Cadáveres bien parecidos (Crónica negra del rock) (32 page)

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Authors: Jordi Sierra i Fabra

Tags: #Ensayo, Historia

BOOK: Cadáveres bien parecidos (Crónica negra del rock)
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Crisis, crisis, crisis.

Y a pesar de ello, ¿por qué no? el gran espectáculo del rock continuó.

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SID EL VICIOSO Y LOS ÚLTIMOS ESLABONES PERDIDOS

Los años 80 han sido más tranquilos, como la música, dominada por el A.O.R. (Rock orientado para adultos) en Estados Unidos y por el eterno sistema de cambio desenfrenado en Inglaterra. Se ha perdido el empuje, y se sigue arrastrando la crisis de creatividad surgida a partir de la gran crisis energética de fines de 1973. Y a menos energía, menos rabia y más acomodo. Vivir ya no es un acto de desesperada resistencia, sino una lucha por la posesión. Tener es poder.

A mediados de los 80, el último mártir objeto de culto (con rápida película incluida) seguía siendo Sid Vicious. Su muerte, el 2 de febrero de 1979, constituía el tributo más radical para los buscadores del horror y los acólitos de Santa Muerte.

Tenía veintiún años, así que… dejó un cadáver verdaderamente bien parecido.

Malcolm McLaren, que había sido
manager
de los New York Dolls, regentaba una tienda de ropa en King's Road, una de las calles de la moda en Londres, cuando conoció a Johnny Lydon y se sintió impresionado por su carisma, su imagen. Le convenció para que cantara y le presentó a tres músicos llamados Steve Jones, Glen Matlock y Paul Cook. Johnny Lydon pasó a ser Johnny Rotten (Johnny el podrido) y el conjunto Sex Pistols, en honor a su tienda, que ostentaba el rótulo de Sex.

A lo largo de 1976 y con el
punk
en plena expansión, los Pistols se convirtieron en el grupo número 1, más desmadrado, provocativo y aquelárrico de todos. Era como si preferentemente se quisiera superar las leyendas negras y destructoras de los Rolling Stones y los Who. Con los lemas
punk
por delante: «No hay futuro», «A los veinte eres viejo y a los veinticinco mejor muérete», y los emblemas propios (cremalleras, ropa rota, letras de diversos tipos para formar palabras, hojas de afeitar, alfileres e imperdibles), una horda de nuevas bandas sacudió la escena inglesa, pero ninguna hizo más ruido que Sex Pistols. La industria pronto se dio cuenta de que el mejor
eslogan
seguía siendo «si no puedes vencerles, únete a ellos», y rápidamente los primeros discos
punks
saltaron al ruedo comercial.

EMI Odeón, la compañía que lanzó a los Beatles en los 60, pujó fuerte por los Sex Pistols y en octubre firmaron un contrato por cuarenta mil libras, la cifra más alta pagada en Inglaterra por unos desconocidos. El primer
single, Anarquía en el Reino Unido
, fue un relativo
hit
que no pasó del
Top-30
, pero la estancia del cuarteto en EMI fue efímera. A comienzos de 1977 el programa televisivo Today de Bill Grundy pidió a la compañía la presencia de Queen para una entrevista ante las cámaras, en directo, y un no-pensante de EMI dijo que no tenía a Queen a mano, pero sí a unos «chicos nuevos» que estaban promocionando y se llamaban Sex Pistols. Evidentemente Bill Grundy no tenía ni idea de lo que pasaba en la música, ni en las calles de Londres en aquellos días. Dijo que «de acuerdo» y así fue como los cuatro Pistols aterrizaron en la BBC.

Fue la entrevista más rápida… pero triunfal, de toda la historia de la radiocomunicación. En el minuto y medio que tardó el realizador del programa en cortar la emisión, poner el consabido letrero de «perdonen las molestias…» y echar al grupo de los estudios, los Sex dijeron la mayor cantidad de barbaridades, aderezadas con constantes tacos y expresiones obscenas, que puedan imaginarse. Miles de puritanas amas de casa y respetables caballeros quedaron estremecidos, con sus tazas de té caídas sobre la alfombra y la duda de si soñaban. ¿Realmente estaban en Inglaterra, en SU casa? La centralita de la BBC quedó colapsada, el escándalo servido… y al día siguiente ni un sólo periódico dejaba de citar el incidente con grandes titulares. La mejor publicidad gratuita jamás conseguida, y la demostración de que el
punk
estaba vivo. Nadie dejó de conocer su existencia desde ese día.

Al
punk
se le intentó frenar, desde luego, anatematizándolo. De la misma forma a los Sex Pistols se les intentó cortar las alas inútilmente. La EMI Odeón canceló el contrato pagando más de cincuenta mil libras de indemnización y al día siguiente una docena de compañías ya estaba llamando al
manager
del grupo para ficharles. La que se llevó el gato al agua fue A&M, previo pago de… setenta y cinco mil libras más. Es decir: en unos meses el grupo había conseguido la bonita cifra de ciento sesenta y cinco mil libras habiendo grabado un solo
single
de escaso éxito.

Mejor, imposible.

La firma de contrato con A&M fue otro modelo de publicidad demencial. Se instaló un tenderete delante del Palacio de Buckingham, residencia de la reina, y con asistencia de los medios de comunicación se estamparon las correspondientes firmas. Esto venía a cuento del nuevo
single
de los Sex,
God save the queen
(«Dios salve a la reina»), editado en marzo de ese 77… año en que la reina británica celebraba los veinticinco años de su ascensión al trono, el «jubileo». El paso del cuarteto por A&M todavía fue más fugaz que el anterior. A los pocos días varios artistas del sello, entre ellos Peter Frampton (guitarra de satén) y Rick Wakeman (teclados de oro), protestaban oficialmente y por escrito por tener a semejantes «artistas» compartiendo catálogo con ellos. Ante el miedo de perder a sus estrellas, A&M prefirió pagar… setenta y cinco mil de indemnización y quedarse sin Pistols. Los Sex llevaban ganadas doscientas treinta y cinco mil libras.

En este momento, Sid Vicious entró en la banda sustituyendo a Glen Matlock.

Su nombre verdadero era John Simón Ritchie y había nacido el 10 de mayo de 1957. Hijo de una militante y encendida
hippie
, tuvo una infancia llena de libertad y se metió de cabeza en la música en la adolescencia, pasando por algunos grupos de variado cariz, tocando la batería y cantando. Su última banda era Flowers of Romance. Ya en Sex Pistols, mientras Johnny Rotten era la imagen, Sid se convirtió en el motor ideológico. En el momento en que una tercera compañía, esta vez la definitiva Virgin, contrató al cuarteto y se acabaron los problemas editoriales, el grupo comenzó a funcionar a todo tren, aunque viéndose envuelto en constantes altercados, problemas, peleas y una implacable persecución policial.
God save the queen
fue censurado, pero vendió doscientos cincuenta mil copias y llegó al número 2 del
ranking
británico. El mismo día que Londres vivía la efemérides del «jubileo» real, los Sex daban un concierto a bordo de un barco en el Támesis. Tenían prohibido actuar «en tierra», así que lo hicieron «en el agua». La policía no se dejó engañar por el ardid y les detuvo. Hubo once detenidos además de ellos, una violenta pelea con los fans y un escándalo más que se añadió a los siguientes. Unos días después de esto un grupo neonazi acuchillaba a Rotten y le abría la cabeza de un botellazo, y antes del concierto «marino», en un club, al negarse el disc-Jockey a pinchar su disco, los Sex le dieron una paliza tal que le costó al muchacho catorce puntos de sutura. Nadie había más ni de forma más contundente que ellos en unos pocos meses.

En noviembre de 1977 el LP
Never mind the bollocks, here's the Sex Pistols
(«Nos importa unos cojones, aquí están los Sex Pistols») puso la guinda definitiva a la historia. Nueva censura, prohibición de radiación y hasta de venta en numerosas tiendas (la policía fue punto de venta en punto de venta retirando los discos de los escaparates y colocando una etiqueta negra encima de la palabra «bollocks»), pero… un éxito abrumador. Virgin se hizo cargo de las multas impuestas a los vendedores que desafiaron el bloqueo legal. El LP fue número 2 en el
ranking
de álbumes.

Los Sex en cierta forma llegaron a estar cansados de su propia tensión ante la violencia que despertaban. Prueba de ello es que en muchas actuaciones se cambiaban el nombre. Llegada la hora de dar el salto a Estados Unidos se embarcaron en una gran gira que sería al fin y al cabo la clave de su fin. En Inglaterra todavía tenían la etiqueta de proscritos, pero en América eran «estrellas», o al menos candidatos a serlo. Cuando se vieron viajando en primera, en lujosas
limousines
, y pisando alfombras de cinco centímetros en hoteles fastuosos, se dieron cuenta de aquello en lo que se habían convertido y en lo que de traición a la ideología
punk
ofrecían sus actos. La alternativa era clara: pasar de todo y continuar su historia como uno de tantos grupos poderosos, o actuar en consecuencia a lo que se suponía que defendían. Escogieron esto último y en plena gira americana se separaron. Fin.

Entre 1979 y 1980 se editaron canciones inéditas, se estrenó la película documental
The great rock'n' roll swindle
(«La gran estafa del
rock and roll
») y su aureola aumentó imparablemente. Para entonces Johnny Rotten ya había formado otro grupo, Public Image Ltd., y Sid Vicious cantaba en solitario, ofreciendo una imagen rebelde y violenta ante una audiencia que a través de él en exclusiva recogía todo el potencial
punk
y la estela de los Pistols. El vídeo de su canción
My way
(versión pagana del éxito de Sinatra compuesto por Paul Anka) fue prohibido por sus imágenes finales, en las que Sid sacaba una pistola y mataba a todos los espectadores que le aplaudían.

Sid tenía una «novia». Se llamaba Nancy Spungen y era hija de una prepotente familia de Philadelphia, aunque él la conoció haciendo de
go-go
en un club. Vivieron una tórrida pasión, tan destructora como la alucinada carrera hacia ninguna parte protagonizada por él, y las cosas acabaron torciéndose cuando «la asquerosa» (apodo de Nancy) apareció muerta a cuchilladas en su habitación del famoso Chelsea Hotel de Londres. A las pocas horas Sid era detenido y acusado formalmente del asesinato de su novia. Era el mes de octubre de 1978. Las pruebas contra él fueron amontonándose de manera abrumadora: consumía heroína incesantemente, las orgías privadas con Nancy eran del dominio público, y las cumbres de sadomasoquismo para percibir sensaciones por encima de lo normal, porque las naturales ya pasaban por sus cuerpos como si éstos fuesen espíritus, la comidilla sensacionalista de los habitantes del Chelsea Hotel y de sus amigos. La única defensa que él pudo esgrimir fue que su novia ya estaba muerta cuando regresó al hotel después de haberle ido a buscar un frasco de metadona. Con esto quería decir también que los dos estaban tratando de desengancharse de la heroína, porque la metadona era uno de los remedios más comúnmente utilizados en procesos de rehabilitación. Nadie le creyó y le encerraron… pero Virgin Records, la compañía de discos, se avino a pagar la fianza y Sid salió con ella bajo el brazo a la espera del juicio.

Su vida no cambió. Ya no podía cambiar. Estaba demasiado metido en el rol y era el personaje central de su propio drama. La autodestrucción tuvo aún un penúltimo golpe de efecto. En diciembre se peleó con Todd Smith, hermano de la poeta y cantante Patti Smith, y volvió a pisar una cárcel por una noche. La cumbre y fanfarria que dejó caer el telón final llegó menos de dos meses después. Había rumores de que al ser detenido por la muerte de Nancy intentó suicidarse a causa del síndrome de abstinencia. Lo que pasó la noche del 1 al 2 de febrero de 1979… nunca quedó claro, como en tantas otras ocasiones, si fue un suicidio o un accidente. El veredicto fue «muerte accidental».

Esa noche Sid se pasó con la dosis. Al día siguiente le encontraron, en el mismo apartamento del Greenwich Village de Nueva York donde vivía desde su puesta en libertad. Sus únicos compañeros eran una bolsita llena de heroína y una hipodérmica vacía. Sin presunto culpable, el caso por el asesinato de Nancy Spungen ya no tuvo lugar.

En 1986 la película
Sid y Nancy
les inmortalizaba un poco más, ofreciendo una versión turbiamente fílmica de una de las más sórdidas historias de la crónica negra del rock.

Un año después de la muerte de Sid, el 2 de febrero de 1980, mil fans caminaron en devota procesión desde Sloane Square a Hyde Park, en Londres, conmemorando el primer aniversario de la caída del ídolo. Finalizada la marcha, Ann Beverly, madre de Sid, de cuarenta y ocho años de edad… fue hospitalizada a consecuencia de una sobredosis mal digerida y de la emoción del momento, puesto que ella había encabezado la comitiva.

Sólo fue una… apostilla «generacional» al tema.

Con Sid Vicious como base, todo cuanto pueda decirse de las fiestas, masacres, altercados y escándalos
punks
, deberá sonar forzosamente a letanía dominical. La única persona que estuvo a punto de equipararse a él, y cuanto menos acabó siendo la heroína del relato, fue Wendy O'Williams, cantante del grupo americano Plasmatics, una banda neoyorquina afincada en California que en sus espectáculos supo aunar dosis de morbo, violencia y escabrosidad con la suficiente inteligencia como para sacar beneficio de ello. Wendy actuaba con los pechos al aire, ondeándolos como banderas, galvanizando al personal que se hipnotizaba con ellos y con su gama de gestos provocativos, todos iniciados o culminados en la entrepierna. En agosto de 1980, concretamente el día 8 y tres horas antes de abrirse el Hammersmith Odeon de Londres para el primero de los conciertos de su gira inglesa, el Greater London Council, máximo magistrado de la ciudad, prohibía su aparición pública en las Islas. Fue un poco el preludio del mayor escándalo protagonizado por Wendy, el 18 de enero de 1981 en Milwaukee, Estados Unidos.

En plena actuación Wendy simuló una masturbación, con tanta fidelidad que, por un lado su prolongada duración, y por otro el climax de contagio alcanzado en el público, obligaron a la fuerza pública a intervenir. El celo (excesivo) puesto por los policías y personal del lugar, ocasionó un altercado de proporciones dantescas, durante el cual media docena de hombres saltó sobre la cantante, la aplastó contra el suelo, y le ocasionó un herida en la cabeza por la que tuvo que recibir doce puntos de sutura. Por algo parecido Jim Morrison había sido condenado a seis meses de cárcel en los años 60. Ahora… los tiempos habían cambiado, al menos en cuanto a la clase de sentencias, así que a la irreductible y volcánica fiera no le pasó nada. Punto.

Decía al comienzo que los años 80 han sido menos escandalosos que sus predecesores. Los viejos rockeros han comenzado a morirse, la mayoría por fallos cardíacos o hígados, ríñones y demás vesículas averiadas en los días de excesos. Sin embargo la primera zarpa mortal del futuro no podía dejar de llegar desde el primer momento en que el SIDA surgió con su espectral grito de alarma. La peste del siglo XX, enemiga número uno de drogadictos, homosexuales y hemofílicos, pero ante todo de los dos primeros grupos sociales, no podía dejar de tener su incidencia. Mucho antes de que muriese Rock Hudson, y la paranoia alzara el vuelo en torno al Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirido, fallecía el primer artista de la élite rock, aunque sólo se tratase de un candidato menor a estrella. La víctima fue Klaus Nomi, un excéntrico solista con estudios de opera, nacido en Alemania y trasvasado al rock con una frankesteniana habilidad de mutante curioso, capaz de despertar el interés en los buscadores de novedad. Grabó un par de LP's con retazos de Liza «Cabaret» Minnelli y el SIDA le convirtió en el pionero oficial (punto siempre discutible porque antes hubo otros muertos vinculados con la música) de las víctimas a través de la nueva y desoladora enfermedad con la que en el futuro habrán de enfrentarse no pocos de los buscadores de evasiones sin límite. Nomi, que había probado su suerte en la esfera rock siguiendo los consejos de su amigo Bowie, murió el 6 de agosto de 1983, a los treinta y ocho años. Desde Nomi la veda quedaba abierta. El día 4 de febrero de 1987 desaparecía Liberace, pianista rosa famoso en Las Vegas por su
show
eterno, sus pianos transparentes y sus puntillas lo mismo que por su sonrisa nacarada asomando por debajo de sus modélico peluquín rubio, y la investigación oficial apuntaba el SIDA como causa… pero con reservas.

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