Read Buenos Aires es leyenda 2 Online
Authors: Víctor Coviello Guillermo Barrantes
Tags: #Cuento, Fantástico
E
ZEQUIEL
P. (siete tatuajes, todos calaveras): «Me encantan las calaveras. Estuve con ganas de hacerme la que termina en ratón. Pero ¿para qué? ¿Para qué tentar al Diablo?».
S
USANA
R. (cuatro tatuajes): «Dicen que con la calavera no pasa nada, que es la otra figura, ese tribal complejo que forma una cara. Yo pronto tengo que hacerme otro tatuaje, porque tener un número par trae mala suerte. Pero ni loca me hago el tribal ése. Hay tantos motivos para elegir».
N
ICOLÁS
T.: (diseñador de muestrarios de tatuajes): «Yo conocía la historia pero con otra clase de dibujo. Era el tatuaje de un bebé rechoncho, mitad demonio, mitad ángel. El que se lo tatuaba se suicidaba a los pocos días. Nunca me tragué el cuento, pero en el ambiente del tatuaje le tenían respeto al asunto».
Hace unos diez años aconteció algo que puede sustentar, en cierta manera, las palabras de Nicolás. La noticia fue muy comentada: en las afueras de Miami fue encontrado el cuerpo de un hombre que habría caído desde un avión proveniente de Buenos Aires. Luego se dedujo que se trataría de un polizón que viajaba escondido en el tren de aterrizaje del aeroplano. De ser así el hombre habría muerto a los veinte minutos de despegar el avión, por falta de oxígeno. Cuando el tren de aterrizaje se desplegó para aterrizar en Miami, su cuerpo cayó al vacío.
Pero hubo un detalle que puso la noticia en boca de todos los porteños: el hombre tenía tatuado en el pecho el escudo del Racing Club de Avellaneda. Ahora bien, se habló muy poco de los otros dos tatuajes que exhibía el polizón académico. Así los describe el diario
Clarín
:
Otro tatuaje tenía el dibujo de un bebé gordo, con cuernos y alas, debajo del cual estaban escritas las letras mayúsculas
N.Y.Y.
En un hombro, tenía otro tatuaje pequeño, era la figura de un muñeco encerrado en un círculo con varias rayas, de la cabeza de este muñeco salían varias trenzas.
El primero de los tatuajes descrito podría corresponder al citado por Nicolás. ¿Y si el hombre no era un simple polizón? ¿Si toda aquella locura la llevó a cabo bajo el influjo de un tatuaje prohibido? Porque tal vez no sea una sola la figura maldita. Puede que sean dos. O tres.
Nunca lo sabremos. Sólo podremos creer o no creer.
Quizá no exista la versión apócrifa de aquel versículo del Levítico, y su advertencia sólo se refiera a los condenados cultos paganos.
Quizás el hombre de extraño acento tatuado por Rubén sólo estaba loco.
Quizá la mitad del mundo que no vemos sea pura abstracción matemática.
O quizá la Biblia, Titino y los electrones intenten abrirnos los ojos ante un peligro antiquísimo y mortal.
Creer o no creer. Tan simple como eso.
Cuando decidimos incluir un mito sobre la figura de Eva Perón, sabíamos que era una tarea delicada. Pero esta mujer, de frágil contextura física pero de un magnetismo y convicción envidiables, no podía quedar al margen de este segundo volumen. Cumple con todos los requisitos del mito unipersonal: juventud, en este caso acompañada de belleza, y la muerte en su plenitud.
Evita, como veremos más adelante, es una metáfora de un país de eternas contradicciones. Inclasificable para cualquier estadística. Atípico por donde se lo mire. Todo ese sino dio como fruto una figura y con ella, todo un capítulo de la historia argentina.
Con su vida, pero también con su muerte.
Su vida
Eva Duarte nació en Los Toldos, provincia de Buenos Aires, en 1919. Su infancia la pasó con sus otros cuatro hermanos en la localidad de Junín. Pero a Eva ese pueblo le quedaba chico para los sueños magnánimos que desvelaban sus noches. Coleccionaba revistas de estrellas y se imaginaba como una. Definitivamente, ése era su destino.
Viene a probar suerte a la gran urbe, Buenos Aires, con apenas 15 años.
La ciudad le muestra todas sus caras, pero la miseria es la que más persiste. Trata de actuar en cuanta compañía teatral haya. Son muchos los fracasos, pero su deseo de triunfo la sobrepone al hambre, a la soledad y al olvido. Su cuerpo diminuto es su único bagaje y lo usa. Y de a poco, de insistir, perseverar, su nombre, discretamente, aparece en alguna reseña teatral. A pesar de los vaivenes, finalmente en 1943, encabeza un elenco de radioteatro, donde representa a mujeres célebres de la historia. ¿Una premonición? Eva, más madura y reflexiva, consigue un sustento que le permite salir del estado de pensión crónica y puede alquilar un departamento en la calle Posadas 1567, en Recoleta. Allí empieza a transformarse en Evita. Compra vestidos caros y también perfumes, una obsesión que la acompañaría el resto de su vida y más allá, como veremos después. Pero la parte que faltaba se completa al conocer al, en ese entonces, coronel Juan Perón, una figura carismática que venía adquiriendo notoriedad estando al frente de la Secretaría de Trabajo y Previsión Social.
Si bien se habían visto fugazmente en esa dependencia, cuando Eva había acompañado a sus colegas, miembros del Sindicato de Actores, la primera vez que tomaron contacto y desde ahí jamás se separaron, fue el 22 de enero de 1944. Como si el lugar fuera una gran metáfora del encuentro entre esos dos protagonistas que, para bien o mal, fijarían el rumbo de la historia argentina por años, el estadio Luna Park estaba repleto de artistas esa noche de verano. ¿El motivo? Un terremoto de gran magnitud que había sacudido a la provincia de San Juan. Desde diferentes ámbitos se decidió hacer actividades para recaudar fondos para los damnificados. El Sindicato de Actores se hacía presente. En lo que Evita citó como «mi día maravilloso» se sentó en uno de los lugares que había dejado libre el por entonces presidente, general Pedro Ramírez, junto a Perón. Jamás se separaron. Al mes de conocerse, Perón alquiló un departamento contiguo al de Evita en el edificio de Posadas 1567. A pesar de la intensidad de la relación, Evita siguió en el mundo del espectáculo y aparecen
La Cabalgata del Circo
, en donde tuvo un destacado —aunque no consagratorio— papel y
La Pródiga
, en la que interpretó de forma anticipatoria a una mujer que se dedica a las obras de caridad. La gente le da un trato casi celestial llamándola «La Señora». El destino o la convicción. Tampoco abandonó la radio y el apoyo a la política de su pareja, ahora también vicepresidente y ministro de Guerra del sucesor de Ramírez, el general Edelmiro J. Farrell. La actividad de Perón adquiere tal relevancia que el gobierno ante su avanzar incontenible decide pedirle la renuncia a sus cargos y es finalmente detenido y enviado a la Isla Martín García, un pequeño islote en el Río de la Plata, muy cerca de Buenos Aires. Por problemas de salud se lo traslada al Hospital Militar. El clamor popular exige que Perón sea repuesto en sus funciones. Entonces, en la jornada del 17 de octubre de 1945, se produce un hecho histórico de singulares características: en forma prácticamente espontánea, miles de trabajadores van llegando a la capital y se congregan en Plaza de Mayo, frente a la Casa de Gobierno. Los «descamisados», como alguien los nombró, se mantuvieron firmes reclamando a su líder. Casi a la medianoche, Perón salió a uno de los balcones de la Casa de Gobierno para agradecer esa devoción.
Con su casamiento, el 22 de octubre, Eva Duarte se transforma en Eva Perón.
El destino está marcado. Perón gana las elecciones presidenciales y asume el 4 de junio de 1946. Instalados en el Palacio Unzué, la residencia presidencial, la pareja desarrolla una actividad múltiple. Apoyados por una coyuntura internacional muy favorable, debida principalmente a la posguerra, a la Argentina como país exportador de materias primas le llegan muchos capitales. Ahora definitivamente como Evita Perón, hace de la ayuda social y de su apoyo al Presidente su más ferviente consigna. Donaciones, su fundación y un viaje por Europa le valen admiración y agradecimiento, aunque también cada vez más enemigos. Pero Evita no piensa detenerse. Quiere estar en todos lados, se sabe consciente del dolor ajeno, del hambre de sus «queridos descamisados». También muestra su resentimiento por la clase acomodada, por los «oligarcas», y trata de demostrarles que una persona de hechos también puede saber estar. Se rodea de inmensidad de vestidos y nunca se aleja de su modisto y su peinador personal, creadores junto con Perón, aunque no explícitamente, de ese
look
personalísimo.
Su muerte
El primer aviso de su enfermedad, al menos oficialmente, se produce cuando Evita sufre un desmayo en la inauguración de la sede del sindicato de taxistas a principios de 1950. Pero otras versiones indican que ya en 1947 fue examinada por el doctor Ivanissevich, que le habría diagnosticado un cáncer de fácil operación. «No tengo nada, usted quiere apartarme de la escena política», habría sido su respuesta. Evita no podía detenerse. Sus jornadas laborales se podían extender hasta veinte horas. Casi no comía. No había tiempo que perder. La Fundación Evita, inauguraciones, donar y por sobre todas las cosas, ser la «fanática por Perón» dejando su vida, y por si quedara alguna duda, poniendo ese énfasis por escrito en
La razón de mi vida
, su libro. Así se la postula como candidata a la vicepresidencia de la Nación para la futuras elecciones del u de noviembre de 1951. Discursos, arengas, obras, excesos. Evita utiliza sus fuerzas que imperceptiblemente la abandonan. Lo primero que debe resignar es su candidatura: «No renuncio a mi obra; sólo rechazo los honores. Continuaré siendo la humilde colaboradora del general Perón».
El 3 de noviembre se le realiza una operación en un intento de extirpar el tumor localizado en el cuello del útero. La operación no tiene el éxito esperado y Evita empeora día a día. Aun así puede darse el lujo de ver concretado un sueño que la tenía como una de las principales impulsoras, es decir, el voto femenino. Le llevan a su habitación, acondicionada especialmente en la residencia presidencial, una urna y ella da su primer y único voto. Como si eso le diera una energía prestada, para fin de año entrega juguetes personalmente en los jardines del palacio presidencial. Y hace un corto viaje por el Delta. Pero la tregua dura tan sólo unos meses y la enfermedad es imparable. El de mayo da su último discurso en el balcón de la Casa Rosada. «Yo saldré con los hombres y mujeres del pueblo, muerta o viva».
El 7 de mayo festeja su último cumpleaños (33) y el 4 de junio con un arnés especialmente diseñado, acompaña a Perón en el auto presidencial en el día de su asunción.
Después, la agonía se presenta con terribles dolores. Pesa sólo 38 kilos pero el dolor es como una tonelada. Permanece lúcida hasta el final. «No te olvides de los humildes», le dice a Perón un día antes de morir.
El sábado 26 de julio de 1952, a las 20:25, la radio oficial anuncia que «Eva Perón, Jefa Espiritual de la Nación, ha entrado en la inmortalidad». Las exequias se prolongaron varios días y por su féretro desfilaron más de dos millones de personas.
A
BELARDO
M. recuerda esos días de luto como algo que marcó su infancia:
—Yo la veía con ojos de niño, pero puedo asegurarles que en esos días el tiempo se detuvo. El dolor, la tristeza, se podían sentir en el aire. Por supuesto, muchos también festejaban pero era un festejo con un dejo de preocupación al ver ese fervor popular: saber que Evita ahora sería intocable.
El cuerpo
La historia de la momificación del cuerpo de la «jefa espiritual de la patria» ya de por sí podría ser tema de un mito aparte. De hecho, ha sido motivo de innumerables investigaciones, análisis y obras, entre las que se destacan el impecable relato
Esa Mujer
del escritor Roberto Walsh y
Santa Evita
, la sobresaliente novela de Tomás Eloy Martínez.
Para el proceso de momificación fue convocado el patólogo español Pedro Ara. Su «obra» se completa en un año exacto. Velada permanentemente en el edificio de la CGT (Confederación General del Trabajo), Ara pidió tener instalaciones acordes a su tarea. Así se hizo. La entrada era muy restringida. Con la llamada Revolución Libertadora, el golpe militar que derroca a Perón, el cuerpo de Evita empieza a deambular por diferentes lugares. El presidente de ese momento, el general Pedro Aramburu, toma la decisión y es el coronel Carlos Moore-Koenig el encargado de hacer el operativo. Pero desde el poder se advierte que esto acrecentaba el mito de la mártir y santa del peronismo y ordena depositarla en un nicho común de la necrópolis porteña, el Cementerio de la Chacarita. Pero Moore-Koenig increíblemente desobedece. Así como Pedro Ara, caería fascinado por ese cuerpo ahora perfecto. A esto se le agrega un hecho que nos va introduciendo en la mitología, más precisamente en su arista sobrenatural. Para eludir a los antiperonistas, Moore-Koenig oculta a la momia en la casa de su colaborador, el mayor Arandia. El militar, dada la situación, dormía con una pistola bajo la almohada. Una noche, oyó pasos que se acercaban a la habitación. Cuando la puerta se abrió, disparó varias veces contra una sombra que aparecía en el portal. Arandia de inmediato vio un cuerpo caer: con horror, comprobó que era su esposa, embarazada. Lo insólito del caso fue que, interrogado después por un juez militar, Arandia supuestamente declaró: «Cuando maté a mi mujer yo tiraba contra un fantasma cuyo rostro era el de Eva Perón».