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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja mala nunca muere (54 page)

BOOK: Bruja mala nunca muere
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Sonó un pitido al cortar la comunicación. Edden se reclinó en su silla y pasó su brazo bueno sobre el cabestrillo. Su sonrisa era de satisfacción.

—Es una bruja libre, señorita Morgan. ¿Cómo se siente al volver de entre los muertos?

Mi pelo cayó sobre mi cara cuando incliné la cabeza para mirarme. Cada arañazo, cada cardenal requería mi atención. El brazo en el cabestrillo me producía un dolor sordo y la cara me dolía toda entera.

—Estupendamente —dije, manteniendo la sonrisa—. Me siento genial.

Se había acabado. Podía volver a casa y esconderme bajo las mantas. Nick se levantó y me puso la mano en el hombro.

—Vamos, Rachel —dijo en voz baja—. Te llevo a casa. —Levantó sus ojos oscuros para mirar a Edden un instante—. ¿Puede hacer todo el papeleo mañana?

—Claro. —Edden se levantó y cogió el vial cuidadosamente con dos dedos para metérselo en el bolsillo de la camisa—. Me gustaría que estuviese en el interrogatorio del señor Percy, si es posible. ¿Tiene un amuleto detector de mentiras? Tengo curiosidad por compararlo con nuestros aparatos electrónicos.

Asentí exageradamente e intenté encontrar las fuerzas para levantarme. No quise contarle a Edden lo complicado que era fabricar esas cosas, y no iba a salir a comprar hechizos al menos en un mes para dar tiempo a que los hechizos dirigidos a mí saliesen del mercado. Quizá dos meses. Pensé en el amuleto que había estado sobre la mesa y me estremecí. Quizá nunca.

Una explosión amortiguada agitó el aire e hizo temblar el suelo. Hubo un instante de silencio absoluto y luego el lejano sonido de gente gritando se filtró a través de las gruesas paredes. Miré a Edden.

—Eso ha sido una explosión —dijo en un susurro.

Cien pensamientos se atrepellaban en su cabeza, pero a mí solo me vino uno a la cabeza: Trent. La puerta de la sala de descanso se abrió de golpe chocando contra la pared. Briston entró tambaleante en la habitación y se agarró a la silla que poco antes había ocupado Francis.

—¡Capitán Edden! —dijo jadeante—. ¡Clayton! ¡Dios mío, Clayton!

—Quédate con las pruebas —dijo y salió disparado de la sala casi tan rápido como un vampiro. El sonido de la gente gritando se colaba por la puerta hasta que esta se cerró majestuosamente. Briston se quedó allí de pie con su vestido rojo y los nudillos blancos apretando las manos contra el respaldo de la silla. Tenía la cabeza gacha pero pude ver sus ojos llenándose de los que parecían lágrimas de dolor y frustración.

—Rachel —dijo Jenks pinchándome en la oreja—, levántate. Quiero ver qué ha pasado.

—Lo que ha pasado es Trent —mascullé a la vez que se me retorcían las tripas. Francis.

—¡Levántate! —gritó Jenks, tirando como si pudiese levantarme por la oreja—. ¡Rachel, levántate!

Sintiéndome como una mula en el arado, me levanté. El estómago me dio un vuelco y con la ayuda de Nick salí renqueando hacia el ruido y la confusión. Me encogí bajo mi manta y me apreté el brazo lastimado contra mí. Sabía qué era lo que iba a encontrar. Había visto a Trent matar a un hombre por menos. Esperar que se sentase sin hacer nada mientras se cernía sobre su cuello el peso de la ley era ridículo. Pero ¿cómo había podido actuar tan rápido?

El vestíbulo era un confuso desastre de cristales rotos y gente corriendo. El aire fresco de la noche entraba por los enormes agujeros en la pared donde antes había cristales. Había uniformes azules y amarillos de la AFI por todas partes, aunque no fuesen de mucha ayuda. La peste a plástico quemado se me pegó a la garganta. Las llamaradas naranjas y negras de un fuego llamaron mi atención hacia el aparcamiento, donde la furgoneta de la AFI ardía. Las luces rojas y azules se reflejaban en las paredes.

—Jenks —le dije en un suspiro cuando volvió a tirar de mi oreja para meterme prisa—, si sigues haciendo eso te aplasto con mis propias manos.

—¡Pues entonces mueve tu culo de bruja y sal ahí fuera! —exclamó frustrado—. No veo ni torta desde aquí.

Nick rehusó los esfuerzos bienintencionados de los buenos samaritanos que pensaban que yo había resultado herida en la explosión, pero no logró que nos dejasen en paz hasta que encontró un sombrero de la AFI y me lo puso en la cabeza. Agarrándome por la cintura y sujetándome avanzamos a trompicones sobre los cristales rotos, nos apartamos de las luces amarillas de la estación de autobuses y nos adentramos entre las discordantes, inciertas e intermitentes luces de los vehículos de la AFI.

Fuera, el equipo de las noticias locales estaba haciendo su agosto, encerrados en su rincón bajo los focos y hacían gestos de excitación. Sentí un pellizco en el estómago al darme cuenta de que su presencia probablemente fuese la responsable de la muerte de Francis.

Entorné los ojos ante el calor proveniente del fuego y me abrí paso lentamente hasta donde estaba el capitán Edden, quien observaba en silencio a diez metros de la furgoneta en llamas. Sin decir nada me detuve junto a él. No me miró. El viento soplaba y tosí al notar el sabor a goma quemada. No había nada que decir. Si Francis estaba ahí, Francis estaba muerto.

—Clayton tenía un hijo de trece años —dijo Edden con los ojos puestos en la nube de humo.

Sentí como si me hubiesen dado un puñetazo en el estómago e hice un esfuerzo por mantenerme en pie. Los trece no eran buena edad para perder a un padre. Yo lo sabía bien. Edden respiró hondo y se giró hacia mí. La inexpresividad de su rostro me dejó helada. Las sombras oscilantes del fuego resaltaban las pocas arrugas de su rostro.

—No te preocupes, Morgan —dijo—. El trato era que me entregarías a Kalamack. La AFI pagará tu contrato. —Una emoción se reflejó en su rostro, pero no supe decir si era rabia o dolor—. Tú me lo entregaste. Yo lo he perdido. Sin la confesión de Percy lo único que tenemos es la palabra de un brujo muerto contra la suya. Y para cuando consiga una orden de registro, los campos de cultivo de tomates de Kalamack habrán desaparecido. Lo siento. Se va a librar. Esto… —Hizo un gesto hacia el fuego— no ha sido culpa tuya.

—Edden —comencé a decir, pero él levantó la mano y se alejó caminando.

—No quiero errores —se dijo a sí mismo con un aspecto más abatido que el mío. Un agente de la AFI con un mono de EAH llegó corriendo hasta él y vaciló al ver que Edden no le hacía caso. La multitud se los tragó.

Me giré para mirar la repentina llamarada dorada y negra y me sentí fatal. Francis estaba ahí dentro, junto con mis hechizos. Supongo que no daban tanta suerte al fin y al cabo.

—Esto no es culpa tuya —dijo Nick sujetándome con un brazo al amenazar mis rodillas con doblarse de nuevo—. Tú les advertiste. Hiciste todo lo que estaba en tu mano.

Me apoyé en su brazo para evitar caerme.

—Ya lo sé —dije con tono inexpresivo, creyéndomelo.

Un camión de bomberos avanzó entre los coches aparcados despejando la calle y atrayendo una mayor cantidad de público con sus esporádicos toques de sirena.

—Rachel —dijo Jenks tirándome de la oreja de nuevo.

—Jenks —dije con amarga frustración—, déjame en paz.

—¡Ojalá te caigas de tu escoba! —replicó el pixie—. Jonathan está al otro lado de la calle.

—¡Jonathan! —La adrenalina bombeó dolorosamente por mi cuerpo y me solté del brazo de Nick—. ¿Dónde?

—¡No mires! —dijeron Nick y Jenks simultáneamente. Nick volvió a rodearme con su brazo e intentó alejarme de allí.

—¡Para! —grité ignorando el dolor e intentando mirar a mis espaldas—. ¿Dónde está?

—Sigue andando, Rachel —me ordenó Nick—, puede que Kalamack quiera verte muerta a ti también.

—¡Malditos seáis los dos! —grité—. ¡Quiero verlo!

Empecé a cojear en un intento por hacer que Nick se detuviese. De alguna manera funcionó, ya que me escurrí de su brazo y caí al asfalto formando un desmadejado ovillo. Retorciéndome logré mirar hacia el otro lado de la calle. Unos andares familiares llamaron mi atención. Sorteando al personal de protección civil y a los curiosos vi a Jonathan. El alto y refinado hombre era fácil de distinguir entre la multitud. Se dirigía con prisas hacia un coche aparcado delante del camión de bomberos. Con el estómago atenazado por la preocupación, me quedé mirando el gran coche negro sabiendo quién había dentro.

Aparté a Nick con la mano cuando intentó levantarme y maldije a los coches y a la gente que se interponían en mi línea de visión. La ventanilla trasera se bajó. La mirada de Trent se cruzó con la mía y se me cortó la respiración. A la luz de los vehículos de emergencias vi que su cara era una masa de cardenales y que tenía la cabeza vendada. La rabia en sus ojos me comprimió el corazón.

—Trent —dije con un hilo de voz a la vez que Nick se agachaba para agarrarme por debajo de los brazos para levantarme. Nick se quedó inmóvil y ambos observamos desde el suelo a Jonathan detenerse junto a la ventanilla. Se inclinó para escuchar a Trent. Se me aceleró el pulso cuando el alto hombre se irguió repentinamente y siguió la mirada de Trent hacia el otro lado de la calle, hasta mí. Me estremecí ante el odio que emanaba de Jonathan.

Los labios de Trent se movieron y Jonathan saltó. Dedicándome una última mirada se dirigió con paso tenso hacia la puerta del conductor. Oí el portazo por encima de todo el ruido que me rodeaba. No podía apartar los ojos de Trent. Su expresión seguía siendo de enfado, pero sonreía y mi preocupación se incrementó por la amenaza que implicaba. La ventanilla se cerró y el coche lentamente se alejó.

Durante un momento no fui capaz de reaccionar. El asfalto estaba templado y si me levantaba tendría que moverme. Denon no había enviado al demonio a por mí, había sido Trent.

Capítulo 33

Me incliné para recoger el periódico que había en el último escalón de la entrada de la iglesia. El olor a césped recién cortado y a humedad era casi un bálsamo que inundaba mis sentidos. Algo se movió rápidamente por la acera. Con el pulso acelerado me puse en cuclillas en posición defensiva. La risita de una niña pequeña subida a su bicicleta rosa haciendo sonar el timbre resultó algo embarazosa. Sus talones volaban al pedalear como si la persiguiese el diablo. Con una mueca sacudí el periódico en la palma de mi mano al verla desaparecer por la esquina. Juraría que me esperaba cada tarde.

Había pasado una semana desde que se anuló oficialmente la amenaza de muerte de la Si contra mí y aún seguía viendo asesinos por todas partes. Pero la verdad es que era posible que alguien más aparte de la SI quisiera verme muerta. Resoplé con fuerza e intenté eliminar la adrenalina de mi organismo cerrando de un golpe la puerta de la iglesia tras de mí. El reconfortante crujir de las hojas impresas hacía eco en las gruesas vigas de madera y en las desnudas paredes del santuario al hojear yo el periódico buscando la sección de clasificados. Me metí el resto del periódico bajo el brazo y me dirigí a la cocina, recorriendo con los ojos la sección de anuncios personales.

—Ya era hora de que te levantases, Rachel —dijo Jenks batiendo sus alas y revoloteando en molestos círculos a mi alrededor por el estrecho pasillo. Olía a jardín. Vestía su «ropa de faena» y parecía un Peter Pan con alas en miniatura—. ¿Vamos a por ese disco o qué?

—Hola, Jenks —dije notando una creciente punzada de ansiedad y anticipación—, sí, llamaron a un exterminador ayer.

Dejé el periódico en la mesa de la cocina, apartando los rotuladores de colores y los mapas de Ivy para hacer sitio.

—Mira —dije señalando—, tengo otro más.

—Déjame ver —exigió el pixie. Aterrizó directamente sobre el periódico con las manos en las caderas.

Señalando con el dedo el texto leí en voz alta:

—«T. K. desea reanudar la comunicación con R. M. con respecto a un posible negocio.» —No había número de teléfono, pero era obvio quién lo había escrito. Trent Kalamack.

Una sensación desagradable me urgió a sentarme junto a la mesa y a mirar más allá de la nueva pecera del
señor Pez
, hacia el jardín. Aunque había pagado mi contrato y estaba razonablemente a salvo de la SI, aún tenía que lidiar con Trent. Sabía que estaba fabricando biofármacos. Era una amenaza para él. Por ahora estaba siendo paciente, pero si no accedía a entrar en su equipo, me metería bajo tierra.

A estas alturas ya no quería la cabeza de Trent, solo quería que me dejase tranquila. El chantaje era completamente aceptable y sin duda mucho más seguro que intentar librarme de Trent a través de los tribunales. Era un hombre de negocios por encima de todo y el deseo de evitar un juicio era probablemente mayor que el de tenerme trabajando para él o muerta. Pero necesitaba algo más que una página de su agenda. Y hoy iba a conseguirlo.

—Bonitas medias, Jenks —dijo Ivy con voz ronca desde el pasillo.

Sobresaltada, di un respingo y enseguida transformé el movimiento para atusarme un rizo del pelo. Ivy estaba apoyada en el quicio de la puerta y parecía una imagen apática de la muerte con su bata negra. Arrastrando los pies fue hasta la ventana para cerrar las cortinas y apoyarse contra la encimera en la penumbra. Mi silla crujió al recostarme en el respaldo.

—Te has levantado temprano hoy.

Ivy se sirvió una taza de café frío del día anterior y se dejó caer en la silla frente a mí. Tenía los ojos rojos y la bata atada descuidadamente en la cintura. Desganadamente manoseó el periódico por donde Jenks había dejado sus huellas sucias.

—Hay luna llena esta noche. ¿Lo hacemos?

Di un breve suspiro y me latió con fuerza el corazón. Me levanté para tirar el café y hacer más antes de que Ivy se bebiese el resto. Hasta yo era más exigente.

—Sí —respondí notando la tensión en la piel.

—¿Seguro que te sientes con fuerzas? —preguntó con los ojos fijos en mi cuello.

No fue más que mi imaginación, pero creí sentir una punzada justo donde se posaban sus ojos.

—Estoy bien —dije haciendo un esfuerzo por no taparme la cicatriz con la mano—. Mejor que bien, estoy genial.

Los insípidos pastelitos de Ivy me hacían sentirme alternativamente náuseas y hambre, pero había recuperado mi vigor sorprendentemente en tan solo tres días en lugar de en tres meses. Matalina ya me había quitado los puntos del cuello y no había quedado apenas cicatriz. Que hubiese sanado tan rápido era preocupante. Me preguntaba si lo pagaría más adelante. Y cómo.

—¿Ivy? —dij e sacando el café de la nevera—, ¿qué había en esos pastelitos?

—Azufre.

Di un salto, conmocionada.

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