Breve Historia De La Incompetencia Militar (33 page)

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Authors: Edward Strosser & Michael Prince

BOOK: Breve Historia De La Incompetencia Militar
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En total, 114 rebeldes murieron y 1.189 fueron capturados. Castro devolvió a la mayoría de los cautivos a Estados Unidos a finales de 1962 a cambio de 53 millones de dólares en medicamentos y comida.

En una ceremonia celebrada el 29 de diciembre de 1962 en el Orange Bowl de Miami para homenajear a los combatientes que lucharon, Kennedy alabó su valor y juró que un día la bandera de los rebeldes ondearía en una Habana libre de Castro.

Ocho presidentes después, la espera continúa.

E. Howard Hunt

Si fue especialmente desafortunado o simplemente idiota no está claro, pero de todos modos E. Howard Hunt fue un perdedor por partida doble. En primer lugar, desempeñó un papel clave en la debacle de la bahía de Cochinos, como espía en Cuba intentando organizar a los líderes políticos rebeldes, utilizando el nombre clave de Eduardo en un astuto intento de mezclarse con los cubanos. Una década después, ya trabajando en los sótanos de la Casa Blanca de Nixon, presumiblemente con su nombre verdadero, dirigió el chapucero robo del Watergate que convirtió un delito de segunda categoría en el mayor escándalo presidencial de todos los tiempos. Lo que hace pensar que sus fracasos eran de cosecha propia eran las compañías que frecuentaba. Su compañero clave durante la debacle cubana fue Bernard Barker, el mismo hombre que fue atrapado con las manos en la masa en el hotel Watergate aquella fatídica noche. Con él estaba el cubano Eugenio Rolando Martínez.

Ambos hombres llevaban agendas con el nombre de Hunt y el número de teléfono junto con la nota «W. House». Cómo fue posible que con aquellas míseras pistas alguien relacionase entonces a la Casa Blanca con el robo: no se sabe. Tal como un colega de la CIA decía, Eduardo era un tipo consistente: «Siempre estaba equivocado».

¿Qué sucedió después?

De las cenizas del mayor desastre de Kennedy surgió su mayor triunfo. Para proteger a Cuba, los soviéticos apostaron material nuclear en el patio trasero de Fidel. Cuando en 1962 Estados Unidos lo descubrió, Kennedy se enfrentó a los soviéticos y obligó a los rusquis a desmontar y quitar los misiles. La Crisis de los Misiles Cubanos sigue siendo el momento conocido en que el mundo estuvo más cerca de sufrir una confrontación con misiles nucleares.

El fracaso de la invasión proporcionó a Castro una buena excusa para encarcelar a miles de disidentes y reforzar aún más su control sobre el poder. Incluso después de que los misiles soviéticos fuesen retirados, Castro se ha seguido manteniendo vigilante casi de forma paranoica contra los enemigos externos. Desde 1962 está esperando la siguiente invasión que pretenda derrocarle.

¿Y qué le sucedió a Richard Bissell, el genio que estaba detrás de todo el lío? Bissell dejó la CIA con una medalla de Seguridad Nacional colgada de su pecho por Kennedy y se mudó a Hartford, Connecticut, donde podía estar bastante seguro de que ningún día iba a ser tan excitante como cuando dirigía oscuras operaciones encubiertas para la Agencia. Bissell murió en 1994.

La invasión soviética de Afganistán
Año 1979

Del mismo modo que los aviones tienen piloto automático, los imperios tienen un control autoimperio.

Sin pensar, los imperios responden a la misma situación de la misma forma una y otra vez, descartando otras opciones que tal vez les convendrían más. Según su forma de pensar, si algo una vez funcionó, entonces no hay que complicar el plan.

Pero cuando dos superpotencias continúan luchando de forma automática y libran entre ellos una guerra sin piloto, la situación puede convertirse en un desastre.

En diciembre de 1979, los soviéticos invadieron Afganistán para apoyar a su régimen comunista en decadencia. Igual que en los viejos tiempos, cuando el Ejército Rojo aplastó a la oposición en Hungría en 1956 y Checoslovaquia en 1968, los soviéticos consideraron que la filosofía de Marx y Lenin se enseñaba mejor con tanques ametrallando al pueblo, repitiéndolo las veces que fuesen necesarias.

El reflejo automático de los americanos era intervenir y apoyar a cualquiera, absolutamente a cualquiera que estuviese dispuesto a luchar contra los odiados soviéticos. El resultado fue una larga, sangrienta y destructiva guerra que dejó Afganistán en ruinas, puso a la Unión Soviética en el camino de su desmembramiento y creó un nuevo tipo de enemigos para Estados Unidos, justo a tiempo de compensar la desaparición de la URSS.

Dos superpotencias lucharon en aquella guerra, la última gran batalla de la guerra fría, y ambos bandos perdieron más de lo que podían haber imaginado.

Los actores

William Casey:
Jefe de la CIA bajo el mandato de Ronald Reagan. Católico devoto que dirigió el intento estadounidense de aprovisionar a los rebeldes afganos y destinó miles de millones de dólares a matar soviéticos.

La verdad desnuda: Durante la Segunda Guerra Mundial, dirigió el programa de espías de Estados Unidos en Alemania.

Méritos: Farfullaba tanto al hablar que poca gente entendía lo que decía. Parece que es una forma estupenda de conseguir lo que quieres.

A favor: Matar comunistas impíos le conducía a un estado de gracia.

En contra: Pensó que era una buena idea unirse a los devotos muyahidines.

Mohammed Zia-ul Haq:
Dictador de Pakistán y guardabarrera de las operaciones antisoviéticas. Después de ver la oportunidad que se le presentaba se enriqueció como un buen viejo buitre capitalista americano.

La verdad desnuda: Empezó su vida militar como oficial del ejército colonial británico.

Méritos: Asesinó a su predecesor, Zulfikar Ali Bhutto, se proclamó dictador y creó un estado islámico. Con esto se ganó la fama de moderado en la región.

A favor: Hablaba con acento británico.

En contra: Miró hacia otro lado cuando una turba de estudiantes saqueó e incendió la embajada estadounidense en Islamabad a principios de 1979. Milagrosamente sólo murieron unos pocos de sus 139 empleados.

Ahmed Shah Massoud:
El «León de Panjshir», tal vez fue el afgano más famoso y que combatió con más éxito la invasión soviética.

La verdad desnuda: Luchó contra los soviéticos, los talibanes y al Qaeda y aún no hay una estatua suya en Washington, D.C.

Méritos: Empezó su yihad contra los soviéticos con treinta seguidores y diecisiete rifles.

A favor: Les pegó buenos palos a los rusos y resistió seis campañas del ejército soviético.

En contra: Declaró una tregua con los soviéticos en 1983.

La situación general

El mejor producto de exportación de la Unión Soviética siempre fueron los títeres. A cada oportunidad que se presentaba, los incansables revolucionarios del Kremlin se apoderaban de un territorio e instalaban gobiernos títeres para dirigir el espectáculo. Y cuando las cosas iban mal, como solía suceder, cuando la gente del lugar se daba cuenta de que no les gustaba que abusasen de ellos ni tampoco ser un rincón gobernado por los caciques del imperio soviético, los rusos, en un acto reflejo, exportaban su segundo producto de mayor éxito: el ejército.

Esta estrategia llegó a estar tan incrustada en la forma de pensar soviética que incluso se le dio un nombre, «la doctrina Brezhnev», lo que le daba un brillo erudito como si hubiese sido inventada por profesores en la Universidad de Invasión de Estados. Y por supuesto, una vez se ha creado una doctrina, necesita ponerse en marcha cada pocos años para que no se quede sin batería. Así pasa a ser una doctrina en busca de un objetivo.

Este objetivo apareció en el radar soviético en la década de 1970 a lo largo de su frontera meridional. Durante las primeras décadas después de la Segunda Guerra Mundial, Afganistán, aislado y pobre, ocupaba un lugar menor en la guerra fría. Sin embargo, tanto los americanos como los soviéticos enviaban pequeñas cantidades de dinero y consejeros para tratar de ganarse el favor del gobernante afgano, el rey Zahir.

Antes, durante la década de 1960, dos filosofías contrarias se introdujeron en las escuelas y universidades afganas: el comunismo y el fundamentalismo islámico. Al mismo tiempo, la economía empezó a derrumbarse. A comienzos de la década de 1970, Estados Unidos casi se había retirado totalmente para centrar en Vietnam toda su energía constructora de naciones.

En 1973, durante un viaje a Italia, el rey Zahir fue derrocado por su primo Mohammed Daoud, quien se mostró proclive a los comunistas. Por aquella época, los soviéticos habían pasado años enteros entrenando y equipando al ejército afgano y ostentaban una influencia considerable en el país. Daoud, al ver que su oposición real provenía de los islamistas, cayó sobre ellos y obligó a miles a escapar a Pakistán. Pero para gran consternación de los soviéticos, que esperaban controlar a Daoud, éste continuó ejerciendo una dirección independiente, insistiendo en unas ideas tan radicales como que los afganos tenían que gobernarse por sí mismos. Eso ya fue demasiado para los soviéticos y, en abril de 1978, los seguidores soviéticos del ejército lo asesinaron.

Seguidamente, los comunistas afganos, liderados por Nur Mohammed Taraki, se apoderaron formalmente del mando del país. Éste empezó inmediatamente a crear un culto a su personalidad e insistió en que la gente le llamase el «Gran Maestro».

Para sorpresa de los líderes soviéticos, Taraki se tomó la propaganda rusa en serio. No se contentó con crear una dictadura al «estilo Brezhnev», con un líder dándole vueltas a una economía estancada, sino que, en su lugar, interpretó los escritos más radicales de Lenin literalmente y empezó a encarcelar y asesinar a sus oponentes políticos. Impactados por la sorpresa de que alguien creyese realmente en sus propias tonterías, los líderes soviéticos, especialmente el jefe del KGB, Yuri Andropov, trataron de encontrar un sustituto.

Lo que realmente alarmó a los soviéticos fue el auge de poder de los islamistas. Los precoces rebeldes de las montañas se dieron a conocer en febrero de 1979 con el secuestro de Adolph Dubs, el embajador de Estados Unidos en Afganistán. Las tropas de Taraki, ayudadas por el siempre dispuesto KGB, consiguieron rescatarle, pero después se las arreglaron para que muriese en la misma operación. Estados Unidos respondió vigorosamente no haciendo nada. Taraki siguió sin enterarse.

Estaba demasiado concentrado eligiendo qué gloriosa imagen suya debía adornar los carteles ensalzando su grandeza para darse cuenta de que los fundamentalistas islámicos representaban para él la verdadera amenaza.

A principios de 1979, los líderes islámicos que habían empezado a alzarse y el ejército afgano, más leal a los jefes tribales que a Taraki, lentamente se dispersaron para unirse a los rebeldes. Taraki respondió haciendo la guerra contra su compañero matón comunista Hafízullah Amin, primer ministro del país, que disputaba a Taraki la supremacía en el partido. En septiembre de 1979, Taraki viajó a Moscú para reunirse con los líderes soviéticos. Cuando regresó, Amin y sus «guardias de élite» sorprendieron a Taraki, le hicieron prisionero y le ejecutaron.

Amin, el tercero en apoderarse del gobierno del país violentamente en seis años, se convirtió en el que vivió menos tiempo. Todo el mundo le odiaba. Los soviéticos, tal vez creyendo en sus propios rumores, pensaron que era un agente de la CIA que se había infiltrado con éxito en el partido comunista afgano, y los afganos vieron en él otra herramienta de los soviéticos. Amin odiaba a Estados Unidos porque había suspendido los exámenes de doctorado cuando era un estudiante graduado en la Universidad de Columbia. Los norteamericanos le odiaban porque él odiaba a Estados Unidos. Otro ejemplo de reacción automática.

Alarmados por la condición deteriorada de su aliado comunista, los soviéticos pensaron en varias formas de sacar de apuros a Amin. Sus conversaciones adquirieron una cierta urgencia cuando unos estudiantes radicales se apoderaron de la embajada de Estados Unidos en Irán y tomaron cincuenta rehenes americanos. Los soviéticos vieron que Estados Unidos había perdido a su aliado más estratégico en el borde meridional de la Unión Soviética, por lo tanto la reacción inmediata de los soviéticos fue creer que Estados Unidos se apoderaría de Afganistán como sustituto.

Con su habitual falta de planificación, Andropov sacó la plantilla de invasión del KGB. Seguiría las líneas de las de Hungría y Checoslovaquia: algunos golpes relámpago en las instalaciones clave de la capital, medios de comunicación importantes, ministerios gubernamentales, bases militares, un rápido cambio de gobernante y una larga columna de tanques para implantar la nueva ley y el orden. Al cabo de poco tiempo los soviéticos dejarían el país y su títere gobernaría sin oposición. Sacó el viejo guión y cambió los nombres.

Sin embargo, los soviéticos no eran el primer país en invadir Afganistán. Geográficamente, el país está ubicado entre Oriente Próximo, Asia Central e India y, a lo largo de su historia, ha servido de punto de entrada por donde han pasado ejércitos invasores, buscando lugares mejores que conquistar. Primero fueron los persas, después los griegos y los mongoles los que atravesaron los profundos pasos montañosos del país mientras los duros hombres de las tribus permanecían incólumes.

En 1837, desde India los británicos invadieron Afganistán con un enorme ejército. El objetivo era apoderarse de Afganistán antes de que lo hicieran los rusos y, de este modo, crear un parachoques entre el imperio soviético en expansión e India, la joya de la corona del Imperio británico. Los británicos capturaron rápidamente las ciudades más importantes de Afganistán e instalaron a su hombre como el nuevo rey del país. Pero los afganos despreciaban a sus nuevos gobernantes; enterraron sus feudos tribales y prepararon planes para expulsar a los británicos en una extraña premonición de la invasión soviética que iba a ocurrir más adelante.

Los afganos estallaron en rebelión abierta en 1841. Cortaron el enlace británico con India y atacaron a los británicos en Kabul. Miles de soldados y civiles resultaron atrapados en su fuerte y fueron muriendo poco a poco. En conversaciones con el líder afgano, llegaron a un trato según el cual se permitía a los británicos abandonar el país durante la primera semana de 1842. La lenta caravana sufrió horriblemente a causa de las bajas temperaturas y los ataques de bandas afganas. La cifra de bajas aumentó durante los días siguientes, a medida que los atacantes afganos se abatían sobre ellos cuando avanzaban penosamente por los pasos montañosos cubiertos de nieve. La marcha de la muerte duró una semana. Un único superviviente llegó a la guarnición británica de Jalalabad. Aunque el ejército británico regresó más tarde aquel mismo año para vengarse de los afganos, la aventura británica en Afganistán había llegado a un ruinoso final.

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