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Authors: Jane Yolen

Blanca Jenna (11 page)

BOOK: Blanca Jenna
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Pero cierto día se encontraron dos gigantes en aquella planicie. Tenían las cabezas cubiertas por un yelmo, pero sus cuerpos estaban al descubierto. Durante tres días y tres noches lucharon entre sí. Sus poderosos pies hollaron la tierra hasta convertirla en polvo. Sus poderosas manos arrancaron los árboles del suelo para utilizarlos como si fuesen garrotes. Y, finalmente, cuando los dos yacían agonizantes, uno junto al otro, se arrancaron los yelmos sólo para descubrir que eran idénticos, que podían haber sido gemelos.

La sangre de la batalla nutrió la tierra desolada, y con cada gota creció una Rosa Otoñal, un capullo rojo sangre con un rostro blanco grabado en cada pétalo; todos los rostros exactamente iguales.

EL RELATO:

Cuando emergieron de un último grupo de árboles al final del enorme prado, había luna llena sobre sus cabezas.

—¿La luna? —Jenna estaba confundida—. Cuando partimos no era época de luna.

—Ha pasado más de una luna desde que salisteis, hermana —susurró una voz en su oído.

Al volverse, Jenna vio que Skada se hallaba sentada a sus espaldas. Su rostro parecía bastante más delgado de lo que ella recordaba. Y algo mayor.

—Pero ¿cuántas lunas...? —comenzó Jenna y entonces su mirada se posó sobre el resto de sus compañeros.

Sobre la yegua baya, Catrona y Katri también la miraron. El cabello corto de Catrona había encanecido y lo mismo ocurría con el de su hermana. Jareth, con su cinta verde ajustada al cuello, tenía un aspecto más delgado y Marek lucía un bigote suave sobre el labio. En las mejillas de Sandor había una barba incipiente. Pero quien más había cambiado era Petra. Ya no era una niña sino que se había convertido en una joven mujer cuyos senos se curvaban bajo la túnica.

Jenna se llevó una mano al rostro en busca de algún cambio, pero sus dedos no retenían ningún recuerdo.

—¡Míranos! ¡Mira! —La voz de Marek retumbó en medio de la noche.

—Yo... —comenzó Sandor y entonces, como sorprendido por la profundidad de la sílaba, se detuvo.

Jareth abrió la boca y trató de emitir un sonido. Al ver que no podía, volvió a cerrarla sacudiendo la cabeza. Al principio lentamente. Luego más y más rápido mientras se golpeaba los muslos con los puños.

Fue Petra quien habló por todos ellos.

—Las leyendas de los Grenna eran ciertas. Arrullados por el tiempo, dicen los Grenna. Pero no dijeron cuánto tiempo pasaría. Cuánto... —No pudo continuar.

Jenna bajó del caballo seguida por Skada. Se volvió hacia su hermana sombra y preguntó:

—¿Cuántas lunas han pasado, Skada?

—No lo sé. Muchas. Después de un tiempo, perdí la cuenta.

—Sin embargo no hemos comido ni dormido —observó Catrona—. No tenemos ningún recuerdo de ese paso del tiempo. ¿Cómo puede ser eso?

—Es a causa de Alta —afirmó Petra.

—Y de los Grenna —agregó Catrona.

—Es a causa de la Anna —dijeron juntos Marek y Sandor.

Todos desmontaron y los muchachos fueron rápidamente presentados a Katri y a Skada. Pero la llegada de las hermanas sombra sólo fue un misterio pequeño y familiar en medio de todo aquello. Lo que los consumía en ese momento era la cuestión del tiempo.

—¿Se trata de un año o...? —Catrona vaciló.

—¿O de cientos? —terminó Katri por ella.

—¡Cientos! —Marek pareció sorprendido ante esa posibilidad—. No puede ser. ¿Qué habría ocurrido con nuestra madre entonces?

—¿Y con nuestro padre?

—¿Qué hay de nuestras hermanas? —preguntó Petra—. ¿Y las advertencias?

Jenna hizo girar el anillo de la sacerdotisa en su dedo meñique. Ella no había olvidado a las hermanas, pero debía saber primero dónde se encontraban..., en qué tiempo y en qué lugar. Mirando a Jareth susurró:

—No habéis mencionado a su Mai.

No agregó sus propios nombres: Pynt, A-ma y todas las hermanas de la Congregación Selden. ¿De qué les servirían esas preguntas cuando se encontraban tan perdidos? Ni siquiera se permitiría pensar en Carum, no evocaría su rostro en ese momento. Pero Skada lo sabía. Tendió una mano para tocar la de Jenna.

No se sentían cansados, pero consideraron que sería mejor descansar esa noche. A la luz del día podrían descubrir el camino, reconocer algún sitio familiar y, además, los caballos avanzarían más rápido sin el peso de las hermanas sombra. Y todos necesitaban pensar.

—Para poner las cosas en orden.

Catrona utilizó las mismas palabras y el mismo tono que Jenna recordaba de sus días en la Congregación Selden, cuando su hermana mayor le enseñara cómo sobrevivir en los bosques.

Y como parte de ello, enseñaron a los muchachos a respirar con ellas, hálito por hálito, alrededor de un pequeño fuego. Catrona consideró que, a pesar del peligro, era imprescindible que tuviesen luz. Les contó a los muchachos la historia de las cinco bestias que, después de mucho discutir, descubrieron que el aliento era la parte más importante de la vida. Jenna recordó a Madre Alta narrando la historia, y lo pesada que siempre le había resultado al escucharla de su boca amarga. El relato de Catrona fue mucho más animado. Los muchachos rieron cuando hubo terminado; incluso Jareth, aunque su risa fue silenciosa.

Después de la historia, Marek y Sandor les deleitaron con unos versos que su padre les había enseñado, todos referidos a la barcaza que cruzaba las aguas. Versos de enseñanza los llamó Catrona.

—Cada oficio y cada comunidad tiene sus versos —explicó Catrona—. El panadero, el pastor, el molinero...

Jareth la interrumpió posando su mano sobre la de ella, y se señaló a sí mismo.

—Un molinero..., un molinero —murmuró Katri.

Todos guardaron un embarazoso silencio hasta que Petra comenzó a entonar una canción de cuna, y lo hizo con una voz tan dulce que muy pronto estuvieron frotándose los ojos.

—Nos levantaremos con el sol —dijo Jenna.

—Antes que el sol —corrigió Catrona.

LA CANCIÓN:

La nana de las hermanas

Duerme y calla,

Calla y sueña,

Los muros te dan su amparo

Aquí en la Congregación.

Nada turbará tu sueño.

Nosotras te hechizaremos

Con la dulce canción que entona

El nocturno ruiseñor.

Las fuertes hermanas

Tu cuna han de guardar,

Las altas hermanas

El camino han de velar.

Las hermanas todas

Te han de custodiar,

Hasta que cuando amanezca

Comiences a despertar.

Duerme y calla,

Calla y sueña,

Alta vigila

Allá arriba en el cielo.

Te alabaremos,

Te elevaremos,

Luz y sombra

Con Alta y su amor.

EL RELATO:

Uno tras otro se fueron durmiendo hasta que las únicas que permanecieron despiertas fueron Jenna y Skada, tendidas juntas sobre la manta de Jenna.

—Te he extrañado —dijo Skada—. Y también este mundo, tan brillante y ensordecedor.

—¿A quién has extrañado más?

—A ambos por igual. —Skada se rió y luego susurró—: Pero ha sido difícil para ti.

—Ha sido más difícil para los demás. Y la culpa...

—... No es tuya, querida hermana. Éste es un momento en que el círculo se cierra. Que tú seas el broche no es una culpa, sólo un accidente de tiempo.

—Jareth dijo que yo era como un eje.

—Extrañaremos la claridad de su voz.

Jenna pensó en sus palabras. Era lo que había estado sintiendo, pero no se había atrevido a decirlo.

—Yo...

—Nosotros. ¿Te resulta tan difícil aceptar que no estás sola? ¿Que todos compartimos la carga?

De pronto, Jenna recordó las palabras de Alta: “Tú deseas ser y no ser la Anna.”

Qué fácil le había resultado a Alta decirlo. Qué difícil era aceptarlo.

Ella deseaba ser el centro, el broche, el eje, pero no quería soportar el enorme peso que ello significaba. Sin embargo no podía tener lo uno sin lo otro. Cuánto más sencillo era compartirlo. No yo sino nosotros.

Extendió una mano y la puso sobre la de Skada. No volvieron a hablar, sólo permanecieron allí, con las manos unidas, hasta que, finalmente, se quedaron dormidas.

—¡Jenna! ¡Jenna!

La voz parecía distante, una moribunda cascada de sonido. Jenna despertó sobresaltada en medio de un día brillante y lleno de trinos. Catrona la sacudía por el hombro. Jenna se sentó, casi renuente a abandonar el consuelo del sueño. Al mirar a su alrededor, vio que los caballos pastaban junto a un camino trillado mientras los demás continuaban durmiendo.

—Catrona, he tenido un sueño de lo más extraño. Había una inmensa pradera y...

Se detuvo.

El cabello de Catrona estaba encanecido y las arrugas de su frente eran más profundas de lo que ella recordaba.

—No ha sido un sueño, pequeña Jenna. La pradera, el bosque, el fuego y el salón. A menos que dos personas puedan soñar lo mismo.

Jenna se levantó lentamente. Era posible que las dos hubiesen tenido un sueño parecido, pero eso no explicaba el envejecimiento de su rostro. Ni tampoco el hecho de que Deber, que acababa de levantar la cabeza, tuviese unos mechones de pelo blanco sobre el hocico. O que Jareth, quien comenzaba a moverse, llevase una cinta verde alrededor del cuello.

—No ha sido un sueño —admitió Jenna—. Pero si todo es cierto, entonces ¿dónde nos encontramos? ¿Y cuándo?

—En cuanto al lugar —dijo Catrona—, ahora lo sé. Es el camino que conduce a la Congregación Cruce de Wilma. No ha cambiado mucho en los treinta años transcurridos desde la última vez que estuve aquí.

—¿Treinta? —preguntó Jenna.

—De niña vine aquí en mi año de misión —le explicó Catrona—. Fue mi última parada; y un desafío.

—¿Por qué un desafío? —preguntó Jenna.

—Porque se encontraba muy lejos de mi propia Congregación. Además, porque estaba cerca del famoso bosque de los Grenna y era la primera de las Congregaciones que visitaba. Y yo había alardeado demasiado diciendo que no tenía miedo de venir.

—¿Y lo tenías?

Catrona se rió.

—Por supuesto que sí. Podía ser un poco jactanciosa, pero no era ninguna tonta. No vi a ningún Grenna, por supuesto, y dudaba de que existieran, pero sí me encontré con lugares llenos de niebla y de hombres. En cuanto a ellos... bueno, salí de algunos encuentros con un ojo negro pero conservé intacta mi doncellez y pude llegar al Cruce de Wilma. —Volvió a reírse.

—Y...

—Y ellas se rieron de mí, me dieron un baño caliente y me contaron las verdades de la vida de una mujer, esas que, por algún motivo, me había negado a escuchar al ser impartidas por mi Madre Alta. A la semana siguiente tuve mi primera menstruación y estuve con un hombre en el camino de regreso a mi propia Congregación. Katri nunca me perdonó por no haberla esperado.

Jenna se ruborizó furiosamente.

—Sí, éste es el camino al Cruce de Wilma. A partir de allí se interna en el bosque. —Señaló un largo sendero desierto—. Y allí están los Alfileres de Alta. —Le indicó un par de colinas onduladas, dos dunas cubiertas de pastos que se extendían por casi dos kilómetros—. No hay nada parecido en todos los Valles.

—Treinta años —reflexionó Jenna.

Después de peinarse con los dedos se hizo una trenza que ató en la punta con una cinta oscura.

—Treinta... o más —añadió Catrona.

—¿Cuántos más?

—Si lo supiera te lo diría, niña. He pasado toda la noche pensando en ello. —Le dio a Jenna un abrazo rápido y firme y agregó—: En cuanto a ese sueño que ambas hemos tenido, recuerdo que también había algo de comer en él. —Fue hasta su propia manta y tomó las alforjas que había utilizado como almohada. Después de abrir una, hurgó en su interior—. Sí, aquí está. Vaya un sueño para poder proporcionarnos todo esto. —Extrajo dos hogazas de un pan trenzado junto con una cantimplora de cuero—. Ven, niña, que según solíamos decir en el ejército, “quien primero se levanta, primero come”. —Cortó una punta del pan y se la entregó—. En realidad quien primero se levanta, mejor come. Si mal no recuerdo siempre has preferido la punta, incluso cuando eras un bebé.

Jenna tomó el pan con gratitud y comenzó a comer. Al primer mordisco, su boca se vio invadida por el sabor intenso de alguna hierba dulce. Jenna suspiró.

Con una sonrisa, Catrona bebió un largo sorbo.

—El tinto. Nos ha dado del tinto. Bendita sea. Al escucharla, Jenna se echó a reír.

—Sólo tú bendecirías a alguien por el vino —comentó.

Pero ella también tomó la cantimplora y bebió un sorbo. Se cuidó bien de no mencionarle a Catrona que el vino no era tinto sino el suave rosado que a ella tanto le gustaba y prefería. O bien Catrona estaba perdiendo el discernimiento o estaban en presencia de una extraña magia. De cualquier modo no valía la pena mencionarlo.

Los demás se levantaron poco después y terminaron con ambas hogazas de pan y con el contenido de la cantimplora. Aunque nadie hizo ninguna observación al respecto, ésta proporcionó leche para Petra y una especie de líquido oscuro, que a Jenna le pareció té, para los muchachos.

Ensillaron los caballos y se pusieron en marcha justo cuando el sol asomaba entre las colinas que Catrona había llamado Alfileres de Alta.

—Según recuerdo —les dijo Catrona—, la Congregación se encuentra a pocas horas de aquí.

—Entonces llegaremos pronto con los caballos descansados —afirmó Jenna.

Siguiendo a Catrona, avanzaron en fila entre las dos colinas y atravesaron un prado pantanoso lleno de flores silvestres, blancas, amarillas y azules.

Pronto vieron las ruinas de varios edificios, recortadas contra la pizarra clara del cielo.

—Demasiado tarde —susurró Jenna para sí misma, mientras se acercaban a la derruida Congregación—. Demasiado tarde para todas ellas.

Su voz adoptó el acento de Sorrel y Jenna se maldijo, tanto a sí misma como a sus compañeros, por haber perdido todo ese tiempo en el bosque de Alta.

Después de desmontar frente al portal derrumbado, comenzaron a vagar entre las ruinas silenciosas.

Las piedras estaban cubiertas de enredaderas y las malezas habían echado raíces en las grietas. A lo largo de los senderos, las florecillas silvestres se mecían con la brisa. Pero no se veían cuerpos ni huesos por ninguna parte.

—Esto no ocurrió ayer —observó Marek con cautela, atusándose su nuevo bigote.

—Ni tampoco hace dos días —agregó Petra. Arrancó una flor amarilla y la apretó en su palma—. ¿Cuánto hace...? —No pudo terminar la frase.

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