allí los muertos se habían fundido con los vivos, borrando ocho generaciones de historia familiar. Era interesante observar los grupos de fechas más recientes, y asociarlas con los eventos del momento; la invasión cetagandanesa, la Guerra de Yuri el Loco, la tumba de la madre de Aral, fechada exactamente al inicio de esta guerra. A su lado había reservado un lugar para Piotr, y allí había estado durante treinta y tres años. Ella aguardaba a su esposo con paciencia.

Y los hombres nos acusan a nosotras de ser lentas
. Su hijo mayor, el hermano de Aral, estaba enterrado al otro lado de ella.

—Sentémonos allí. —Señaló un banco de piedra, rodeado de pequeñas florecillas anaranjadas, a la sombra de un roble importado de la Tierra que debía de contar al menos cien años—. Estas personas saben escuchar. Y no se andan con chismes.

Cordelia se sentó sobre la piedra tibia y estudió a Bothari. Él se sentó tan lejos de ella como se lo permitió el banco. Las arrugas de su rostro parecían más profundas hoy, más duras a pesar de que la cálida bruma otoñal mitigaba el resplandor del sol. Una de sus manos, aferrada al borde de la piedra, se flexionaba de un modo arrítmico. Su respiración también parecía entrecortada.

Cordelia suavizó la voz.

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