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Authors: Lily Blake

Tags: #Fantástico

Blancanieves y la leyenda del cazador (16 page)

BOOK: Blancanieves y la leyenda del cazador
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Pero hasta que no estuvo a solo tres metros de distancia, no pudo distinguir de dónde emanaba la luz. Bajo un gran árbol había un majestuoso semental blanco, envuelto en un resplandor dorado.

Blancanieves se aproximó al enorme animal y este se inclinó para que le acariciara el morro. Sus oscuros ojos marrones le devolvieron la mirada, como si entendiera todo lo que ella estaba pensando y sintiendo. El caballo acercó la cabeza a la de Blancanieves y ella sintió el cálido aliento del animal en el cuello. Blancanieves se volvió hacia el bosque y vio que los enanos y el cazador se habían despertado y la habían seguido. Estaban distribuidos a su alrededor, contemplando la escena entre los árboles.

Beith sacudió la cabeza con incredulidad.

—Jamás se había visto nada parecido —dijo.

—La está bendiciendo —añadió Muir más allá del luminoso bosque—. Ella es la vida. Ella sanará la tierra. Ella es la elegida.

Blancanieves rodeó el cuello del animal con las manos y sintió una inmensa paz. Al escuchar la profecía en aquel momento y en aquel lugar, le invadió el deseo de actuar. Haría lo que el reino le pidiera. Devolvería la dignidad al trono.

Acarició al caballo y la luz que lo envolvía brilló con mayor intensidad. A su alrededor, flotaban luminosas partículas doradas.

—Con oro o sin oro —dijo Muir a los demás—. A donde ella me guíe, yo la seguiré.

Blancanieves sonrió y reposó la cabeza sobre el cuello del semental. Pero cuando estaba a punto de tocar su hermoso lomo blanco, vio algo con el rabillo del ojo: una flecha que volaba por el aire. Cayó desde arriba y se clavó en el flanco del animal. Asustado, el caballo se encabritó y salió corriendo hacia el bosque, empujándola a su paso. Los demás animales huyeron y los enanos se volvieron con las armas en alto. Sobre la colina, por encima de ellos, se desplegaban los hombres de Finn espada en mano.

Un fuerte viento sopló entre los árboles, dispersando oscuras sombras donde antes había luz. Los enanos se colocaron las máscaras de guerra y aferraron las armas. Eric desenfundó las hachas de su cinturón y empuñó una con cada mano. Blancanieves miró con recelo a los hombres de Finn, recorriendo el rostro de cada uno de ellos. Entonces, se quedó paralizada al distinguir los ojos color avellana que había conocido de niña. William se encontraba entre ellos. Iba a caballo, con la espada desenvainada. ¿Qué hacía allí? ¿Por qué estaba luchando con ellos?

No disponía de tiempo para asimilar lo que veía. El bruto que había disparado al caballo blanco levantó el arco y colocó una nueva flecha. Apuntó hacia ella y sonrió. Antes de que Blancanieves pudiera moverse, William golpeó al hombre desde su caballo y la flecha salió despedida hacia las copas de los árboles. Gus la agarró de la mano y la arrastró hacia el bosque, lejos de los soldados.

—¡Vamos! —gritó mientras el ejército de Finn descendía hacia ellos.

El zumbido del Bosque Encantado fue sustituido por los gritos de la batalla. Las espadas chocaban entre ellas y los caballos relinchaban a su espalda. Blancanieves continuó corriendo junto a Gus. Miró hacia atrás, por encima del hombro, y vio a William cabalgando entre los árboles. La seguía de cerca y su armadura brillaba a la luz de la luna.

El enano tiraba de Blancanieves y apretaba su mano con tanta fuerza que le hacía daño en los dedos.

—¡Más rápido! —gritó, saltando por encima de ramas caídas y rocas.

Pero Blancanieves no podía retirar los ojos de William. Estaba a unos veinte metros de ellos, tal vez algo más. Se libró de la mano de Gus, se escondió entre los arbustos y esperó a que William estuviera a su alcance. Tan pronto como pasó a su lado, dio un salto y le agarró el brazo con ambas manos. Entonces tiró y William cayó del caballo.

Gus corrió hacia ella y levantó el hacha, dispuesto a descargarla sobre el cuello del muchacho.

—¡Gus, no! —ordenó Blancanieves. El enano se detuvo justo a tiempo, cuando el hacha casi rozaba la piel de William.

La muchacha se quedó quieta junto a él, contemplando el rostro que recordaba de una década atrás. Su ondulado pelo castaño estaba alborotado, igual que cuando era un niño.

—¿Qué haces aquí? —preguntó ella—. Te vi en la aldea.

—Soy yo —dijo él—. William —se incorporó con el pecho agitado, cogió el arco del suelo y reunió las flechas con una mano.

—Lo sé —respondió Blancanieves con voz tensa.

Apenas podía creerlo. El muchacho en el que había pensado todos aquellos años había regresado. La había llamado a gritos la noche que escaparon. Pero ¿estaba allí para ayudarla?

—¿Por qué estás con ellos? —preguntó sacudiendo la cabeza.

William escudriñó el bosque.

—Llegaron noticias a Carmathan de que estabas viva —explicó—. La reina había capturado a Thomas y a su hijo. Estaban allí cuando tú escapaste. Thomas oyó que habías salido del castillo. Estaba con ellos porque eran los únicos que sabían cómo encontrarte.

—Ella trató de matarme… —comenzó a decir Blanca— nieves con los ojos inundados de lágrimas.

Iba a seguir, pero una rama crujió entre los arbustos cercanos. Se giraron y vieron al gigantesco guerrero que había pretendido dispararle minutos antes. La flecha estaba ya colocada en el arco. Esta vez no fallaría.

Levantó el arma y Blancanieves trató de huir corriendo, pero tras ella había una densa maleza que le bloqueaba el paso. La flecha inició el vuelo. Entonces, Gus se lanzó delante de Blancanieves y recibió el disparo en su pecho. Cayó al suelo, a los pies de la muchacha, retorciéndose de dolor.

Los soldados descendieron hacia ellos. Uno se abalanzó a galope sobre los enanos, con la espada desenvainada. Duir se agachó y la afilada hoja le cortó un mechón de pelo. Otro disparó una flecha al cuello de Eric, pero falló y el proyectil pasó silbando junto a su cabeza. El cazador escudriñó entre los árboles en busca de un único rostro, hasta que lo vio. Finn avanzaba a lomos de su caballo entre los árboles, persiguiendo a Blancanieves. La grasienta cabellera le caía sobre los ojos y tenía un cardenal en la mejilla, donde Eric le había golpeado.

El cazador se lanzó tras él, con las hachas en alto. Acabaría lo que habían empezado en el Bosque Oscuro ya que, mientras Finn siguiera vivo, Blancanieves nunca estaría a salvo. La perseguiría hasta Carmathan, atacaría el castillo del duque e incendiaría sus tierras, no estaría satisfecho hasta conseguir el corazón de la muchacha.

Eric corrió entre la espesa maleza. Las sombras se extendían a su alrededor, secando las hojas y la hierba, marchitando las flores y desperdigando a las hadas por el cielo. Las criaturas del bosque desaparecieron. Los zorros se ocultaron bajo tierra y las tortugas, entre el musgo. Cuando por fin se detuvo, el bosque estaba en completo silencio. No veía a Finn por ninguna parte.

Miró entre los troncos de los árboles, pero la creciente oscuridad dificultaba la visión. De repente, el aire se volvió más frío que antes y su aliento se condensó, formando una nube de vapor delante de su cara. A su espalda, crujió una rama. Eric se volvió rápidamente y vio el caballo de Finn que surgía de entre los árboles. Levantó el hacha, pero el animal pasó galopando sin jinete.

Contempló cómo desaparecía tras la arboleda, y tardó un instante en percatarse de que se trataba de una treta. Se giró al tiempo que Finn se lanzaba contra él desde el bosque. Descargó su espada, pero Eric la esquivó, aunque el filo le rozó el brazo. Notó escozor en el bíceps, bajó la mirada hacia la herida y vio un hilo de sangre que caía sobre la hierba marchita.

Eric no volvió a dudar. Bajó el hacha y corrió hacia su enemigo. Finn tiró de una rama hacia atrás hasta casi romperla y luego la soltó. El grueso tallo rebotó contra el pecho de Eric y le lanzó por los aires, hasta empotrarle contra un gigantesco roble. Se golpeó la cabeza con el enorme tronco y estuvo a punto de quedar inconsciente. Apenas se podía mover, respiraba con dificultad y le dolía el pecho. La sangre se deslizaba por su brazo y empapaba su camisa, tiñéndola de un rojo intenso.

Eric miró a Finn a la cara. La comadreja sonrió de manera morbosa y satisfecha. Seguramente había deseado verle así, sin fuerzas y con una herida en el costado. Eric alargó las manos hacia las hachas, pero se le habían caído del cinturón. Estaban en el suelo, a unos metros de distancia.

—He capturado a muchas jóvenes —dijo Finn conforme se acercaba a él—, pero tu esposa fue especial.

Eric se incorporó, recuperando de nuevo la fuerza.

—¿Qué has dicho? —preguntó. Dirigió la mirada hacia las hachas tiradas en el suelo, consciente de que no podría recuperarlas sin arriesgarse a una nueva embestida.

Finn ladeó la cabeza.

—Primero luchó, y cuando se dio cuenta de que todo había acabado, suplicó. Deberías saber que te llamó a gritos. Tu Sara —dijo con voz sibilina.

Eric apenas podía respirar y sintió cómo una intensa rabia invadía todo su cuerpo. Finn estaba mintiendo —era imposible que hubiera estado allí—. Los vecinos pensaron que había sido un saqueador de otra aldea. Eso le habían contado a su regreso. Entonces, ¿por qué Finn decía lo contrario? ¿Por qué jugaba con él?

—¿Cómo sabes su nombre? —gritó Eric. Miró por encima del hombro de Finn y distinguió un árbol caído. Sus raíces muertas sobresalían del suelo. Las sombras lo habían matado desde el interior, dejando las raíces secas y afiladas, muy parecidas a las lanzas de madera que Eric utilizaba para cazar.

—Ella me lo dijo —susurró Finn—. Justo antes de degollarla.

Eso era todo lo que Eric necesitaba escuchar. De repente, recordó aquel día y se desmoronó. Le habían cortado el cuello —aquel hermoso cuello que había sostenido tantas veces entre sus manos— y, en torno a la herida, había quedado la sangre negra y reseca. Eric había recorrido su vestido con los dedos y había notado otra herida en su costado, por debajo de las costillas. No había dejado de contemplar su rostro, preguntándose qué monstruo podía herir a una mujer de aquel modo. ¿Qué clase de hombre sin alma y sin escrúpulos podía arrebatarle la vida a Sara?

Ahora lo sabía.

Se abalanzó sobre Finn sin miedo a la espada que aquel ser repugnante sujetaba en la mano, con una hoja tan afilada que podía decapitarle. Simplemente bajó el hombro mientras corría y descargó un golpe en el vientre de Finn. Salieron volando hacia el árbol con las raíces al aire. Finn cayó sobre ellas con violencia y las afiladas agujas de madera se hundieron en su piel. El bastardo aulló de dolor.

Sus alaridos incrementaron la rabia de Eric.
Este hombre mató a Sara
, siguió pensando mientras empujaba los hombros del monstruo, empalándole en las gigantescas raíces del árbol. No se detuvo hasta que las vio aparecer en su pecho. Finn se retorcía de dolor, intentaba escapar, pero Eric le sujetaba.

—¡Hermana! —exclamó Finn, inclinando la cabeza hacia atrás—. ¡Cúrame, hermana!

Las sombras giraban a su alrededor y un humo negro rodeaba los extremos de las afiladas agujas de madera, en un intento de cerrar las heridas, pero era imposible. Las raíces las mantenían abiertas. Finn sangraba, con la carne desgarrada por la madera.

La nube negra seguía girando.

—¿Hermana? —suplicaba entre jadeos.

Pero Eric no soltó sus hombros y siguió empujándole, contemplando cómo moría, cómo brotaban lágrimas en sus ojos. Ese hombre le había arrebatado a su esposa. ¿Sería capaz de amar de nuevo a alguien tanto como a ella?

Había conocido a Sara un día de feria, en la aldea. Llevaba unos diminutos capullos de rosa prendidos en su moño de trenzas y había estado bailando con otros muchachos. Fue su risa lo que le enamoró, aquella risa alegre y optimista que había invadido el ambiente y contagiado a todos a su alrededor.

—Tú te la llevaste —susurró Eric, contemplando cómo la luz abandonaba los ojos de Finn—. Tú asesinaste a mi esposa.

Una vez que Finn estuvo muerto y su cuerpo quedó inerte sobre las raíces del árbol, Eric se volvió. No se sentía fuerte, ni valiente. Tampoco estaba complacido consigo mismo, ni exaltado por lo que había hecho. Sin embargo, la muerte de Finn le proporcionó consuelo, aunque, por una vez, no para su propia vida. Eric pensó en Blancanieves.

Quizá la desaparición de Finn significara que a partir de ese momento Blancanieves podía ser libre. Quizá pudiera vivir en paz en Carmathan.

Cuando regresó al bosque, todos los hombres de Finn yacían sin vida. Los enanos, unos fieros guerreros, habían acabado con ellos uno tras otro. Eric divisó a Blancanieves y a los demás arremolinados en torno a alguien. Al aproximarse, descubrió que se trataba de Gus, el más joven de todos. Su rostro estaba pálido. La flecha seguía alojada en su pecho, justo encima del corazón.

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