Bitterblue (45 page)

Read Bitterblue Online

Authors: Kristin Cashore

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Fantástico

BOOK: Bitterblue
7.22Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Hava, por favor, deja de hacer eso —pidió Bitterblue con desesperación al tiempo que intentaba no vomitar.

Hava se acercó a ella y cayó de hinojos.

—Perdón, majestad —dijo ahogada en lágrimas—. Cuando él me lo explicó tenía sentido, ¿comprende? No utilizó la palabra «rapto». Pero aun así yo sabía que estaba mal, majestad —lloró—. Estaba deseosa de camuflar el barco, porque era un desafío mucho mayor que encubrirme yo. No tiene que ver con mi gracia. ¡Requiere maestría!

—Hava —Bitterblue se inclinó hacia ella, sin saber qué decir a una mentirosa compulsiva que parecía estar pasándolo mal de verdad—, te perdono —dijo sin sentirlo de verdad, pero dándose cuenta de que el perdón era necesario para tranquilizar el desenfreno de la muchacha—. Te perdono —repitió—. Me has salvado la vida dos veces, ¿recuerdas? Respira hondo, Hava. Tranquilízate y explícame cómo funciona tu gracia. ¿Es que cambias algo en ti misma o es mi percepción de las cosas lo que cambias?

Cuando Hava se levantó para mirarla, Bitterblue vio que tenía una cara muy bonita. Franca, como la de Holt, triste y asustada, pero con una dulzura que era una lástima que sintiera la necesidad de ocultar. Tenía unos ojos rotundamente preciosos o, al menos, el que captaba la luz del farol lo era, con un brillo cobrizo, tan reluciente como los ojos —dorado y plateado— de Po. Bitterblue no distinguía el color del otro en la oscuridad.

—Es su percepción, majestad —dijo Hava—. La percepción de lo que ve.

Era lo que había imaginado Bitterblue. La otra opción no tenía sentido; era demasiado improbable incluso para una gracia. Y ahí, comprendió, estaba una de las muchas razones por las que seguía resistiéndose a las exhortaciones de Po sobre fiarse de Hava. Confiar en alguien que era capaz de cambiar el modo en que su mente percibía las cosas no le resultaba cómodo a Bitterblue.

—Hava, estás en la ciudad con frecuencia, escondiéndote —comentó—, lo cual te da la posibilidad de ver cosas. Conocías a lord Danzhol. Estoy intentando hallar un modo de relacionar las cosas que hace Runnemood con las cosas que gente como Danzhol hacía; intento descubrir con quién podría estar trabajando Runnemood y qué verdades desea ocultar cuando mata buscadores de la verdad. ¿Sabes algo al respecto?

—Lord Danzhol estaba relacionado con un montón de personas, majestad. Parecía tener amigos en todos los reinos, y mil cartas secretas, y visitantes a su hacienda que entraban por la puerta de atrás, de noche, y a quienes los demás no veíamos nunca. Pero no me hablaba de ello. Y tampoco he visto nada en la ciudad que pudiera dar explicación a algo. Si alguna vez quiere que siga a alguien, majestad, lo haré en un periquete.

—Lo tendré en cuenta, Hava —respondió Bitterblue dubitativamente, sin saber qué creer—. Se lo mencionaré a Helda.

—He oído un rumor extraño sobre su corona, majestad —dijo Hava tras una pausa.

—¡Sobre la corona! —exclamó Bitterblue—. ¿Cómo sabes tú lo de la corona?

—Por las murmuraciones, majestad —respondió Hava, sobresaltada—. Los rumores en un salón de relatos. Confiaba en que no fuera cierto; es tan ridículo que ha de ser mentira.

—Quizá lo sea. ¿Qué oíste?

—Oí hablar de alguien llamado Gris, majestad, que es nieto de un famoso ladrón que roba los tesoros de la nobleza monmarda. La familia lo viene haciendo desde hace generaciones, majestad. Es su sello personal en el negocio. Viven en una cueva, en alguna parte, y Gris afirma estar en condiciones de vender su corona. Le ha puesto un precio tan alto que solo un rey podría pagarlo.

Bitterblue se apretó las sienes.

—Eso no lo hará fácil si al final tengo que comprarla, cosa que seguramente habré de hacer pronto, antes de que corra más la voz.

—Oh —exclamó Hava, consternada—. Por desgracia, lo otro que he oído decir es que Gris no se la venderá a usted, majestad.

—¿Qué? Entonces, ¿quién cree que va a comprársela? Ninguno de los otros reyes se desprenderá de una fortuna solo por hacer una estúpida bribonada. ¡Y no permitiré que mi tío la compre en mi lugar!

—Me temo que no sé cuál es el propósito, majestad. Es lo que oí murmurar. Pero a menudo los rumores son mentira, majestad. A lo mejor es lo que ocurre con este. ¡Ojalá lo sea!

—No se lo cuentes a nadie, Hava —advirtió Bitterblue—. Si dudas de la importancia de guardar esto en secreto, pregunta al príncipe Po.

—Si usted dice que es importante, majestad, entonces no necesito preguntar al príncipe Po —respondió Hava.

Bitterblue observó a aquella graceling mentirosa, esa extraña joven que parecía ir a dondequiera que deseara y hacer lo que quisiera que se le antojara, pero con miedo y en la más absoluta soledad. Seguía arrodillada.

—Levántate, Hava, por favor —dijo Bitterblue.

Era alta. Al ponerse de pie la luz le dio en la cara y Bitterblue vio que el otro ojo era de un extraño e intenso color rojo.

—¿Por qué te ocultas en mi galería de arte, Hava?

—Porque no hay ningún otro sitio, majestad —respondió la chica en voz baja—. Y estoy cerca de mi tío, que me necesita. Y puedo estar con las obras artísticas de mi madre.

—¿La recuerdas?

Hava asintió con un cabeceo.

—Tenía ocho años cuando murió, majestad —añadió luego—. Me enseñaba a esconderme del rey Leck, siempre.

—¿Qué edad tienes?

—Dieciséis años, majestad.

—¿Y… no estás muy sola escondiéndote todo el tiempo, Hava?

Hubo una oscilación en el hermoso rostro de la chica.

—Hava —dijo Bitterblue, de repente asaltada por la duda—, ¿es este tu verdadero aspecto?

La chica agachó la cabeza. Cuando volvió a alzarla, los ojos seguían siendo cobre y rojo, pero estaban en una cara que quizás era demasiado corriente para albergar su rareza, con una boca larga y fina como una cuchillada y una nariz respingona.

Bitterblue tuvo que hacer un gran esfuerzo para contenerse y no alargar la mano y tocar la cara de Hava, porque lo comprendía. Cómo deseaba consolar la infelicidad que brillaba en esos ojos y que no tenía por qué estar en ellos. Le gustaba su rostro.

—Me gusta mucho tu aspecto —dijo—. Gracias por mostrármelo.

—Lo siento, majestad —susurró la chica—. Me cuesta no ocultarme. Estoy tan acostumbrada a hacerlo…

—Quizá no ha sido justo por mi parte pedírtelo.

—Pero es un alivio que alguien me vea, majestad —susurró Hava.

Al día siguiente, el capitán Smit le dio la noticia a Bitterblue de que, en efecto, Runnemood no solo había sido responsable de la falsa acusación a Zaf, sino del asesinato del ingeniero Ivan.

«Por fin algún progreso —pensó Bitterblue—. Le pediré a Helda que presione un poco a mis espías para confirmarlo».

Al día siguiente, el capitán Smit le dijo que ahora era evidente que Runnemood también había sido responsable de la muerte de lady Capelina, la mujer de la lista de Teddy que había robado tantas niñas para Leck.

—¿Fue, pues, un asesinato? —preguntó Bitterblue, consternada—. ¿Runnemood está matando a otros cómplices culpables?

—Lamento que nuestras investigaciones sugieran que tal es el caso, majestad —dijo el capitán.

Últimamente su apariencia era la de un hombre sometido a mucha tensión, y Bitterblue le hizo tomar un poco de té antes de que se marchara del despacho.

La siguiente noticia que llegó era que Runnemood había mantenido correspondencia privada con lord Danzhol, que incluso cabía la posibilidad de que hubiera sido responsable de convencer al noble de que atacara a la reina. Después, fue la noticia de que ninguna de las personas de la lista de Teddy que aún vivían parecía estar involucrada en asesinatos, falsas acusaciones o cualquier otro modo de perjudicar o hacer daño a los buscadores de la verdad. Las que habían muerto habían sido asesinadas por Runnemood.

Al día siguiente —el decimonoveno desde la desaparición de Runnemood— el capitán Smit entró en el despacho de Bitterblue con gesto decidido y los puños apretados, y le planteó la teoría de que Runnemood había sido el único cerebro detrás de todos los asesinatos de los buscadores de la verdad y de todos los delitos relacionados con ello, posiblemente porque el instinto de actuar con visión de futuro y dejar atrás el reinado de Leck había desencadenado un deterioro mental tan grande que acabó volviéndose loco.

Bitterblue poco tenía que decir en respuesta a ese planteamiento. Sus espías aún no habían logrado confirmar o denegar cualquiera de las cosas que Smit le había dicho. Pero a ella empezaba a sonarle algo ridículo y aun más conveniente que Runnemood y su locura fueran la única explicación de algo que había causado tanto daño. Runnemood no era Leck; ni siquiera era graceling. Y Smit, de pie delante del escritorio, brincaba con nerviosismo con el más leve ruido, aunque nunca había parecido ser un tipo nervioso. En sus ojos brillaba una extraña agitación, y cuando la miraba era como si estuviese viendo a otra persona o algo distinto.

—Capitán Smit —dijo en voz baja—. ¿Por qué no me cuenta qué es lo que pasa de verdad?

—Oh, ya se lo he contado, majestad. Desde luego que sí. Si me disculpa su majestad, iré a mi despacho y volveré con pruebas corroborantes.

Se marchó y no regresó.

Po
, pensó mientras revolvía entre los documentos que había en el escritorio.
Necesito que hables de forma urgente con el capitán de la guardia monmarda. Me está mintiendo. Algo va terriblemente mal
.

Po lo intentó durante dos días y por fin envió un mensaje a Bitterblue:
No lo encuentro, prima. Se ha ido
.

Capítulo 29

E
l joven sentado al otro lado de la puerta de acceso al cuartel de la guardia monmarda se estaba mordiendo las uñas con entusiasmo cuando Bitterblue entró. Al verla, bajó la mano con rapidez y se puso de pie de manera tan brusca que volcó una copa.

—¿Dónde está el capitán Smit? —demandó mientras la sidra se derramaba y goteaba por todas partes.

—Ha ido a investigar algunos asuntos delictivos en las refinerías de plata en el sur, majestad —contestó el soldado, que miró el estropicio con nerviosismo—. Algo relacionado con piratas.

—¿Estás seguro de eso?

—Por completo, majestad.

—¿Y cuándo regresará?

—No podría decirle, majestad —respondió el soldado, que se enderezó para mirarla directamente a la cara—. Estos asuntos se alargan a veces.

Hablaba de un modo campechano en exceso, como si ensayara unas frases aprendidas de memoria. Bitterblue no le creyó.

Pero cuando entró en las oficinas situadas un piso más abajo que su despacho e intentó transmitir su inquietud a Darby y a Rood, ninguno de los dos compartió su preocupación.

—Majestad, la presencia del capitán de toda la guardia monmarda es requerida en muchos sitios —dijo Rood con suavidad—. Si sus deberes son demasiado onerosos o si usted desea dividir su mando para que se encuentre siempre presente en la corte, podríamos hablar de ello. Pero no creo que haya motivo para dudar de su paradero. Entre tanto, la guardia aún sigue buscando a Runnemood.

Bitterblue subió a su torre, pasó delante de las montañas de papeles amontonados en su escritorio para acercarse a la ventana que daba al sur y contempló el paisaje más allá de los tejados del castillo. Cuánta superficie de cristal reflejando el rápido paso de las nubes. La perturbaba, como la perturbaba todo; y noviembre empezaría dentro de unos días, pero el ritmo de trabajo en las oficinas no se había reducido. No podía seguir pasando de forma alternativa de preocupación a frustración, a exceso de trabajo y a aburrimiento.

Había empezado a bajar con su trabajo a las oficinas de vez en cuando, pisando fuerte la escalera y cargada con un montón de documentos para sentarse a una mesa y así poder aburrirse en compañía, en lugar de hacerlo a solas. Nunca había mucha conversación, porque las charlas en esas salas solían estar restringidas a asuntos de trabajo; y, sin embargo, tenía la sensación de que estar sentada en presencia de sus escribientes hacía que estos se volvieran menos cautelosos en sus actitudes y sus expresiones. Se volvían personas que la miraban de vez en cuando, decían una o dos palabras, y su compañía era cómoda y humana. Froggatt había llegado incluso a sonreírle una vez; hacía poco que se había casado y parecía sonreír más que los otros.

Darby irrumpió por la puerta.

—Misiva del príncipe Po, majestad —anunció al tiempo que le entregaba una nota cifrada de Po, esta vez escrita con su letra.

Raffin y Bann han regresado del viaje a Meridia. Pasado mañana, Raff y yo iremos a Elestia por el túnel del norte. Bann y Giddon se quedan contigo. Katsa lleva ausente cinco semanas, y empiezo a preocuparme. Si regresa mientras estamos ausentes, ¿querrás enviarme una nota al túnel?

Hice algo que te irritará. Invité a Zaf a la reunión del Consejo de anoche. Siguiendo un impulso, lo contraté para enmasillar de nuevo las ventanas del castillo, en preparación para el invierno. Quiero que esté cerca por muchas razones. No te sorprendas al verlo colgado en las paredes en el patio mayor y, por lo que más quieras, no atraigas la atención hacia vuestra relación.

Bitterblue quemó la nota en el pequeño hogar. Después, abandonando sus planes de trabajo, empezó a bajar el largo trecho que la separaba del patio.

No era agradable encontrarse entre los arbustos, con el cuello doblado hacia atrás, y ver a personas, pequeñas como muñecos, colgadas contra los muros que daban al patio. Bueno, vale, colgadas no; en realidad estaban sentadas. Pero la larga plataforma en la que se sentaban se hallaba suspendida en el vacío, colgada de cuerdas, y se mecía una barbaridad para algo que estaba tan arriba, a tanta distancia del suelo, y que empezó a menearse cuando Zaf se puso de pie y anduvo, despreocupada y tranquilamente, de un extremo a otro.

La pareja de Zaf en la plataforma era Raposa, lo que a Bitterblue le pareció ventajoso por dos razones. Una: como espía que era, Raposa informaría a Helda de cualquier cosa interesante que Zaf le dijera. Y dos: si Raposa observaba que la reina hacía un aparte con Zaf para hablar con él, Bitterblue no creía que la graceling chismorreara sobre ello.

Las ventanas que enmasillaban en ese momento eran las que daban al lado meridional del patio. Bitterblue cruzó hacia el vestíbulo sur y empezó a subir las escaleras.

Si Zaf se sorprendió cuando la reina apareció al otro lado de la ventana en la que trabajaba, no dio señales de ello. Lo que sí hizo fue curvar la boca justo lo suficiente para que se notara el gesto insolente a través del cristal, y después abrió la ventana. La miró con las cejas arqueadas en un gesto interrogante.

Other books

The Genesis of Justice by Alan M. Dershowitz
Sweet Laurel Falls by Raeanne Thayne
Four Sisters, All Queens by Sherry Jones
Angel's Fury by Bryony Pearce
Butterfly Sunday by David Hill
Providence by Jamie McGuire
Wicked Eddies by Beth Groundwater
Her Mountain Man by Cindi Myers