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Authors: Joyce Carol Oates

Tags: #Biografía, Drama

Blonde (74 page)

BOOK: Blonde
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No estaba claro que su padre hubiera seguido de cerca su carrera. Ni por qué Norma Jeane estaba convencida de que lo había hecho.

Pero pasaron las semanas y los meses de este año de maravillas y el padre de Norma Jeane no le escribió. A pesar de que Marilyn Monroe se había vuelto tan famosa que era imposible no ver sus fotos y su nombre por todas partes. En los periódicos, las columnas de cotilleos, los carteles de películas, las marquesinas de los cines. ¡La publicidad de
Los caballeros las prefieren rubias
! ¡Un cartel gigantesco en Sunset Boulevard! La publicación del desnudo de Miss Sueños Dorados en el primer ejemplar de
Playboy
, en la página central de esta atrevida revista nueva para hombres, desató una avalancha de cartas y despertó un interés aún mayor en la prensa. La Actriz Rubia informó verazmente a los reporteros de que no había dado su autorización para que la foto de Miss Sueños Dorados apareciera en
Playboy
ni en ninguna otra revista, pero ¿qué podía hacer? Los negativos no eran propiedad suya. Había renunciado por escrito a sus derechos. Y todo por cincuenta dólares, en 1949, cuando era desesperadamente pobre. Leviticus, un periodista célebre por su cruel ingenio y sus escandalosas revelaciones en
Hollywood Confidential
, sorprendió a sus lectores dedicando una columna entera a una carta abierta que comenzaba en los términos siguientes:

Querida Miss Sueños Dorados 1949:

Sin duda es usted «la novia del mes». De cualquier mes.

Sin duda es una víctima más de la vil explotación de la inocencia femenina en nuestra sociedad.

Y es usted una de las afortunadas, ya que seguramente continuará triunfando en su carrera cinematográfica. ¡Enhorabuena!

Pero debería saber que es una mujer aún más hermosa y deseable que Marilyn Monroe. ¡Y eso es mucho decir!

Profundamente conmovida por la afectuosa galantería de Leviticus, la Actriz Rubia envió al periodista una copia del polémico desnudo con la inscripción: «Su amiga para siempre, Mona / Marilyn Monroe».

La Productora había mandado hacer copias de la foto precisamente con ese fin.

—¿Por qué no? Al fin y al cabo, la de la fotografía soy yo. Que los propietarios del almanaque nos demanden si quieren.

Un día, una semana antes del estreno de
Los caballeros las prefieren rubias
, una demudada Dee-Dee entregó una carta a la Actriz Rubia.

—¿Señorita Monroe? Creo que se trata de una carta confidencial.

Intuyendo el contenido de la misiva (escrita a máquina), la Actriz Rubia la cogió con nerviosismo y leyó:

Querida Norma Jeane:

Ésta es la carta más difícil que he escrito en mi vida.

En realidad, no sé qué me ha inducido a ponerme en contacto contigo después de tantos años.

No tiene nada que ver con que seas Marilyn Monroe, pues yo tengo mi propia vida, mi profesión (de la que recientemente me he retirado) y mi familia.

Soy tu padre, Norma Jeane.

Tal vez pueda explicarte las circunstancias de mi relación contigo cuando nos veamos personalmente.
Hasta entonces

Mi querida esposa, con quien he compartido muchos años de mi vida, está enferma y no sabe que te escribo. Esta información la alteraría sobremanera.

No he visto, ni probablemente veré, ninguna película de Marilyn Monroe. Debo confesar que no voy al cine. Soy un hombre de radio, y prefiero «usar la imaginación». Mi breve paso por La Productora como aspirante a actor me permitió descubrir la vulgaridad y la estupidez de ese mundo, con el cual ya no he querido tener relación alguna.

Para serte franco, Norma Jeane, no he visto tus películas porque no apruebo la impudicia de los espectáculos de Hollywood. Soy un hombre educado y demócrata. Estoy totalmente de acuerdo con el senador Joe McCarthy y con su cruzada contra el comunismo. Soy un cristiano de pura cepa, igual que mi esposa y las dos ramas de su familia.

Es inadmisible que durante tantos años Hollywood, que como todo el mundo sabe es un nido de judíos, haya servido de refugio a traidores como Charlie Chaplin, aunque admito con vergüenza que en el pasado pagué por ver sus películas.
Y hay

Te preguntarás por qué te escribo, Norma Jeane, después de más de veintisiete años. Te seré franco: recientemente he sufrido un ataque al corazón, he hecho un riguroso balance de mi vida y no me he sentido orgulloso de mi conducta en ciertos casos.
Mi esposa no sabe

Creo que tu cumpleaños es el primero de junio; el mío es el 8, de modo que ambos nacimos bajo el signo de Géminis. Yo soy cristiano y no me tomo muy en serio esos cuentos paganos, pero es posible que las personas como nosotros tengan ciertos rasgos de temperamento en común. No soy un entendido en el tema, ya que no leo las revistas femeninas.

Tengo ante mí una entrevista a Marilyn Monroe en el último número de
Pageant
. Mientras la leía, mis ojos se llenaron de lágrimas. Has dicho al reportero que tu madre está hospitalizada y que aunque no conoces a tu padre, vives «esperando que aparezca». Mi pobre hija, no lo sabía. Te he conocido a distancia. Tu exigente madre nos separó. Con los años, la distancia entre nosotros se hizo insuperable. Yo enviaba a tu madre cheques y dinero para tu manutención. Nunca esperé, ni recibí, ninguna muestra de gratitud por su parte. ¡Desde luego que no!

Sé que tu madre está enferma. Pero antes de enfermar, Norma Jeane, era una mala mujer.

Me excluyó de tu vida. Y su mayor crueldad fue (lo sé con seguridad) hacerte creer que yo la había excluido a ella.

Me he extendido demasiado. Perdona a este viejo. Sin embargo, no estoy enfermo; mi médico dice que me recuperaré por completo. Ha dicho que está sorprendido de mi mejoría,
considerando el alcance de

Espero poder verte en persona pronto, Norma Jeane. Mi querida hija, búscame en alguna ocasión especial de tu vida, cuando padre e hija podamos celebrar el amor del que nos han privado durante tanto tiempo.

Tu afligido padre

La carta no tenía remite, pero el matasellos era de Los Ángeles.

—Es él —murmuró con tono triunfal la Actriz Rubia.

Dejó la carta torpemente escrita a máquina sobre la mesa y comenzó a alisar las arrugas de manera compulsiva. Dee-Dee la observó durante varios minutos tensos, hasta que Norma Jeane releyó la carta y repitió, no para Dee-Dee sino para sí, como si hablara sola:

—Es él. Lo sabía. Nunca lo dudé. Ha estado cerca durante todos estos años. Vigilándome. Yo lo intuía. Lo sabía.

Su bonita cara reflejaba tanta felicidad
—se maravillaría más tarde Dee-Dee—,
que era casi irreconocible
.

6

Después de que Yvet murmurara su secreto al oído de la Actriz Rubia, la velada del estreno transcurrió en medio de una turbulenta nebulosa inducida por la Benzedrina y el alcohol; un deslumbrante paisaje en tecnicolor contemplado, por ejemplo, desde una montaña rusa.
Esta noche debe ir sola a la habitación del hotel. La estará esperando alguien muy especial
. Aunque su padre había escrito que era «un hombre de radio» y despotricaba contra Hollywood, la Actriz Rubia estaba convencida de que asistiría al estreno de
Los caballeros las prefieren rubias
; tenía contactos en La Productora y podía conseguir una entrada.

«Si me hubiera dicho su nombre, lo habría invitado a sentarse a mi lado.» Estaba en algún lugar, entre la multitud de acaudalados asistentes. ¡Sí, estaba segura! Sería un hombre mayor, aunque no demasiado; seguramente rondaría los sesenta. ¡Sesenta años no son muchos para un hombre! No había más que ver al célebre señor Z. Su padre sería un caballero de pelo cano y aspecto digno, que acudiría al estreno solo. Incómodo con el esmoquin, pues le molestaba la ostentación. Sin embargo, acudiría; lo haría por ella. Ésta era, en efecto, una «ocasión especial» en la vida de su hija.

Mientras la observaban desde todos los ángulos, la Actriz Rubia, con el vestido sin tirantes de seda rosa estratégicamente cosido sobre el cuerpo para revelar cada deliciosa curva y cada voluptuosa prominencia de sus estupendas carnes de mamífero, estaba radiante como una bombilla de alto voltaje y escrutaba a la multitud, buscándolo a
él
. Se parecía más a su padre que a su madre. Siempre había sido así. Oh, esperaba que él no se avergonzara de su hija acicalada, pintarrajeada y expuesta como una gran muñeca animada.

«La espectacular sustituta de Betty Grable. Justo a tiempo.»

Esperaba que él no cambiara de idea y se marchara disgustado. ¿No había dicho que no había visto ninguna de sus películas y que probablemente no las vería nunca?

«Desaprobaba la “impudicia”.»

La Actriz Rubia soltó una sonora carcajada mientras tragaba un sorbo de champán, y el burbujeante líquido salió por sus orificios nasales.

—Ojalá Cass estuviera aquí.

Cass era la única persona de Hollywood a quien podía hacer confidencias. Estaba al tanto del «sórdido pasado novelesco» de Norma Jeane, como lo llamaba él. O por lo menos sabía todo lo que ella había querido contarle.

Cuando la Actriz Rubia tomó la decisión de romper con los Dióscuros, de someterse a la operación y de aceptar el papel de Lorelei Lee en
Los caballeros las prefieren rubias
a pesar de la modesta suma que recibiría a cambio (apenas superior a la décima parte de lo que cobraría Jane Russell), su agente le envió una docena de rosas rojas y su enhorabuena:

M
ARILYN
, I
SAAC ESTARÍA MUY ORGULLOSO DE TI
.

Bueno, era verdad. En efecto, todo el mundo estaba orgulloso de ella. Los veteranos de Hollywood, los ejecutivos de los estudios, los productores, los inversores y sus arpías esposas, que por fin sonreían a la Actriz Rubia como si fuera una de ellas.

Durante el estreno de
Los caballeros las prefieren rubias
, que la Actriz Rubia había visto varias veces en su totalidad y que vería de manera menos sistemática muchas veces más (pues también en el papel de «Lorelei Lee» se había comportado como una perfeccionista, exasperando a los demás actores y al director durante el rodaje), la Actriz Rubia no conseguía concentrarse. ¡Ah, el cálido y burbujeante flujo de su sangre! ¡La felicidad palpitando en su pecho!
La estará esperando alguien muy especial
. Se alegraba de que el Ex Deportista no estuviera a su lado, ni V (que había acudido con su nueva acompañante femenina, Arlene Dahl), ni el señor Shinn. Se alegraba de estar sola ahora y muy probablemente durante el resto de la noche.
La estará esperando alguien muy especial
. Sin duda lo había arreglado todo La Productora, que pagaba la suite, a través del señor Z o de algún empleado de su oficina, alguien con suficiente autoridad para ordenar a la administración del Beverly Wilshire que condujera a un visitante a la suite de Marilyn Monroe. Le emocionaba la idea de que el señor Z, que había sido su enemigo hasta hacía poco tiempo y la había tratado con crueldad, como si fuese una cualquiera, conociera a su padre, estuviera al tanto de la inminente reunión y les deseara lo mejor a los dos. «Es como el final feliz de una película larga y complicada.» Antes de que las luces de la platea se apagaran y se oyeran los primeros acordes de la banda sonora, la Actriz Rubia dijo al señor Z, que estaba sentado a su lado:

—Tengo entendido que me han concertado una cita especial para esta noche, en la suite del hotel.

El ladino señor Z, con su cara de murciélago, esbozó una sonrisa cómplice y se llevó un dedo a los labios, igual que había hecho antes Yvet. ¿Era posible que lo supieran todos los miembros de La Productora? ¿Que lo supiera todo Hollywood?

Me desean lo mejor. Desean lo mejor para su Marilyn. ¡Los quiero!

Era extraño encontrarse otra vez en el Teatro Egipcio de Grauman. Ese simple hecho era como una escena de película:
La Actriz Rubia regresa al mismo cine en el cual, siendo una niña solitaria, había empezado a reverenciar a otras actrices rubias como ella
. Después de la Depresión, habían invertido mucho dinero en reformar esa sala. Porque estaban en otra era, la de la próspera posguerra. De los escombros de Europa y las demolidas ciudades de Hiroshima y Nagasaki había brotado un palpitante mundo nuevo.

La Actriz Rubia, conocida como Marilyn Monroe, habitaba este nuevo mundo. La Actriz Rubia sonreía constantemente, aunque sin la calidez, el sentimiento o la complejidad espiritual que denominaban «profundidad».

El ambiente en el Teatro Egipcio era festivo. Todos intuían que
Los caballeros las prefieren rubias
sería un bombazo. Éste no era un estreno como el de
La jungla de asfalto, Niebla en el alma
o
Niágara
, películas que podían ofender a algunos espectadores y, en efecto, lo habían hecho.
Los caballeros las prefieren rubias
era una obra artificiosa, chabacana y excesivamente cara, una victoria de la deslumbrante vulgaridad, un dibujo animado en tecnicolor sobre cómo triunfar a la manera estadounidense, y, en consecuencia,
era
una triunfadora segura, contratada ya por miles de cines en Estados Unidos y destinada a producir beneficios millonarios tanto dentro como fuera del país.

—¡Señor! ¿Ésa soy yo? —chilló la Actriz Rubia contemplando a la gigantesca y preciosa mujer-muñeca que se alzaba sobre el público, cogiendo con entusiasmo infantil las manos del señor Z y el señor D.

¡Ah, la poción mágica bullía en su sangre! De hecho, no tenía ni idea de lo que sentía, si es que sentía algo.

En Broadway,
Los caballeros las prefieren rubias
había sido una revista con números musicales y no una comedia musical. No había «argumento» ni «personajes». La película era apenas un poco más coherente, pero la coherencia no era su objetivo principal. Cuando Norma Jeane recibió el guión, se había quedado estupefacta ante la falta de elaboración y la banalidad de su personaje; había pedido más diálogo para Lorelei Lee, un ligero cambio en el personaje, antecedentes, profundidad, pero, naturalmente, le habían negado todas esas cosas. Envidiaba el papel de Dorothy, que era más adulta e inteligente, pero le habían dicho:

—Mira, tú eres la rubia, Marilyn. Tú eres Lorelei.

La cara de la Actriz Rubia palideció mientras veía la película, a medida que la euforia se iba desvaneciendo. No quería ni imaginar lo que estaría pensando su padre si se encontraba entre el público. Esa Lorelei Lee de gomaespuma y su mamífero congénere y amiga Dorothy, ambas soltando sus estúpidas frases, pretendidamente ingeniosas, y moviéndose con aire provocativo.
A Little Girl from Little Rock
. Ay, ¿y si papá se marchaba del cine sin dirigirle la palabra? ¿Si se enfadaba (por razones obvias) y decidía que, al fin y al cabo, no quería conocer a su hija?

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