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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia-ficción

Barrayar (15 page)

BOOK: Barrayar
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—Y bien, ¿cuál es el problema, sargento? Hoy parece un poco… nervioso. ¿Esto tiene alguna relación con Elena?

Él emitió una risita amarga.

—Nervioso. Sí. Supongo que sí. No es la niña, bueno, al menos no directamente. —La miró a los ojos por primera vez en todo el día—. ¿Se acuerda de Escobar, señora? Usted estuvo allí, ¿verdad?

—Sí. —
Este hombre está sufriendo un gran dolor
, comprendió Cordelia.
¿Qué clase de dolor?

—No logro recordar Escobar.

—Eso tengo entendido. Creo que sus terapeutas militares trabajaron mucho para asegurarse de que no recordara Escobar.

—Oh, sí.

—Yo no apruebo el estilo barrayarés de terapia.

Sobre todo cuando está teñido de conveniencias políticas.

—He llegado a comprender eso, señora. —Una ligera esperanza brilló en sus ojos.

—¿Cómo lo hicieron? ¿Quemaron determinadas neuronas? ¿Lo borraron con métodos químicos?

—No. Emplearon drogas, pero sin destruir nada. Al menos, eso me han dicho. Los doctores lo llamaron «terapia de supresión». Nosotros lo llamamos simplemente «el infierno». Fuimos al infierno día tras día, hasta que al fin no quisimos ir más. —Bothari se acomodó en el asiento y frunció el ceño—. Cuando trato de recordar, cuando hablo de Escobar, comienzo a sufrir unos atroces dolores de cabeza. Suena estúpido, ¿verdad? Un hombre hecho y derecho quejándose por los dolores de cabeza como una ancianita. Hay ciertas cuestiones concretas, determinados recuerdos, que me provocan estos dolores terribles… Veo círculos rojos alrededor de todo y comienzo a vomitar. Cuando abandono el recuerdo, el dolor desaparece. Es simple.

Cordelia tragó saliva.

—Ya veo. Lo siento. Sabía que era difícil, pero no imaginé que lo fuese tanto.

—Lo peor de todo son los sueños. Sueño con… eso, y si me despierto demasiado despacio, recuerdo lo que he soñado. Recuerdo demasiado al mismo tiempo, y mi cabeza… sólo puedo tenderme boca abajo y llorar, hasta que logro pensar en alguna otra cosa. Los otros hombres de armas del conde Piotr creen que estoy loco, que soy estúpido, y no saben qué hago allí con ellos. Tampoco yo lo sé. —Se frotó la cabeza con sus grandes manos—. Ser Hombre de Armas de un conde… es un honor. Sólo existen veinte de ellos. Siempre son los mejores, los héroes, los hombres con medallas, los que han cumplido veinte años de servicio con antecedentes perfectos. Si lo que yo hice en Escobar fue tan terrible, ¿por qué hizo el almirante que el conde me tomara a su servicio? Y si actué en forma tan heroica, ¿por qué me han quitado el recuerdo de ello? —Su respiración se estaba acelerando y silbaba entre sus largos dientes amarillos.

—¿Cuánto dolor sufre ahora, al tratar de hablar sobre esto?

—Un poco. Pero empeorará. —La miró con el ceño fruncido—. Debo hablar sobre esto. Con usted. Me está volviendo…

Ella inspiró profundamente para calmarse, tratando de escuchar con toda su mente, su cuerpo y su alma. Y con cuidado. Con mucho cuidado.

—Continúe.

—Tengo cuatro imágenes… en la cabeza. De Escobar. Cuatro imágenes que no consigo explicarme. Unos cuantos minutos borrados… ¿tres meses? ¿Cuatro? Todas ellas me perturban, pero hay una que me perturba en especial. Usted aparece en ella —agregó de forma abrupta, y miró el suelo. Sus manos se aferraron con tanta fuerza a la piedra que los nudillos le palidecieron.

—Ya veo. Continúe.

—Una, la que menos me inquieta, es una discusión. El príncipe Serg estaba allí, también el almirante Vorrutyer, lord Vorkosigan y el almirante Rulf Vorhalas. Y yo estaba allí, pero estaba desnudo.

—¿Está seguro de que no se trata de un sueño?

—No, no estoy seguro. El almirante Vorrutyer dijo… algo muy insultante a lord Vorkosigan. Lo tenía atrapado contra una pared. El príncipe Serg reía. Entonces Vorrutyer lo besó en la boca, y Vorhalas trató de golpear a Vorrutyer en la cabeza, pero lord Vorkosigan no se lo permitió. No recuerdo nada más.

—Hum… sí —dijo Cordelia—. Yo no me encontraba allí, pero sé que en esos momentos ocurrían cosas bastante extrañas en el alto mando. Serg y Vorrutyer se extralimitaron. Por lo tanto, es posible que sea un verdadero recuerdo. Podría preguntárselo a Aral, si lo desea.

—¡No! No. No creo que ése sea importante, de todos modos. No es como los demás.

—Hábleme de los demás, entonces.

La voz de Bothari se transformó en un susurro.

—Recuerdo a Elena. Qué hermosa. Sólo conservo dos imágenes de ella. En una, recuerdo que Vorrutyer me obligaba a… no, no quiero hablar de eso. —Se interrumpió durante más de un minuto, meciéndose suavemente sobre el banco—. La otra… estábamos en mi cabina. Ella y yo. Ella era mi esposa… —Su voz se quebró—. Ella no era mi esposa, verdad. —Ni siquiera había sido una pregunta.

—No, pero usted ya sabe eso.

—Pero recuerdo
haber creído
que lo era. —Se apretó la frente con las manos, y luego se frotó el cuello vigorosamente. Todo fue en vano.

—Ella era una prisionera de guerra —dijo Cordelia—. Su belleza atrajo la atención de Vorrutyer y de Serg, y juntos se propusieron torturarla. No había ninguna razón para ello, ni cuestiones de inteligencia militar ni de terrorismo político, sólo fue para obtener gratificación. Elena fue violada. Pero usted también sabía eso.

—Sí —susurró él.

—Quitarle su implante anticonceptivo y permitir (o forzar) que usted la fecundara fue parte de la idea que ellos tenían del sadismo. La primera parte. Gracias a Dios, no vivieron lo suficiente como para realizar la segunda parte.

Él había flexionado las piernas y se las apretaba con sus largos brazos. Su respiración era rápida y jadeante. Tenía el rostro blanco, brillante de sudor.

—¿Ve círculos rojos a mi alrededor ahora? —preguntó Cordelia con curiosidad.

—Todo está… más bien rosado.

—¿Y la última imagen?

—Oh, señora. —Bothari tragó saliva—. Sea lo que sea… estoy seguro de que se encuentra muy cerca de lo que no desean que recuerde. —Volvió a tragar. Cordelia comenzó a comprender por qué no había tocado su almuerzo.

—¿Quiere continuar? ¿
Puede
continuar?

—Debo hacerlo. Señora. Capitana Naismith. Porque yo la recuerdo a usted. Recuerdo haberla visto tendida en la cama de Vorrutyer, con las ropas cortadas, desnuda. Estaba sangrando. Yo miraba sus… Lo que quiero saber…
debo
saber. —Ahora tenía los brazos alrededor de la cabeza y estaba hincado de rodillas ante ella. Su rostro se veía hundido, perturbado, ávido.

Su presión arterial debía ser extremadamente alta para producir esa monstruosa migraña. Si llegaban demasiado lejos, si continuaban hasta alcanzar la última de las verdades, ¿correría el riesgo de padecer un ataque? Vaya una técnica psicológica: programar a su propio cuerpo para que lo castigue por sus recuerdos prohibidos…

—¿La violé a
usted
, señora?

—¿Eh?
¡No!
—Cordelia se enderezó, absolutamente indignada. ¿Lo habían privado de ese recuerdo? ¿Se habían
atrevido
a quitárselo?

Bothari se echó a llorar, si eso era lo que significaban su respiración entrecortada, sus facciones contraídas y las lágrimas que manaban de sus ojos.

Partes iguales de agonía y felicidad.

—Oh, gracias a Dios. ¿Está
segura
…?

—Vorrutyer le ordenó que lo hiciera. Usted se negó. Lo hizo por su propia voluntad, sin esperar ninguna recompensa ni rescate. Durante un tiempo debió afrontar bastantes problemas a causa de ello. —Cordelia ansiaba contarle el resto, pero el estado en que se encontraba era tan aterrador que resultaba imposible adivinar las consecuencias—. ¿Cuánto hace que ha estado recordando esto? ¿Cuánto tiempo se lo ha preguntado?

—Desde que volví a verla. Este verano. Cuando llegó para casarse con lord Vorkosigan.

—¿Y ha estado andando por ahí durante
seis meses
, con esto en la cabeza, sin atreverse a preguntar…?

—Sí, señora.

Ella se reclinó horrorizada, frunciendo los labios.

—La próxima vez, no espere tanto tiempo.

Él volvió a tragar y se levantó con dificultad, indicándole que aguardase con un desesperado movimiento de las manos. Saltó el bajo muro de piedra y encontró unos arbustos. Ansiosamente, Cordelia le escuchó sufrir arcadas durante varios minutos. Un acceso extremadamente intenso, le pareció, pero al fin las violentas náuseas se hicieron más espaciadas y se detuvieron. Bothari regresó limpiándose los labios. Se veía muy pálido y no estaba mucho mejor, con excepción de sus ojos. Ahora había un poco de vida en aquella mirada, una abrumadora expresión de alivio apenas contenida.

La luz se apagó cuando él volvió a sentarse sumido en sus pensamientos. Se frotó las palmas en las rodillas del pantalón y se miró las botas.

—Pero aunque
usted
no fuese mi víctima, no por ello dejo de ser un violador.

—Eso es cierto.

—No puedo… confiar en mí mismo. ¿Cómo puede usted confiar en mí?… ¿Sabe qué es mejor que el sexo?

Cordelia se preguntó si lograría soportar otro giro en esta conversación sin salir corriendo y gritando.

Tú lo alentaste a soltarse, ahora no tienes más remedio que escuchar
. —Continúe.

—Matar. Uno se siente aún mejor después. No debería ser tan… placentero. Lord Vorkosigan no mata de ese modo. —Tenía los ojos entrecerrados y la frente fruncida, pero su postura ya no era una bola de agonía; debía de estar hablando en términos generales. Vorrutyer ya no atormentaba su mente.

—Es una forma de liberar la ira, supongo —dijo Cordelia con cautela—. ¿Cómo se llenó de tanta ira, Bothari? Resulta casi palpable. La gente puede percibirla.

Bothari cerró una mano frente a su plexo solar.

—Se remonta muy lejos. Pero casi nunca la siento. Aparece de repente.

—Hasta Bothari le teme a Bothari —murmuró ella, asombrada.

—Sin embargo, usted no. Me teme aún menos que lord Vorkosigan.

—Lo veo ligado a él de alguna manera. Y él es mi propio corazón. ¿Cómo podría temerle a mi propio corazón?

—Señora, le propongo un trato.

—¿Hum?

—Usted dígame… cuándo está bien matar. Entonces lo sabré.

—No puedo… mire, suponga que no me encuentro allí. Cuando se presentan estas situaciones, por lo general no hay tiempo para detenerse y analizar. Usted debe tener permiso para actuar en defensa propia, pero también debe ser capaz de discernir cuándo lo atacan realmente. —Cordelia se enderezó, y de pronto tuvo una revelación—. Por eso otorga tanta importancia a su uniforme, ¿verdad? Le indica lo que está bien. Porque usted no lo sabe por su cuenta. Todas esas rígidas rutinas a las que se somete son las que le indican que se mantiene en el buen camino.

—Sí. Ahora he jurado defender la Residencia Vorkosigan. Por lo tanto eso esta bien. —Asintió con un gesto, aparentemente tranquilizado. ¿Tranquilizado con qué, por el amor de Dios?

—Usted me está pidiendo que sea su conciencia. Que tome decisiones en su lugar. Pero usted es un hombre cabal. Lo he visto tomar las decisiones correctas, bajo las más absolutas presiones.

Él volvió a ceñirse la cabeza con las manos y apretó los dientes.

—Pero no puedo
recordarlas
. No me acuerdo de cómo lo hice.

—Oh. —Cordelia se sintió muy pequeña—. Bueno… si puedo hacer cualquier cosa por usted, está en todo su derecho de pedirlo. Aral y yo le debemos mucho. Nosotros recordamos por qué, aunque usted no pueda.

—Entonces, recuérdenlo por mí, señora —dijo él en voz baja—, y yo estaré bien.

—Cuente con ello.

7

Una mañana de la semana siguiente, Cordelia compartió el desayuno con Aral y Piotr en una pequeña sala con vistas al jardín trasero. Aral llamó al lacayo del conde, quien estaba sirviendo.

—¿Me haría el favor de buscar al teniente Koudelka? Dígale que traiga la agenda de esta mañana.

—Eh… supongo que no lo sabe usted todavía, señor —murmuró el hombre. Cordelia tuvo la sensación de que sus ojos registraban la habitación buscando por dónde escapar.

—¿Saber qué? Acabamos de bajar.

—El teniente Koudelka está en el hospital.

—¡El hospital! Dios mío, ¿por qué no se me avisó de inmediato? ¿Qué ha ocurrido?

—Se nos dijo que el comandante Illyan traería un informe completo, señor. El jefe de guardia decidió esperar.

Vorkosigan parecía alarmado y disgustado a la vez.

—¿Qué le ocurre? No será algún efecto tardío de la granada sónica, ¿verdad? ¿Qué le ha pasado?

—Le han dado una paliza, señor —dijo el lacayo en voz baja.

Vorkosigan se dejó caer contra el respaldo de la silla. Un músculo se tensó en su mandíbula.

—Traiga aquí a ese jefe de guardia —gruñó.

El lacayo se evaporó de inmediato y Vorkosigan permaneció con una cuchara en la mano, dando golpecitos nerviosos e impacientes sobre la mesa. Alzó la vista hacia los ojos horrorizados de Cordelia y esbozó una pequeña sonrisa tranquilizadora. Hasta Piotr parecía alarmado.

—¿Quién podría querer golpear a Kou? —murmuró Cordelia—. Es repugnante. Él no puede defenderse.

Vorkosigan sacudió la cabeza.

—Alguien que buscaba un blanco seguro, supongo. Lo averiguaremos. Oh, te aseguro que lo averiguaremos.

Con su uniforme verde, el jefe de guardia se presentó y adoptó una postura de firmes.

—Señor.

—Le informo que, en el futuro, deseo que cualquier accidente sufrido por un miembro de mi estado mayor me sea informado de inmediato. ¿Entendido?

—Sí, señor. Era bastante tarde cuando llegó la noticia. Como se nos informó que sus vidas no corrían peligro, el comandante Illyan dijo que podía dejarlo dormir, señor.

—Ya veo. —Vorkosigan se frotó el rostro—. ¿Sus vidas?

—El teniente Koudelka y el sargento Bothari, señor.

—No se habrán peleado entre ellos, ¿verdad? —preguntó Cordelia, completamente alarmada ahora.

—No… no entre ellos, señora. Fueron instigados.

El rostro de Vorkosigan se estaba tornando sombrío.

—Será mejor que comience por el principio.

—Sí, señor. Verá… anoche el teniente Koudelka y el sargento Bothari salieron, sin sus uniformes. Fueron a esa zona que se encuentra detrás del viejo caravasar.

—Dios mío, ¿para qué?

—Eh… —El hombre miró a Cordelia con incertidumbre—. Querían divertirse, señor.

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