—¿Alguna idea de la persona en cuestión? —preguntó Illyan automáticamente.
—Sí, pero no me parece que sea asunto suyo. Sobre todo si nunca llega a concretarse.
Illyan se encogió de hombros y salió en busca del hombre que había asignado para seguir a Koudelka.
Cinco días después, el sargento Bothari regresó a la Residencia Vorkosigan con una funda plástica en el brazo roto. No ofreció ninguna información acerca de la brutal experiencia sufrida, y desalentó a los curiosos con mirada torva y gruñidos.
Droushnakovi no formuló preguntas ni esbozó comentarios. Pero de vez en cuando Cordelia la veía dirigir una mirada angustiada a la consola vacía de la biblioteca. El ordenador estaba comunicado con la Residencia Imperial y con la Jefatura de Estado Mayor, y allí era donde Koudelka solía sentarse a trabajar cuando se encontraba en la casa. Cordelia se preguntó qué sabría acerca de lo ocurrido aquella noche.
El teniente Koudelka regresó para encargarse de algunas tareas al mes siguiente. Su actitud general era bastante animada, pero a su manera él era tan introvertido como Bothari. Interrogar a este último había sido como preguntar a una pared. Interrogar a Koudelka era como hablar con un arroyo; uno obtenía un torrente de palabras, de bromas o de anécdotas que inexorablemente apartaban la conversación del tema en cuestión. Cordelia respondió a su actitud risueña con automática cordialidad, aceptando su evidente deseo de tomar a la ligera lo ocurrido, aunque interiormente desconfiaba en gran medida de que fuese así.
Cordelia misma no se sentía muy animada. Su imaginación volvía una y otra vez al intento de asesinato ocurrido seis semanas atrás. No lograba olvidar el hecho de que Vorkosigan había estado a punto de ser apartado de ella. Sólo se sentía completamente tranquila cuando lo tenía a su lado, pero ahora él debía ausentarse cada vez con más frecuencia. Algo se estaba tramando en el cuartel general imperial; él ya había asistido a cuatro sesiones nocturnas y había realizado un viaje sin ella, un vuelo de inspección militar del cual no le había ofrecido detalles. Entraba y salía a las horas más intempestivas. Los rumores militares y políticos con los cuales solía entretenerla durante las comidas se habían acabado; ahora se mostraba silencioso y poco comunicativo, aunque no por ello parecía necesitar menos de su presencia.
¿Qué sería de ella sin Vorkosigan? Una viuda embarazada, sin familia ni amigos, gestando un niño que ya era objeto de las paranoias dinásticas, heredero de un legado de violencia. ¿Podría escapar del planeta? ¿Y adonde iría en ese caso? ¿Colonia Beta le permitiría regresar alguna vez?
Cordelia llegó a perder interés en las lluvias otoñales y en los parques donde el verde aún persistía. ¡Oh, cuánto hubiese dado por aspirar el aire seco del desierto, el familiar dejo del álcali, las infinitas distancias planas! ¿Su hijo llegaría a saber lo que era un verdadero desierto? En ocasiones, los edificios y la vegetación de Barrayar parecían alzarse sobre ella como inmensos muros. Y en sus peores días, esos muros parecían derrumbarse sobre ella.
Una tarde de lluvia, Cordelia estaba refugiada en la biblioteca, acurrucada en un sofá de respaldo alto, leyendo por tercera vez la misma página de un viejo volumen que había encontrado en los estantes del conde. El libro era una reliquia de la Era del Aislamiento. Estaba escrito en una variante del alfabeto cirílico, con sus cuarenta y seis caracteres utilizados en todas las lenguas de Barrayar. Su cerebro parecía particularmente lento e indiferente ese día. Cordelia apagó la luz y descansó la vista unos minutos. Aliviada, observó al teniente Koudelka entrar en la biblioteca y sentarse, con gran dificultad, ante la consola.
No debo interrumpirlo; al menos él tiene un verdadero trabajo que cumplir
, pensó sin regresar aún a la lectura, pero confortada por su compañía.
Él sólo trabajó unos momentos, y luego apagó la máquina con un suspiro. Su mirada ausente se posó sobre el hogar que ocupaba el centro de la habitación, pero no se percató de su presencia.
Así que no soy la única que tiene problemas en concentrarse. Tal vez se deba a este extraño clima gris. Parece ejercer un efecto deprimente sobre las personas
…
Koudelka cogió su bastón y deslizó una mano sobre la funda. Entonces lo sostuvo con firmeza y lo abrió en forma lenta y silenciosa. Observó la hoja brillante que casi parecía poseer una luz propia en la penumbra de la habitación, y la giró un poco como si meditara sobre su diseño o su buena factura. Entonces, colocando la punta contra su hombro, y envolviendo la hoja en un pañuelo para poder sujetarla, presionó muy suavemente el costado de su cuello sobre la arteria carótida. La expresión de su rostro era distante y pensativa, y sus manos sujetaban la hoja con la delicadeza de un amante. De pronto cerró los dedos con fuerza.
La pequeña exclamación de Cordelia, el inicio de un sollozo, lo arrancó de sus meditaciones. Koudelka alzó la vista y la vio por primera vez; apretó los labios y se ruborizó. Rápidamente bajó la espada, que dejó una línea blanca sobre su cuello, como parte de un collar, con unas cuantas gotas color rubí que brotaban de ella.
—No… no la había visto, señora —dijo con voz ronca—. Yo… no me haga caso. Sólo jugaba.
Se miraron uno al otro en silencio. Las palabras brotaron de los labios de Cordelia sin que ella pudiera contenerlas.
—¡Odio este lugar! Ahora siempre tengo miedo.
Cordelia ocultó el rostro en el respaldo del sofá y para su propio horror, comenzó a llorar.
¡Basta! ¡Kou es el último que debe verte así! Él ya tiene bastantes problemas sin que tú añadas los que tienes en tu imaginación
. Pero no podía contenerse.
Koudelka se levantó y cojeó hasta el sillón con expresión preocupada. Se sentó a su lado.
—Eh… —comenzó—. No llore, señora. Sólo era un juego, de verdad. —Torpemente, le palmeó el hombro.
—Tonterías —murmuró ella—. Casi me mata del susto.
Siguiendo un impulso, su rostro bañado en lágrimas abandonó el tapizado suave del sofá para posarse sobre el hombro uniformado de verde. Esto logró conmoverlo y arrancarle un poco de franqueza.
—Usted no puede imaginar lo que se siente —susurró con ardor—. La gente me compadece, ¿lo sabía? Hasta él me compadece. —Se refirió a Vorkosigan con un movimiento de cabeza que no indicaba ninguna dirección en particular—. Es cien veces peor que el desprecio. Y así será
para siempre
.
Cordelia sacudió la cabeza sin nada que responder ante aquella innegable verdad.
—Yo también odio este lugar —continuó él—. Casi tanto como él me odia a mí. Más, algunos días. Así que, como verá, no se encuentra sola.
—Hay mucha gente que quiere matar a Aral —susurró Cordelia, despreciándose por mostrarse tan débil—. Unos desconocidos… y al final alguno logrará su cometido. No puedo apartarlo de mis pensamientos. —¿Sería con una bomba? ¿Con algún veneno? ¿Un arco de plasma quemaría el rostro de Aral y ni siquiera tendría sus labios para ofrecerles un beso de despedida?
Koudelka abandonó su propio dolor para concentrarse en el de ella, y sus cejas se unieron con expresión interrogante.
—Oh, Kou —continuó ella mientras le acariciaba la manga—. No importa lo mucho que sufras, no lo hieras a él. Aral te quiere… eres como su hijo, la clase de hijo que siempre ha querido. Eso —añadió señalando la espada que brillaba sobre el sillón— le destrozaría el corazón. Este lugar lo llena de locura día tras día, y a cambio le pide que entregue justicia. Le resultará imposible hacerlo si no tiene el corazón entero. De lo contrario comenzará a devolverles locura, como hicieron todos sus predecesores. Además —agregó sin ninguna lógica—, ¡este clima es tan húmedo! ¡No será culpa mía si el niño nace con
branquias
!
Kou la abrazó con afecto.
—¿Tiene… tiene miedo del parto? —preguntó con una inesperada capacidad de percepción.
Cordelia se paralizó al verse enfrentada con sus temores reprimidos.
—No confío en los médicos de aquí —admitió con voz temblorosa.
Él sonrió con profunda ironía.
—No se lo reprocho.
Cordelia se echó a reír y también lo abrazó, para luego alzar una mano y secarle las gotitas de sangre que se deslizaban por su cuello.
—Cuando uno quiere a alguien es como si lo cubriese con su propia piel. Se siente cada dolor. Y yo lo quiero mucho, Kou. Quisiera que me dejara ayudarlo.
—¿Terapia Cordelia? —La voz de Vorkosigan sonó fría y cortante como un granizo repentino. Ella alzó la vista sorprendida y lo vio de pie frente a ellos, con el rostro tan frío como su voz—. Por lo que sé, tienes bastante experiencia betanesa en estas cuestiones, pero te ruego que dejes la tarea para alguna otra persona.
Koudelka enrojeció y se apartó de ella.
—Señor… —comenzó, pero se detuvo tan perplejo como Cordelia por la ira helada en los ojos de Vorkosigan. Éste lo miró un momento, y ambos guardaron silencio.
Cordelia inspiró profundamente decidida a replicar, pero sólo emitió una pequeña exclamación cuando él le volvió la espalda y se marchó.
Koudelka, todavía ruborizado, se replegó en sí mismo, se apoyó en su espada y se levantó respirando con agitación.
—Le ruego que me disculpe, señora. —Las palabras no parecían tener ningún sentido.
—Kou —dijo Cordelia—, usted sabe que él no quiso decir algo tan desagradable. Ha hablado sin pensar. Estoy segura de que no… que no…
—Sí, lo comprendo —replicó Koudelka con una mirada dura—. Todo el mundo sabe que no constituyo ninguna amenaza para el matrimonio de un hombre. Pero si me disculpa, señora, tengo trabajo que hacer. O algo así.
—¡Oh! —Cordelia no sabía si estaba más furiosa con Vorkosigan, con Koudelka o consigo misma. Se puso en pie y abandonó la habitación, diciendo—: ¡Al diablo con todos los barrayareses!
Droushnakovi apareció en su camino con un tímido:
—¿Señora?
—Y tú, niña… inútil —exclamó Cordelia, dejando escapar su ira en todas direcciones—. ¿Por qué no te ocupas de tus propios asuntos? Vosotras las barrayaresas parecéis esperar que os sirvan la vida en una bandeja. ¡No funciona de ese modo!
La joven retrocedió un paso, perpleja. Cordelia contuvo su indignación y preguntó con más calma: —¿En qué dirección se fue Aral? —Pues… creo que arriba, señora. Algo de su antiguo sentido del humor llegó en su rescate.
—¿Subía los peldaños de dos en dos, quizá? —Eh… en realidad, de tres en tres —respondió Drou, amedrentada.
—Supongo que será mejor que vaya a hablar con él —dijo Cordelia mientras se pasaba las manos por el cabello y se preguntaba si arrancándoselo lograría algún beneficio práctico—. Hijo de puta. —Ni ella misma supo si la frase había sido expletiva o descriptiva.
Y pensar que yo nunca decía estas cosas
.
Cordelia fue tras él. A medida que subía la escalera, su furia iba desvaneciéndose junto con sus energías.
Esto de estar embarazada sin duda te ha vuelto más lenta
. Pasó junto a un guardia en el corredor.
—¿Lord Vorkosigan ha pasado por aquí? —le preguntó.
—Entró en sus habitaciones, señora —respondió él, y la miró con curiosidad mientras ella seguía su camino.
Fantástico. Disfrútalo
, pensó con ironía.
La primera pelea verdadera entre los recién casados tendrá bastante audiencia. Estas viejas paredes no están insonorizadas. Me pregunto si lograré mantener la voz baja. Con Aral no hay problema; cuando se enfada comienza a susurrar
.
Cordelia entró en la alcoba y lo encontró sentado en el borde de la cama, quitándose la chaqueta y las botas con movimientos violentos. Vorkosigan alzó la vista, y durante unos momentos se limitaron a mirarse, enfurecidos. Terminemos con esto, pensó Cordelia, y decidió abrir el juego.
—Esa observación que hiciste frente a Kou estuvo totalmente fuera de lugar.
—¿Qué? Al entrar me encuentro a mi esposa… acariciándose con uno de mis oficiales, ¿y esperas que inicie una amable conversación sobre el tiempo? —replicó él.
—Tú sabes que no era nada de eso.
—Bien. Supongamos que no hubiera sido yo. Supongamos que hubiera sido uno de los guardias, o mi padre. ¿Cómo se lo habrías explicado entonces? Tú sabes lo que piensan de los betaneses. Los rumores comenzarían a correr. Todos harían bromas a mis espaldas. Cada uno de mis enemigos políticos está esperando encontrar un punto débil para caer sobre mí. Les encantaría algo como esto.
—¿Cómo diablos hemos acabado hablando de tu condenada política? Se trata de nuestro amigo. Dudo que hubieses podido encontrar una frase más hiriente. ¡Fue algo muy sucio, Aral! ¿Qué te está pasando?
—No lo sé. —Más tranquilo, Vorkosigan se frotó el rostro con fatiga—. Es este maldito trabajo, supongo. No quería descargarme contigo.
Cordelia sospechó que no lograría arrancarle nada más parecido a una admisión de que se había equivocado, y lo aceptó con un pequeño movimiento de cabeza dejando evaporar su propia ira. Entonces recordó por qué se había sentido tan bien con ella, ya que el vacío que dejaba volvía a llenarse de temores.
—Sí, bueno… ¿qué te parecería tener que echar su puerta abajo una de estas mañanas?
Vorkosigan se paralizó y la miró con el ceño fruncido.
—¿Tienes… tienes alguna razón para creer que está pensando en suicidarse? A mí me pareció que estaba bastante bien.
—A ti… por supuesto. —Cordelia dejó que las palabras pendiesen en el aire unos momentos, para darles énfasis—. Creo que está así de cerca. —Alzó el pulgar y el índice a un milímetro de distancia. El dedo todavía tenía una mancha de sangre, y sus ojos se posaron sobre ella con desdichada fascinación—. Estaba jugando con ese maldito bastón. Lamento habérselo regalado. Creo que no soportaría que lo usara para cortarse el cuello. Eso… pareció ser lo que tenía en mente.
—Oh. —De alguna manera, sin su reluciente chaqueta militar, sin su ira, Vorkosigan parecía más pequeño. Le tendió una mano y ella la cogió para sentarse a su lado.
—Por lo tanto, si se te ha ocurrido la idea de interpretar al rey Arturo frente a Lancelot y Ginebra, olvídalo.
Él emitió una risita.
—Me temo que mis visiones fueron un poco más cercanas, y considerablemente más sórdidas. Sólo se trataba de una vieja pesadilla.
—Sí… supongo que todavía debe doler. —Se preguntó si el fantasma de su primera esposa se le aparecía alguna vez, con la respiración helada en su oreja, así como el fantasma de Vorrutyer solía aparecérsele a ella. El aspecto de Aral era bastante cadavérico—. Pero yo soy Cordelia, ¿lo recuerdas? No soy… ninguna otra.