Buenos Aires es leyenda 2 (3 page)

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Authors: Víctor Coviello Guillermo Barrantes

Tags: #Cuento, Fantástico

BOOK: Buenos Aires es leyenda 2
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Y ciertamente, han pasado los nombres más importantes de la música en su conjunto. Basta con mencionar a compositores como Richard Strauss, Igor Stravinsky, Manuel de Falla. Directores como Arturo Toscanini (un pasaje junto al teatro lleva su nombre), Herbert von Karajan o Zubin Mehta. Cantantes como Enrico Caruso, María Callas o Luciano Pavarotti y bailarines de la talla de Vaclav Nijinski, Maia Plisetskaia o Rudolf Nureyev.

El gran teatro, en sus casi cien años de vida, atesora una muy rica historia, anécdotas y, por supuesto, mitos. Siempre mitos.

Primer Acto

Cuando nos encontramos con las insistentes versiones sobre duendes en el Teatro Colón, pensamos que se referían a la magia del lugar, en un completo sentido figurado. Estábamos equivocados. En apariencia, se trata de duendes, es decir, uno de los denominados seres elementales. Para ponernos al tanto recurrimos a un experto en el llamado mundo mágico o feérico, el doctor Fernán M.

Como concertamos una entrevista telefónica no conocíamos su aspecto físico. Al recibirnos en su casa del barrio de Flores, pensamos que nos encontrábamos frente a uno de sus congéneres tanto gnomos como duendes. Fernán era muy bajito y con inmensa barba blanca. En su casa, predominaba la madera y había fotos del sur de nuestro país por todo el ambiente.

—Voy seguido por allá, hay mucho para explorar en el sur. Por suerte tenemos lugares casi vírgenes y las entidades pueden vivir medianamente tranquilas.

Sobre una mesita también de madera rústica estaban apoyados unos enormes álbumes de fotos.

—Estas fotos las saqué hace dos meses cerca de San Martín de los Andes. Seleccioné las más nítidas. En ésta pueden ver un gnomo, en este enorme pino, cerca de la copa.

Efectivamente, allí se veía algo, no tan nítido como decía Fernán, pero había alguien subido a una rama con aspecto de gnomo.

—Éste es el certificado de autenticidad que me dieron en el laboratorio. Y éste que tengo acá es un acercamiento de esa misma foto, se puede ver la cara.

Guardamos silencio. Nadie negaba que la foto fuera cierta pero tampoco era tan difícil pensar que hubieran puesto a alguien disfrazado.

—Bueno, ustedes vinieron por los duendes. Antes que nada les voy a dar un panorama general de los elementales, a los cuales pertenecen los duendes. Se los nombra así porque están vinculados con los cuatro elementos de la naturaleza que son la tierra, el agua, el aire y el fuego. A mitad de camino entre los ángeles y el hombre estos seres ofrecen su protección o cuidan del hábitat que les es propio. Para no aburrirlos, les puedo decir que los duendes están relacionados con la tierra, como los gnomos y las hadas.

—¿Hay diferentes tipos de duendes?

—Así es. En su mayoría viven en los bosques, selvas o cualquier lugar natural. Pero también hay muchos otros que habitan en las casas o cerca de ellas y ofician como protectores. Yo tengo uno en casa que se hace llamar Flierp y cuida las plantas de mi jardín. No, no se sonrían, es así. A ver, señores, estos seres son mucho más antiguos que los propios hombres y contribuyeron a la creación del mundo. Son seres sabios y, a su vez, traviesos como niños. Pueden ayudar como también entorpecer al hombre. Bueno, como les decía, Flierp se deja ver muy pocas veces y debe ser invocado. Obviamente, si lo intento ahora no va a aparecer, a ustedes nos los conoce. Otra vez esos gestos desconfiados. Los acompaño a la puerta cuando quieran.

Le pedimos disculpas y preguntamos qué podía comentarnos acerca de la leyenda del Colón.

—No me asombra en lo absoluto. A los duendes les gusta muchísimo la música y qué mejor lugar que ése, ¿no? Hay una historia bien conocida de uno al que le decían «el duende organista» y que habitaba en el Convento de San Agustín en Huesca, en la España del 1600. Tocaba la flauta y algunos tubos del órgano de ese Convento. Pero ojo, señores, porque no es todo oro lo que reluce. Como les mencioné antes, pueden ser protectores pero también dañinos, y si se dan cuenta de que son mal utilizados, se vuelven temibles.

Llegados a ese punto de la charla mirábamos por encima de nuestros hombros a ver si detectábamos al duende llamado Flierp. Percibiendo nuestra inquietud, Fernán nos agasajó ofreciéndonos un líquido espeso y sospechosamente oscuro.

—No es nada raro, sólo jugo de naranja y frutilla que preparé antes de que ustedes vinieran. Son de un pequeño campito que poseo en Escobar. Y por ahora ahí hay sólo vacas.

Con cierto temor, bebimos un poco de aquel preparado. Tenía un dejo a alcohol.

—Bueno, ¿no es verdad? Le puse una pizca de vodka para darle más color. ¿En qué estábamos? —dijo y se tocó aquella barba blanca y frondosa—. Sí. Ahora me voy a poner serio para hablar de esto. Hay otros seres que entran en la categoría de los duendes pero son francamente siniestros. No son malos de por sí pero sus prácticas me parecen repulsivas. Tienen muchos nombres y nadie se pone de acuerdo. Lo concreto es que, cómo podría definirlo… se alimentan de las emociones humanas y, a cambio de eso, modifican el entorno supuestamente para bien. Hay registros de ellos en lugares de mucho dolor. Aparecen en las guerras o en situaciones conflictivas. Yo mismo realicé un estudio y entrevisté a veteranos de la guerra de Malvinas que percibieron, inclusive vieron algo. Acá tengo grabado algún material, si les interesa.

No asociábamos adónde quería llegar con esa pista, después lo entendimos mejor. Como nos pareció algo muy curioso, rescatamos algunos pasajes del testimonio de un supuesto soldado argentino, veterano de guerra:

Los ingleses venían, loco, y los gurkas
[3]
también. Esas trincheras eran como tumbas congeladas, nuestras propias futuras tumbas. Teníamos tanto miedo que casi lo podíamos ver. Porque al miedo no sólo lo sentís o lo podés oler, para nosotros era como una nubecita gris arriba de los cascos…

[…] habrá sido a la madrugada. Sabíamos que el enemigo iba a atacar nuestra posición de un momento a otro. Se escuchaba fuego de mortero para ablandar el perímetro desde hacía una hora. Primero fueron unas bengalas y después empezó el fuego de mortero sobre nosotros, cada vez más cerca. Después de eso los vimos. Al principio pensamos que eran gurkas. Ya habíamos visto algunos muertos. Eran chiquitos y muy feos. Pero estos tipos no gritaban como los gurkas, sólo abrían sus bocas enormes y llenas de dientes. Corrían a una velocidad increíble, te lo puedo firmar, loco, porque abrimos fuego y nunca les pegamos ni de cerca. Lo más espantoso era que tenían el tamaño de medio metro más o menos, pero a medida que llegaban a nuestra posición parecían hincharse y crecer. Cuando ya los tuvimos encima y del cagazo, casi todos nos refugiamos en las trincheras. Y así como vinieron, desaparecieron. Mucho tiempo después me enteré de que también a los ingleses se les aparecían.

Fernán tomó otro sorbo de su bebida pero se salpicó un poco la mano al apoyar el vaso en la mesa. A falta de algún trapo, se secó con su propia barba y continuó:

—Les mencioné que a los duendes les gusta la música. A un lugar de la talla del Teatro Colón es seguro que lo habitan duendes. Lo que faltaría determinar es de qué tipo son. Si entendemos que el propio teatro es una caja receptora y emisora de emociones, es altamente probable que sean…

Segundo Acto

Rodolfo D., un referente del teatro en el área de carpintería, nos esperaba por la puerta giratoria que da a la calle Cerrito. Con él recorrimos las entrañas del teatro. El mismo Rodolfo lo definió con una metáfora precisa:

—Nos vamos a meter en la parte del Colón que no se ve. En la parte del coloso de revoque de hierro y madera que permanece oculta. Y si de madera se trata, soy un entendido en la materia. Con estas manos —fuertes y grandes como tenazas de carne—, reconstruyo el patrimonio de la casa. Porque esto es como mi casa. Pero no para todos, hay mucho descuido, hay gente que no quiere al teatro.

Bajamos y subimos escaleras, pasando por inmensos talleres, donde decorados para futuras obras van tomando forma.

—Éste es uno de los pocos grandes teatros del mundo con talleres propios. Todo se hace acá. No se terceriza nada, como se dice ahora.

Más escaleras y pasillos y llegamos al corazón de la
enfermería
, como llama Rodolfo al sector que él dirige. Nos encontramos con una pila de sillas con diferentes heridas, algunas desahuciadas.

—Estas sillas son originales. Son francesas. Modestia aparte he hecho maravillas para recuperar algunas. Después van a verlas impecables cuando los lleve a La Sala.

Luego de pasar por herrería, vestuario y una sala de ensayo de considerables proporciones debajo de la 9 de Julio, misteriosamente nos encontramos al nivel del escenario.

—Este escenario es totalmente giratorio y por este enorme montacargas que ven ahí, se pueden transportar los decorados.

Era ahora o nunca, debíamos preguntar:

—¿Cosas raras? Algo curioso es que el teatro respira. ¿Qué quiero decir con esto? Cuando se presentan las obras, se da mucha potencia a las luces que van calentando los materiales y la madera
trabaja
. Cuando termina la función y se apagan las luces, se producen los ruidos de reacomodamiento de la madera. Fuera de eso, no se me ocurre nada.

Hicimos la pregunta de rigor y la respuesta fue enérgica:

—¿Duendes? Sí, tenemos muchos duendes. ¡Duendes que hacen desaparecer la guita y de todas las formas posibles!

»Les voy a dar algunos ejemplos. Antiguamente, por acá abajo pasaba un tren
[4]
. En una de las paredes exteriores había una placa. ¡Se la afanaron! Otro ejemplo: todos los días se hacen visitas guiadas, ¿adónde va esa guita? Se la tragan, ¿entienden?

»Lo están dejando caer, muchachos, y ¿saben por qué?, porque lo quieren privatizar. Por ahora lo alquilan, pero cuando esté tan destruido que no lo puedan salvar, van a hacer eso. Todavía hace veinte años vos entrabas en el almacén y había de todo, era como ir de compras al shopping. Ahora cada vez te tenés que arreglar con menos. Una lástima. Pero bueno, nos acostumbramos.

»¿Los duendes, me preguntaron? Vamos a hablar con Ávalos. Él es medio supersticioso… Cree en todo.

Accedimos a la que se denomina La Sala con una creciente emoción. De este lugar en forma de herradura se afirma que su acústica es perfecta.

Íbamos caminando por el pasillo mientras Rodolfo nos mostraba con detalle cómo había retocado cada una de sus butacas o sus
hijas
. Otra vez podíamos ver el amor ilimitado de ese hombre por su trabajo. Pero nuestros pies no podían detenerse porque nos encaminábamos a un hecho fortuito pero necesario para el teatro: la limpieza de la grandiosa araña de siete metros de diámetro, apodada cariñosamente «El monstruo». La bestia dormida desciende desde las profundidades del techo hasta el piso a través de un sistema mecánico. Una vez al alcance de manos humanas, alguna de sus setecientas lámparas distribuidas en la estructura de bronce bruñido, cuyo nacimiento se remonta a Francia hacia fines del siglo XIX, puede ser reparada o acicalada. Ahí, junto al «monstruo», encontramos a Ávalos, los brazos cruzados por la espalda admirando al gigante:

—No muchas veces la bajan y hay que aprovechar para verla. Es el Polifemo del Colón. Así no asusta tanto pero es igual de increíble.

Después de presentarnos y comentar con Ávalos qué andábamos buscando, Rodolfo comenzó a protagonizar con su compañero de trabajo lo que para nosotros fue algo así como un duelo dialéctico. Cada uno en su papel trataba de destacar algún dato, alguna información.

—Duendes que te esconden las cosas hay en todos lados, pero acá están cebados. A Rodolfo no le pasará, pero a mí me pasa todo el tiempo.

—Será porque tengo todo en su lugar, bien organizado.

Luego de la interrupción, Ávalos continuó:

—Incluso, acá en 2002, el jefe de Mayordomía, el señor Labrador, falleció en plena sala, y la causa del deceso, según comentan, se debió a algo que vio y que lo asustó muchísimo. Labrador se encontró con los duendes, porque en cierto momento son visibles y no son precisamente lindos.

»Tengo entendido que pasa en muchos lugares de este tipo, no sé, en la Scala de Milán serán más rubios, qué sé yo. Pero asustan.

Rodolfo, movido por un resorte invisible, se desplazó entre las butacas y marcando el lugar exacto en donde encontraron el cadáver, agregó:

—No le crean demasiado, la causa del infarto fue un tremendo disgusto que tuvo ese día, algo que tenía que ver con sus haberes en relación con sus años de antigüedad.

—Es el mismo ser o seres que en las noches de calor imitan la voz de Caruso.

—Sí, seguro. Les cuento un secreto, muchachos. Arriba del «Monstruo» hay una salita donde puede llegar a caber una pequeña orquesta y coros y se la utiliza en algunas obras como coro de ángeles; el efecto es impresionante. Alguien escondido ahí puede imitar cualquier cosa.

Ávalos se alejó como si nada y se dirigió a unos palcos cerrados con reja de bronce a nivel de la platea, llamados
Baignores
o «Palco de las viudas», y que originariamente se utilizaban para los espectadores que guardaban luto y no querían ser vistos. Ávalos dijo:

—Hace unos cuantos años, una persona de limpieza renunció porque quedó encerrada en uno de los palcos con duendes que le cantaban. Según ella, eran gorditos y cantaban, «trinaban» y les pusieron el apodo de los «Gorditos Trini».

Rodolfo, incansable, comenzó a subirse por la escalera recorriendo las diferentes ubicaciones. Se detuvo al nivel de los de Cazuela (más arriba están los de Tertulia, Galería y Paraíso). Desde ahí su voz sonaba increíblemente nítida y cercana:

—También se decía que esos muchachitos eran los hijos no reconocidos de una empleada y venían a buscar a su madre. La broma la habría ideado el papá de los pibes.

En ese punto, ambos confluyeron en un acuerdo. Rodolfo batió palmas y Ávalos le contestó. Sonaban con una pureza inigualable. Y corroboramos un mito que no es tal: la acústica del Colón se encuentra entre las mejores del mundo.

Nos despedimos de los dos, no sin antes admirar la pintura de Raúl Soldi que adorna la cúpula. Terminados en 1963, aquellos frescos reemplazaron a los originales, deteriorados por la humedad en los años treinta.

Nos esperaban más revelaciones.

Tercer Acto

Debíamos cruzar una pequeña calle en el interior del teatro llamada Pasaje de los Carruajes. Comunica Toscanini con Tucumán. Antiguamente era el lugar por donde arribaban los vehículos con tracción a sangre. En uno de los costados se encuentra un pequeño lugar gastronómico,
La Confitería del Teatro
. Allí habíamos citado a una muy conocida bailarina que brilló hace algunas décadas, a la que llamaremos Viviana, y a Julio, un aspirante a cantante con mucho potencial.

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