—¿Está Ivy bien? —pregunté.
—Ah, sí. Se le pasará. —Jenks revoloteó hasta mi maceta de laurel—. Solo está molesta porque pagar su contrato y salvarse el culo le ha costado todo lo que tenía.
Asentí, contenta de que prefiriesen que me marchara. Las cosas serían mucho más fáciles si no ponían precio a nuestras cabezas.
—¿Tú sabías que tenía dinero?
Jenks le quitó el polvo a una hoja y se sentó. Adoptó un aire de superioridad difícil de mantener teniendo en cuenta que solo medía diez centímetros y vestía como una mariposa daltónica.
—Bueno,
psse
… es el último miembro vivo de su familia. Yo que tú la dejaría sola unos días. Está más cabreada que una avispa mojada. Acaba de perder su casa en el campo, las tierras, las acciones, todo. Lo único que queda es la mansión en el centro junto al río y es de su madre.
Me eché hacia atrás en la silla, desenvolví mi último chicle de canela y me lo metí en la boca. Jenks aterrizó en mi caja con estrépito y comenzó a fisgonear.
—Ah, sí —dijo entre dientes—. Ivy dice que ya ha alquilado un garito. Aquí tengo la dirección.
—Sal de mis cosas. —Lo aparté con un dedo y revoloteó de nuevo hasta el laurel, posándose en la rama más alta para observar a toda la oficina cuchicheando. Me palpitaba la sien al agacharme para vaciar el último cajón. ¿Por qué le habría dado Ivy a Denon todo lo que poseía? ¿Por qué no había usado su deseo?
—¡Levanta la cabeza! —dijo Jenks deslizándose por la planta para esconderse entre las hojas—, que viene el jefe.
Me puse derecha y vi a Denon a medio camino hacia mi mesa. Francis, el pelota lameculos de la oficina se apartó de un grupito de gente para seguirlo. Los ojos de mi ex jefe se clavaron en mí por encima de las separaciones del cubículo. Casi me ahogo al tragarme accidentalmente el chicle.
Para describirlo en pocas palabras podríamos decir que el jefe parecía un luchador profesional con un doctorado en zalamería: un tipo grande, con músculos marcados y un bronceado perfecto. Creo que fue gorila de discoteca en una vida anterior. Al igual que Ivy, Denon era un vampiro vivo, pero al contrario que ella, él había nacido normal y fue convertido. Eso lo clasificaba como un vampiro de segunda clase, muy alejado de la élite.
Aun así Denon no era alguien a quien se debiera ignorar tras tener que trabajar duro para superar su innoble procedencia. Su sobreabundancia de músculos era por algo más que por estética: lo mantenían con vida entre su parentela de adopción, mucho más fuertes. Poseía ese aspecto de edad indefinida de aquellos que se alimentaban regularmente de no muertos. Únicamente los no muertos podían convertir en vampiros a los humanos y a juzgar por su saludable aspecto, Denon era uno de los favoritos. Media oficina quería ser su juguetito sexual. A la otra mitad les provocaba terror. Yo me contaba orgullosamente entre los miembros activos de la segunda mitad.
Me temblaban las manos al sujetar la taza de café del día anterior y fingí dar un sorbito. Sus brazos se movían como pistones al andar. Su polo amarillo resaltaba sobre los pantalones negros con la raya perfecta que se ajustaban alrededor de sus musculosas piernas y esbelta cintura. La gente se apartaba a su paso. Algunos incluso abandonaron la planta. Qué Dios me ayude, si mi deseo no había funcionado y me había descubierto.
Las paredes de separación de un metro veinte crujieron cuando Denon se apoyó en ellas. No me atreví a mirar, sino que intenté concentrarme en los agujeros que habían dejado las chinchetas en la pared. La piel de mis brazos se erizó como si Denon me hubiese tocado. Su presencia parecía levantar un remolino a mi alrededor, rebotando en las paredes de mi cubículo y elevándose hasta dar al impresión de estar también a mis espaldas. Se me aceleró el pulso e intenté concentrarme en Francis.
El pelota se había parapetado en la mesa de Joyce y se estaba desabrochando un botón de su chaqueta de poliéster azul. Sonreía ampliamente mostrando su perfecta dentadura, obviamente con fundas. Mientras lo observaba se arremangó la chaqueta dejando ver sus enclenques bracitos. Su rostro triangular estaba enmarcado por una melena hasta las orejas, que no dejaba de apartarse de los ojos. Él pensaba que el gesto era encantadoramente juvenil. Yo pensaba que parecía que acababa de despertarse. A pesar de que solo eran las tres de la tarde, una espesa barba cubría ya su cara. Se había levantado a posta el cuello de la camisa hawaiana. El chiste que corría por la oficina era que quería parecerse a Sonny Crockett, pero sus ojos bizqueaban y su nariz era demasiado larga y delgada para ni siquiera acercársele. Patético.
—Ya se qué está pasando aquí, Morgan —dijo Denon captando toda mi atención. Tenía ese tipo de voz gutural que solo pueden tener los hombres negros y los vampiros. Debe de existir una norma escrita en algún sitio. Grave y dulce. Persuasiva. La promesa que conllevaba me tensó la piel y la sensación de miedo me inundó.
—¿Cómo dices? —dije alegrándome de que no se me cascase la voz. Envalentonada, lo miré a los ojos. Se me aceleró la respiración y me puse tensa. Intentaba proyectar su aura a las tres de la tarde, ¡joder!
Denon apoyó los brazos encima de la separación. Sus bíceps se apretaron, haciendo que se le hinchasen las venas. Se me erizó el pelo de la nuca y tuve que hacer un esfuerzo por no mirar hacia atrás.
—Todo el mundo cree que te vas por la porquería de misiones que te he estado mandando —dijo suavizando la voz, acariciando las palabras conforme salían de sus labios—. Y no les falta razón.
Se irguió e hizo un movimiento brusco cuando crujió el plástico. El color marrón de sus ojos había desaparecido quedando completamente ocultos por las enormes pupilas dilatadas. Maldición.
—Llevo dos años intentando librarme de ti —continuó—. No es que tengas mala suerte —dijo sonriendo y dejándome ver su dentadura humana—. Me tienes a mí: ayudantes malos, mensajes incomprensibles, soplos a tus objetivos…, pero cuando por fin logro que te vayas te llevas a mi mejor cazarrecompensas contigo. —La expresión de sus ojos se hizo más intensa. Hice un esfuerzo por relajar las manos y atraje su mirada hacia ellas—. Eso no es nada bueno, Morgan.
No era culpa mía, pensé poniendo en duda mi preocupación al comprender lo que pasaba. No era yo. Todos esos errores no eran por mi culpa. Entonces Denon se acercó al hueco entre las separaciones que hacía de puerta.
Con un estrépito de metal y plástico me encontré de pronto arrinconada contra mi mesa. Arrugué unos papeles y el ratón se cayó de la mesa, quedándose colgado del cable. Los ojos de Denon eran todo pupilas negras. El pulso me martilleaba la sien.
—No me gustas, Morgan —dijo, echándome su húmedo aliento—. Nunca me has gustado. Tus métodos son poco precisos y descuidados, igual que los de tu padre. Que se te escapase aquella leprechaun es incomprensible. —Se quedó con la mirada perdida. Yo aguantaba la respiración mientras sus ojos vidriosos intentaban comprender algo que quedaba fuera de su alcance.
Por favor que funcione
, pensé desesperada. ¿Funcionaría de verdad mi deseo? Denon se acercó aun más y tuve que clavarme las uñas en la palma de la mano para no desmayarme. Me concentré en respirar.
—Incomprensible —repitió como si intentase encontrar una explicación. Pero luego sacudió la cabeza, fingiendo una terrible consternación.
Resoplé aliviada cuando se apartó. Rompió el contacto visual clavando sus ojos en mi nuca, donde aún notaba el pulso martilleándome. Levanté la mano para cubrírmela y él me sonrió como haría un enamorado. El solo tenía una cicatriz en su bonito cuello. Me pregunté dónde estarían las demás.
—En cuanto salgas a la calle —susurró—, serás un blanco fácil.
La sorpresa se mezcló con mi preocupación en un nauseabundo cóctel. Iba a ponerle precio a mi cabeza.
—No puedes… —balbuceé—. ¡Si estabas deseando echarme!
No se movió ni un centímetro y precisamente su inmovilidad acrecentó mi miedo. Abrí los ojos de par en par observando cómo Denon tomaba aire pausadamente y sus labios se volvían más rojos.
—Alguien va a morir por esto, Rachel —susurró. Su forma de pronunciar mi nombre me dejó helada—. No puedo matar a Tamwood, así que tú vas a ser su cabeza de turco. Enhorabuena.
Mi mano cayó desplomada desde la nuca cuando Denon salió de mi cubículo. No era tan sutil como Ivy. Había una gran diferencia entre la clase alta y la baja de los vampiros, los que ya nacían vampiros y aquellos nacidos humanos y eran convertidos después.
Una vez en el pasillo la mirada amenazante de Denon desapareció. Sacó un sobre del bolsillo trasero y lo lanzó sobre mi mesa.
—Disfruta de tu última paga, Morgan —dijo en voz alta, para que todos lo oyesen. Se dio la vuelta y se marchó.
—Pero si tú querías que me largase… —murmuré cuando desaparecía en el ascensor. Las puertas se cerraron. La flechita hacia abajo se iluminó. Tenía que informar a su jefe. Denon debía de estar bromeando. No iba a ponerle precio a mi cabeza por algo tan estúpido como que Ivy se viniese conmigo, ¿o sí?
—Muy bien, Rachel.
Giré la cabeza hacia la voz nasal. Me había olvidado de Francis. Se deslizó desde la mesa de Joyce y se apoyó en mi separación. Después de haber visto a Denon hacer el mismo gesto, el efecto era patético. Lentamente me dejé caer en mi silla giratoria.
—Llevo seis meses esperando que te quemes lo suficiente como para largarte —dijo Francis—. Tenía que haber sabido que lo único que necesitabas era emborracharte.
Una ola de rabia disipó el miedo que había pasado y volví a concentrarme en recoger mis cosas. Tenía los dedos fríos e intenté devolverles algo de calor frotándolos. Jenks salió de su escondite y en silencio revoloteó hasta lo más alto de mi planta.
Francis volvió a remangarse la chaqueta hasta los codos. Apartando mi cheque con un dedo se sentó en mi mesa con un pie apoyado en el suelo.
—Has tardado mucho más de lo que imaginaba —se burló—. O eres muy cabezota, o muy estúpida. De cualquiera de las dos formas, date por muerta. —Resopló por la nariz haciendo un ruido áspero.
Cerré un cajón de golpe y casi le pilló los dedos.
—¿Intentas decirme algo, Francis?
—Me llamo Frank —dijo intentando aparentar superioridad, pero solo parecía que estaba acatarrado—. No te molestes en borrar los archivos de tu ordenador. Ahora son míos, junto con tu mesa.
Miré a mi monitor con un salvapantallas de una rana de ojos saltones. De vez en cuando se comía una mosca con la cara de Francis.
—¿Desde cuándo los estirados de abajo dejan que un hechicero se encargue de un caso? —pregunté recalcando su rango inferior.
Francis no era lo suficientemente bueno como para compararse con una bruja. Podía invocar un hechizo, pero no tenía los conocimientos para crear uno. Yo sí, aunque normalmente me compraba los amuletos. Era más fácil y probablemente más seguro para mí y para mi objetivo. No era culpa mía que miles de años de estereotipos clasificaran a las mujeres como brujas y a los hombres como hechiceros.
Aparentemente eso era precisamente lo que quería contarme.
—No eres la única que sabe conjurar, Rachel, chica. Me saqué la licencia la semana pasada. —Inclinándose sacó un lápiz de mi caja y lo volvió a colocar en el cubilete—. Me habría hecho brujo hace mucho tiempo, pero no me apetecía ensuciarme las manos aprendiendo a hacer hechizos. No tendría que haber esperado tanto. Ha sido facilísimo.
—Pues mira qué bien. —Le quité el lápiz y lo metí en mi bolsillo. ¿Francis había dado el salto para convertirse en brujo?, pensé. Deben de haber rebajado el nivel.
—Pues sí —dijo Francis, limpiándose bajo las uñas con una de mis dagas de plata—. Me han asignado tu mesa, tus casos y hasta tu coche de empresa.
Arrancándole la daga de la mano, la arrojé a la caja.
—Yo no tengo coche de empresa.
—Yo sí. —Se levantó el cuello de la camisa lleno de palmeras, orgulloso de sí mismo. Me prometí a mí misma mantener la boca cerrada, no fuera que le diese otro motivo para jactarse.
—Sí —dijo con un suspiro exagerado—, voy a necesitarlo. Denon me ha pedido que vaya a entrevistarme con el concejal Trenton Kalamack el lunes. —Francis se rió por lo bajo—. Mientras tú estabas por ahí metiendo la pata, yo he estado dirigiendo una redada en la que se incautaron dos kilos de azufre.
—Qué fuerte —dije a punto de estrangularlo.
—No es la cantidad —añadió apartándose el pelo de los ojos—, lo importante es quién lo llevaba.
Eso sí que me interesaba. ¿El nombre de Trenton relacionado con azufre?
—¿Quién? —pregunté.
Francis se bajó de mi mesa. Tropezó con mis zapatillas rosas para la oficina y casi se cae. Recuperando el equilibrio me apuntó con el dedo como si fuese una pistola.
—Ten cuidado, Morgan.
Hasta ahí podíamos llegar. Con la expresión crispada estiré la pierna metiendo el pie bajo el suyo. Cayó con un gratificante grito. Puse la rodilla en su espalda sobre la fea chaqueta de poliéster. Me llevé la mano a la cadera buscando mis esposas, pero ya no estaban allí. Jenks me vitoreaba revoloteando a nuestro alrededor. La oficina se quedó en silencio tras un rumor de sorpresa. Nadie se atrevió a intervenir. Ni siquiera se atrevían a mirarme.
—No tengo nada que perder, listillo —le solté, agachándome hasta oler su sudor—. Como bien has dicho, ya estoy muerta, así que lo único que me impide arrancarte los párpados ahora mismo es la curiosidad. Te voy a preguntar de nuevo, ¿a quién pillaste con el azufre?
—Rachel —suplicó. Podría haberme tirado de culo pero le dio miedo intentarlo—. Estás en un lío muy… ¡ay! —exclamó cuando le clavé las uñas en el párpado derecho—. ¡Yolin, Yolin Bates!
—¿El secretario de Trent Kalamack? —dijo Jenks sobrevolando mi hombro.
—Sí —dijo Francis arañándose la cara con la moqueta al girarse para mirarme—. O más bien lo era, ahora descansa en paz. ¡Maldita sea, Rachel, quítate de encima!
—¿Está muerto? —Me levanté del suelo y me sacudí el polvo.
Francis se levantó cabreado, pero seguro que estaba disfrutando diciéndome esto o se habría largado de allí inmediatamente.
—Muerto no, muerta —dijo arreglándose el cuello para dejarlo levantado—. La encontraron tiesa como una piedra en el calabozo de la SI ayer. Literalmente. Era una hechicera.
Esto último lo dijo con un tono condescendiente y le dediqué una agria sonrisa. Qué fácil resultaba sentir desprecio por algo que él mismo había sido hasta hacía menos de una semana. Trent, pensé dejando volar la imaginación. Si yo pudiese demostrar que Trent traficaba con azufre y lo entregaba a la SI en bandeja de plata, Denon no tendría más remedio que dejarme tranquila. La SI llevaba años tras él mientras las redes del azufre no paraban de crecer.