Read Buenos Aires es leyenda 2 Online
Authors: Víctor Coviello Guillermo Barrantes
Tags: #Cuento, Fantástico
Le dimos las gracias y nos fuimos.
No detallaremos las diferentes alimañas que rozaron nuestros pies mientras nos retirábamos, sólo diremos que antes de cerrar la puerta el dueño de casa nos dijo:
—En ese libro de ustedes, no pongan mi nombre. Digan que soy Destino Funesto. Así me iba a llamar si quedaba en la banda.
Dejamos la puerta del ex músico para volver a enfrentarnos a aquellas otras dos puertas, la de los creyentes y la de los escépticos.
Antes de que se decida por alguna de ellas, le dejamos un último dato:
El 11 de diciembre de 2002 el diario
Clarín
publicó una charla que mantuvo con el compositor y productor musical Coti Sorokin.
De entrada el entrevistado lanza unas palabras que recuerdan a Destino de Villa Soldati: «Mi verdadero nombre no me gusta y no se lo digo a nadie».
Coti es el padre de la criatura llamada
Color esperanza
, el súper hit de Diego Torres, canción que algunos aseguran está llena de mensajes subliminales.
En un momento el periodista le pregunta:
—¿Soñás con perdurar?
A lo que el compositor responde:
—¿Quién no? Por eso la gente tiene hijos. Igual creo que los artistas nos sentimos atemporales, hacemos pactos medio vampirescos con alguien que no está precisamente en el Cielo…
El periodista retruca:
—¿Vos qué obtuviste con tu pacto? ¿La clave para hacer hits?
Coti lanza una carcajada y culmina:
—Exactamente.
La peatonal Lavalle tuvo su esplendor allá por la década del 40, coincidiendo con la época de oro del cine argentino. Grandes salas cinematográficas se abrían permanentemente y competían en espectacularidad. La denominada «calle de los cines» comenzó su declive entrados los años setenta y con la salida de los videoclubes en la siguiente década, quedó herida de muerte. Para sobrevivir, algunas salas dividieron su espacio físico en varias. Las que no, terminaron en templos evangelistas, otras en casas de oferta de ropa de dudosa procedencia.
Otras desaparecieron definitivamente…
Esta leyenda nos llegó a través de un amigo. A su vez nuestro amigo aseguraba que un amigo del hermano de su novia había «experimentado» el mito en vivo. Al principio, la historia parecía una deformación del film
La llamada
(
The ring
) basada en la japonesa
Ringu
, en la que la visión de una cinta de video produce la muerte del que la ve en siete días, a menos que el espectador haga un par de copias. Pero descubrimos que la leyenda que nos habían contado era bastante anterior, de mediados de los ochenta. Se trataba de un cortometraje llamado
El ómnibus a Berenice
, que se había exhibido en varias salas de Buenos Aires. Por supuesto, los cines de Lavalle no podían estar afuera.
Para saber más de este misterioso corto recurrimos a un personaje, un verdadero memorioso del séptimo arte. Braulio, así se llamaba, nos esperaba en la cuadra de Lavalle al 700. Su aspecto inmediatamente nos hizo recordar a Jerry Lewis en
The Nuty Professor
, no sólo por su fisonomía sino también porque llevaba puestos unos enormes anteojos negros.
Cuando empezamos a hablar, sus movimientos enérgicos lo acercaban al Jim Carrey de
Ace Ventura
.
—Hace bastante que no vengo por Lavalle. Es que con el video y el DVD puedo ver más cantidad de material.
—¿Tenés idea de la cantidad de películas que viste?
—Antes llevaba la cuenta, pero ya no. Igual, tengo entendido que en otros países hay gente que me gana y por mucho. Los llaman MP (
movie people
). No me considero tan enfermo de las pelis. Lo que sí, me gané unas cuantas cositas gracias a ellas.
—¿Por ejemplo?
—Concursos, ese estilo. Pero bueno, yendo al punto, no los cité justo acá porque sí. Frente a ustedes, aunque camuflado, tienen al viejo y querido cine
Ambassador
, ahora mancillado por un outlet.
Efectivamente, tras ese vestido descolorido aún pueden apreciarse casi intactas —el cartel con el nombre también— las instalaciones originales.
—Si habré andado por acá. Todavía me dolían los granitos. Era como venir a trabajar, sobre todo cuando daban tres películas. Era muy amigo de Rolando, uno de los acomodadores. Después de que se fundieron, no lo vi más. Se debe haber muerto, seguro.
—Nos adelantaste por teléfono que viste
El ómnibus a Berenice
.
—Ya voy, ya voy. Quiero que se imaginen la situación. Me acuerdo de que ese día era miércoles, por lo tanto las entradas estaban a mitad de precio. Por eso llegué con buen tiempo, por si había cola. Apenas abrí la puerta, sentí que algo diferente pasaba. Le compré la entrada a José, el de la boletería, que siempre era atento pero que ese día ni siquiera me saludó. Pensé que una mala tarde la tenía cualquiera. A los dos minutos se abrieron las puertas de la sala y la gente salió con una expresión de bronca poco común. Yo siempre me fijo en esos detalles para adivinar lo que me puede esperar. En este caso, estaba desorientado.
—¿Qué estaban proyectando?
—
Hitcher, el viajero
(
The Hitcher
, 1986), una con Rutger Hauer, el memorable nexus 6 de
Blade Runner
. La historia era de un tipo que hacía dedo en la carretera y el que tenía la desgracia de levantarlo lo pasaba mal. Como decía, salió la gente y muchos pero muchos se iban al baño. Lo vi salir a Rolando con un trapo en la mano y tan pálido que estuve a punto de preguntarle si se sentía bien. «Brava la peli, ¿no?», me animé a preguntarle. «Sí, sí», me contestó, «pero lo de antes viene más jodido».
Abriéndonos paso entre mochilas, anteojos y todo tipo de gangas llegamos a la altura donde antes se ubicaban las puertas de la sala. Braulio se ponía cada vez más hiperkinético.
—Entonces —continuó—, donde estamos parados, me cortaron la entrada y me dieron el programa. Marcia, otra de las acomodadoras, tampoco me saludó, se la veía tensa. Entré. Hacía calor. La sala estaba bastante sucia, los programas no solamente tirados, sino también había pedacitos por todos lados. Como era uno de los primeros en la cola me senté bien al medio, pero igual estaba incómodo. Había algo que molestaba. Un olor…
—Olor.
—Sí, un olor a ¡vómito! ¡Eso era! Cuando me acostumbré, empezaron a pasar propagandas. Después de eso vino el corto. Me acuerdo muy bien porque la cámara mostraba una ruta y pensé que ya se trataba de la película. La historia en sí me pareció una boludez —a mí me aburren en general los cortos— y me entretuve comiendo un maní con chocolate que había comprado antes de entrar.
—Amplianos, si podés.
—Se trataba de un pibe y una mina que se conocían en un viaje. Había mucha onda entre los dos pero el flaco no se animaba a avanzar. Entonces, en una estación, se despidieron y tomaron caminos opuestos, pero él se arrepentía y agarraba un ómnibus para ir a buscarla al aeropuerto. Al bondi le pasaba de todo. Se le pinchaba una goma, casi chocaba, se quedaba sin nafta. Lo que estaba bueno era que cuando llegaba, no la encontraba. Es que ella decidía volver a buscarlo a la estación. El corto terminaba con el enamorado mirando cómo despegaba un avión.
—¿Notaste algo raro?
—En el corto propiamente dicho, no. Recuerdo que me rompía un poco las tomas al pedo de señales de la carretera, patentes de los autos, esas cosas. Típico de estos pendejos que recién empiezan y se creen que son Fellini o Coppola (Francis Ford). Ahora, en la sala, sí. Yo tuve un par de ataques de estornudo, no podía parar de estornudar pero más que eso, no. Debo de estar inmunizado. Pero me acuerdo de que tenía un hombre sentado a dos o tres butacas y estaba muy nervioso, tenía las uñas clavadas en los apoyabrazos, hasta en varios momentos me pareció ver que le salía espuma por la boca. Además, otros espectadores se comportaban en forma extraña. Dos chabones casi se agarran a las piñas, una chica iba de un lado al otro de la sala. Cuando empezó la peli, la cosa se calmó un poco. Lo más grave fue uno que se subió al pequeño escenario que separaba las butacas de la pantalla y ¡empezó a gritarle a la proyección! Entre Rolando y Marcia se lo llevaron.
—Nos imaginamos que a medida que fue creciendo el mito del corto intentaste conseguirla.
—¿Cómo? Más bien, pero no está por ningún lado, aunque cada vez son más los que dicen que la vieron. Le agregan cosas y va a terminar siendo un largometraje. Si la localizan, avísenme.
En el
INCAA
(Instituto Nacional de Cine y Artes Visuales), organismo oficial de la Cinematografía en Argentina, no tienen registrado ningún cortometraje con ese título. Tampoco en otros centros de estudio de cine ni tampoco el nombre del supuesto director, Javier Villarreal (dato aportado por Braulio en una charla posterior).
Buscando una respuesta racional, nos volcamos al mundo de la publicidad. La publicidad subliminal es un tema del cual siempre se polemiza. ¿Podría ser que nuestro corto tuviera algo en su contexto que no fuera detectado en forma consciente pero produjera reacciones semejantes en el espectador?
Cerca de Lavalle, en una oficina de Carlos Pellegrini y Corrientes, nos recibió F
EDERICO
B., dueño de su propia agencia de publicidad. Teniendo como telón de fondo el Obelisco, el publicitario nos declaró:
—Se habla mucho de la publicidad subliminal. Les puedo decir que en Estados Unidos se hicieron experiencias registradas. Recuerdo haber leído una en la que se tomaban dos grupos de testen. Se dividían dos audiencias cautivas en dos salas de cine. En una, se pasaba una película, insertando dentro de la cinta que se proyectaba algunos fotogramas
[26]
en donde se mostraba una conocida bebida cola. En la otra sala, se pasaba la película sin intervención alguna. En las dos, se hacía un intervalo en medio del film. Se había montado un puesto de golosinas especialmente. En la sala donde se proyectaron los fotogramas con el producto, se notó una diferencia apreciable con respecto a la otra sala en la demanda del producto insertado en el film. La experiencia se repitió y la tendencia era objetiva.
—¿Y qué se le decía a la gente que participaba en la experiencia?
—Se les preguntaban cosas referidas al film que habían visto. Era imposible que dedujeran por dónde venía la cuestión. Antes de que me pregunten, quiero aclararles que la publicidad subliminal está prohibida porque coarta la libertad de elección del consumidor.
—¿Se cumple esta prohibición?
—En teoría sí… pero el viejo dicho dice que «hecha la ley, hecha la trampa». Se le puede buscar la vuelta. Donde se podría llegar a ver más ese tipo de piezas es en gráfica. Es un problema de ética.
—¿Sabía de la existencia de
El ómnibus a Berenice
?
—Sí. La versión que yo tenía era que unos estudiantes para su tesis hicieron un corto y pudieron proyectarlo en algunas salas e incluyeron imágenes subliminales para provocar un efecto. Y parece que lo lograron.
»Perdón. Me olvidaba de algo. Casualidad o no, lo que se comentaba era que combinando las palabras del título se podía leer algo sobre un demonio. Nunca supe si fue buscado o no, pero le da clima.
Casualidad o no combinamos las letras y el resultado fue inquietante:
E
L
ÓMNI
BU
S A
BE
RENI
CE
Separando las letras resaltadas y uniéndolas se obtiene la palabra
BELCEBU
.
Belcebú es definido en la demología como «jefe supremo de los demonios». Pero la cuestión no termina aquí.
Veamos, entonces, las letras que nos quedan:
E O
M
N
I
SA
RENI
Si separamos las letras destacadas nos queda la palabra
MISA
.
Una clara provocación a la celebración cristiana.
EON RENI
Como si no fuera suficiente,
EON
, correctamente escrito como Eón —que para el gnosticismo significa cada una de las inteligencias eternas emanadas de la divinidad suprema
[27]
—, es satirizado con las restantes letras
RENI
, que recombinándolas se podrían leer como
RIEN
.
Lo que nos daría una secuencia como esta:
BELCEBÚ MISA EON RIEN
.
A grandes rasgos el mensaje sería que el jefe de los demonios (
BELCEBÚ
) se burla (
RÍEN
) de cualquier rama del cristianismo tanto ortodoxo (
MISA
) y heterodoxo (
EÓN
) a través de este cortometraje.
Esta interpretación, cuanto menos llamativa, nos iba a llevar a otras revelaciones no menos inusuales.
Recorrimos una y otra vez la peatonal Lavalle y las versiones fueron finalmente drenando.
E
LIO
trabaja en una de las salas de Lavalle al 800. Lo entrevistamos un día por la mañana. Sentado en la escalera y fumando exactamente delante del cartel de
Prohibido Fumar
nos comentó:
—Lo dividieron en varias salas para sobrevivir. Lavalle está muy fea. Ahora parece que hablan en serio y van a arreglar toda la peatonal, incluso hasta la avenida Paseo Colón. Ver para creer. En ese tiempo Lavalle estaba todavía bien. Yo trabajaba en otro lugar y me vine a este cine porque pagaban mejor. De entrada, siempre amenazaban con contarme lo del corto maldito. Tardaron tres años en animarse. Igual, estaban acostumbrados al quilombo. Cuando dieron, por ejemplo,
El exorcista
, la gente se cagó en la patas y cuando digo cagó no es una figura. Varias veces encontraron lo que se imaginan en las butacas.