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Authors: Joyce Carol Oates

Tags: #Biografía, Drama

Blonde (34 page)

BOOK: Blonde
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Sé que no sería triste mi suerte

si yo pudiera quererte.

Y en febrero, el detective Frank Widdoes del Departamento de Policía de Culver City estaba registrando la cochambrosa caravana de un sospechoso de asesinato; más concretamente, el principal sospechoso en un sonado caso de asesinato con violación, un asesinato con violación y mutilación, un asesinato con violación, mutilación y descuartizamiento. Widdoes y sus compañeros estaban seguros de que ese tipo era su hombre, de que el muy cabrón era culpable; sólo necesitaban pruebas físicas que lo relacionaran con la muerta (que había estado desaparecida durante varios días antes de que la encontraran descuartizada en un basurero de Culver City; la joven residía en West Hollywood, tenía un aire a Susan Hayward y había trabajado en un estudio cinematográfico, pero recientemente la habían despedido, había conocido a aquel psicópata y ése había sido su fin). Widdoes, que se había tapado la nariz con una mano y examinaba una pila de revistas obscenas con la otra, encontró un ejemplar de
Pix
y allí, al abrir la doble página central vio a…

—¡Santo cielo! ¡Aquella chica! —era uno de esos detectives legendarios que en las películas nunca olvida una cara ni un nombre—. Norma Jeane… ¿qué más? ¡Baker!

La joven lucía un ceñido traje de baño de una pieza que revelaba prácticamente todo lo que tenía, dejando sólo lo imprescindible a la imaginación, y unos zapatos ridículos con tacones altísimos; en una de las fotografías aparecía retratada de frente y en la otra, de espaldas, al estilo de Betty Grable, mirando con picardía por encima del hombro con un ojo guiñado y las manos en la cintura; llevaba lazos en el traje de baño y en el pelo, que era una masa de rizos más bien oscuros fijados con laca, y una gruesa capa de maquillaje endurecía la expresión todavía infantil de su rostro. En la foto de frente parecía ofrecer provocativamente una pelota de playa al espectador con cara de tonta y los labios fruncidos en un beso.
¿Cuál es la mejor medicina para la depresión invernal? Nuestra Miss Febrero lo sabe
. Widdoes sintió un dolor sordo en el pecho. No fue como si lo atravesara una bala, sino como si le hubieran disparado un trozo de cartón doblado en varias capas con una pistola de fogueo.

Su compañero le preguntó qué había encontrado y él respondió con brusquedad:

—¿Qué esperas que encuentre? En una cloaca, sólo puedes encontrar mierda.

Enrolló con disimulo el ejemplar de
Pix
y lo puso a buen recaudo en el bolsillo interior de su chaqueta.

Y poco tiempo después, en la caravana que hacía las veces de despacho situada detrás del humeante depósito de chatarra de Reseda Street, con un cigarrillo ardiendo furiosamente entre los labios, Warren Pirig contemplaba la portada de papel satinado del último ejemplar de
Swank
. ¡La portada!

—¿Norma Jeane? Dios.

Allí estaba su chica, la joven a la que había renunciado sin haberla tocado jamás. La joven a la que todavía recordaba de vez en cuando. Pero estaba cambiada, más madura, y lo miraba como si ahora conociera las reglas del juego. Y como si lo que sabía le gustara. Llevaba una camiseta mojada con la inscripción
USS Swank
en el pecho, zapatos rojos de tacón y nada más: la ceñida camiseta le llegaba a los muslos. Le habían recogido el cabello rubio oscuro sobre la coronilla y algunos rizos sueltos caían sobre su cara. Era evidente que no llevaba sujetador, pues el tejido húmedo transparentaba sus pechos redondos y tersos. Y a juzgar por la forma en que la camiseta se ceñía a las caderas y la pelvis, tampoco llevaba bragas. La cara de Warren se cubrió de rubor. Se irguió con brusquedad en la silla, ante el desvencijado escritorio, y sus pies golpearon violentamente el suelo. Lo último que Elsie le había dicho de la chica era que se había casado, que vivía en Mission Hills y que su marido estaba en el extranjero. Warren no había vuelto a preguntar por ella y Elsie no le había dado ninguna noticia más. ¡Y ahora esto! La portada de
Swank
y dos páginas interiores llenas de fotografías de Norma Jeane con la misma camiseta blanca. Enseñando las tetas y el culo como una puta. Warren sintió una mezcla de deseo y profundo asco, como si hubiera mordido un alimento podrido.

—Maldita sea. La culpa es de
ella
.

Se refería a Elsie. Ella había destrozado la familia. Los dedos de Warren se crisparon con el impulso de hacer daño.

Sin embargo, tomó la precaución de guardar este número especial de
Swank
, el de marzo de 1945, ocultándolo en un cajón del escritorio bajo una pila de viejos libros de cuentas.

En la droguería Mayer’s, de improviso, una mañana de abril que recordaría durante mucho tiempo (la víspera de la muerte de Franklin Delano Roosevelt), Elsie oyó que Irma la llamaba con impaciencia y se acercó a mirar el último ejemplar de
Parade
, que su amiga sacudía en una mano.

—Es ella, ¿no? La chica que vivía contigo. La que se casó hace un par de años. ¡Mira!

Elsie miró la página abierta de la revista. ¡Ahí estaba Norma Jeane! Con trenzas como las de Judy Garland en
El mago de Oz
, estrechos pantalones de pana y «un conjunto de jersey y rebeca tejidos a mano» de color azul pastel: se balanceaba en un portalón de campo, sonriendo alegremente, mientras unos caballos pastaban al fondo. Norma Jeane tenía un aspecto juvenil y encantador, pero si uno examinaba la foto con atención, como hizo Elsie, podía detectar cierto grado de nerviosismo en su sonrisa radiante y jovial. La tensión le marcaba hoyuelos en las mejillas.
¡La primavera en el espectacular valle de San Fernando! En la página 89 encontrará las instrucciones para confeccionar este bonito conjunto de algodón
. Elsie se quedó tan estupefacta que se marchó de Mayer’s sin pagar la revista. Subió al coche y fue directamente a Mission Hills a ver a Bess Glazer, sin perder el tiempo en telefonear antes.

—¡Bess! ¡Mira! ¡Mira esto! ¿Sabías algo al respecto? Mira quién es.

Puso la revista ante la asombrada cara de Bess, que miró la foto y frunció el entrecejo. Estaba sorprendida, sí, pero no demasiado.

—Oh, ella. Vaya.

Dejando perpleja a Elsie, Bess no añadió nada más; se limitó a conducir a su amiga a la cocina, donde sacó de un cajón el número de diciembre de 1944 de
Stars & Stripes
, enseñándole el artículo de
LAS MUJERES TRABAJADORAS DEFIENDEN EL FRENTE NACIONAL
. ¡Y allí estaba Norma Jeane… otra vez! Elsie sintió como si le hubieran pegado un puntapié en el estómago… otra vez. Se dejó caer en una silla, mirando fijamente a Norma Jeane —¡su propia hija, su niña!—, vestida con un ajustado mono tejano, sonriendo a la cámara como jamás, que ella recordara, le había sonreído a nadie en la vida real.
Como si quienquiera que sujetara la cámara fuera su mejor amigo. O acaso su mejor amiga fuera la propia cámara
. La embargó una oleada de sentimientos encontrados: confusión, dolor, vergüenza, orgullo. ¿Por qué Norma Jeane no la había hecho partícipe de esta estupenda noticia?

—Me la envió Bucky —decía Bess con su habitual cara avinagrada—. Supongo que está orgulloso de ella.

—¿Y tú no? —preguntó Elsie.

—¿Orgullosa de una cosa así? —repuso Bess con mal humor—. Desde luego que no. Los Glazer creen que es una vergüenza.

Elsie cabeceó, indignada.


Yo
creo que es estupendo. Me siento orgullosa. Norma Jeane será modelo o estrella de cine. Ya verás.

—Es la mujer de mi hijo —replicó Bess—. Los votos matrimoniales tienen prioridad.

Elsie no se marchó enfadada; se quedó. Bess preparó café y las dos charlaron y lloraron por la añorada Norma Jeane.

A la caza de un contrato

Para el verdadero actor, cualquier papel es una oportunidad. No hay papeles secundarios.

El manual del actor y la vida del actor

Fue Miss Productos de Aluminio 1945 en su primera semana con la agencia Preene. Lucía un ceñido vestido plisado de nailon blanco con amplio escote, varias vueltas de perlas falsas y pendientes a juego, zapatos de tacón blancos, guantes hasta el codo también blancos y una gardenia de color crema prendida a la melena iluminada con «mechas» y larga hasta los hombros. Se celebraba una convención de cuatro días en el centro de Los Ángeles y ella se vio obligada a permanecer de pie durante horas sobre una plataforma, en medio de una selección de relucientes artículos domésticos de aluminio, entregando folletos informativos a los interesados: casi todos hombres. La paga era de doce dólares diarios más gastos (mínimos) de comida y transporte.

En la segunda semana, fue Miss Productos de Papelería 1945. Con un vestido de papel pinocho rosa subido, que se arrugaba cada vez que se movía y se agrietaba con la humedad de las axilas, y una corona del mismo material sobre el cabello recogido. En una sala de congresos, repartiendo folletos informativos y muestras de artículos de papelería: papel de seda, higiénico, compresas (en envoltorios marrones sin señas). La paga era de diez dólares diarios más gastos (mínimos) de comida y transporte.

Sería Miss Hospitalidad en una convención de instrumentos quirúrgicos en Santa Mónica. Miss Productos Lácteos del Sur de California 1945, vestida con un traje de baño blanco con manchas negras —simulando las de las vacas Guernsey— y zapatos de tacón. Fue «azafata-corista» en la inauguración del hotel Luxe Arms de Los Ángeles. Y también en la ceremonia inaugural del restaurante-parrilla Rudy’s en Bel Air. Luciendo un atuendo náutico —blusa marinera, falda corta, medias de seda y tacones altos— fue azafata en la exposición de yates de Rolling Hills. Con un vistoso conjunto de falda vaquera y chaleco con flecos de cuero crudo, sombrero de ala ancha y una cartuchera con un revólver plateado (descargado) colgada de su curvilínea cadera, fue Miss Rodeo 1945 en Huntington Beach (donde, bajo las deslumbrantes luces, un risueño maestro de ceremonias le «echaría el lazo»).

Está terminantemente prohibido alternar con los clientes. No deberá aceptar propinas bajo ninguna circunstancia. Los clientes pagarán directamente a la empresa. En caso de incumplir estas reglas, la agencia se verá en la obligación de rescindir el contrato.

Tomaba aspirinas Bayer para aliviar los dolores menstruales. Pero como no siempre surtían el efecto deseado, empezó a tomar medicamentos más fuertes (¿codeína?, ¿qué era exactamente la «codeína»?) recetados por el médico de la agencia Preene. El abundante, constante flujo menstrual. El dolor pulsátil en la cabeza. A menudo se le nublaba la vista en uno o los dos ojos. En los peores días no podía trabajar. Cada vez que perdía una paga, aunque sólo fuera de diez dólares, era como si le sacaran una muela. ¿Y si se quedaba ciega? ¿Y si tenía que ir a tientas hasta la parada del tranvía, tambaleándose como una vieja? La aterrorizaba la posibilidad de convertirse en una mujer desaliñada como su madre. La aterrorizaba la posibilidad de convertirse en una inepta incluso para las tareas más sencillas. La aterrorizaba la posibilidad de que los perros olfatearan su húmeda entrepierna. A pesar de que reforzaba las compresas con varias capas de pañuelos de papel, se empapaban de sangre en menos de una hora. ¿Dónde se cambiaría? ¿Con qué frecuencia? Los demás advertirían que andaba con rigidez, como si sujetara una tabla entre los muslos. Estaba desesperada: no podía quedarse en cama semiinconsciente y llorosa, como solía hacer en Verdugo Gardens o en casa de los Pirig, donde tía Elsie le llevaba una bolsa de agua caliente y leche templada.
¿Cómo te encuentras, cariño? Procura aguantar
.

Ahora no tenía a nadie que la quisiera. Estaba sola. Ahorraba para comprar un coche de segunda mano a un amigo de Otto Öse. Alquilaba una habitación amueblada en West Hollywood, a pocos minutos andando del estudio de Otto Öse. Enviaba billetes de cinco dólares a Gladys al Hospital Psiquiátrico Estatal de Norwalk: «¡Con mis saludos, madre!». Se comentaba que era una de las más «prometedoras» modelos nuevas de Preene. Uno de los valores «en alza». Al presidente de la agencia no le gustaba el tono rubio de su cabello. O quizá dijera «turbio». Tuvo que pagar para que le hicieran «reflejos» en un salón de belleza. Tuvo que asistir a clases para modelos en la agencia. A veces le proporcionaban las prendas para sus apariciones en público; otras veces, tenía que ponerlas ella. Tenía que llevar sus propias medias, desodorante, maquillaje y ropa interior. Aunque ganaba dinero, se veía obligada a pedir préstamos a la agencia, a Otto Öse y a otros. Tenía miedo de hacerse una carrera en las medias; la habían visto (desconocidos, en un tranvía) prorrumpir en sollozos al advertir un pequeño enganche que presagiaba una catastrófica carrera.
Ay, no. No, Dios, por favor
. Ahora que trabajaba como modelo de Preene, sus temores eran todos por el estilo: a sudar a pesar del desodorante en un día húmedo y caluroso, a oler mal, a mancharse el vestido. Todo el mundo se enteraría, porque todo el mundo la observaba. Incluso cuando no estaba siendo fotografiada en el estudio de Otto Öse, bajo su despiadada mirada y los crueles y deslumbrantes focos. Se había atrevido a salir del espejo y ahora todos la observaban. No tenía donde esconderse. En el orfanato podía ocultarse en uno de los lavabos. Podía ocultarse bajo las mantas de la cama. Podía escabullirse por una ventana y ocultarse en una de las pendientes del tejado. ¡Ah, echaba de menos el orfanato! Echaba de menos a Fleece, a quien quería como a una hermana. Ah, echaba de menos a todas sus hermanas: Debra Mae, Janette, el Ratón. ¡El Ratón era ella! Echaba de menos a la doctora Mittelstadt y todavía le enviaba poemas de vez en cuando.
Por la noche, entre las sombras errantes, las estrellas son más brillantes. En el fondo de nuestro corazón, sabemos si tenemos razón
. Otto Öse, que la había fotografiado en Radio Plane y parecía capaz de leer sus pensamientos, se burlaba de su sentimentalismo. De la huerfanita de ojos húmedos. Le decía con cruel franqueza que le pagaban «puñeteramente bien» para que fuera una chica especial, de modo que más le valía ser especial.

—De lo contrario, tendrás que buscarte la vida.

Lo haría, lo haría, ¡sería alguien especial! Aunque le costara la vida. ¿Acaso Gladys no la había preparado para ello desde un principio? Clases de canto y de piano. Preciosos trajes a medida para ir a la escuela.

Otto Öse, el Príncipe Encantado. La había sorprendido en la sala de pintura de Radio Plane y le había hecho un montón de fotografías para
Stars & Stripes
: Norma Jeane vestida con su mono de «mujer trabajadora defendiendo el frente nacional», a pesar de sus protestas, de su timidez y de su resistencia a posar después de que Bucky la obligara a hacerlo. Pero él la había perseguido entre los fuselajes, negándose a aceptar un no por respuesta. Otto trabajaba para la revista oficial de las fuerzas armadas de Estados Unidos y eso era una seria responsabilidad para él, pero también para ella. Los soldados que combatían en el exterior necesitaban que les subieran la moral con fotografías de jóvenes guapas.

BOOK: Blonde
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