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Authors: Joyce Carol Oates

Tags: #Biografía, Drama

Blonde (97 page)

BOOK: Blonde
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Ni siquiera la nominaron para los Oscar de aquel año. Todo el mundo sabía que lo merecía por
Bus Stop.
¡Cretinos!

Pasaba algo, le había dicho a su amante, pero no se había atrevido a contarle que cada mañana tenía que pasar más tiempo evocando a su Amiga Mágica delante del espejo.

Mientras que antaño, de niña, le había bastado con mirar en las vítreas profundidades para que llegase su guapa y sonriente Amiga del Espejo, deseosa de intercambiar besos y abrazos.

Mientras que antaño, siendo modelo fotográfica, le había bastado con posar como le indicaban. En las posturas que le sugerían. Cayendo en trance conforme aparecía su Amiga Mágica.

Mientras que antaño, trabajando de actriz de cine, le había bastado con presentarse en el plató, con ir al camerino y prepararse, y al ponerse ante las cámaras se producía una magia inexplicable, una fuerza sanguínea más poderosa que el sexo. Al recitar sus frases, que había memorizado sin esfuerzo, a menudo sin saber que se las sabía de memoria, nerviosa, asustada, revivía en aquel cuerpo prestado y era Angela, era Nell, era Rose, era Lorelei Lee, era la Vecina de Arriba. Incluso en la reja del metro, con el Ex Deportista como testigo de su degradación, había sido plenamente la Vecina de Arriba complaciéndose en su propio ser.
¡Miradme! Soy quien soy
.

Sin embargo, por extraño que pareciera, en el papel que ella creía que iba a ser el de su vida, el comienzo de su nueva vida como actriz cinematográfica seria, estaba llena de dudas. Estaba angustiada, muerta de miedo. Sólo salía de la cama cuando llamaban a la puerta con insistencia, sólo cuando ya llegaba tarde a la sesión de rodaje de la mañana. Y se miraba en los espejos: Norma Jeane y no Marilyn. Piel cetrina, ojos enrojecidos y el comienzo de algo fatalmente hinchado alrededor de la boca. «¿Por qué estás aquí? ¿Quién eres tú?» Oía una risa ahogada. Una burlona risa de hombre.
Zorra enferma, patética
.

Cada vez pasaba más tiempo invocando a Marilyn ante el espejo.

A Whitey, su maquillador, que la conocía más íntimamente que ningún amante o marido, le confesó:

—He perdido el valor. El valor de ser joven.

La respuesta de Whitey era invariablemente de reproche:

—¡Señorita Monroe! Usted es jovencísima.

—¿Y estos ojos? No, no lo soy.

Whitey le miraba los ojos en el espejo con un ligero encogimiento de hombros.

—Cuando haya terminado, señorita Monroe, veremos.

Whitey obraba su magia unas veces, y la cosa funcionaba. Otras veces no.

Al principio, en el plató de
Bus Stop
, la Actriz Rubia tardaba un poco más de lo habitual en estar lista para las cámaras. Aquella joven era tan naturalmente hermosa, tenía una piel tan luminosa y suave, y unos ojos tan vivos, que casi podía ponerse ante las cámaras con una ligera aplicación de polvos, lápiz de labios y colorete. Luego, en rápidas etapas, comenzó a tardar más tiempo. ¿Estaba Whitey perdiendo su arte? La piel de la actriz no quedaba bien, habría que limpiársela con loción y volver a maquillarla. A veces era el pelo lo que no quedaba bien. (Pero ¿qué defecto podía tener aquel pelo?) Mojado, arreglado y secado otra vez con un secador de mano. Mientras, Norma Jeane permanecía inmóvil ante el espejo, los ojos gachos como en una oración.

Ven, por favor. ¡Por favor!

No me abandones. ¡Por favor!

La misma a la que había desdeñado. Aquella Marilyn a la que despreciaba.

El Dramaturgo voló a Arizona para estar con ella. Aunque su vida estaba deshecha. Aunque (tenía miedo de decírselo a ella) había recibido una citación para comparecer otra vez en Washington, en el Salón de Convenciones de la antigua sede de la administración parlamentaria, para dar cuenta de su participación en posibles actividades políticas «subversivas» y «clandestinas» durante su juventud.

Se quedó atónito al ver a la Actriz Rubia tan destrozada y tan… distinta. En ella ya no quedaba nada de la muchacha del pelo de oro y de la risa dorada.

Ayúdame. ¿Puedes ayudarme?

¿Qué es, cariño? Te quiero
.

No lo sé. Quiero con desesperación que Cherie viva. No quiero que muera
.

Le dolía la sangre de lo mucho que la quería. ¡Si era sólo una niña! Dependía tanto de él como, años antes, cualquiera de sus hijos. Más aún, porque sus hijos habían tenido a Esther y Esther siempre había estado cerca de ellos.

En la cama del motel, las persianas echadas para protegerse del resplandor del desierto, yacían acostados durante horas. Susurrándose, besándose, amándose, consolándose el uno al otro, porque el alma del Dramaturgo se deshacía cuando no estaba con ella y también él tenía miedo del mundo. Permanecían durante horas sumergidos en un sueño fantástico y crepuscular. Imaginaban (aunque quizá no fuera imaginación) que entraban en los sueños del otro, como si entrasen en el alma del otro. «Abrázame. Ámame. No me sueltes.» El paisaje irreal del desierto, montañas de roca roja y cumbres como cráteres lunares. El cielo nocturno, vasto, intimidatorio y sin embargo estimulante, tal como la Actriz Rubia había dicho.

Contigo me siento como si pudiera curarme. Contigo aquí. Si estuviéramos casados. Oh, cuándo nos casaremos. Tengo miedo de que ocurra algo que nos lo impida
.

Con el brazo alrededor de la cintura de ella, él le hablaba del cielo nocturno. Decía lo que se le ocurría. Hablaba de un universo paralelo donde ya estaban casados y tenían doce hijos. Ella se echaba a reír. Él la besaba en los párpados. Le besaba los pechos. Le cogía la mano, se la llevaba a la boca y le besaba los dedos. Le dijo lo que sabía de la constelación de Géminis, pues ella le había dicho que era géminis: los Gemelos, los Dióscuros, pero no gemelos belicosos, sino amantes, leales y entregados el uno al otro. Incluso después de la muerte.

Pudo verse que, un día después de la llegada del Dramaturgo, la Actriz Rubia comenzaba a revivir. El Dramaturgo, ya un héroe para algunos, fue más héroe todavía. Como si a la Actriz Rubia le hubieran hecho una transfusión de sangre. Sin embargo, el Dramaturgo no estaba exangüe y mustio, sino que también parecía fortalecido y rejuvenecido. ¡Un milagro!

Estaban muy enamorados. Bastaba con verlos juntos…, cómo se cogía ella de su brazo, cómo lo miraba. Y cómo la miraba él
.

¿Cuál era el secreto del Dramaturgo? Dialogaba con la Actriz Rubia como ningún otro hombre lo había hecho. Sí, la abrazaba y la consolaba; sí, la mimaba como ningún otro hombre la había mimado; pero también le hablaba con franqueza. ¡Aquello le gustaba a ella! Que le dijeran sin rodeos que tenía que ser realista. Que tenía que ser profesional. Era una de las intérpretes mejor pagadas del mundo y tenía un trabajo que hacer. ¿Qué tenían que ver las emociones con aquello? ¿Qué tenían que ver las dudas sobre uno mismo?

—Eres una adulta responsable, Norma, y debes comportarte con sentido de la responsabilidad.

Ella, sin decir nada, lo besaba en los labios.

Sí. Tenía razón.

Casi deseaba que la cogiera por los brazos y la zarandease, con fuerza. Como había hecho el Ex Deportista, para despertarla.

El Dramaturgo seguía con su tema. Él había empezado escribiendo monólogos y el monólogo era para él una forma de hablar de lo más natural. ¿No la había alertado contra el exceso de teoría?

—Siempre he creído que eras una actriz natural. La intelectualización no hará más que mutilarte. En Nueva York te preparabas obsesivamente para las clases de interpretación, te agotabas al cabo de unas semanas. Es el distintivo de los aficionados. De los fanáticos. Puede que sea indicio de talento, pero no lo creo. En mi opinión, es preferible que un actor toque algo en bruto y sin explorar en un personaje. Era el secreto de John Barrymore. ¿Eres amiga de Brando? Es también una de las técnicas de Brando. Aunque no te sepas de memoria el papel, aunque tengas que improvisar, en el idioma del personaje. Un buen actor de teatro nunca actúa dos veces del mismo modo. No repite frases, las dice como si no las hubiera oído antes. Es un consejo que Pearlman debería haberte dado, pero ya conoces a Max, con su pretencioso «método» de Stanislavski. Para mí, raya en la idiotez. ¿Crees que un pájaro podría volar si tomara conciencia del batir de sus alas y de sus pautas de vuelo? ¿Que podríamos hablar si fuéramos conscientes de cada palabra que pronunciamos? Olvídate de Pearlman. Olvídate de Stanislavski. Olvídate de las bobadas teóricas. El peligro del actor es ensayar demasiado. He visto montajes de obras mías en las que el director apretaba demasiado a los actores; daban lo mejor de sí antes del estreno, perdían ímpetu y se apagaban. Con Pearlman ha pasado ya. La gente dice que en los lugares donde ensaya quedan charcos de sangre; más bobadas. ¿Dices que conocías a Cherie por dentro? ¿Como a una hermana? Puede que no fuera conveniente. Puede que ni siquiera fuese verdad. Deberías haber admitido que Cherie es un misterio para ti. ¿No me dijiste que Magda era mucho más de lo que yo sabía? ¿Por qué no dejas que Cherie respire un poco? Confía en que Cherie te sorprenda mañana en el plató.

Otra vez, en silencio, temblando de gratitud, la Actriz Rubia se puso de puntillas para besar al Dramaturgo en los labios.

Sí, sí. Gracias a Dios. Él tenía razón.

Y al día siguiente por la mañana apareció en el plató la Cherie rubia platino y con palidez de pelagra, con su hortera blusa de encajes, la estrecha falda de raso negro, sujeta por un cinturón negro y ancho, las medias de malla negras y los zapatos negros de tacón alto. Ojos ennegrecidos, boca infantil roja y seductora, temblorosa y arrepentida. ¡Marilyn llegaba a su hora! No, era Cherie. Nos quedamos mirando a aquella mujer despampanante que se mordía las uñas como una muchacha en una clase de interpretación, o como una muchacha de carne y hueso, de corazón sencillo, que sabía muy bien que había sido mala y esperaba la regañina.

Arrastraba el sucio boa de plumas por el suelo, igual que Cherie. Habló con el dejo serio y arrastrado de Ozark, con una voz tan suave que casi no la oíamos.

—Bueno, caramba. Lo siento. Os pido perdón. Hice lo que no habría hecho Cherie, caer en la desesperación. No me comporté como un miembro responsable de esta producción. Estoy muy avergonzada.

Qué cojones. Nos olvidamos al instante de la ofensa, de la cólera, de la contrariedad que sentíamos. Rompimos a aplaudir espontáneamente. Adorábamos a nuestra Marilyn.

Después de un comienzo flojo, las cosas me van muy bien con esta nueva película. Se titula
Bus Stop
. ¡Espero que te guste!

Tenía la costumbre filial de enviar postales a Gladys, al hospital de Lakewood. Se las había mandado desde Nueva York.

Me gusta esta ciudad. Es una ciudad de verdad, no como la Ciudad de Arena. Si alguna vez quieres venir a verme, puedo arreglar el viaje. Los aviones van y vienen sin parar.

La ponía nerviosa llamarla por teléfono, desde que había salido de Los Ángeles. Creía que Gladys le echaría en cara que la hubiese abandonado. Pero no le reprochó nada por teléfono. Norma Jeane la había llamado desde Nueva York, al comienzo de su amor por el Dramaturgo, cuando ya sabía que se casaría con él y que sería el padre de sus hijos.

He hecho aquí amistades maravillosas, una es un profesor de interpretación de fama mundial y otra, un distinguido autor de teatro que ha ganado el premio Pulitzer. También he visto a mi amigo de Hollywood Marlon Brando.

Le había contado a Gladys lo de ir a comprar libros a la librería Strand. Era una librería de ocasión y había buscado en ella libros que hubiera tenido Gladys, pero no había encontrado ninguno.
Pequeña antología de la poesía estadounidense
. ¿Se titulaba así? ¡Cuánto le gustaba aquel libro! Le gustaba que Gladys le leyera poesías. Ahora leía poesías sola, pero con la voz de Gladys. A estos detalles, Gladys respondía, con voz casi inaudible: «Eso está bien, querida».

De modo que dejó de llamar a Gladys y se limitó a mandarle postales con paisajes del suroeste.

Algún día vendremos aquí, cuando sea rica. Es «el fin del mundo», no hay duda.

Norma Jeane tenía tanto miedo de ver el metraje filmado durante la jornada, tanto horror a descubrir que Marilyn le había fallado, que, al margen de sus escenas, no sabía lo que sucedía en
Bus Stop
. Y sus escenas se filmaban y refilmaban tantas veces, estaban tan impregnadas de la fuerza de su interpretación, y el corazón le golpeaba tanto en las costillas que no sabía qué opinaría al verlas un espectador neutral. Como Cherie, se lanzaba de cabeza, sin pensar y con optimismo. Confiaba, como le había aconsejado su amante, en el instinto.

Por lo tanto, Norma Jeane no vio
Bus Stop
entera, desde el ruidoso y cómico comienzo hasta el final romántico-sentimental, hasta un preestreno que se celebró en los estudios de La Productora a principios de septiembre. No vería lo bien que había encarnado a Cherie hasta entonces, meses después. Cuando ya era una mujer casada. Sentada, con la mano de su marido entre las suyas, en la primera fila de butacas de la oscura sala de proyección. Entre una niebla de Miltown y Dom Pérignon. Norma Jeane era Marilyn, aunque tranquila y sedada. Las crisis primaverales de Arizona estaban tan lejos como las crisis de una desconocida. Fue una sorpresa para ella que
Bus Stop
hubiera quedado tan bien. En el papel de Cherie había hecho la interpretación más inspirada de su trayectoria profesional. Sin embargo, se le antojaba una amarga victoria, como la de una nadadora que consigue a duras penas cruzar las aguas turbulentas que han estado a punto de ahogarla. La nadadora sale dando traspiés por la orilla; el público, que no ha arriesgado nada, estalla en aplausos.

Y el público que llenaba la sala estalló en aplausos.

El Dramaturgo la protegía rodeando con el brazo sus trémulos hombros.

—Cariño, ¿por qué lloras? —le murmuró—. Has estado maravillosa. Eres maravillosa. Escucha esta reacción.
Hollywood te adora
.

¿Por qué lloraba? Quizá porque en la vida real, Cherie bebería como una esponja. Y le faltaría media dentadura. Y tendría que acostarse con los cabrones. Querer evitarlos habría sido absurdo por su parte, pero el guión era sentimental y cursi, y en 1956 no se podía correr el riesgo de que la Legión Católica de la Decencia la calificara de «autorizada para mayores con reparos». En la vida real, a Cherie la habrían apaleado y seguramente violado. Los hombres la habrían compartido. Que nadie me diga que el Salvaje Oeste no era así, conozco a los hombres. La habrían utilizado hasta dejarla embarazada o hasta que perdiera el atractivo físico, o las dos cosas. No habría habido ningún Bo, ningún vaquero guapo y cerril que se la echara sobre el hombro y se la llevase a su rancho de cinco mil hectáreas. Habría bebido y tomado drogas para seguir tirando hasta el día en que ya no pudiera levantarse de la cama, hasta que ya no pudiera ni abrir los ojos, y luego habría muerto.

BOOK: Blonde
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