—Aquello debió de doler.
Esbocé una sonrisa, pero se esfumó rápidamente.
—No tanto como lo que me estás haciendo.
Él suspiró y acercó la caja al hueco del suelo.
—Aquí no le queda nada, Rachel.
Mi resentimiento regresó.
—Estoy yo.
—Sí, pero, gracias a los líos en que te metes, ya no puede ganarse la vida.
—¡Maldita sea, Robbie! —protesté—. ¡No quería que esto sucediera! Si se va, me quedaré sola.
Él se dirigió a la escalera.
—Tienes a tus amigos —dijo, con la cabeza gacha mientras empujaba la caja con el pie por el suelo de madera laminada en dirección a la trampilla.
—Unos amigos que has insistido en dejar bien claro que no apruebas.
—Pues búscate unos nuevos.
Pues búscate unos nuevos
, me burlé para mis adentros. Molesta, fui a coger la última caja de los peluches que llevaban los nombres de mis amigos muertos. Había un montón. Entonces pensé en Marshal y en Pierce. ¿Cómo iba a decirle a Marshal que me habían excluido? Por lo que se refería a esa amistad en concreto, nunca debí intercambiar energía luminosa con él.
Robbie levantó la segunda caja.
—Tienes que cambiar algunas cosas.
Había un intenso olor a polvo y tomé aire para responder.
—¿Como qué? Lo intento, lo intento con todas mis fuerzas, pero no hay nadie decente que pueda soportar la mierda que puede llegar a ser mi vida.
Una vez más, el rostro alargado de Robbie se endureció y empezó a bajar las escaleras.
—Eso no es más que una excusa. Te han excluido y estás haciendo daño a mamá. Esto va más allá de quiénes son tus amigos. Aunque, mirándolo bien, tal vez es ahí donde radica el problema.
—No metas a Ivy y a Jenks en esto —le espeté, haciendo que mi preocupación por Ivy saliera a la luz en forma de rabia—. Demuestran más valor en un solo día del que tú demostrarás en toda tu vida.
Robbie se me quedó mirando con el ceño fruncido, con la cabeza justo por encima del suelo.
—Ya va siendo hora de que crezcas un poco —dijo—. Deberías quemar tus libros demoníacos y conseguir un trabajo de verdad. Si no empiezas a pensar dentro de los límites establecidos, acabarás en una caja de madera.
Enfadada, me coloqué los peluches en la cadera.
—Es imposible hablar contigo, ¿sabes? No tienes ni idea de lo que he hecho o de lo que soy capaz. Y eso tiene un coste. Nada es gratis. ¿Sabes qué te digo? Que cojas a mamá y te vuelvas a tu segura casa, en tu seguro y moderno vecindario, con tu segura mujercita, y vivas tu segura y previsible vida, tengas unos hijos seguros y previsibles y mueras de una forma segura e inútil después de no haber hecho nada con tu vida. Yo me quedaré aquí y haré algo de provecho, porque eso es lo que hace la gente que está viva. No pienso dejarme llevar por los demás para encontrarme en el lecho de muerte preguntándome qué habría pasado si no hubiera llevado una vida segura.
La expresión del rostro de mi hermano se ensombreció. Tomó aire para decir algo, pero cambió de opinión. Deslizando la caja entre sus brazos, bajó las escaleras.
—Muchísimas gracias, Robbie —dije entre dientes—. Mírame. Estoy temblando. Vengo a comer con vosotros y acabo temblando.
Me dirigí hacia la escalera con la última caja de amigos muertos. Podía oír a Robbie y a mi madre hablando, pero no conseguía entender lo que decían. Cuando iba por la mitad de la escalera, me detuve. Mi cabeza quedó a la altura del suelo, eché un último vistazo. El libro no estaba allí arriba. Era evidente que lo tenía Robbie y que no pensaba dármelo. Tal vez podía buscar algo en internet. No era precisamente seguro hacerlo, pero quizás verlo activara mis recuerdos lo suficiente como para reconstruirlo.
Con las rodillas temblándome, bajé la escalera de espaldas, llegué al pasillo de paredes verdes y casi me choco con mi madre.
—¡Oh, mierda! —exclamé tartamudeando. Por su expresión de abatimiento y los ojos vidriosos supe de inmediato que lo había oído todo—. Lo siento, mamá. No hagas caso de lo que he dicho. Solo estaba enfadada con él. No lo decía en serio. Deberías irte a Portland y estar con Takata. Esto… Donald.
La desdicha de mi madre se transformó en sorpresa al escuchar el verdadero nombre del rockero.
—¿Te dijo su nombre?
Le devolví la sonrisa, aunque estaba muy disgustada.
—Sí, después de darle un puñetazo. —El ruido de la puerta de atrás al cerrarse me sobresaltó. Era Robbie, que salía a tomar un poco el aire para tranquilizarse. Me daba lo mismo—. Lo siento —mascullé pasando junto a ella en dirección a la cocina—. Le pediré disculpas. No me extraña que se fuera a vivir al otro lado del continente.
Mi madre cerró la trampilla de la buhardilla de un portazo.
—Tenemos que hablar, Rachel —dijo por encima del hombro mientras se dirigía, en dirección opuesta, a mi antiguo dormitorio.
Con un suspiro, me detuve sobre la moqueta verde, entristeciéndome más cuando la vi entrar en mi habitación. Estaba empezando a dolerme la cabeza, pero me apoyé la caja de los peluches en la cadera y la seguí con decisión, preparada para el sermón que me esperaba. No tenía intención de entrar en una pelea con Robbie, pero me había cabreado, y había cosas que tenía que decirle. Cosas como: «¿Dónde demonios está mi libro?».
No obstante, apenas entré en el que había sido mi cuarto y encontré todos los objetos personales de mi padre apilados sobre mi cama, me quedé helada.
—Esto es para ti —dijo señalando las polvorientas cajas—. Si lo quieres. Robbie… —Inspiró lentamente y, por un breve instante, se puso la mano en la frente—. Robbie cree que debería tirarlas, pero no puedo. Hay demasiadas cosas de tu padre en su interior.
Dejé la caja de los peluches en el suelo, sintiéndome culpable.
—Gracias. Sí, me encantaría. —Entonces tragué saliva y, al ver su aflicción, le dije—: Mamá, siento mucho que me hayan excluido. ¡No es justo! Se están comportando como unos estúpidos, pero quizás debería dejarlo todo y marcharme.
Ella se sentó en la cama, sin mirarme.
—No. No deberías hacer algo así. Pero necesitas descubrir la manera de que te retiren la exclusión. Por muy rebelde que hayas sido siempre, no estás hecha para vivir al margen de la sociedad. Te gusta demasiado la gente. He oído lo que le decías a tu hermano. Le asusta ser un cobarde cuando te ve vivir según tus propias convicciones, de manera que te grita para sentirse seguro.
Me acerqué y empujé una caja para sentarme a su lado.
—No debería haber dicho eso —admití—, y de verdad pienso que deberías irte a… Portland. —Al decirlo, percibí un regusto amargo en la boca y me derrumbé—. Tal vez… —añadí intentando deshacer el nudo que se había formado en mi garganta—. Tal vez debería olvidarme. Quizás, si me alejara de todo, me retirarían la exclusión.
Pero entonces tendría que dejar a Ivy y a Jenks, y no podría hacer eso
.
Mi madre tenía los ojos brillantes cuando me cogió la mano.
—Yo me voy a ir, y tú te quedarás. Pero no voy a dejarte aquí sola.
Reprimí un escalofrío al pensar en sus intentos de encontrarme novio y, cuando tomé aire para protestar, me entregó un libro suave y brillante.
—¿Es este el que estabas buscando? —preguntó quedamente.
Me quedé mirándolo con la boca entreabierta.
Adivinación arcana y ciencia tangencial
, noveno volumen. ¡Era el libro! ¡El que necesitaba!
—Es el libro que te dio Robbie en el solsticio, cuando tenías dieciocho años, ¿verdad? —oí que me preguntaba—. Le pedí a Robbie que me lo diera, aunque no estaba segura de que fuera este. Y creo que también necesitarás esto.
Con los ojos muy abiertos y las manos temblorosas, cogí la roca roja y blanca con una pequeña depresión en el centro que me ofrecía. ¿Quería que rescatara a Pierce?
—¿Por qué? —acerté a preguntar, y mi madre me dio unos golpecitos en la rodilla.
—Pierce te hizo mucho bien —dijo en lugar de explicármelo—. Aquella noche encontraste más fuerza y resolución que en los dieciocho años anteriores. O tal vez siempre estuvo ahí y él se limitó a sacarla a la luz. Estoy orgullosa de ti, cariño. Quiero que hagas cosas maravillosas, pero a menos que tengas a alguien con quien compartirlo, no valdrán ni una caca de perro. Confía en lo que te estoy diciendo.
Incapaz de articular palabra, me quedé mirando el libro y el crisol. ¿
Cree que Pierce sería un buen novio para mí
?
—Mamá, la única razón por la que quiero esto es para demostrarle a Al que no puede raptar a la gente así como así y llevársela a siempre jamás —dije.
Ella sonrió.
—Es un buen comienzo —dijo poniéndose en pie, con intención de que la siguiera—. Tú sálvalo, y si funciona, mejor que mejor. Si no, no habrás perdido nada. Lo que de verdad importa es que lo intentes.
Entonces se agachó y me dio un abrazo, tranquilizándome con su penetrante olor a secuoya.
Estaba bastante segura de que me estaba hablando de Pierce como un posible novio, y no de que lo invocara; con la mente perdida en mis pensamientos, le devolví el abrazo.
—Necesitas a alguien un poco canalla, cielo, pero con un corazón de oro —me susurró al oído dándome unas palmaditas en la espalda—. No creo que vayas a encontrarlo en este siglo. Ya no hay hombres honestos con unas convicciones tan firmes. Tengo la impresión de que la sociedad… los echa a perder.
Acto seguido, me soltó y dio un paso atrás.
—Mamá… —Intenté añadir algo, pero ella lo desechó con un gesto de la mano.
—Venga, vete. Todavía tienes el reloj, ¿verdad?
Asentí con la cabeza, sin sorprenderme de que supiera que formaba parte del hechizo. Era el reloj de mi padre, pero había pertenecido a Pierce.
—Hazlo exactamente igual que la vez anterior. Exactamente. Si añadiste algo por error, hazlo de nuevo. Si lo removiste con el dedo, vuelve a hacerlo. Si se te cayó algún pelo dentro, añade un mechón. Tiene que ser idéntico.
Una vez más, asentí. Ambas teníamos los ojos llenos de lágrimas y me condujo hacia el vestíbulo con el brazo por encima del hombro.
—No te preocupes por el resto de las cosas. Mañana te lo llevaré todo en el Buick. Con tu coche necesitarías tres viajes.
Parpadeando, sonreí a mi madre y me acerqué al cuerpo el libro y el crisol.
—Gracias, mamá —susurré.
Y con la tranquilidad de que mi madre creía en mí aunque el resto del mundo no lo hiciera, me encaminé hacia la puerta.
Me estremecí ante el tintineo que produjeron las tres botellas para almacenar pociones negras contra el fregadero. Levantando la vista hacia la ventana, oscurecida por la noche, agucé el oído por si escuchaba el quejido de las alas adolescentes de algún pixie. Era poco después de medianoche, los hijos de Jenks estaban dormidos y quería que siguieran haciéndolo. Cuando comprobé que no se oía nada, me remangué y sumergí las manos en la cálida espuma. No podría invocar el hechizo de Pierce hasta la noche siguiente, pero tenía que hacer algo para distraerme de la preocupación por Ivy, y preparar los hechizos podría ser de utilidad. Cormel aún no se había puesto en contacto conmigo, y si no me llamaba alguien pronto, lo haría yo.
Sobre los papeles de Ivy había una caja con una pizza fría a la que le faltaba un trozo y una botella de dos litros de gaseosa, prácticamente sin tocar. El frigorífico no estaba, su espacio había quedado vacío, y la comida se hallaba sobre una mesa plegable. Detrás de mí, en la isla central, se encontraban los diferentes elementos del hechizo parcialmente preparados, formando un amplio semicírculo alrededor del manual universitario, que estaba abierto. Había suficiente material para realizar tres sólidos hechizos, e iba a utilizarlo todo.
La noche de fin de año sería el momento ideal para encontrar toda la energía ambiental con la que llevar a cabo el hechizo, y no podía arriesgarme a apostarlo todo a un solo número. No después de que no consiguiera que funcionara el hechizo localizador. En efecto, lo más probable era que el problema residiera en mi sangre, dado que el de Marshal había funcionado y el mío no, pero la sola idea de poder realizar un hechizo erróneamente era suficiente para hacerme practicar hasta sentirme algo más segura.
¡
Oh, Dios
! ¡
Marshal
!, pensé, a punto de dejar caer la resbaladiza botella de almacenamiento al recordar la exclusión. ¿Qué iba a decirle? O, mejor dicho, ¿cómo iba a decírselo? ¡
Eh
! ¿
Qué tal
?
Sé que acabamos de tener sexo con la ropa puesta, pero no te vas a creer lo que acabo de descubrir
. La exclusión era contagiosa y no quería que se quedara sin trabajo por mi culpa. Para ser más exactos, no quería que nadie volviera a quedarse sin trabajo por mi culpa. Era como una jodida peste negra.
Mentalmente exhausta, enjuagué las botellas con agua salada y alargué el brazo para coger el paño de cocina. Además, ¡las cosas estaban yendo tan bien! (A excepción, claro está, de aquel último embrollo). Finalmente había conseguido que los hombres lobo me dejaran tranquila devolviéndoles el foco. Gracias a haber salvado a Trent, los elfos ya no me molestaban a pesar de lo que podríamos denominar mis «tendencias demoníacas». Los vampiros estaban algo tensos, pero, en mi opinión, ya me había ocupado de ello. Ivy se pondría bien y nuestra relación iba a ser mucho menos caótica. Y justo cuando parecía tenerlo todo controlado, y que podía tener algo normal con un tipo normal y hacer cosas normales, mi propia gente se me había echado encima.
—Tiene que haber sido Tom —me dije entre dientes subiéndome de nuevo las mangas y quitando el tapón del fregadero.
Los tipos jóvenes y atractivos, con un buen trabajo y a los que no les importaba estar con una mujer que una vez a la semana pasa una noche en siempre jamás, no eran fáciles de encontrar. Tampoco es que Marshal y yo estuviéramos planeando pasar la vida juntos, pero ¡por todos los demonios!, existía la posibilidad de que las cosas hubieran ido de ese modo. Pasado un tiempo, claro está. Pero ya no. ¿Qué demonios ocurría conmigo?
De pie, delante de la oscura ventana, cerré los ojos y suspiré. No obstante, nuestro intercambio de energía había sido fantástico. ¿
Qué voy a contarle
?
Con el ceño fruncido, me dirigí hacia la encimera central y hacia los conjuros embotellados que esperaban ser formulados y envasados para el día siguiente. Me los llevaría a Fountain Square, encontraría un callejón y, cuando la multitud se pusiera a cantar
Auld Lang Syne
, los invocaría todos si fuera necesario. Y entonces hablaría con Al y dejaría claras unas cuantas cosas.