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Authors: Víctor Coviello Guillermo Barrantes

Tags: #Cuento, Fantástico

Buenos Aires es leyenda 3 (18 page)

BOOK: Buenos Aires es leyenda 3
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Como dijimos al comienzo: un mito basándose en otro; los míticos corsarios tras la leyenda de un tesoro perdido en lo que hoy es La Boca.

¿Cuánta fuerza puede tener un mito, o dos en este caso? La suficiente como para atravesar navegando más de cuatrocientos cincuenta años y seguir vigente…

C
RISTINO
J.: «Donde hay piratas hay un tesoro. Esa historia viene del tiempo de la República de La Boca».

P
AULA
P.: «Yo pensaba que era un invento de los viejos del club, hasta que hace poco me encontré a dos mochileros ingleses que decían buscar un tesoro enterrado acá, en La Boca».

Profundicemos primero en el asunto del tesoro. Haciendo un seguimiento histórico de la mercancía «vendida» por Pancaldo pueden rastrearse algunos de sus componentes hasta el Paraguay. Siempre se habla de muebles, armas y vestimentas de valor. ¿Cuánto más valioso sería lo que decidió no mostrar, lo que supuestamente escondió en la tierra que lo vio morir?

Cierto documento fechado el 30 de noviembre de 1875, el cual algunos indican que se originaría en Asunción, sería uno de los pilares que mantiene al mito en pie. Nadie lo firma, pero correspondería a la bitácora de un marino francés de paso por el Paraguay.

En dicho documento el marino asienta que a los dos días de desembarcar en tierra paraguaya, un descendiente de
carios
(los carios guaraníes se extendían del río Paraguay hasta la costa atlántica del sur brasileño) le entregó, a cambio de
mercancía asiática
, un mapa que habría encontrado tras el forro de un antiguo ropaje de caza. El mapa indicaba la ubicación de un valiosísimo tesoro. El lugar marcado con una cruz concernía al que había sido el lugar de origen de la prenda, el Río de la Plata. En el documento se indica que el mapa llevaba escritas dos iniciales: L.P.

Algunos dicen que el marino francés llegó a nuestras tierras, se apoderó del tesoro, que no sería otro que el de León Pancaldo, y se marchó, haciendo vanas las búsquedas de cualquier explorador posterior.

¿Habría tenido tiempo Pancaldo de confeccionar un mapa, firmarlo, abrir el forro de un traje de caza, esconder el mapa allí y volver a coser la prenda, antes que le decomisaran su carga? Por la urgencia con la que se desarrollaron los acontecimientos diríamos que muy difícilmente.

Además, ¿para qué tomarse tantos riesgos? ¿Por si le fallaba la memoria? En ese caso lo más lógico es que hubiera guardado el mapa consigo.

Estas dudas parecen conservar la esperanza de los incansables buscadores de tesoros que silenciosamente invaden La Boca.

Esperanzas que tampoco parecen ceder ante los rumores, muchísimo más recientes, de que el Doctor Jorge Eckstein habría encontrado el mítico tesoro en las excavaciones que realizó, junto al arqueólogo Daniel Schavelzon, en la esquina del Pasaje San Lorenzo y Defensa, y que luego, gracias a su descubrimiento, pudo costear las nuevas obras del «Zanjón de Granados».

Aquí tendríamos que suponer que Pancaldo llegó hasta los parajes que hoy corresponden a San Telmo, donde se ubica la esquina mencionada, para esconder allí su precioso secreto.

O si tenemos en cuenta que el Zanjón estuvo en el pasado conectado con el río de La Plata, podemos especular que el tesoro fue, de alguna manera, arrastrado por las caprichosas aguas hasta él…

Pasemos ahora a los piratas. Y volvamos a las calles de La Boca para encontrarnos con un miedo centenario.

F
ÉLIX
E.: «Esa historia sí que es vieja. Miren, yo tengo sesenta pirulos, y mi abuelo ya me la contaba porque se la había contado su abuelo. Parece que uno de los últimos corsarios, viejo y arruinado, anduvo por estos pagos buscando cierto botín, uno que había sido enterrado en la época de Pedro de Mendoza. Igual, por más viejo y arruinado que estuviera el pirata, a mí la historia siempre me daba miedo. Acá todavía hay gente, y hablo de viejos más viejos que yo, que miran con desconfianza el horizonte».

R
ICARDO
S.: «Acá se les tuvo siempre mucho miedo a los piratas. Fíjense si no la cantidad de túneles que existen. Hay túneles que van por las calles Santa Elena y Luzuriaga, y que siguen hasta la estación Solá, al menos la parte que se puede recorrer. Si los del ferrocarril dejaran paso creo que se podría llegar hasta el puente Victorino de la Plaza, donde hay un enrejado. Y no son los únicos, hay más túneles. Y todos fueron hechos para defenderse de posibles ataques piratas. Y para esconder mercadería también».

Ya nos hemos enfrentado al poder del miedo y sus consecuencias. El mito del barco pirata en el Riachuelo bien pudo haberse forjado en el horno del miedo colectivo. Miedo que, como ya dijimos, es centenario.

Según algunas crónicas, un solo pirata habría puesto sus pies en lo que hoy es La Boca: el inglés Juan Drake, sobrino del célebre Francisco Drake, junto con otros dos ingleses integrantes de su tripulación. Pero su estadía no habría sido muy feliz.

Luego de perderse en el Río de la Plata y obligado a hacer tierra en la costa uruguaya, Juan Drake y toda su dotación cayeron en poder de los indios charrúas. Después de trece meses de confinamiento, el mismo Drake, un tal Juan Daclós y el maestre Richard Farewether escaparon en una canoa hacia Buenos Aires. Cuando llegaron en marzo de 1584 a nuestra ciudad, luego de un increíble viaje (algunas leyendas afirman que el bote en el que viajaban soportó terribles tormentas y hasta el hostigamiento de una enorme «serpiente marina»), las autoridades españolas aquí presentes los apresaron y, pasados unos días, los enviaron a Santa Fe, para luego seguir viaje hasta Asunción donde continuaron presos.

Tal vez lo más parecido a un ataque pirata fue lo que ocurrió en 1607.

Cuentan que en cierto día de marzo de aquel año, cuando tocaban las doce de la noche, llegaron al puerto, nadando desesperadamente, un grupo de marineros que aseguraban haber saltado de una nave saqueada por piratas. Y según las investigaciones de la época, estaban en lo cierto: unos quince piratas holandeses, franceses e ingleses provenientes de un gran navío andado en la isla Maldonado, habrían alcanzado, a bordo de una embarcación pequeña, el puerto de Buenos Aires, en donde asaltaron una nave y se llevaron otra que estaría amarrada. El grupo de corsarios tendrían como guía a un escocés llamado David, quien conocía los canales submarinos de la boca del Riachuelo gracias a haber ingresado a Buenos Aires, tiempo atrás, acompañando a una expedición de soldados españoles que se dirigían a Chile.

Sin embargo, este «saqueo a la distancia» del escocés David, y el breve y pacífico paso del Juan Drake sobre tierras ahora porteñas, habrían bastado para que el miedo a un ataque pirata prendiera en Buenos Aires, y, sobre todo, en la gente que vivía cerca del puerto, en la desembocadura del Riachuelo.

Este miedo provocó la creación de una fortificación contra los posibles ataques, y hasta de un torreón en la entrada del Riachuelo, pero ninguno de estos fuertes terminó siendo de gran envergadura, y la mejor defensa contra los piratas siempre fue otra: los bancos de arena bajo las aguas que hacían prácticamente imposible la entrada al puerto de navíos de gran calado.

Pero para lo que no hubo defensa alguna fue para los rumores.

En 1620, don Diego de Góngora, a cargo de la gobernación del Río de la Plata en aquel momento, le envió una carta al rey de España afirmándole que en cualquier momento recibirían el ataque de piratas holandeses, los cuales llegarían desde las costas de Brasil. El ataque nunca se hizo efectivo.

El miedo volvió en 1628 cuando una nave holandesa transitó por aguas rioplatenses, pero lo más osado que realizó fue dejar herejes inscripciones sobre algunas rocas costeras.

Un año después, los holandeses volvieron a sembrar escalofríos cuando el virrey de Perú alarmó al gobernador de turno, don Francisco de Céspedes, con la noticia de que un gran número de naves de ese origen se acercaba al Río de la Plata. Y no solo eso: estarían diseñadas para burlar bancos de arena y hasta para navegar por los ríos. Pero los barcos jamás aparecieron.

Fueron eje de pánicos similares once naves de piratas franceses, en 1631, y tres pertenecientes al temido Monsieur Daniel, en 1658. Pánico y nada más.

Según algunos, fue otro el acontecimiento que pudo haber dado origen a la leyenda.

M
IGUEL
M.: «Las historias de tesoros y piratas se multiplicaron luego de lo del Graf Spee».

El Almirante Graf Spee fue un acorazado que integró la marina de guerra de la Alemania nazi. Considerado como una obra maestra de la ingeniería naval, salió de su país de origen en 1934 y, luego de una agitada existencia de persecuciones y enfrentamientos, llegó a finales de 1939 al puerto de Montevideo con la intención de reparar los daños que le había ocasionado la llamada «Batalla del Río de la Plata», donde arremetió contra tres cruceros ingleses. Pero las reparaciones fueron saboteadas y mientras el acorazado alemán retrasaba su partida, nuevos cruceros ingleses se aproximaban a las aguas cercanas a la capital uruguaya.

En uno de los informes de la situación en Montevideo, el capitán del Spee, Hans Langsdorff, le decía al almirante a cargo del alto mando naval alemán, Erich Raeder, lo siguiente:

Me propongo avanzar hasta el límite de las aguas jurisdiccionales. Si es posible abrirme paso hacia Buenos Aires, librar combate con el resto de mis municiones. Para el caso en que tal tentativa condujera a la destrucción cierta del Graf Spee sin proporcionarle la oportunidad de causar daños al enemigo, pregunto si ha de hundirse el navío en el estuario del Plata, aunque los fondos en él son insuficientes, o bien debe permitirse su internamiento.

En su respuesta, Raeder, incluyó una línea histórica:

… Procure que la destrucción sea total si se ve usted obligado a hundir su barco.

Y como si se hubiera tratado de una profecía, aquel fue el destino final del Graf Spee, hundido por sus propios tripulantes al verse desbordados por los navíos británicos recién llegados. El acorazado explotó y se hundió a la vista de la gente del puerto de Montevideo. Mientras el gigante metálico agonizaba, su dotación de marinos era trasladada a Buenos Aires.

Días después, Hans Langsdorff se suicidaba de un tiro en su habitación.

Estos sucesos dieron pie a incontables mitos. Desde incursiones de submarinos nazis en las playas de Necochea, Miramar y Tres Arroyos, hasta fortunas ganadas por ex marinos del Graf Spee en el Casino de Mar del Plata (ver «Negro el once» en
Buenos Aires es leyenda 2
).

Y como bien dijo Miguel, también generaron una proliferación de historias de piratas y tesoros.

Si bien los piratas fueron protagonistas de una época anterior al hundimiento del Spee, el enfrentamiento con los cruceros ingleses y el hundimiento del acorazado alemán a la vista de los ojos del puerto, puede pensarse como una experiencia que reflotó viejas historias de corsarios, historias que no tardarían en llegar a Buenos Aires.

Los mismos sucesos habrían tenido el poder de generar los más diversos rumores de tesoros hundidos, como antes lo hiciera, según vimos, el desembarco «forzoso» de León Pancaldo en nuestras tierras. Pero sobre todo fue aquella respuesta del alto mando naval alemán, aquella que aconsejaba al capitán del Graf Spee la destrucción total del barco en caso de tener que hundirlo, la que creó numerosas sospechas. Aquel renglón desesperado llenó de dudas a las mentes más curiosas.

¿Guardaba el acorazado algo más que los secretos de su diseño? Una orden tan terminante, ¿no sugería algo extraordinario en su interior?

La gente no tardó en hacerse estas preguntas… y en responderlas con mitos y leyendas.

—A mí no me quita nadie de la cabeza —concluyó Miguel— que dentro de aquel pantano que es el Riachuelo se esconden muchos tesoros. Y vaya uno a saber cuántas otras cosas.

Volvemos entonces a 1629, a aquella advertencia del virrey de Perú al gobernador del Río de la Plata; pues fueron esas las únicas palabras oficiales que se refirieron a la posibilidad de corsarios navegando ríos como el Riachuelo.

Quizá no todo terminó con la advertencia, quizás algún navío sí pudo abrirse paso a través de los bancos de arena y alcanzó el riacho, quizá los antepasados de los hoy habitantes de La Boca siguieron su andar con miradas temerosas.

Esperanzas, por ahora, solo esperanzas de los buscadores de tesoros. Esperanzas que los lleva a imaginarse el día en que saquen a la luz un cofre de joyas hundido en las fangosas y contaminadas aguas del Riachuelo, o a contentarse también con la simple imagen de una vieja bandera pirata flotando en aquel líquido negro.

Caballito

Los asesinos de la memoria

¿Qué es la vida?

Podríamos definirla como una progresión de recuerdos. Vivencias, momentos fijados en nuestras neuronas.

La seguridad de abrazar a tu madre, el orgullo que sentiste por el aplauso al haber hecho ese truco de magia, jugar al fútbol bajo la lluvia con tus amigos, el olor de un asado, tu primer beso, el color de sus ojos al atardecer, el llanto de tu primer hijo, ese vino, hacer las valijas, la ansiedad de ese viaje, ese gol que festejaste tanto, el segundo sin respirar por el miedo mirando aquella peli, otra vez amigos, besos, sonrisas, el agua tibia en tus pies. Recuerdos. Hermosos recuerdos.

Sería terrible perderlos. Pero peor sería que alguien los robara.

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