Breve Historia De La Incompetencia Militar (30 page)

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Authors: Edward Strosser & Michael Prince

BOOK: Breve Historia De La Incompetencia Militar
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Hacia las 19.00 horas de aquella misma tarde, las tropas al mando de Remer marchaban de regreso al Bendlerblock y rodeaban a los conspiradores. Dentro del edificio, ajenos aún a lo que sucedía, todavía estaban emitiendo órdenes para su ejército revolucionario fantasma. Aunque parezca increíble, nunca se dieron cuenta de que nadie contestaba. Si se hubiesen molestado en investigar, habrían descubierto que hacía una hora que les habían cortado las comunicaciones y estaban aislados.

Pero no estaban solos. Fieles a su estilo, los conspiradores no habían vaciado el Bendlerblock de soldados pro Hitler y muchos aún rondaban por los pasillos. Más tarde, aquella misma noche, algunos de aquellos oficiales irrumpieron en los despachos de los conspiradores y abrieron fuego. Fue una lucha del todo desigual, puesto que los conspiradores continuaban desarmados. Fueron dominados rápidamente y Fromm, ya liberado de su encierro, se enfrentó a ellos. Las tropas de Remer tomaron el edificio.

Seguidamente, Fromm se encontró en una difícil tesitura ya que, en cierto modo, formaba parte de todo aquel asunto. Si Hitler hubiese volado por los aires, Fromm habría desempeñado un papel clave. Pero el destino le había vuelto contra sus exaliados. Se dio cuenta de que tenía la oportunidad de salvarse y promulgó una inmediata sentencia de muerte contra los cuatro conspiradores: Beck, Olbricht, Stauffenberg y otro aliado, el coronel del Estado Mayor Mertz von Quirnheim. Se llevaron a todos menos a Beck.

Fromm le dio a Beck la oportunidad de acabar de forma honorable suicidándose con una pistola. Beck disparó un tiro que apenas le rozó la cabeza por encima. Un furioso Fromm le quitó la pistola, pero Beck pidió otra oportunidad de quitarse la vida. Fromm devolvió la pistola al general canceroso. De nuevo, el viejo soldado, que había pasado toda su vida adulta en el ejército, no supo acertar un tiro desde unos pocos centímetros. Asqueado, Fromm ordenó brutalmente a un soldado que acabase con su viejo exjefe.

Después, Fromm se dirigió a sus antiguos compañeros golpistas y ordenó que les fusilasen en el patio del Bendlerblock. Y allí, en la oscuridad de la noche, iluminados por los faros de un camión, un pelotón de soldados alemanes terminó con el último suspiro de la resistencia alemana contra Hitler. Habían sido educados en las tradiciones ancestrales de los cuerpos de oficiales prusianos, habían conquistado la mayor parte de Europa y ahora se mantenían firmes contra enemigos de tamaño y fuerza muy superiores. Sin embargo, no fueron capaces de conquistar unos pocos kilómetros cuadrados de su propia ciudad cuando el enemigo ni siquiera sabía que se había iniciado una lucha.

Fuera de Berlín, el golpe avanzaba ciegamente sin saber que sus jefes habían caído. Después de que le comunicasen que Hitler había muerto, el general Karl-Heinrich von Stülpnagel, gobernador militar de Francia y miembro convencido del golpe, entró en acción y ordenó el arresto de los oficiales de más rango de las SS de la zona de París. Después se dirigió a reunirse con el mariscal de campo Günther von Kluge, comandante del ejército alemán en el frente occidental.

Kluge también era otro de aquellos generales con el corazón dividido; aquella tarde a primera hora había recibido dos interesantes llamadas telefónicas. En primer lugar, Beck había encontrado algo de tiempo para telefonear a Kluge y apremiarle para que se uniese al golpe. Un poco después, Keitel en Rastenburg telefoneó para hacerle saber que Hitler estaba vivo y Kluge debía obedecer las órdenes de Hitler y no de los conspiradores. Kluge estaba asombrado. Antes de saber nada de Rastenburg, había pensado unirse al golpe. Pero en ese momento hacerlo significaba violar su juramento a Hitler y, lo que era aún peor, enfrentarse a su cólera si el golpe fallaba. Estaba en un dilema: el destino de la guerra y de las vidas de millones de personas dependían de su decisión. Finalmente hizo su elección: esperaría a ver qué le sucedía a Hitler y luego daría su apoyo al bando vencedor. Cuando se sentó a cenar con Stülpnagel, Kluge tomó su decisión y traicionó a su casta. Negó tener conocimiento de los complots de asesinato, aun cuando había discutido acerca de ellos durante años. Un atónito Stülpnagel no pudo hacer más que tartamudear unas pocas sílabas. Sabía que era hombre muerto si el golpe fallaba, porque había encerrado en prisión a un montón de furiosos oficiales de las SS a la espera del pelotón de fusilamiento. Pero una vez más, los conspiradores no hicieron nada cuando se enfrentaron al desastre. Stülpnagel se tomó la mala noticia con calma, acabó de cenar y regresó a París a soltar a sus prisioneros de las SS.

Igual que los demás conspiradores, Stülpnagel vivía todavía en el viejo mundo del honor y los juramentos. Sin embargo, los golpistas no se habían dado cuenta de que aquel tiempo hacía mucho que ya había caducado. Era un mundo del siglo XIX, y ellos estaban luchando contra Adolf Hitler, el arquetipo del dictador del siglo XX. En la hora más oscura de su país y del mundo entero, aquellos hombres con ideales pasados de moda no pudieron reunir el valor y la voluntad suficientes para abandonarlos. Fue una pérdida que sufrió el mundo entero.

El juramento

«En presencia de Dios presto este sagrado juramento de obediencia incondicional a Adolf Hitler —Führer del Reich y del pueblo alemán, y comandante supremo de las Fuerzas Armadas— y manifiesto que estoy dispuesto como valiente soldado a arriesgar mi vida en todo momento por cumplir este juramento».

Pocas cosas dificultaron la resistencia del ejército más que este juramento. Una vez lo habían prestado, la mayoría de los oficiales no veían cómo podían violarlo y permanecer en el ejército. Para estos hombres, el juramento era como si les hubiesen espolvoreado los ojos con polvo de hadas. De alguna forma, les servía de recurso. Si alguna vez dudaban sobre qué hacer, siempre podían refugiarse en seguir el juramento y seguir durmiendo bien, sabiendo que habían cumplido con su deber.

Prusia

Se dice que Prusia no es un país con un ejército sino un ejército con un país. Poblado por caballeros teutones en el siglo XIII, el país ocupaba la mayor parte de la actual zona oriental de Alemania, Polonia y partes de los países bálticos. Después de la unificación de Alemania en 1871, Prusia ya contaba con un gran país: Alemania. El rey prusiano se convirtió en el rey alemán y el ejército prusiano se convirtió en el corazón del ejército alemán. Pero después de la Segunda Guerra Mundial, los alemanes que no murieron le dieron la espalda a Prusia, el ejército fue oficialmente disuelto y los soviéticos pasaron por el soplete a la patria de la nobleza alemana. El corazón de Prusia fue dividido en una parte que pasó a pertenecer a Polonia y otra parte que aún es un aislado reducto ruso.

¿Qué sucedió después?

Hitler dio una batida por el continente para eliminar a cualquier pariente de Stauffenberg, por lejano que fuese. Miles de personas fueron asesinadas. La resistencia a Hitler desde dentro mismo del alto mando alemán murió.

La calle que pasa por delante del Bendlerblock en Berlín, donde Stauffenberg fue ejecutado, lleva ahora su nombre.

Los nobles generales de la conspiración prusiana que antepusieron su supervivencia a cualquier otra consideración, mientras complacían la maldad de Hitler, terminaron pagando un gran precio. Durante los años que siguieron al fracasado golpe de 1923 pudieron haber hecho algo contra Hitler. Pero se dieron cuenta de que sólo él podía darles lo que querían: el control de Europa. Pusieron el impresionante poder de sus resucitados ejércitos bajo el control de Hitler y en camino hacia una colisión de proporciones catastróficas contra el resto del mundo. No se dieron cuenta hasta que fue demasiado tarde de que no podían controlar al dictador. Incluso con el terrible final a la vista y con el conocimiento de los horribles crímenes cometidos en su nombre, los generales no supieron reunir el valor necesario para sacrificarse y matar a Hitler. Finalmente, tanto unos como otros fueron destruidos por sus enemigos, que aprendieron mejor la lección de Hitler que los generales: estaban inmersos en una lucha que sólo podía terminar con la muerte o con una amarga victoria.

La invasión de la Bahía de Cochinos
Año 1961

Invadir un país es algo muy importante. Normalmente sale en las noticias. John F. Kennedy, el presidente más joven jamás elegido en Estados Unidos, parecía muy maduro para su edad. Tal vez fue su experiencia en la Segunda Guerra Mundial combinada con su halo de estrella de cine y una educación privilegiada lo que le llevó a pensar que podría llevar a cabo una invasión en total secreto. Pero cuando el país invadido es muy conocido por ser el enemigo implacable de una superpotencia mundial como Estados Unidos, cuesta esconder al imponente coloso que está disparando detrás de las dunas. Ni siquiera una sección de hábiles portavoces de la CIA disfrazados de ayudantes de prensa proclamando que no tienen nada que ver puede esconder totalmente una invasión. Pero Kennedy lo intentó.

Para muchos americanos, Cuba parecía una extensión natural de Florida. Solamente un error de la geografía evitaba que Estados Unidos ejerciese su dominio natural sobre la isla. Desde que Teddy Roosevelt cargó contra la colina de San Juan durante la guerra hispano-estadounidense (guerra de Cuba), los americanos consideraron Cuba como su hermano menor. Esto es, como uno considera a su hermano pequeño si no le gusta, no lo trata bien o no lo respeta. Pero entonces, un buen día, el pequeño se enfada y se viste con un traje militar, enciende un cigarro y se defiende. En 1959 Fidel Castro se hizo con el poder en Cuba, expulsó todos los negocios americanos de la isla y se declaró al mando.

Inmediatamente, Estados Unidos quiso sacar a Castro. En 1960, bajo el mandato del presidente Eisenhower, recurrió a sus expertos espías, la CIA. Aunque no estaba descrito en su trabajo, la CIA estaba dispuesta a derrocar gobiernos extranjeros si el gobierno se lo requería. Los íntegros hombres de Yale, tipos del estilo de la hermandad Skull and Bones, que habían controlado la agencia desde su fundación como la OSS (Office of Strategic Services) durante la Segunda Guerra Mundial, salían a cenar con sus trajes de Brooks Brothers y hablaban de la historia del derrocamiento del líder de Guatemala en 1954 con un tirachinas y dos walkie-talkies estropeados. Pensaban que si allí había funcionado, también funcionaría en Cuba. Ambos países estaban llenos de gente que hablaba español y tenían bonitas playas, así que ¿qué podía salir mal?

Cuando el vicepresidente Richard Nixon tomó las riendas de un desinteresado Eisenhower, la CIA reunió a la antigua banda de Guatemala y les expuso el problema de «salvar» al pequeño hermano del sur de su nuevo líder. Con Richard Bissell, el brillante cerebro de las operaciones encubiertas dirigiendo el show contra Castro, la CIA sabía que sus días estaban contados. Estudiaron y tantearon varios planes, cada uno más infalible que el anterior y finalmente elaboraron el plan perfecto para llevar a cabo una pulcra y pequeña invasión de solamente unos pocos cientos de hombres escasamente armados, todos ellos exciudadanos resentidos.

Kennedy, que heredó el plan junto con Bissell y su pandilla de revolucionarios burócratas, estuvo de acuerdo en hacerlo si conseguían sacarlo adelante sin que nadie sospechase que el gigante, la superpotencia archienemiga que estaba ciento cincuenta kilómetros al norte estaba implicada.

Los actores

John F. Kennedy:
El nuevo presidente, un joven sumamente afortunado y carismático, estaba dispuesto a impulsar a Estados Unidos hasta una Nueva Frontera de…, bueno, de todo. Pero más allá del bombo y platillo, era un presidente inexperto, que había ganado unas ajustadas elecciones y necesitaba demostrar que tenía el temple necesario para hacer frente a los rusos y, lo que era más importante, a los que odiaban a los rusos.

La verdad desnuda: Probablemente ganó las elecciones porque iba mejor afeitado que Nixon.

Méritos: Marilyn Monroe era un miembro clave del gabinete del dormitorio.

A favor: Después de que la invasión fracasase, admitió tímidamente su error diciendo: «¿Cómo he podido ser tan estúpido para dejarles seguir adelante?».

En contra: Esta revelación llego una semana demasiado tarde.

Fidel Castro:
El nuevo dictador, un joven sumamente afortunado y carismático, estaba dispuesto a unir sus fuerzas con la Unión Soviética en la lucha mundial contra los centros comerciales. Antes de tomar el poder con su alegre banda formada por una docena de camaradas, convenció al mundo de que era una amenaza importante para el dictador cubano Batista. Cuando Batista de repente huyó del país, Castro se encontró al mando.

La verdad desnuda: Las ejecuciones en masa dejaron de ser divertidas cuando el Che se fue a Bolivia.

Méritos: Sabía que se avecinaba una invasión. Lo leyó en los periódicos norteamericanos.

A favor: Gran amante del béisbol, le resultaba fácil motivar a los jugadores con temporadas en la cárcel y asesinatos indiscriminados.

En contra: Comprobaba el celo revolucionario de sus ciudadanos desnutridos y privados de televisión exigiéndoles que aguantasen sus arengas de cuatro horas.

Richard Bissell:
El según se dice brillante jefe de las operaciones encubiertas de la CIA, dirigía su golpe más importante sin una red, sin notas y sin plan. Él concibió toda la operación y era la única persona que sabía todas las maneras en que podía fallar y estaba decidido a mantenerlas en secreto.

La verdad desnuda: Era un hombre de Yale. Estudió allí, enseñó allí. Pero nunca apareció en la portada de la guía del estudiante.

Méritos: Derrocó países desde su despacho en Washington, D.C.

A favor: Creó el avión espía U-2.

En contra: Necesitó un avión espía para encontrar su carrera después del fracaso de la invasión.

La situación general

Cuando Castro asumió el gobierno de Cuba en enero de 1959, después de la huida el día de Año Nuevo del dictador Fulgencio Batista, tenía a todo el mundo desconcertado. Nadie sabía a ciencia cierta cuáles eran sus intenciones. Dijo al mundo que él lideraría una revolución popular y que pretendía instaurar todos los requisitos de la buena sociedad: prensa libre, elecciones, buenas escuelas y atención sanitaria para todos. La multitud le aclamó durante su primera visita a Estados Unidos en abril de 1959. Muchos en la CIA querían apoyarle. Incluso después de una reunión de tres horas con el famoso cazador de rojos Richard Nixon, el verdadero retrato de Fidel seguía siendo confuso. Era una seductora mezcla de Lenin y Elvis.

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