—Yo no quiero dejarlo. No sé qué será de mí sin tenerte. No sé qué pasará conmigo, con mi vida. Es muy difícil esto también para mí.
—Pues todo será como siempre, amor. Con tus libros, tus seguidores, tu bibliocafé, tus ideas maravillosas… Será como siempre. Todo seguirá igual.
Álex se tapa otra vez la boca con las manos. Aquello no puede estar pasando. Debe ser otro sueño. Se está especializando en tener pesadillas que se burlan de él.
—No puede ser igual si no estás tú.
—Yo hace ya tres meses que no estoy.
—No estás aquí, pero en mí sí que estás.
—Tú también estás en mí, cariño. Ese es el gran problema. Que no dejas de estar en mí. Pero te quiero tanto que te necesito conmigo. Y si he sufrido tres meses sin ti, imagina cómo puedo pasarlo hasta finales de junio.
El escritor se levanta de la cama y desaparece un minuto de la pantalla de Paula. Regresa con un jersey puesto.
—Perdona, tenía frío.
—Tú nunca tienes frío.
—Pues ahora estoy helado.
La chica sonríe tristemente mientras se limpia las lágrimas una vez más y sorbe por la nariz.
—Lo siento mucho, de verdad.
—¿Es definitivo? ¿No quieres tomarte un tiempo para pensarlo ni nada de eso?
—No quiero hacerme ilusiones de que el tiempo nos volverá a unir.
—¿Fin?
No responde. Lo mira. Nota el dolor en sus ojos. Ya no sonríe como suele hacerlo. Esa sonrisa maravillosa, la más bonita que ha visto jamás. Pensaba que sería para siempre. Lo prometieron. Una y mil veces. Pero hay cosas más fuertes que una promesa.
—Fin —contesta y se cubre la cara con la almohada.
No quiere verlo. No quiere que la vea. Aquel dolor es superior a ella. A su control. Hunde su rostro en donde antes soñaba con él. En donde echaba de menos sus besos e imaginaba que aparecería de alguna parte para acariciarle los brazos antes de quedarse dormida.
—Está bien —dice el chico después de cinco minutos sin más palabras—. Me voy. Si necesitas algo o crees que las cosas pueden ser de otra manera, escríbeme.
Paula no habla. Se asoma por un lado de la almohada que la sigue protegiendo de la luz roja de la cámara y asiente con la cabeza. Tiene los ojos hinchados, con las cuencas moradas y el rímel deslizándose desde sus párpados.
—Adiós, te quiero —se despide Álex tembloroso.
Él ha hecho un esfuerzo por no venirse abajo del todo, pero en los últimos instantes está cediendo a las circunstancias.
—Yo también te quiero.
Y echando su cuerpo hacia delante, pulsa el botón que apaga completamente el ordenador. Luego se tumba en la cama y, desolada, suelta todas las lágrimas que todavía le quedaban.
Esa noche de diciembre, en un lugar a las afueras de la ciudad
Ha parado de llover. Diana y Mario salen del hospital cansados. El chico está también algo mareado y dolorido. Le han dado cinco puntos de sutura en el brazo y se lo han vendado. El corte no era demasiado profundo gracias al abrigo que llevaba puesto aunque, en el camino desde la nave de Fabián hasta el centro médico donde lo han atendido, perdió bastante sangre. Fue un trayecto terrible. Apenas podía sujetarse a su novia, que conducía bajo un gran aguacero, temblando. Todavía se preguntan cómo lograron llegar sin sufrir ningún accidente. Un auténtico milagro.
—¿Qué les vas a decir a tus padres? —pregunta Diana, ayudándole a ponerse el casco.
—Pues nada, que me he cortado en tu casa con un cuchillo.
—¿En el brazo?
—¿No es muy creíble?
—No —responde la chica arrancando la moto—. ¿Qué te parece si les dices que te lo hiciste con un cristal roto?
—¿De una ventana?
—Por ejemplo. O con una botella. Se te resbaló de las manos y, al intentar cogerla al vuelo, no lo conseguiste, se rompió en el suelo y te hizo el corte en el brazo.
—Menuda película.
—¿No te gusta la idea?
—Prefiero lo de la ventana.
La vespa enfila el camino de vuelta. Continúa haciendo muchísimo frío y, aunque ya no llueve, sopla un viento gélido que ha convertido la noche en un infierno helado. Tratan de hablar entre ellos, pero apenas se oyen. El chico se acurruca en la espalda de su novia.
—¿Estás bien?
Se han detenido frente a un semáforo en rojo y Diana se gira para comprobar el estado de Mario.
—He estado mejor.
—¿Mejor que el año pasado cuando te caíste por aquel terraplén el fin de semana que estuvimos en la casa de Alan?
—Mucho mejor.
La joven sonríe y acelera de nuevo cuando el semáforo se pone en verde. Pobre Mario, siempre le pasan esas cosas por ayudar a la gente. Es que es un cielo. Si no fuera por él, qué habría sido de ella.
No hay mucho tráfico en las calles de la ciudad. Gracias a eso, los chicos no tardan demasiado en llegar.
—¿Prefieres que te lleve ya a tu casa o te quedas un rato en la mía? —pregunta Diana antes de bajarse de la moto.
—¿Qué hora es?
—Temprano —contesta mostrándole la muñeca en la que lleva el reloj—. Quédate a cenar algo. No hemos comido nada todavía.
Mario acepta. Tiene hambre. Además, cuanto más tiempo pase en su casa, más preguntas recibirá de su madre respecto a la herida del brazo. No está seguro de que lo del cristal roto vaya a colar. Pero no va a decirle la verdad. En esta ocasión es mejor ocultarla el máximo tiempo posible.
No hay nadie en la casa de Diana, como viene siendo habitual en los últimos meses. La chica no entiende por qué su madre y su novio no se deciden a irse ya a vivir juntos. Pero que todo siga así es lo mejor para ella: vive cerca de su chico y, cuando necesitan más intimidad, aprovechan aquel lugar.
—¿Qué quieres que te prepare?
—Me da igual. Lo que tengas más a mano.
—¿Una ensalada de pasta?
—Lo que tú quieras.
La fatiga y la tensión de todo el día se percibe en sus ojos ojerosos e inexpresivos. También en su voz, que sale quebrada. Diana se lamenta de no poder hacer nada más. No le gusta verlo así.
—Siéntate tranquilo en el salón; pongo a hervir la pasta y enseguida estoy contigo.
Tras un beso cariñoso en la mejilla, Mario obedece a su novia. Se acomoda en el sofá y extiende las piernas. Cierra los ojos y repasa en su mente todo lo que ha sucedido hoy. ¿Qué debe hacer ahora? La situación es complicada. Como suponía, que su hermana esté relacionada con aquel tipo no ha traído nada bueno. El corte en el brazo es poco para lo que podría haber pasado. El amigo de Fabián con la cabeza rapada se había lanzado como un loco a por Diana con la navaja en la mano. Si él no llega a intervenir, posiblemente la cosa habría sido más grave. No están tratando con delincuentes de tres al cuarto. Aquella gente parece peligrosa de verdad.
¿Es que Miriam no se da cuenta de dónde se ha metido?
—Ya está. Ahora a esperar quince minutos a que la pasta se cueza.
La chica aparta con cuidado los pies de Mario y se sienta en un extremo del sofá. Lo mira sonriente. Se inclina sobre él y le da un beso en los labios. Luego le acaricia el pelo delicadamente.
—No sé qué podemos hacer —comenta preocupado—. No sé cuál es el siguiente paso que tenemos que dar.
—¿Y si le contamos a tu hermana lo que ha pasado? Quizá así, abra los ojos de una vez y se dé cuenta de quién es su novio.
—¿Cómo se lo contamos? Tiene el móvil apagado.
—Le mandamos un SMS. Alguna vez lo tendrá que conectar.
—No estoy seguro de eso.
—Lo hará pronto, ya lo verás.
Diana saca el móvil de su bolsillo y entra en el archivo de los mensajes.
—¿Qué vas a decirle?
—La verdad.
—¿Que hemos estado allí y que el tal Ricky nos ha atacado con una navaja?
—Sí.
—Uff.
La chica piensa unos segundos. A continuación comienza a escribir en el teclado de su teléfono. Mario la observa poco esperanzado. No está demasiado convencido de que aquello sea una buena idea. Tal vez Fabián, después de lo que ha pasado, intercepte los mensajes del móvil de Miriam. Entonces el problema aumentaría.
—Terminado. ¿Te lo leo?
—Sí.
—
Hola Miriam. Hemos ido a verte a la nave de Fabián. Lo sabemos todo. Él y su amigo no han querido que nos acercáramos a ti. Incluso han herido a tu hermano en un brazo. Está bien. Llámanos en cuanto puedas. Un beso
—termina y mira expectante a Mario—. Bueno, ¿qué te parece?
—Bien.
—¿Lo mando?
—Mándalo. Aunque espero que esto no los cabree más.
La chica pulsa una tecla y envía el mensaje. Ahora toca esperar.
—¿Crees que estamos haciendo lo correcto?
—¿Por qué lo preguntas?
—No sé. Tal vez este tema es para profesionales.
—¿La policía?
—Sí.
—La policía no haría nada al respecto. Mi hermana tiene diecinueve años.
—Ya. Pero ellos han robado las joyas de tu abuela y ahora, además, tú tienes una herida de navaja en un brazo. En eso sí podrían intervenir.
Mario se incorpora y se sienta en el sofá. Se toca el vendaje con cuidado e inspira con fuerza.
—Entonces mi hermana también estaría implicada.
—Ya, pero…
—Ese es el motivo por el que mis padres no lo han denunciado a la policía. Confían en hablar con ella pronto y hacerla entrar en razón.
—Eso no creo que pase.
—Por eso hemos ido a la nave de Fabián.
Es un callejón sin salida. Cualquier cosa que hagan o dejen de hacer representa un problema. Los dos piensan unos minutos en silencio. Van a tener que armarse de paciencia y esperar a ver qué efecto produce el SMS que Diana le ha enviado a su amiga.
—¡La pasta! —grita de repente la chica al oler a quemado.
Se levanta y a toda velocidad se dirige a la cocina.
Mario mueve la cabeza negativamente. Cuando las cosas van mal, todavía pueden ir peor. Y no se equivocaba al pensar así.
Esa noche de diciembre, en un lugar de la ciudad
Llaman a la puerta. Álex no está para visitas. Todavía no se ha recuperado del
shock
que le ha provocado la conversación con su novia; ¿o exnovia? Sigue en la cama, sentado, con escalofríos. Nunca hubiera pensado que aquella charla empezaría de aquella forma tan inesperada y terminaría de esa otra tan diferente. Dos extremos en apenas unos minutos. Quizá el estado emocional de Paula, la presión que lleva soportando tanto tiempo, provocó que pasaran ambas circunstancias tan diferentes. Estallaron sus sentimientos hacia un camino y hacia otro. Opuestos. Él se vio en el medio. Y ahora ya no hay solución. Su relación parece que ha terminado.
El timbre suena un par de veces más. No tiene intención de levantarse y abrir.
Por fin cesa. Quienquiera que sea el que llama se ha cansado. Sin embargo, lo que se oye a continuación es la melodía de su móvil. Es Abril. No lo coge. No le apetece hablar con nadie. La mujer lo intenta una vez más, pero el escritor actúa de la misma manera. No es el momento. Pero en cuanto termina la segunda llamada, otra vez el timbre de la puerta.
—¡Álex! ¿Estás bien? —grita Abril, desde fuera—. ¡He oído tu móvil ahí dentro! ¿Estás en casa?
Pillado. Uff. No le queda más remedio que dejarla pasar. Tampoco es plan de preocuparla demasiado. Se pone un pantalón ancho, se calza unas zapatillas y grita que ya va.
—Hola. Perdona, estaba a punto de ducharme —miente cuando le abre.
—Ah. Ya empezaba a preocuparme… —señala la mujer entrando en el piso del joven—. Me han dicho en el Manhattan que te habías tomado el día libre y que suponían que estabas en casa.
—Sí. Más o menos me he tomado el día libre.
Abril se detiene un instante y observa al chico. Arruga la frente. Lo conoce bien desde hace tiempo y sabe que algo le pasa.
—Tienes mala cara. ¿Seguro que estás bien?
—La verdad es que no ha sido un buen día.
—¿Problemas?
—Alguno que otro.
—¿Con la segunda parte? —pregunta, aunque intuye que por ahí no va la cosa—. Los plazos siempre son complicados. Pero tómatelo con tranquilidad.
—No tiene nada que ver con
Dime una palabra
.
Acertó. Apostaría a que el problema está en Inglaterra.
Entran juntos en el salón. Álex la invita a sentarse y la mujer elige el sillón que está en la izquierda. Él permanece de pie y le pregunta si quiere tomar algo.
—¿Tienes Martini?
—Sí, queda de la última vez que estuviste aquí.
—Genial. Pues un Martini con Coca Cola, por favor.
El escritor se retira hacia la cocina. Camina arrastrando las zapatillas y encorvado, sin vida, sin energía. Como si estuviera desinflado. Aquel comportamiento no es habitual en él. Regresa poco tiempo después con la bebida para Abril y con un zumo de melocotón para él.
—¿Qué tal está Paula?
Directa al grano. ¿Para qué iba a andarse con más rodeos? En ella encontrará la clave de lo que sucede. Está convencida.
—Nerviosa. La semana que viene tiene los exámenes —responde sin ningún entusiasmo.
La mujer bebe un poco del Martini y se seca los labios con un dedo. Lo mira de reojo y observa la seriedad de su expresión al hablar.
—Tiene que hacer un esfuerzo. Ya le queda poco para regresar en Navidad, ¿no?
—Sí.
—Te echará mucho de menos. Y tú a ella, claro.
El escritor no responde inmediatamente. Da un trago al zumo y lo deja sobre la mesa. Se toca el cabello y resopla.
—Lo hemos dejado —suelta por fin.
—¿Qué? ¿Cuándo?
—Hace un rato.
—¿Cómo que hace un rato?
—Sí, hace unos minutos. No sé ni la hora que es.
—¿Qué ha pasado?
—Lo que podía pasar después de tres meses separados.
—¿Seguro que no es una pelea normal de pareja?
—No nos hemos peleado —dice con tristeza—. Simplemente hemos roto. Y sabiendo los motivos por los que ha sido, no creo que haya marcha atrás.
Abril está sorprendida. Imaginaba que la razón por la que Álex estaba tan raro era que había pasado algo con Paula, pero no sospechaba que la cosa hubiera llegado tan lejos. Ellos parecían la pareja perfecta. Desde que la conoció en aquella librería hace más o menos trece meses, la vio como la chica ideal para él. A pesar de que al principio, aquel mes de noviembre de hace un año, las cosas eran muy diferentes a como son ahora.