Las voces de sus amigos le llegaban a intervalos, de forma que oía fragmentos de la conversación. Katsa decía algo sobre lo mucho que se tardaba en llegar a Elestia desde allí si se viajaba al norte a través del puerto de montaña: días y días; semanas. Empezó una discusión sobre qué reino serviría mejor como base para la operación en Elestia.
Escuchando a medias y observando a medias a la niña castillo, a Bitterblue la asaltó de pronto una peculiar sensación de reconocimiento. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral. Conocía el rictus rebelde de esa boca y la barbilla pequeña y afilada de la niña esculpida; conocía esos ojos grandes y sosegados. Estaba mirando su propio rostro.
Era una estatua de ella.
Bitterblue retrocedió, tambaleándose. Chocó con el costado de una estantería, donde se apoyó para mantenerse de pie mientras contemplaba fijamente a la niña que parecía sostenerle la mirada con igual intensidad; la niña que era ella.
—Un túnel conecta Monmar con Elestia —dijo una voz; la de Piper, el juez—. Es un pasadizo secreto bajo las montañas. Desagradable y estrecho, pero transitable. El viaje desde aquí hasta Elestia por esa ruta se realiza en cuestión de días, dependiendo de hasta qué punto está dispuesto uno a forzar a su caballo.
—¿Qué? —exclamó Katsa—. No puede ser. ¿Podéis creéroslo? ¡Me parece imposible!
—Se hace constar que Katsa no se lo cree —dijo Raffin.
—Yo tampoco —abundó Giddon—. ¿Cuántas veces he cruzado esas montañas por el puerto?
—Les aseguro que existe, milord, mi señora —insistió Piper—. Mi predio se halla en el extremo noroccidental de Monmar. El túnel arranca en mis tierras. Lo utilizábamos para sacar graceling de Monmar a escondidas durante el reinado de Leck, y ahora lo usamos para sacar graceling de Elestia a escondidas.
—Esto va a cambiarnos la vida —opinó Katsa.
—Siempre y cuando el Consejo instale su base en Monmar —argumentó Piper—. Los elestinos podrían reunirse rápidamente con el Consejo a través del túnel y ustedes con ellos. Podrían pasarles armas de contrabando al norte, así como otros suministros que necesitarán.
—No vamos a situar la base del Consejo aquí —intervino Po—. No vamos a convertir a Bitterblue en un blanco de las iras de cualquier monarca furioso que busque venganza. Ya es el blanco de enemigos desconocidos; todavía no hemos descubierto a quién se proponía pedirle Danzhol un rescate por ella. ¿Y si alguno de esos reyes decide actuar sin tanta discreción? ¿Qué le impide a cualquiera de ellos declarar la guerra a Monmar?
La Bitterblue esculpida parecía tan desafiante… Los diminutos soldados que se erguían en la palma de su mano se mostraban dispuestos a defenderla con sus vidas. Era en verdad sorprendente que un escultor hubiera sido capaz de imaginarla así años atrás: tan fuerte y tan segura, afianzada con tanta firmeza en la tierra. Pero ella sabía que no poseía esas cualidades.
También sabía lo que ocurriría si sus amigos elegían instalar su base de operaciones en cualquier otro sitio que no fuera Monmar. Regresó junto al grupo, volvió a indicarles con un ademán que no se levantaran cuando todos hicieron intención de ponerse de pie y les habló en voz queda y sosegada:
—Debéis utilizar esta ciudad como vuestra base.
—Eh… Creo que no —se opuso Po.
—Solo os estoy ofreciendo una estancia temporal mientras os organizáis —agregó Bitterblue—. No os proporcionaré soldados ni permitiré que utilicéis artesanos monmardos para hacer las armas que necesitáis.
Quizá
—le transmitió mentalmente a Po, pensativa—
escriba a tu padre. Hay dos formas de que un ejército invada Monmar: el desfiladero de las montañas, que es fácil de defender, y el mar. Lenidia es el único reino con una fuerza naval propiamente dicha. ¿Crees que Ror accedería a traer consigo parte de su flota cuando venga a visitarme este invierno? Me gustaría verla. A veces acaricio la idea de construir una, y la de tu padre ofrecería una vista hermosa y amenazadora anclada en mi puerto
.
Sus palabras hicieron que Po se rascara la cabeza con fuerza. Incluso dejó escapar un ligero gemido.
—Lo comprendemos, Bitterblue, y estamos agradecidos —dijo—. Pero algunos amigos de Drowden entraron en Terramedia para matar a Bann y a Raffin en represalia por lo que hicimos en Nordicia, ¿eres consciente de eso? Algunos elestinos podrían entrar con igual facilidad en Monmar…
—Sí, lo sé —contestó—. He oído lo que has dicho sobre la guerra y sobre Danzhol.
—No se trata solo de Danzhol —espetó su primo—. Puede haber otros. No correré el riesgo de involucrarte en esto.
—Ya estoy involucrada —apuntó Bitterblue—. Mis problemas ya son los vuestros. Mi familia es vuestra familia.
Po seguía con las manos en la cabeza, el gesto preocupado.
—No estás invitada a ninguna otra reunión —dijo.
—Me parece bien —convino ella—. Resultará mejor si no se me ve participando en el proyecto.
El círculo reflexionó en silencio lo que había dicho Bitterblue. Los cuatro monmardos que trabajaban en el castillo parecían bastante impresionados. Helda, que había dejado de tejer, le echó una mirada de complacida aprobación.
—En fin —habló Katsa—. Ni que decir tiene que actuaremos con el mayor sigilo posible, Bitterblue. Y por si sirve de algo, negaremos tu participación hasta nuestro último aliento, y mataré a quien no lo haga así.
Bann empezó a reírse en el hombro de Raffin. Este, sonriendo, giró la cabeza hacia él y le dijo de soslayo:
—¿Te imaginas ser capaz de afirmar algo así y decirlo en serio?
Bitterblue no sonrió. Puede que los hubiera impresionado con sus bonitas palabras y sus opiniones, pero la verdadera razón para ofrecer su ciudad como base de operaciones era que no quería que se marcharan. Deseaba tenerlos cerca; incluso si estaban inmersos en sus propios asuntos, quería tenerlos en las prácticas de esgrima por la mañana, en la cena por la noche, moviéndose cerca, marchándose, regresando, discutiendo, bromeando, actuando como personas que sabían quiénes eran. Que entendían el mundo y comprendían cómo moldearlo. Si pudiera mantenerlos a su lado, quizás algún día se despertaría y descubriría que había cambiado y sabía hacer lo mismo que ellos.
Sucedió otra cosa inquietante antes de que Bitterblue abandonara la biblioteca esa noche. Lo ocurrido tuvo que ver con un libro que encontró por casualidad cuando regresaba hacia el pasadizo secreto. Una forma cuadrada y plana sobresalía de una estantería, o quizá la luz de una lámpara se reflejó en la cubierta y la hizo brillar. Fuera por lo que fuese, cuando los ojos se le desviaron hacia él supo al instante que no era la primera vez que lo veía. Ese libro, con el mismo arañazo en la filigrana dorada del lomo, solía encontrarse en las estanterías de su sala de estar azul, cuando esa sala era la de su madre.
Bitterblue sacó el ejemplar. El título en la cubierta —oro grabado en cuero— rezaba:
El libro de cosas ciertas
. Lo abrió por la primera página y se encontró mirando la ilustración sencilla pero hermosa de un cuchillo bellamente dibujado. Debajo del cuchillo alguien había escrito la palabra «Medicina». Pasó la página y el recuerdo la asaltó como un sueño, como si estuviera sonámbula, de forma que sabía lo que hallaría: la ilustración de una colección de esculturas en pedestales, y debajo, escrita la palabra «Arte». En la siguiente página, una ilustración del Puente Alígero y la palabra «Arquitectura». En la siguiente, la de una extraña criatura peluda, verde, con garras, una especie de oso, y la palabra «Monstruo». En la siguiente, la de una persona o… ¿Un cadáver? Tenía los ojos abiertos, pintados de distinto color, pero había algo raro en esa imagen, como si el rostro estuviera rígido y petrificado; debajo, la palabra «Graceling». Por último, la ilustración de un hombre apuesto, con un parche en un ojo, y la palabra «Padre».
Recordaba a un ilustrador llevándole este libro con láminas pintadas a su padre. Recordaba a su padre sentado a la mesa, en la sala de estar, para escribir él mismo las palabras al pie de cada ilustración, y después llevarle el libro a ella y ayudarla a leerlo.
Bitterblue empujó el libro hacia atrás en la estantería, furiosa de repente. Ese libro, ese recuerdo, no la ayudaban. Solo faltaba que tuviera que encontrarle sentido a más cosas extrañas.
Pero tampoco podía dejarlo allí; no, en realidad no podía. Se titulaba
El libro de cosas ciertas
. Y lo que ella quería saber era la verdad de las cosas. Ese libro que no entendía debía de ser una clave sobre la verdad de «algo».
Alargó de nuevo la mano hacia el libro. Cuando regresó a su dormitorio, lo dejó en la mesilla y dentro metió la lista de piezas del rompecabezas.
P
or la mañana, Bitterblue sacó la lista del libro y la releyó. Había algunas preguntas para las que ya tenía respuesta, y otras que aún no había resuelto.
Las palabras de Teddy. ¿Quiénes son mis «hombres principales»? ¿A qué se refería con «cortar y coser»? ¿Corro peligro? ¿Para quién soy un blanco?
Las palabras de Danzhol. ¿Qué fue lo que vio? ¿Era cómplice de Leck de algún modo? ¿Qué era lo que intentaba decir?
Los informes de Darby. ¿Me mintió respecto a que las gárgolas nunca habían estado en la muralla?
Misterios generales. ¿Quién atacó a Teddy?
Cosas que he visto con mis propios ojos. ¿Por qué el distrito este se está cayendo en pedazos pero aun así está adornado? ¿Por qué Leck fue tan peculiar respecto a la decoración del castillo?
¿QUÉ hizo Leck? Animalitos torturados. Hacer que desapareciera gente. Cortar. Incendiar imprentas. (Construir puentes. Hacer remodelaciones en el castillo.) Con franqueza, ¿cómo voy a saber gobernar mi reino si no tengo ni idea de lo que ocurrió en el reinado de Leck? ¿Cómo voy a entender lo que mi pueblo necesita? ¿Cómo puedo descubrir más cosas? ¿Quizás en los salones de relatos?
Se detuvo en ese punto. La noche anterior, la reunión de sus amigos la había conducido a lo que, esencialmente, era la sala de relatos más grande del reino. ¿Y si había más libros como el
El libro de cosas ciertas
que había encontrado, y supiera encontrarles el sentido? ¿Libros que activaran en su memoria recuerdos que llenaran esas grandes lagunas de significado?
Añadió dos preguntas más a la lista: «¿Por qué faltan tantas piezas del rompecabezas en todas partes? ¿La biblioteca tendrá algunas de esas respuestas?».
Cuando Katsa la sacó a la fuerza de la cama para las prácticas de esgrima, Bitterblue descubrió que no solo había arrastrado hasta allí a Raffin y a Bann, sino también a Giddon y a Po. Todos ellos esperaban sentados en la sala de estar de Bitterblue y habían picado de su desayuno mientras ella se vestía. Giddon, con la ropa embarrada y arrugada del día anterior, mostraba todos los signos de haber pasado la noche fuera. De hecho, se quedó dormido un momento, desplomado en el sofá.
Raffin y Bann estaban juntos, medio dormidos, apoyados en la pared y el uno en el otro. En cierto momento Raffin, ignorante de que hubiera una testigo menuda y muy curiosa, le dio a Bann un beso adormilado en la oreja.
Bitterblue se había hecho preguntas respecto a los dos. Era muy grato que al menos una cosa en el mundo quedara aclarada. Sobre todo cuando era algo bonito.
—Thiel —dijo en el despacho esa mañana, más tarde—. ¿Te acuerdas de ese ingeniero loco de las sandías?
—¿Se refiere a Ivan, majestad?
—Sí, a Ivan. Cuando volvía ayer de ese juicio por asesinato, Thiel, oí por casualidad una conversación que me preocupó. Por lo visto, Ivan está al cargo de la renovación del distrito este y lo que está haciendo allí es absurdo e inútil. ¿Podrías encargar a alguien que averiguara eso, por favor? Me dio la impresión de que existía un peligro real de que ciertos edificios se desplomaran y cosas por el estilo.
—Oh. —Thiel se sentó y se frotó la frente con gesto ausente.
—¿Te encuentras mal, Thiel?
—Mis disculpas, majestad —contestó—. Estoy perfectamente bien. El tema de Ivan es un terrible descuido por nuestra parte. Nos ocuparemos de ese asunto de inmediato.
—Gracias —dijo, aunque lo miró dubitativa—. ¿E iré otra vez hoy a un caso en la Corte Suprema, o será alguna nueva aventura?
—No hay gran cosa de interés hoy en la Corte Suprema, majestad. Permitid que mire qué otra tarea fuera del despacho puedo preparar rápidamente.
—Déjalo, Thiel.
—Oh. ¿Ha perdido su majestad las ganas de explorar por el castillo? —preguntó el consejero, esperanzado.
—No. —Se levantó de la silla—. Voy a la biblioteca.
Para dirigirse a la biblioteca por la vía normal, uno iba al vestíbulo norte del patio mayor y después pasaba directamente a través de las puertas de la misma. Bitterblue descubrió que la primera sala tenía escaleras que se deslizaban por rieles y conducían a entresuelos protegidos con barandillas y conectados por puentes. Por todas partes, altas estanterías se interponían en el resplandor que entraba por las ventanas como oscuros troncos de árbol. El polvo flotaba en los haces de luz que entraban por las ventanas altas. Al igual que había hecho la noche anterior, Bitterblue giró sobre sí misma mientras percibía una sensación de familiaridad e intentaba recordar.
¿Por qué hacía tanto tiempo que no iba por allí? ¿Cuándo había dejado de leer algo que no fueran los fueros e informes que pasaban por su escritorio? ¿Cuándo se había convertido en reina y sus consejeros se habían encargado de su educación?
Pasó por delante del escritorio de Deceso, tapado con papeles y un gato dormido, la criatura más escuálida y lastimosa que Bitterblue había visto en su vida. El animal levantó la hirsuta cabeza y la bufó al verla pasar.
—Deduzco que Deceso y tú hacéis buenas migas —le dijo.
Grupos de peldaños, dos o tres repartidos aquí y allí de forma arbitraria, parecían formar parte del diseño de la biblioteca. Cuanto más se internaba en ella, más escalones tenía que subir o bajar. Cuanto más se metía entre las estanterías, más oscuro era el entorno y más olía a viejo, hasta que tuvo que retroceder y quitar un farol de la pared para alumbrarse el camino. Entró en un rincón iluminado por lámparas de aplique sujetas a las paredes; se acercó a una estantería y siguió con los dedos los trazos de algo que había tallado en la madera del fondo de uno de los anaqueles. Entonces cayó en la cuenta de que lo tallado era un grupo de letras curiosamente trazadas que formaban palabras largas e inclinadas: «Historias y exploraciones», «Este de Monmar».