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Authors: Jane Yolen

Blanca Jenna (12 page)

BOOK: Blanca Jenna
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Catrona se puso en cuclillas y pasó la mano por la superficie áspera de lo que había sido una pared lateral.

—Un año. O dos. O tal vez más. Se requiere al menos una estación para que la linaza, la hierba lombriguera y las demás malezas echen raíces en un lugar abandonado. Y lo mismo para que las enredaderas comiencen a trepar por las paredes.

Sandor abrió los ojos de par en par.

—Y mirad lo alto que llegan.

Jareth midió las enredaderas y comprobó que tenían cinco veces el tamaño de su mano, del meñique al pulgar. Extendió la mano y contó en silencio.

Cinco.

Jenna se sentó sobre una gran piedra y realizó una profunda inspiración latani. Cuando finalmente habló, trató de hacerlo con calma.

—Debemos averiguar en qué año estamos. Si sólo ha pasado uno o...

—Mirando a Jareth, cuya mano aún medía las enredaderas en silencio, completó su pensamiento—. O cinco. Debemos averiguar cuánto tiempo hace que partimos.

—Y así saber qué ha ocurrido con las Congregaciones —concretó Petra. Jenna asintió con la cabeza.

—Y entonces...

—¡Shhh! ¡Callad! —Catrona se arrojó al suelo y apoyó en él la oreja para escuchar. Por un momento guardó silencio, y después se sentó bruscamente—. ¡Jinetes! —susurró.

—Nuestros caballos... —exclamó Jenna, pero se arrojó boca abajo y oyó los golpes sordos en el suelo.

Los jinetes se encontraban cerca. Sin decir más, desenvainó la espada y permaneció allí tendida, aguardando. Toda su ira, su desdicha y su miedo se concentraron en lo que sin duda sería una violenta batalla.

El sonido indicaba que se acercaban muchos hombres.

Petra y los muchachos también se arrojaron al suelo, y estos últimos extrajeron sus cuchillos.

Jenna podía ver a través de una estrecha grieta que dejaban dos piedras caídas. Al principio sólo pudo divisar los árboles al otro lado del camino, pero después apareció una nube de polvo levantada por los cascos de los caballos. Lentamente comenzaron a aparecer los primeros jinetes y Jenna pudo ver que uno de los que venían a la cabeza era gris.

—¡Un tordo! —le gritó a Catrona, tratando de que ésta la oyese por encima del estruendo—. Una compañía de caballos del rey.

Catrona asintió con la cabeza.

Jenna pudo sentir que un estremecimiento le corría por la espalda, como si algo frío se hubiese escurrido hacia su cuello. Sacudió la cabeza y la sensación desapareció. Miró a los demás y asintió en silencio. Los muchachos respondieron con el mismo gesto, pero los ojos de Petra estaban abiertos de par en par y parecían no ver nada. Jenna comprendió que estaba rezando.

Una plegaria no estaría de más, pensó tratando de recordar alguna. Pero el sonido de los cascos, el polvo que se levantaba, el sol sobre su cabeza y el miedo a que sus amigos muriesen por causa suya hicieron que olvidase toda plegaria, con excepción de una sola palabra: ahora... ahora... ahora...

Catrona se levantó de un salto con la espada en alto, y Jenna la siguió descargando su miedo con un grito a la tropa que se acercaba al galope. Podía sentir que el rostro le ardía mientras el vino rosado amenazaba con abandonar su estómago y comenzaba a latirle una vena en el ojo derecho.

Y entonces el primero de los caballos, un capón negro, se detuvo bruscamente cuando su jinete tiró de las riendas. Detrás de él, el tordo y todos los demás se abrieron como un abanico. Eran más de veintiuno. Muchos más.

La mano con que Jenna sostenía la espada comenzó a temblar. Con la izquierda, se sujetó la muñeca derecha para detenerla. Oyó un extraño sonido que provenía del lugar donde se encontraba Catrona, pero no alcanzó a distinguirlo y se volvió para echar una rápida mirada.

Catrona reía y bajaba la espada. ¡Reía!

El hombre del caballo negro también reía.

—Vaya, vaya, vaya, Catkin. Como un viejo cobre, reapareces en las manos más extrañas.

Sonrió mostrando sus dientes desiguales. Tenía una frondosa barba blanca y negra y unos ojos pequeños color azul intenso como un frío día de primavera. Su acento resultaba extraño a los oídos de Jenna.

Catrona envainó la espada.

—No son pocas las veces que he reaparecido en tus manos, Piet.

Piet desmontó. Era un hombre robusto, de carnes firmes que comenzaban a acumular cierta gordura; pero de todos modos se movía con una gracia felina.

—Hace mucho tiempo que no te tengo en mis manos, muchacha.

—¿Cuánto tiempo? —preguntó Catrona casi con indiferencia. Jenna contuvo el aliento.

Piet entrecerró los ojos y sonrió. Su cautela no le había engañado.

—¿Buscando cumplidos a tu edad, mi Catkin? ¿O se trata de otra cosa? —Se echó a reír. Jenna había esperado un sonido frío y calculador, pero resultó una risa cálida y vivaz—. ¿Y dónde está esa hermana morena y audaz que tienes?

—Por ahí anda.

Catrona le tendió la mano y él la tomó. Pero en lugar de estrecharla, simplemente la sostuvo en la suya. Jenna se sorprendió al ver que Catrona permitía que su mano quedase aprisionada de ese modo.

—Te he extrañado, muchacha. Nadie me ha hecho embriagar como tú, después de una buena batalla. Y nadie como tú con quien compartir mi manta, ¿eh?

Catrona emitió una risita alegre y ligera, un sonido que Jenna nunca antes le había oído.

Aclarándose la garganta, Jenna se acercó a ella. Petra avanzó para colocarse a su lado. Los tres muchachos, sin soltar los cuchillos, se pusieron uno junto al otro.

—Los gatitos están inquietos —dijo Piet finalmente soltando su mano—. Preséntanos a esta camada que tienes.

Ante una seña de Catrona, todos se aproximaron como niños obedientes, aunque a Jenna no le agradó nada la idea.

—Los muchachos son de Callatown. Como puedes ver, Sandor y Marek son hermanos. Y el pequeño es Jareth.

Piet tendió la mano a cada uno de ellos, pronunciando sus nombres en voz alta. Sandor y Marek respondieron a su saludo, pero el silencio de Jareth preocupó al hombre.

—Es mudo —le explicó Catrona.

—¿De nacimiento? —preguntó Piet—. ¿Puede expresarse por señas?

—Por designio de la Diosa —le informó Petra que dio un paso adelante—. Y es reciente.

—Ah, el collar —señaló Piet como si comprendiera—. Y tú, niña, ¿cuál es tu nombre?

—No soy ninguna niña sino una futura sacerdotisa. Me llamo Petra.

Alzó la cabeza y lo miró a los ojos.

—Para mí igual eres una niña, aunque hables con los dioses todos los días. Pero sé bienvenida, Petra. Me agradan las niñas... y también las sacerdotisas. Todas hablan con acertijos. Hacen que un hombre grande como yo se sienta pequeño. —Piet le sonrió y ella no pudo evitar responderle del mismo modo—. ¿Y esta belleza? —preguntó volviéndose hacia Jenna.

—Cuida tu lengua —le advirtió Catrona—, si no quieres que ella te la corte. Es la mejor de todos nosotros. Es el motivo por el cual nos encontramos aquí.

Ante su tono de voz, él dejó de sonreír.

—Qué quieres decir con eso, muchacha.

—Es Jo-an-enna. Es La Blanca. La Anna.

Durante un largo momento, Piet estudió a Jenna atentamente. Después sacudió la cabeza y se echó a reír con ganas. Al fin se detuvo y volvió a mirarla.

—¿La Blanca? ¿Has perdido el juicio, Catrona? Nunca antes te había oído decir un disparate semejante. ¡La Blanca! No es más que una niña.

—No obstante... —comenzó Catrona.

En ese momento el hombre del tordo desmontó y se acercó a ellos cojeando en forma acentuada a causa de su pierna derecha que no se flexionaba.

—¿Jo-an-enna, dices? ¿No tienes otro nombre? ¿Un apodo o uno de familia?

Era evidente que su rostro estaba consumido por el sufrimiento y la fatiga, pero a Jenna le pareció que había algo terriblemente familiar en sus mejillas, en sus largas pestañas y en el cabello.

—Jenna —susurró ella—. Mis amigos me llaman Jenna.

El hombre cojo se parecía a Carum y al mismo tiempo no era como él. Pero ¿cuántos años habían pasado? Era más alto y moreno y al mirarlo Jenna no sentía más que una vaga reminiscencia. Nada más. ¿Cómo podía ser?

—¿Eres la Blanca Jenna de Carum, entonces? —preguntó él.

Su rostro había adoptado la expresión de un zorro, furtiva, calculadora, cautelosa y salvaje. Carum nunca había tenido ese aspecto.

Jenna respiró lentamente. Hasta ese momento no había notado que estaba conteniendo la respiración.

—Tú no eres Carum —le dijo, pero fue casi una pregunta. Él sonrió, pareciéndose más a un lobo que a un zorro.

—¿Yo... Carum? Vaya cosa que tendré que decirle la próxima vez que lo vea. Pasan cinco años y la joven que ama lo confunde con su hermano mayor...

—¡Su hermano mayor! —Fue una explosión de alivio—. Con razón te pareces a él. Tú debes de ser... —Buscó en su memoria y logró dar con su nombre—. Tú debes de ser Pike.

—Pike... Hace dos años que no me llaman de ese modo.

Piet los interrumpió.

—Él es Gorum. El rey Gorum, ahora soberano en exilio. Será mejor que lo recuerdes.

—Entonces ¿has pasado cinco años en el exilio? Tenemos mucho de qué hablar, Piet —intervino Catrona.

—Y mucho tiempo antes de que oscurezca para poder hacerlo —respondió Piet—. Después del atardecer... bueno, también tendremos tiempo suficiente para eso, ¿eh?

Catrona le dio un golpecito en la mano.

—Pero ¿por qué llamáis a esta niña La Blanca? —quiso saber Piet—. ¿Qué pruebas tienes de ello? ¿Precisamente tú, Catrona?

Los cuarenta y tantos hombres desmontaron, reuniéndose alrededor de ellos bulliciosamente.

Catrona los miró y emitió un bufido.

—Lo diré cuando los caballos estén pastando y hayamos compartido una botella con un poco de pan. —Le sonrió a Piet—. ¿Traéis pan? ¿Y una botella?

—¿Qué ejército no los lleva consigo?

—¿Es éste un ejército? —replicó Catrona—. ¿Una muchedumbre con apenas un escudo cada tres? No tenéis yelmos ni escudos... Le ruego me perdone, Su Majestad.

Hizo una reverencia rápida y casi burlona.

—Forma parte de uno —admitió Piet.

—¿Y el resto?

—En una incursión. Con su hermano.

—¿Su hermano? —De pronto Jenna comenzó a sentir un extraño dolor en el estómago.

—Al que llaman Longbow —respondió Piet.

—¿Longbow? ¿Carum en una incursión? No puede ser. Él es un estudioso, no un luchador —protestó Jenna.

—Tal vez lo haya sido cuando no había guerra, niña. Tal vez haya aprendido en sus libros cómo disparar una flecha. Ahora tiene buena puntería, aunque aún no le gustan las espadas —dijo Piet. Dirigió a Jenna otra mirada penetrante y luego se volvió hacia Catrona—. Entremos en la Congregación. Todo está hecho escombros, pero la cocina permanece en pie. Tenemos botellas bien escondidas. Y pan. Y un par de venados colgando.

—Bien, bien, bien —murmuró Catrona—. Cuando no salís de incursión, tenéis una cocina bien provista. —Dio una palmada en el vientre de Piet—. Esto no ha crecido sólo en cinco años.

Piet se echó a reír y posó su mano sobre la de ella.

—Como bien sabes, este vientre ha tardado más de cinco años en crecer. Y en estos últimos meses he adelgazado. Pero tú tampoco te has convertido en una belleza. Ahora hay canas en tu cabello.

—Al menos tengo todo el cabello.

—Yo tengo suficiente —respondió él riéndose. Jenna apretó los labios y entrecerró los ojos.

—¿Habrá guardias?

—Somos los dueños del camino —respondió el rey con cierto malhumor.

—No son lo bastante buenos —susurró Petra—. No habían notado nuestra llegada.

—¿Qué te hace pensar eso? —preguntó Piet.

—Simplemente, no os consideramos un problema —dijo el rey.

—No son lo bastante buenos —la secundó Jenna—, a juzgar por lo ocurrido con las hermanas que moraban aquí.

—Eso es una vieja historia —se evadió Piet sin soltar la mano de Catrona—. Y nada bonita. Ésta es una nueva.

—Cuéntanos —le exigió Jenna—. Cuéntanos la historia. ¡Ahora!

—¿Cómo es que no la sabe —preguntó una voz entre el gentío— si es la Anna?

—¿Y dónde habéis estado todos estos años? —preguntó otro hombre, con una cicatriz alrededor del ojo derecho como una máscara—. ¿Bajo la colina o algo así?

Jareth se llevó una mano al cuello y Sandor emitió un pequeño sonido penetrante, como el de una corneja asustada.

—Sí —dijo Catrona lentamente, pronunciando la palabra mientras retiraba su mano de la de Piet. Se volvió hacia el hombre que había formulado la pregunta—. Ahí es exactamente donde hemos estado. Debajo de la colina.

Piet emitió una risita.

—Nunca has sido buena para contar cuentos, muchacha. Y hasta este momento, hubiese dicho que eras la guerrera más cabeza dura que jamás había conocido. Pero ahora... —Sacudió la cabeza—. Has desaparecido durante cinco años. Fui a buscarte a esa Congregación tuya. Necesitábamos combatientes. Y nadie te había visto el pelo. Ahora apareces contando un cuento de niños y nos pides que te creamos.

—Ella dijo que no nos creerían —murmuró Sandor, dirigiéndose tanto al suelo como a los hombres que lo rodeaban.

—Y tiene razón —dijo el rey—. Debajo de la colina. ¿Quién de nosotros creería en algo semejante?

—Creedlo. —Jenna pronunció la palabra con ira—. Creedlo. Aunque nosotros mismos apenas sí podemos darle crédito.

No diría nada más.

Cuando los caballos estuvieron desensillados y pastando al otro lado de los muros, se reunieron en la cocina descubierta donde una chimenea entera se alzaba hacia el cielo. Encendieron el fuego y pusieron a cocer marmitas con guisado. Fue entonces cuando Pike, el rey-en-exilio según lo llamaban los hombres, comenzó con el relato.

LA HISTORIA:

Las llamadas Guerras Genéricas tuvieron lugar en un período no menor de cinco años y no mayor de veinte, suponiendo que el Libro de Batallas sea fidedigno. La disparidad numérica se debe al hecho de que los Garunianos contaban los años según los reinados en lugar de hacerlo en forma consecutiva. Como no consideraron los años en que el usurpador Kalas estuvo en el trono, no se sabe con exactitud cuál fue la duración de la batalla. El imperio del rey en exilio (o Rey en las Colinas, según la traducción de Doyle) es consecutivo o simultáneo con el reinado de Kalas. Disponemos de muy poca información que se refiera, aún en forma ambigua, a lo que ocurría en los Valles durante ese período. Fue como si un gran manto de niebla hubiese caído sobre el reino de las islas. Si el propio Kalas escribió alguna reseña, es probable que ésta haya sido quemada por sus enemigos. La historia siempre la escriben los vencedores.

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