Read Cadáveres bien parecidos (Crónica negra del rock) Online
Authors: Jordi Sierra i Fabra
Tags: #Ensayo, Historia
La historia de un futuro «suicidio» o de una «sobredosis anunciada» la cortaron los padres del cantante al conocer los hechos. Miembros de una familia tradicional irlandesa, decidieron salvar a su hijo denunciándole a la policía. Se dijo entonces que al producirse esto. Boy ya había ido por su propio pie a la St. Andrews, una clínica especializada en «desenganchar» a drogadictos, y por la que han pasado no pocas
rock-stars
en los últimos años. Verdad o mentira, eso fue lo que salvó a George de la amplia redada que la policía hizo en su casa (la versión no oficial dice que le sacaron de allí para que él no cayese en ella). A través de la redada la noticia saltó a la prensa y fue pasto de los sensacionalistas, especialmente cuando Boy, vestido de hombre y fotografiado sin su «atrezzo» por primera vez, salió del juzgado abrazado a su llorosa madre después de haberse librado con una multa. Días después las noticias ampliaron los hechos al saberse que otro hermano del cantante estaba implicado, pero sin duda el gran colofón fue la muerte de un amigo, Michael Rudetsky, en la propia casa de George, por una sobredosis. Exonerado tras el juicio, los padres de Rudestsky demandaron a George por cuarenta y cuatro millones de dólares. En 1986 el líder de los Culture Club fue hospitalizado para una desintoxicación final. En 1987 se hacia budista, para huir de los remordimientos forzados por su antigua religión católica.
No sólo las drogas han sumergido a muchas estrellas en las fronteras del camino sin retorno. Las borracheras han sido casi tan espectaculares como ellas, y no pocas
rock-stars
tienen whisky o wodka corriendo por sus venas. Bebedores más o menos regenerados, consumidores de alcohol por rutina, han muerto a lo largo de esta historia (Bon Scott de AC/DC, «Pig-Pen» de Grateful Dead, Chris Wood…) mientras que otros también se salieron del pozo, o siguen danzando junto a él sin caer, echándole a la suerte un pulso o probando la capacidad de sus hígados. Los más famosos y esponjosos han sido Rod Steward y Joe Cocker, precisamente dos de las voces más especiales de la historia del rock, únicas e incomparables.
La resistencia humana ante la muerte suele ser feroz, así que… los que salieron del pozo siguen siendo la demostración de que aferrarse a la vida es lo más importante, aunque pierdan la oportunidad de tener unos cadáveres bien parecidos.
Carlos Santana lo tenía todo en contra para triunfar. Era chicano, emigrante en los Estados Unidos, lavaplatos en San Francisco… Sin embargo con una guitarra en las manos nadie se le resistía, así que tocó, convenció y arrolló. En dos años nadaba en la abundancia, tenía dinero, y estaba dispuesto a olvidarse de los malos días. Se aficionó a todo lo prohibido, drogas y mujeres especialmente, y rodó por la pendiente del vicio hasta sus extremos más humanos. Un día, según sus palabras, comprendió que iba recto a la perdición. No sabía cómo salir del pozo. Entonces su amigo John McLaughlin le presentó a su guía espiritual, el guru Sri Chinmoy, y Carlos cambió. Se cortó el cabello, vistió de blanco, escogió a una sola mujer como compañera y en las entrevistas o ruedas de prensa, una de cada tres palabras era «Dios», otra «paz» y la tercera «amor». Podía pasarse dos horas hablando. Solía excusarse diciendo: «Antes no hablaba nunca porque no sabía qué decir, y ahora en cambio tengo un mensaje que divulgar».
¿Milagro o locura? ¿Fanatismo o creencia? ¿Necesidad de aferrarse a algo para sobrevivir y vencer a la muerte o conversión espiritual, sublime y llena de luz divina? Las alternativas no han sido ni serán fáciles en un tema como éste. Y es que desde la aparición de los Beatles junto al Maharishi Mahesi Yogi hasta el presente, éste ha sido uno de los capítulo más delicados de la historia del rock, por los muchos artistas que en uno u otro momento de su vida se han sentido atrapados por la llamarada de la devoción. No puede cerrarse el apartado de quienes se salieron del pozo, sin destacar a los que lo lograron por su fe, o a quienes ni siquiera cayeron en él porque mantenían una conducta intachable.
Carlos Santana fue durante años el más preclaro ejemplo de conversión espiritual. De futuro cadáver a santo y mensajero de la palabra divina. Sri Chinmoy le impuso el nombre de Devadip (Lámpara de la Luz Divina), lo mismo que a John McLaughlin le bautizó como Mahavishnu (Compasión Divina), a Michael Walden como Narada, a Michael Shrieve como Maitreya y a Alice Coltrane la dejó en Turiya, entre otros muchos músicos adictos a él. Pero si Santana fue el pecador arrepentido, lo evidente es que no puede minimizarse la importancia del fenómeno, aunque sólo sea como cita obligada. La proliferación de sectas religiosas en los últimos años ha situado a muchos santones cerca del límite prohibido, entre lo legal y lo ilegal, el fanatismo y la devoción. Los Beatles se dejaron seducir por la meditación trascendental, y cuando ellos (salvo George Harrison) se apartaron de ella, miles de personas ya se habían interesado hasta el límite de no imitarlos en su paso atrás. Los centros de meditación proliferaron como moscas. Los mismos Santana o McLaughlin, recién citados, crearon una editora musical cuyos beneficios iban a parar directamente a manos de su gurú Chinmoy. La religión como droga ha sido objeto de estudio por parte de psicólogos y sociólogos, y los resultados son dispares.
Cliff Richard, homosexual y pecador, estuvo a punto de hacerse sacerdote y abandonar la música cuando su compañero en los Shadows, Brian Locking, dejó el grupo para consagrarse religiosamente. Durante meses la guerra interna de Cliff, el mejor y más duradero cantante solista inglés, fue una constante de la que salió bien librado: continuó siendo artista… pero ya no renunció a su fe. En la actualidad Cliff realiza una gira anual, solo, acompañado de un predicador, y actúa en pequeños locales no como Cliff Richard, sino como mensajero y divulgador de su fe. En esas actuaciones, muy cortas, habla de Dios, contesta preguntas y canta temas religiosos.
Peter Green, guitarra y líder de Fleetwood Mac en su primera época, dejó al grupo en pleno éxito por motivos religiosos, apartándose del camino mantenido hasta el momento. Jeremy Spencer, de los mismos Mac, también desapareció un buen día, en plena gira, sin avisar, y se le localizó meses después cantando salmos en un grupo llamado Children of God (Hijo de Dios). De Little Richard, que abandonó el
rock and roll
por una promesa hecha a Dios, ya se ha hablado al comenzar este libro. Roger McGuinn, ex líder de los Byrds, o Seals & Crofts, un dúo popular en Estados Unidos a mitad de los 70, seguían la fe Bahai. Pete Townshend, líder de los Who, abrazaba a Meher Baba.
Chick Corea seguía a Ron Hubbard, creador de la scientología, psicoterapia fundada en su obra
Dianetics
y que desde 1951 contaba ya con quince millones de adeptos en Estados Unidos sólo.
Otras religiones o técnicas espirituales, como la Neurosis o Engram, proliferaban igualmente entre los músicos, igual que una variada oferta en el supermercado de la religión para satisfacer al temperamento más exigente o al alma más torturada. La relación sería exhaustiva, y posiblemente un capítulo extenso en este sentido desvirtuaría el contexto de esta obra. Pero no hay que olvidar a esos que… volvieron del pozo, o no cayeron en él, por unas convicciones, difíciles de juzgar. Desde la cáustica interpretación del LSD (Loado Sea Dios) hasta la más teológica, que decía que era «la cabeza embotellada de Dios», la concepción de la religión como «nueva droga» se hizo amplia y popularmente aceptada a lo largo de los años 70, después de la sublimación
hippie
de los 60 y los
happenings
psicodélicos. Santana, predicando la salvación tomando como espejo «su» salvación, fue el mejor elemento de propagación en su día.
¿Y por que no darle un voto de confianza llena de reserva, si la doctrina de Baha'u'llah dice por ejemplo: «Las ciencias y las artes son el medio de unión del Este y el Oeste. La música es el lenguaje universal con la fuerza necesaria para romper las barreras levantadas por los fanatismos raciales, religiosos o nacionales»?
Desde crímenes rituales hechos con la falsa bandera de una macabra espiritualidad, como el asesinato de Sharon Tate e invitados de su casa (con música de los Beatles, Helter skelter, Pigs, etc.) a cargo de la familia Manson el 9 de agosto de 1969, hasta conversiones radicales como la de Cat Stevens, que dejó la música para abrazar la fe islámica con el nombre de Yusuf Islam, cuando estaba a punto de dejar todo vencido y abrumado por su éxito, cualquier cosa es posible.
Y hay que acabar volviendo a preguntar: ¿fanatismo? ¿el retorno de la fama? ¿la última esperanza?…
Cantantes peleados con sus
managers
, escándalos adolescentes, prohibiciones, censuras, detenciones tan variadas como especiales, famosos y famosas con vidas turbulentas, secuestros, peleas, crisis, hijos ilegítimos… la gran pantomima del rock ha sido siempre una fuente inagotable de sorpresas y noticias. El espectáculo sigue y sigue, pero va dejando huellas que son parte de una historia eternamente renovada. Alguien dijo que lo único eterno en la vida es el cambio, y el rock en este sentido lleva cuatro décadas cambiando sin cesar, demostrando su eternidad. No quería acercarme al final de este libro sin hacer un rápido recuento de algunas «peculiaridades», por llamarlas de alguna forma. De hecho este capítulo podría dar pie a otro libro, algo así como «las más divertidas tonterías de la historia del rock» o «así son, así viven, así resultan». Por supuesto meter en unas pocas páginas el anecdotario completo y real de esa historia es imposible. Si calculamos que han pasado desde 1954 al presente más de dos mil «primeras figuras» (en uno u otro momento) por las páginas del rock, y consideramos que por lo menos cada una ha tenido «su anécdota» o «su hecho destacado», nos encontraríamos atrapados en una densa miscelánea de datoides alucinante.
Pero la crónica negra se nutre de muchas formas, y una de ellas es el recuento de esos datoides.
En cierta medida son la aureola final del gran espectáculo del rock.
Vayamos con algunos.
El más divertido «escándalo menor» de los años 60 lo protagonizó el grupo Move en 1967.
Publicaron su benemérito
Flowers in the rain
con una portada en la que se veía al primer ministro británico, Harold Wilson, tal y como vino al mundo. Por supuesto era un dibujo, pero… el caso llegó a los tribunales mientras el tema alcanzaba el número 1 en las listas de ventas. Wilson, el mismo que había impuesto a los Beatles la orden de Miembros del Imperio Británico, no podía dar una de cal y otra de arena, así que cuando los tribunales le dieron la razón y multaron al grupo, se desmarcó con una sonrisa entregando el dinero a beneficencia, y todos contentos. El 16 de mayo de 1969 los Who actuaban en el Fillmore East de Nueva York. A mitad de su
show
un hombre irrumpió en el escenario y corrió hacia el micrófono. Sin pensárselo dos veces, y creyendo que se trataba de un loco o un alborotador, Pete Townshend le dejó seco de un puñetazo. Luego resultó ser un policía cuyo único deseo era avisar a la concurrencia de que junto al teatro se había declarado un incendio.
Pete Townshend, Roger Daltrey, y el empresario del Fillmore, el famoso Bill Graham, pasaron la noche en la cárcel por culpa del «malentendido».
Johnny Bragg, un impenitente rockero que comenzó en Sun Records, como Presley, Perkins, Cash y Orbison, y que fue líder de los Prisonaires, hizo sonrojar a sus fans con su pequeño escándalo privado. Una noche le detuvieron violando a una mujer en un coche. Ya en la cárcel resultó que de violación… nada: se trataba de su propio coche, de su propia mujer, y de una de las muchas comedias que hacían para excitarse. Resultó ser la parodia de violación más divulgada, con lo cual su fama quedó muy maltrecha. Y es que las muchas desviaciones sexuales de los que ya están cansados de la normalidad y a vuelta de todo… parece que hay que dejarlas para lo más íntimo y privado.
En privado le pegaba Ike Turner a su mujer, la felina Tina. Cuesta creer que un alfeñique humano como él, pudiera zurrarle la badana a una señora tan imponente como ella, pero así lo reveló Tina en sus memorias publicadas a raíz del éxito de
Private dancer
en 1984. Un caso excepcional de interioridad extraída a la luz. Las relaciones sexuales de TODOS los grandes sí son uno de los misterios más insondables de la historia del rock. Bajo el lema de «folla bien y no mires con quién» se han producido miles, o millones, de pequeños y grandes sucesos. Las demandas reclamando paternidades han alcanzado a la mayoría de famosos, desde Paul McCartney a Mick Jagger pasando por cualquier triunfador temporal. Cabría preguntarse ¿qué hacemos con los hijos? Muchas fans consiguieron ser
grupies
por una noche y luego se encontraron con un recuerdo «para siempre» de su estrella favorita, tras los nueve meses de rigor y espera. Mick Jagger tuvo tres hijas «contabilizadas» (una con la cantante Marsha Hunt y dos con la modelo Jerry Hall), y todavía en 1987 anunciaba una inminente boda con su compañera Jerry porque quería un varón. Casi todos los casos de paternidad llevados a los tribunales han sido fallados en favor de los cantantes, porque es muy difícil probar esa paternidad y por otra parte los jueces saben que muchas jóvenes madres solteras lo único que buscan es fama, notoriedad… y una pensión jugosa que les permita vivir cómodamente el resto de su vida. Sin embargo, y para muestra un botón, el 22 de diciembre de 1973 a Stephen Stills se le cayó el poco pelo rubio que le quedaba cuando un juez de California falló en favor de la demandante, Harriet B. Tunis, de Mili Valley, declarando a Justin Stills, el «producto» resultante del lío, hijo suyo.
A Al Green, rutilante estrella negra de comienzos de los 70, una fan estuvo a punto de darle un disgusto mayor. Molesta por su desatención le echó una sustancia hirviente por la espalda y al ver el resultado de su acción, asustada, se pegó un tiro. Se llamaba Mary Woodson y el hecho tuvo lugar el 18 de octubre de 1973. En cambio Dusty Hill, de Z. Z. Top, se salvó de milagro de matarse a sí mismo en diciembre de 1984 al disparársele en el abdomen el revólver que… solía llevar como defensa personal en el calcetín, un .38 Derringer.
Uno de los más famosos casos de paranoia, todavía pendiente de resolución, lo ha manifestado Michael Jackson desde su arrollador triunfo con el LP
Thriller
, el más vendido con sus treinta millones de copias. Convertido en la superestrella de los 80, Michael demostró una sorprendente inmadurez en los meses y años posteriores a su éxito, primero blanqueando su piel para no ser tan negro, segundo operándose la nariz para convertirla en una fina estilización blanca, y tercero encerrándose en su casa, sin querer ver a nadie, rodeado de su Disneylandia particular (en su inmensa fortaleza de Encino, Los Angeles, se hizo construir varias de las atracciones de Disneylandia, el vecino parque de atracciones situado en Anaheim, cerca de Los Angeles, y especialmente su favorita: «Piratas del Caribe»), de su zoo lleno de animales con nombres exóticos y sus habitaciones de juegos, vídeos, cine, etc. El 26 de enero de 1984, rodando un
spot
para Pepsi Cola, sufrió un accidente y su ropa y cabello comenzaron a arder. La rápida intervención de sus hermanos mayores, que grababan con él el anuncio televisivo, evitó males mayores. Pero fue el detonante que le demostró lo inevitable: que era mortal. Desde entonces se hizo construir en su casa una especie de habitación a prueba de todo, y un pulmón de acero superesterilizado en el cual duerme. Sus dietas rigurosísimas, el deseo de respirar oxígeno puro y otras menudencias le han convertido en un esclavo de la vida y de la fama, un prisionero que ha merecido la atención de eminentes psicólogos, todos los cuales han declarado que es un caso claro de infantilismo, de retroceso, de miedo y de ansiedad. Si a los veinticinco años Michael ya era el número 1 y sus treinta millones de
Thrillers
le convertían en el más fabuloso artista del mundo, ¿cómo esperar superarlo?