Breve Historia De La Incompetencia Militar (26 page)

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Authors: Edward Strosser & Michael Prince

BOOK: Breve Historia De La Incompetencia Militar
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El 8 de marzo, los finlandeses se reunieron con los soviéticos en Moscú, dispuestos a firmar la renuncia de sus victorias en el campo de batalla. Fue una negociación brutal típicamente soviética: firma o sigue luchando. Los finlandeses insistieron en sus posturas. Pero los soviéticos mantuvieron un silencio sepulcral: firma o sigue luchando. Los finlandeses fueron stalinados.

El ministro de Asuntos Exteriores soviético, Molotov, se presentó ante los finlandeses con un acuerdo cuyas condiciones eran más duras que las que habían discutido previamente. Stalinados de nuevo. Enfrentados a una total derrota de su ejército, los finlandeses no tenían otra elección que firmar el acuerdo y entregar a Stalin su territorio. Justo antes de que los finlandeses firmasen la rendición, los franceses y los británicos anunciaron que ayudarían a Finlandia si seguían luchando. Los finlandeses sólo podían negar con la cabeza ante la propuesta de los patéticos hombrecillos de Londres y París.

En un acto de venganza, quince minutos antes del alto el fuego que iba a iniciarse el 13 de marzo, los soviéticos abrieron fuego con un intenso bombardeo de artillería. Stalinados por tercera vez.

Los soviéticos consiguieron su tierra, de modo que en un sentido limitado ganaron la guerra. Pero victorias como ésta podrían destruir un país. Los soviéticos sufrieron unas 250.000 bajas y un número similar de heridos. Los finlandeses perdieron a unos 25.000 hombres, una proporción de diez soviéticos por finlandés, y tuvieron unos 43.000 heridos. En una guerra de cien días, esto fue únicamente algo secundario comparado con los 2.500 soviéticos que murieron cada día. Sufrieron tantas bajas que, terminada la guerra, un general ruso bromeó tristemente que ellos habían ganado «sólo el terreno suficiente para enterrar a nuestros muertos».

El biatlón fue deporte olímpico en 1960. Un finlandés consiguió la medalla de plata al vencer a un contrincante, adivinen de dónde: de la Unión Soviética. Y ni siquiera tuvo que dispararle.

Cóctel Molotov

El cóctel Molotov ha sido el arma elegida por los revolucionarios y las juventudes furiosas en todo el mundo.

Aunque las botellas llenas de gasolina con el trapo en llamas han ocupado un lugar clave en el arsenal de muchos ejércitos, pocos le han encontrado mejor uso que el que le dieron los finlandeses al enfrentarse contra los soviéticos.

Aunque esa arma la inventaron las tropas del dictador Francisco Franco durante la guerra civil española, en la década de 1930, los finlandeses la perfeccionaron y honraron con el nombre del ministro de Asuntos Exteriores soviético Vyacheslav Molotov. Durante la guerra de invierno, los finlandeses descubrieron que estas armas caseras eran muy efectivas y crearon una fábrica para producirlas en masa. Se fabricaron más de medio millón, con un diseño mejorado que ya no requería un trapo encendido. En su lugar, una cápsula de ácido sulfúrico encendía el líquido inflamable cuando la botella se hacía pedazos contra los blindados soviéticos.

¿Qué sucedió después?

El espectáculo de los pequeños finlandeses luchando valientemente contra el oso ruso fascinó al mundo entero. Los líderes mundiales les echaron la bronca a los malvados soviéticos, mostrando un nivel de indignación directamente proporcional a la distancia a la que se encontraban de los hechos.

En un extraño giro de la historia, los delirios paranoides de Stalin acerca de la agresión finlandesa resultaron ser ciertos cuando, en 1941, los finlandeses se unieron a los nazis e invadieron la Unión Soviética de nuevo bajo el mando de Mannerheim. Mannerheim no quiso avanzar más allá de la frontera que habían perdido en 1939, y la lucha pronto se estancó. El hecho de aliarse a los nazis destruyó la buena relación que Finlandia había construido con Occidente y desde entonces los finlandeses fueron tratados como amigos de Hitler. En 1944, las tropas de Stalin obligaron a retroceder a los finlandeses de nuevo y Mannerheim se convirtió en presidente de Finlandia. Negoció la paz con la Unión Soviética y luchó para librar al país de los alemanes. Sus problemas de salud lo obligaron a dimitir en 1946 y se retiró a escribir sus memorias en Suiza. A partir de entonces, durante décadas, Finlandia vivió bajo la mano dura de los soviéticos, que mantuvieron la vista puesta en su vecino.

A pesar de que las masivas bajas sufridas en la guerra impresionaron a Stalin lo suficiente para hacerle caer en la cuenta de que era necesario reformar su ejército, el mayor impacto de la guerra fue que, a partir de entonces, Hitler tuvo claro que el una vez temido Ejército Rojo era vencible. Hitler se mofó de Stalin ofreciéndole en privado someter a los finlandeses. Hitler ya no volvió a temer a los soviéticos.

Stalin condujo a su pueblo a una guerra que acabó con unos 20 millones de ciudadanos soviéticos y, para alivio de todo el mundo, murió en 1953.

Rumania lucha en ambos bandos durante la Segunda Guerra Mundial
Año 1941

Elegir amigos equivocados puede acarrear préstamos sin pagar, cenas desagradables y, posiblemente, una temporada en la cárcel. En una guerra, elegir amigos equivocados puede llegar a ser peor, mucho peor.

En vísperas de la Segunda Guerra Mundial, Rumania se enfrentó a la decisión de elegir de quien era amigo. En un espasmo de imbecilidad nacionalista, Rumania estrechó lazos con los nazis con la esperanza de que Hitler les entregara el regalo de Transilvania, su patria ancestral.

Para conseguir este objetivo y hacer feliz a Adolf, el aspirante a dictador como Hitler, pero de Rumania, Ion Antonescu, decidió atacar a la Unión Soviética, el mayor país de la Tierra y el único imbatido. Tal como Ion aprendería dolorosamente, cualquier plan basado en la idea de hacer que Hitler fuese un manojo de sonrisas y un cachorrillo encantador necesitaba importantes modificaciones.

Pero al hombre fuerte de Rumania, aparentemente, jamás se le ocurrió tomarse un momento para reflexionar acerca de su decisión. Una decisión que llevó a la pequeña Rumania finalmente a luchar con Estados Unidos, Gran Bretaña, la Unión Soviética y Alemania, todo en la misma guerra. Rumania luchó tan duramente e infligió tanto daño a sus aliados i/o enemigos que cuando la guerra terminó nadie sabía cómo debían tratarle. Occidente abandonó Rumania y dejó que se pudriese bajo el control soviético durante décadas.

El papel de Rumania en la guerra fue tan caprichoso y tan extraño que durante la Segunda Guerra Mundial ostentó la dudosa distinción de ser el tercer país del Eje más poderoso y el cuarto ejército aliado más poderoso. Rumania se alió con todo el mundo que participaba en la contienda pero, aun así, se fue a casa sin amigos.

Los actores

Ion Antonescu:
Este brutal dictador de Rumania, conocido como el «Conducator», arrastró a Rumania a atacar a la Unión Soviética para reconquistar Transilvania, que había sido robada el año anterior por los arteros húngaros.

La verdad desnuda: Su eslogan personal era «la muerte antes que el deshonor». Y se las arregló para conseguir ambas cosas.

Méritos: Le gustaba a Hitler. Tenía las ideas claras sobre quién realmente debía controlar el mundo: los alemanes y los rumanos.

A favor: Tenía los ojos azules, por lo que Hitler supuso que provenía de un buen linaje de raza aria.

En contra: Participó activamente en el Holocausto.

Teniente General Cari A. «Tooey» Spaatz:
Fue uno de los comandantes de las fuerzas aéreas más condecorados de la historia estadounidense. Ostentó el título de Comandante de las Fuerzas Aéreas Estratégicas de Estados Unidos en Europa y fue el arquitecto de los bombardeos estratégicos en los países del Eje.

La verdad desnuda: Preparó a Europa para su recuperación de posguerra bombardeando las ciudades y dejándolas completamente arrasadas.

Méritos: Estuvo presente en la rendición de los tres poderes del Eje.

A favor: Nunca prometió bombardear a un enemigo hasta hacerle regresar a la Edad de Piedra, a pesar de dirigir el lanzamiento de dos bombas atómicas sobre Japón.

En contra: Después de la guerra se hizo escritor.

Rey Miguel I de Rumania:
Se convirtió en rey de Rumania a los diecinueve años en 1940, cuando Ion echó del país a su padre, el antialemán rey Carlos.

La verdad desnuda: Como rey no hizo nada en cuatro años mientras su país combatía en una devastadora guerra.

Méritos: Último jefe de Estado superviviente de la Segunda Guerra Mundial. Tataranieto de la reina Victoria de Inglaterra.

A favor: Antes de que su país fuese aplastado por los rusos, él se les rindió.

En contra: Supuso que los soviéticos perdonarían a Rumania por haberles invadido, saqueado, robado y matado. ¡Error! También supuso que los americanos y los británicos le reconocerían haberse enfrentado a los alemanes al final de la guerra. ¡Error! ¡Error!

La situación general

En 1939 no era fácil ser Rumania. Por un lado estaba la amenaza alemana, intentando pisotear agresivamente a cualquiera que se movía. Por otra parte, estaba el oso gruñón de la Unión Soviética. Con este duro vecindario era importante tener los amigos adecuados.

Rumania en su primer intento de hacer amigos e influenciar a la gente había esperado astutamente hasta que la Primera Guerra Mundial ya tenía tres años antes de unirse a los aliados, con la esperanza de recoger las migajas de los botines de la victoria. Los enormemente más poderosos alemanes y austríacos aplastaron a los rumanos, pero Rumania no se rindió. Por el contrarío, el minúsculo país se enfrentó a ellos y perdió más territorio frente a los alemanes antes de poderse librar de ellos finalmente a principios de 1918. Cuando Alemania se vino abajo aquel año, Rumania recuperó su entusiasmo luchador y de nuevo se unió a la lucha, con la esperanza de que fuese más fácil derrotar a un enemigo ya conquistado. Esta breve segunda aventura impresionó tanto a los apurados aliados, que Rumania se ganó un lugar en las conversaciones de paz de París, donde el botín se estaba repartiendo, y se fue con una enorme parte del botín local. En aquel caso, el minúsculo país consiguió territorio suficiente, incluida Transilvania, para crear una Gran Rumania. Todo iba bien. Rumania había elegido bien.

Durante la década de 1930, mientras el poder alemán crecía y los vecinos soberanos desaparecían con poca resistencia, el líder de Rumania, el rey Carlos II, un explayboy; se puso cada vez más nervioso. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial en Polonia en 1939, los rumanos temieron que su pequeño rincón de Europa fuese el próximo plato de Hitler. La única salvaguarda de Rumania era aliarse con los británicos y con esos franceses siempre dispuestos a establecer acuerdos que nunca pueden cumplir. Pero en 1940, cuando Alemania derrotó a Francia y echó a los británicos del continente, Rumania quedó sola. Entonces Rumania se enfrentó a su volátil mezcla política. El rey Carlos había gobernado el país desde 1930 con mano dura. Pero, en realidad, la fuerza que conducía el destino de la política del país era la Guardia de Hierro: fanáticos religiosos, chiflados de derechas y violentos antisemitas. Como era de esperar, eran muy queridos por Heinrich Himmler, de las SS alemanas, siempre a la búsqueda de matones a los que les gustara matar a indefensos. La Guardia de Hierro era como una especie de banda de matones de las SS con la Biblia en la mano. No estaban contentos con Carlos y tampoco hubiesen estado contentos con Hitler, probablemente.

Temiendo un golpe de Estado por parte de la Guardia de Hierro y sin el estorbo de nociones tales como juego limpio, el rey Carlos de pronto mostró unas impresionantes tendencias fascistas al orquestar en 1938 el asesinato del líder de la Guardia de Hierro, Cornelius Codreanu, e ilegalizar el grupo. Carlos también excluyó de su gobierno al general Ion Antonescu, el jefe del ejército y exministro de Defensa. En mayo de 1940, con Polonia conquistada por Hitler y el inminente colapso de Occidente, el rey Carlos concluyó un tratado con Alemania en el que daba a la máquina de guerra nazi acceso al abundante petróleo de Rumania. El rey, creyendo que su duro trabajo ya estaba hecho, ya podía relajarse y volver a sus intereses reales, viviendo la gran vida entre las crecientes tormentas de la guerra total.

Al asociarse con los nazis, consiguió enfurecer a los soviéticos, de modo que en junio de 1940 los rojos se apoderaron de las provincias del norte de Rumania, Besarabia y Bucovina del Norte, principalmente porque los rusos todavía no las controlaban. Hungría, con el visto bueno de Hitler, entonces se lanzó al asalto y se apoderó de la mayor parte de Transilvania en agosto. Y en septiembre, Bulgaria asestó un golpe bajo a su vecino del norte y reclamó el área de Dobrogea. En total, Rumania perdió casi un tercio de su territorio y población. El país entonces se convirtió en la Pequeña Rumania.

Ion acusó al rey de la humillante pérdida de territorio y prestigio, de modo que Carlos le destituyó del ejército y le encarceló. Pero aquella acción no pudo evitar que la población se diese cuenta de que su país estaba menguando y que el juerguista rey Carlos empezase a cargar con la culpa. Como demostración de que incluso los reyes de dudosa reputación leen las encuestas, sacó desesperadamente a Antonescu de la prisión para nombrarle primer ministro en septiembre de 1940.

Como muestra de gratitud, Antonescu obligó a Carlos a abdicar y huir del país. Según se dice, Carlos cargó un tren con el botín real y se largó a Portugal. Con el respaldo del Ejército, Ion se hizo con un poder dictatorial y nombró como su segundo al jefe de la Guardia de Hierro. ¡Venga! El círculo de lunáticos estaba completo de nuevo, por el momento.

Con los instintos de un verdadero dictador, Ion ardía en deseos de ver el día en que pudiese extender su gobierno irracional sobre la antigua patria de los rumanos, Transilvania, así como sobre los demás territorios robados. Sin embargo, el problema consistía en que las tierras perdidas estaban en manos de dos bandos opuestos en la guerra. Pero Ion, que empezaba a animarse con su trabajo de dictador, se ejercitó con algunos cambios y escapadas a lo Houdini. Pronto apareció con un plan para solucionar los problemas territoriales de Rumania uniéndose a Hitler.

En noviembre de 1940, Ion se reunió con Adolf en Alemania. En sus conversaciones de dictador a dictador, Antonescu despotricó sobre los judíos, eslavos y húngaros. Los dos se llevaron fantásticamente bien. Hitler descubrió que el Conducator era un entusiasta aliado, le conectó con los generales alemanes y éstos, a su vez, tuvieron pocas dificultades en reconocer la rampante codicia de un verdadero imbécil. Ion aceptó con regocijo una invitación para unirse al Eje.

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