Bruja mala nunca muere (51 page)

Read Bruja mala nunca muere Online

Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

BOOK: Bruja mala nunca muere
11.16Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Sí, entendido —dije temblorosa. No me gustaba estar bajo las órdenes de nadie, pero lo que decía tenía sentido. Nerviosa, me deslicé en el asiento para pegar la cara a la ventana de Nick y ver como Francis acarreaba con grandes dificultades tres cajas planas.

—¿Es él? —dijo Edden con voz impasible.

Asentí. Jenks bajó por mi brazo y se quedó de pie en el borde de la ventana. Sus alas se agitaban al usarlas para mantener el equilibrio.

—Sí —saltó el pixie— ese es el pastelito.

Levantando la vista me di cuenta de que casi estaba en el regazo de Nick. Avergonzada, me volví a mi sitio. El efecto de la aspirina empezaba a desaparecer y aunque el amuleto que me quedaba aún valdría para varios días, el dolor comenzaba a superarlo con una inquietante frecuencia. Pero era el cansancio lo que realmente me preocupaba. El corazón me martilleaba en el pecho como si acabara de correr una carrera. Y no creía que fuese solo por la emoción del momento.

Francis cerró de una patada la puerta de su coche y comenzó a andar torpemente. Era la viva imagen de la presunción al entrar pavoneándose en la estación con su camisa chillona con el cuello levantado. Sonreí al ver que una mujer lo miró con desdén cuando le sonrió, pero al acordarme de lo asustado que había estado sentado en la oficina de Trent sentí pena por un hombre tan inseguro.

—Está bien chicos y chicas —dijo Edden reclamando mi aten ción de nuevo—. Clayton, quédate aquí. Envía a Briston adentro cuando llegue. No quiero que se vea a nadie con uniforme por las ventanas. —Observó cómo Francis entraba por las puertas dobles—. Que Rose saque a todo el mundo del aeropuerto. Parece que la bruja,
emm
, la señorita Morgan tenía razón.

—Sí, señor.

Clayton cogió el teléfono de mala gana.

Las puertas empezaron a abrirse. Era obvio que no formábamos el grupo típico de viajeros de autobús, pero Francis probablemente era demasiado estúpido como para darse cuenta. Edden se guardó su sombrero amarillo de la AFI en el bolsillo. Nick pasaba desapercibido, parecía uno de ellos. Sin embargo mi cabestrillo y mis moratones llamaban más la atención que si tuviese una campana y un cartel que dijese: «Trabajo por hechizos».

—¿Capitán Edden? —dije cuando salía y se detenía fuera a esperar—. Déme un minuto.

Edden y Nick miraron extrañados como rebuscaba en mi bolso.

—Rachel —dijo Jenks desde el hombro de Nick—, debes de estar de broma. Ni con diez hechizos de maquillaje tendrías mejor aspecto ahora mismo.

—¡Vete al cuerno! —musité—. Francis me reconocerá. Necesito un amuleto.

Edden observaba con interés. Sintiendo la presión de la adrenalina rebusqué incómoda con mi mano buena en el bolso en pos el hechizo para envejecer. Finalmente volqué todo el contenido del bolso en el asiento, encontré el hechizo adecuado y lo invoqué. Al colocármelo alrededor del cuello Edden soltó un bufido de incredulidad y admiración. Su aceptación, no, su aprobación, fue gratificante. El hecho de que antes hubiese aceptado mi amuleto contra el dolor tenía mucho que ver con que hubiese accedido a deberle un favor o dos. Siempre que algún humano demostraba su apreciación por mis habilidades, me ponía tontorrona. Qué idiota.

Volví a meterlo todo en el bolso y trabajosamente salí de la furgoneta.

—¿Lista? —dijo Jenks sarcástocamente—. ¿Seguro que no quieres cepillarte el pelo?

—¡Qué te den, Jenks! —dije y Nick me ofreció la mano—. Puedo bajar sola —añadí.

Jenks saltó desde el hombro de Nick al mío.

—Pareces una anciana, actúa como tal —dijo el pixie.

—Ya lo está haciendo. —Edden me sujetó del hombro para evitar que me cayese al pisar el suelo con mis botas de vampiresa—. Me recuerda a mi madre. —Arrugó los ojos haciendo una mueca y agitó la mano delante de su nariz—. Incluso huele como ella.

—Callaos todos —dije titubeando al notar un mareo al respirar hondo. El molesto dolor que había sentido al bajar se había disparado por mi columna hasta la cabeza, donde parecía querer quedarse indefinidamente. Decidida a no dejar que el cansancio me detuviese, me aparté de Edden y me dirigí renqueante hacia la entrada. Los dos hombres me siguieron tres pasos más atrás. Me sentía una mendiga con mis pantalones anchos y la horrible camisa de cuadros. Saber que aparentaba ser una anciana tampoco ayuda ba. Tiré de la puerta y no pude abrirla.

—¡Qué alguien me abra la puerta! —exclamé, y Jenks se moría de risa.

Nick me cogió del brazo mientras Edden abría la puerta y una ráfaga de aire recalentado nos envolvió.

—Toma —dijo Nick ofreciéndome el brazo—, agárrate. Así parecerás más una anciana.

Podía soportar el dolor. Era el cansancio lo que superó mi orgullo y me obligó a aceptar la oferta de Nick. Era eso o entrar a gatas a la estación.

Entré arrastrando los pies con un hormigueo de emoción que me aceleraba el pulso mientras escrutaba el largo mostrador buscando a Francis.

—Allí está —susurré.

Casi oculto tras un árbol artificial, Francis estaba hablando con una joven de uniforme. Los encantos de Percy estaban surtiendo los efectos habituales y la mujer parecía molesta. Había tres cajas en el mostrador junto a él. La continuidad de mi existencia dependía del contenido de esas cajas.

Nick tiró de mi codo con suavidad.

—Siéntese aquí, madre —dijo.

—Vuelve a llamarme así y ya me encargaré yo de tu planificación familiar —le amenacé.

—Madre —dijo Jenks abanicándome el cuello con las alas a rachas intermitentes.

—Ya basta —dijo Edden bajito pero con un tono de severidad nuevo hasta ahora. Sus ojos no se habían apartado de Francis ni un segundo—. Vosotros tres os vais a sentar allí a esperar. Que no se mueva nadie a no ser que Percy intente marcharse. Voy a asegurarme de que esas cajas no lleguen a ningún autobús. —Con la vista aún sobre Francis, se llevó la mano al arma que tenía oculta bajo la chaqueta y discretamente se dirigió al mostrador. Edden le sonrió abiertamente a otro de los empleados incluso antes de acercarse siquiera.

¿Que nos sentáramos a esperar? Sí, eso sonaba bien.

Cedí a la suave presión de Nick y me acerqué a la fila de sillas. Eran naranjas, lo mismo que las de la AFI y parecían igualmente incómodas. Nick me ayudó a sentarme en una de ellas y se sentó junto a mí. Se estiró y fingió echarse una siesta con los ojos entrecerrados mientras observaba a Francis. Yo me senté muy derecha con el bolso en el regazo, apretándolo como había visto hacer a las viejecitas. Ahora sabía por qué. Me dolía todo y parecía que me fuese a romper en pedazos si me relajaba. Un niño chilló y di un respingo. Aparté la vista de Francis, que seguía ocupado poniéndose en ridículo él solo y observé al resto de usuarios. Había una madre cansada con tres niños, uno de ellos aún con pañales, que discutía con un empleado acerca de la interpretación de un vale. Un puñado de hombres de negocios absortos en sus asuntos avanzaban a grandes zancadas como si esto fuese únicamente una pesadilla y no la realidad de su existencia. Una pareja de enamorados se apretujaban peligrosamente cerca, probablemente huyendo de sus padres. Unos vagabundos. Un andrajoso anciano llamó mi atención y me guiñó un ojo.

Me asusté. Este lugar no era seguro. La SI podía estar en cualquier sitio lista para cazarme.

—Relájate, Rachel —susurró Jenks a mi oído como si me leyese la mente—. La SI no te va a cazar con el capitán de la AFI en la misma sala.

—¿Cómo estás tan seguro? —dije.

Sentí el aire en mi cuello cuando agitó sus inútiles alas.

—No lo estoy.

Nick abrió los ojos y se sentó.

—¿Cómo estás? —me preguntó en voz baja.

—Estoy bien —dijo Jenks—, gracias por preguntar. ¿Te he dicho ya que un merluzo de la AFI me ha roto una maldita ala? Mi mujer me va a matar.

—Hambrienta y exhausta —contesté con una sonrisa.

Nick me miró un instante antes de volver a fijar los ojos en Francis.

—¿Quieres algo de comer? —Hizo sonar las monedas de su bolsillo. Era el cambio de la carrera en taxi a la AFI—. Tienes bastante para algo de la máquina de allí.

Dejé que mis labios se curvaran en una sonrisa cansada. Era agradable que alguien se preocupase por mí.

—Sí, gracias. Algo con chocolate.

—Chocolate —afirmó Nick levantándose.

Desde las máquinas expendedoras podía seguir mirando a Francis al otro lado de la sala. El muy cargante estaba echado encima del mostrador, probablemente intentando conseguir el número de teléfono de la chica. Contemplé a Nick alejándose. Para estar tan delgado la verdad es que se movía con gracia. Me pregunté qué habría hecho para caer en una redada de la AFI.

—Algo con chocolate —dijo Jenks imitándome con voz aguda—. Ooohh, Nick, ¡eres mi héroe!

—¡Que te den! —repliqué más por costumbre que por otra cosa.

—¿Sabes una cosa, Rachel? —dijo Jenks acomodándose aun más en mi hombro—. Vas a ser una abuelita verdaderamente rara.

Estaba demasiado cansada para pensar una respuesta. Respiré hondo y muy despacio para que no me doliese nada. Mis ojos pasaban de Francis a Nick y notaba la tensión en el estómago por la anticipación del momento.

—Jenks —dije, contemplando la alta figura de Nick frente a la máquina de chocolatinas con la cabeza inclinada sobre las monedas de su mano—, ¿qué piensas de Nick?

El pixie bufó, y al ver que hablaba en serio se lo pensó.

—No está mal —dijo—. No haría nada que te hiciese daño. Tiene complejo de héroe y tú pareces necesitar que te rescaten. Tenías que haber visto su cara cuando estabas tumbada en el sofá de Ivy. Creía que se iba a criar malvas. Pero no esperes que comparta tus ideas acerca del bien y del mal.

Arrugué las cejas haciéndome daño en la cara.

—¿Magia negra? —susurré—. ¡Oh, Dios!, Jenks, ¿no me digas que es practicante?

Jenks soltó una carcajada que sonó como unas campanitas.

—No, quiero decir que no tiene problemas para robar libros de la biblioteca.

—Oh.

Me vino de nuevo a la cabeza lo inquieto que estaba en la AFI y en la furgoneta. ¿Era todo por eso? No creo, pero los pixies eran famosos por saber juzgar bien el carácter de las personas, por muy frivolos, excéntricos o bocazas que fuesen. Me preguntaba si la opinión de Jenks cambiaría si supiese lo de la marca del demonio. Tenía miedo de preguntarle. Joder, me daba miedo siquiera pensar en enseñársela.

Levanté la vista al escuchar la risa de Francis. Escribió algo en un papel se lo entregó a la mujer del mostrador. Se pasó la mano bajo su estrecha nariz y le dedicó una despreciable sonrisa.

—Buena chica —susurré cuando la vi arrugar el papel y lanzarlo por encima de su hombro cuando Francis se dirigió hacia la puerta. El corazón me dio un vuelco. ¡Se dirigía hacia la salida! Maldición. Me levanté para buscar ayuda. Nick se estaba peleando con la máquina de espaldas a mí. Edden estaba enfrascado en una conversación con un hombre con aspecto de funcionario y uniforme de la compañía de autobuses. La cara del capitán estaba roja y tenía los ojos fijos en las cajas que ahora estaban detrás del mostrador.

—Jenks —dije lacónicamente—, llama a Edden.

—¿Qué? ¿Cómo quieres que vaya, gateando?

Francis estaba a medio camino de la salida. No confiaba en que Clayton fuese capaz de detener ni la meada de un perro. Me levanté rezando para que Edden se girase. No lo hizo.

—Ve a buscarlo —mascullé ignorando los tacos que soltaba Jenks cuando lo arranqué de mi hombro y lo dejé en el suelo.

—¡Rachel! —gritó Jenks pero yo ya me dirigía renqueando tan rápido como podía a interponerme entre Francis y la salida. Iba demasiado lenta y él me llevaba ventaja.

—Disculpe, joven —lo llamé con el pulso acelerado, acercándo me a él—, ¿podría decirme dónde está la sala de recogida de equipaje?

Francis giró sobre sus talones. Me esforcé por no dejar entrever mi miedo a que me reconociese ni mi odio por lo que estaba haciendo.

—Señora, esto es una estación de autobuses —dijo torciendo el labio con gesto de desagrado—. No hay sala de recogida de equipaje. Sus cosas están fuera, en la acera.

—¿Qué? —dije en voz alta maldiciendo mentalmente a Edden. ¿Dónde demonios estaba? Me agarré fuerte del brazo de Francis y él miró hacia abajo a mi mano arrugada por efecto del hechizó.

—¡Está fuera! —gritó intentando soltarse y tambaleándose al golpearle de lleno mi perfume.

Pero yo no lo solté. Con el rabillo del ojo vi a Nick junto a la máquina de chocolatinas mirando desconcertado mi asiento vacío. Con la vista buscó rápidamente entre la gente hasta que nuestras miradas se cruzaron. Sus ojos se abrieron de par en par y salió disparado en busca de Edden.

Francis se había guardado sus papeles bajo el brazo y usaba la otra mano para intentar soltar mis dedos aferrados a su brazo.

—Suélteme, señora —dijo—, no hay sala de equipaje.

Me dio un calambre en los dedos y se soltó. Presa del pánico vi como se recolocaba la camisa.

—Vieja loca decrépita —dijo en un ataque de rabia—. ¿Qué hacéis todas las brujas arpías, bañaros en perfume? —Entonces se quedó con la boca abierta—. ¿Morgan? —dijo entre dientes al reconocerme—, me dijeron que estabas muerta.

—Y lo estoy —dije. Mis rodillas amenazaban con doblarse. Me mantenía en pie gracias únicamente a la adrenalina. Su estúpida sonrisa me confirmó que no tenía ni idea de lo que se cocía.

—Te vas a venir conmigo. Denon me ascenderá cuando te vea.

Negué con la cabeza. Tenía que hacer esto según las normas o Edden se la cargaría.

—Francis Percy, bajo la autoridad de la AFI, te acuso de conspiración para traficar intencionadamente con biofármacos.

Su sonrisa se evaporó y su cara se quedó pálida bajo su desagradable barba. Miró hacia el mostrador por encima de mi hombro.

—Mierda —maldijo echando a correr.

—¡Quieto! —gritó Edden, demasiado lejos como para servir de algo.

Yo me abalancé sobre Francis agarrándolo por las rodillas. Ambos caímos con un doloroso golpe seco. Francis se retorció y me dio una patada en el pecho intentando escapar. El dolor me cortó la respiración.

Una ráfaga de aire pasó como un rayo justo por donde había estado mi cabeza hacía un segundo. Levanté la vista sobresaltada. Unas estrellas me nublaban la vista mientras Francis se debatía por escapar. No, pensé al ver una bola azul de fuego estrellarse contra la pared contraria y explotar, estas estrellas son de verdad. El suelo tembló por la fuerza de la explosión. Las mujeres y los niños gritaban cayendo contra las paredes.

Other books

Bluestockings by Jane Robinson
Masterpiece by Juliette Jones
Far from Blind by S.J. Maylee
Hallucinating by Stephen Palmer
Common Ground by Rob Cowen
Whisper by Alyson Noël
Minor Corruption by Don Gutteridge